Homilía predicada por el P. Carlos Miguel Buela a las alumnas del colegio «Isabel la Católica» con motivo de la fiesta de su co-patrona Santa Edith Stein, el día 9 de agosto de 1999
En este día tan particular en que celebramos a esta gran mujer que fue Santa Edith Stein, quiero dejarles una enseñanza de una manera hermosa, artística, con una hermosa fábula que trae el P. Leonardo Castellani en su famoso libro Camperas. Es una fábula que ilustra una verdad enorme, una verdad que la santa que hoy celebramos iluminó con su vida. La fábula se llama «El fango» y trata sobre la pureza.
Un niño habla con su papá:
« – Papá, ¿voy a la cañada?
-No.
-¿Por qué?
-Porque no.
-No me voy a ahogar. ¿Vos no sabés que el dicho dice: Cómo sería la cañada, si un gato cruzó a rebenque? No me llega ni a la rodilla».
Entonces el papá comienza a contarle a este niño la historia de un inglés, administrados del ingenio «Los Tilos», que un día entró en la cañada, le quebró el ala a una garza blanca y entró a buscarla. Una garza blanca valía en aquél entonces 200 pesos. Y este inglés creía conocer todos los secretos. Los secretos del monte, tal vez, «pero los secretos de la cañada, los secretos del fango, no los conoce a fondo nadie. No tienen fondo. El peón que llevó con él era también forastero. Y dijeron: “El agua nos llega cuanto más a la rodilla”». (Es la primera mentira de la cañada. Más no va a pasar, el agua llega hasta la rodilla).
«La garza herida se fue aleteando cada vez más para cada vez más para adentro. ¿Qué anchura tiene la cañada? ¿Quién lo puede saber? En tiempo de seca tendrá media legua o tal vez una. Pero en tiempo de lluvia todo el bajo se inunda. Y cuando encima el río Amores se desborda ¿quién puede saber las leguas de agua y de barrizal que se extienden bajo el manto verde y mentiroso del aguapé que la cubre? Toda se llena de juncos y totoras que parece un campo de avena. Un lindo capo. En la paz de la tarde tranquila, el sol lo barniza y el viento mansamente lo ondula. Arriba toso es una hermosura y encanto. Las flores blancas y moradas. Los flamencos color de rosa, que parecen también flores grandes vivas. Los patos, las garzas moras, los tuyangos. Un pechocolorado, que se levanta piando y vuela en círculos gozosos. Un charquito color azul aquí y allá, donde se pinta el cielo. Y debajo de toda esa hermosura, el barro, hediondo, quién sabe los metros de barro. Así es el vicio. Así es un vicio que vos no conocés todavía.
Pero el inglés que calzaba botas altas y la garza estaba cerca tentándole la codicia. ¡Linda la garcita blanca, delicada y graciosa! Se encaprichó por ella el inglés, que era tozudo. Y van y van, a ratos con dos palmos de barro, y a ratos por casi seco, lo cual los aseguraba. Así es él: esa es la mentira diabólica del pantano. Así pasa también…» con el vicio. (Es la mentira, sí se hunde un poco a veces, pero después sale. Se confiesa, parece que está seguro. Pero sigue en la ocasión de pecado).
«-¿La agarraron, tata, a la garcita?
-No sé. ¿Qué importa eso? De repente llegaron a una mancha de cañas y allí pisaron en firme y miraron alrededor. Dijo el peón:
-Nos volvamos patrón.
Y el inglés dijo:
-¿Qué es aquel grupo de árboles que está allá enfrente? ¿No es el cauce del Amores?
-Se me hace que debe ser -dijo el otro.
-Hay que cruzar la cañada y llegar allá -dijo el inglés-. Queda cerca.
Cuando el inglés decía “Hay que”, ya no había vuelta que darle. ¡Queda cerca! ¿Vos no has visto en la pampa lo que pasa, un ranchito o unos árboles que parece que quedan cerquita, y uno camina y camina y no llega nunca? Es la otra mentira del pantano. (Es la mentira de pensar que pronto se va a salir. Es otra mentira del pantano). Allacito nomás está la dicha y uno mira y desea, y corre y corre, y nunca, nunca llega, Y las piernas se hundían cada vez más y el barro era más chirlo y pegajoso.
-Nos volvamos, patrón.
Pero el inglés maldecía y seguía adelante. Los árboles estaban allí mismo. Procurar pisar siempre arriba de las totoras. Cuidado, plaff… Un charco encubierto, no hay que asustarse, un remojón nomás… aunque se han mojado hasta los cartuchos de la canana, maldito sea. Ahora un rodeo, hay allí una res muerta, y una pestilencia insoportable… Nos volvamos, patrón.
Volverse, sí. El rostro del patrón estaba sombrío y bañado de sudor: pero volverse ¿era ya posible? (Llega un punto, cuando uno está en el pantano, que da la impresión que se está más cerca de salir que de volver). La noche se venía corriendo encima y era mejor hacer un esfuerzo sobrehumano y alcanzar, aunque sea reventados, las orillas de allá, que estaban ya mucho más cerca que las de acá. La resolución era desesperada, pero ya no se podía discurrir otra, si es que aquellas cabezas, donde el Espanto había ya echado sus sombras tremantes y traidoras estaban ahora para discurrir.
En efecto, la cosa espantosa sucedió. Cayeron en un limazal y se hundieron hasta las caderas y cayó la noche sobre ellos. La luna con su inmenso manto de plata reverberante y las estrellas que se miran en las aguas, como en un espejo de acero, contemplaron impasibles los manoteos, los chapuzones, el caer de lado y de bruces en el barro, el romperse de las lianas a que se agarraban, la desesperación de los que sienten el piso ceder pulgada por pulgada la agonía de los cuerpos vivos engullidos por la boca babosa y fatal de la laguna. Y oyeron gritos de horror y maldición desesperadas.
-Máteme, patrón. ¿Le queda algún cartucho? Tíreme, por favor.
Después cesaron los gritos.
La cañada es mala y traidora y enemiga de la especia humana. Nadie puede comprender la agonía de aquella noche. De repente, en medio de la fúnebre pompa del plenilunio, una voz de golpe empezó a cantar: era el peón Benito. Estaba loco. Y entonces la cañada diabólica empezó a cantar también. Cantó perversamente, con sus millares de grillos, de sapos, de ranas, de juncos que bisbisean, de aguas que gimen, con la voz de los millares e ventosas de barros que engluten. Glug, glu, glu, decía la cañada. ¿No lo has visto al loco Benito, el pobre viejo, cómo aúlla todas las noches de luna llena, sintiendo dentro de su cerebro el horroroso canto de triunfo de la cañada? Él dice que la oyó cantar, que decía Glu, glu, que se reía. Y es cierto que la oyó cantar.
-¿Cómo salió, Tata?
-Salió solo. No se sabe cómo salió. Del pantano si uno no sale solo –y es un milagro de Dios-, ningún otro lo puede sacar, a caballo ni a pie no se puede ir, en barca no se puede ir…
-¿Y el inglés?
-¡Y nosotros que los andábamos campeando por el monte! Jamás pudimos imaginarnos que estuviesen en la cañada, después de tantos avisos… Hasta que oímos l tiro de escopeta Martini del inglés, que tenía la voz poderosa, jamás se nos ocurrió que…
-Tat, pero el inglés ¿qué se hizo?
-Mirá, ¿ves aquella escopeta herrumbrada en un rincón? Una vez, tres o cuatro años después, hubo una riada grande del Amores. Venían por el río camalotes boyando llenos de víboras, juncos y basura. En uno de ellos (yo lo encontré) venía esa escopeta y al lado un cráneo partido de un balazo. El resto del inglés, hasta los huesos se los había tragado el pantano.
-¡Tata! –dijo el Gurí apartando los ojos y estremeciéndose todo-. ¡Qué feo! ¿Por qué la guardaste?
-Para mostrarla a mis hijos y decirles: todos los que se entran adrede en el pantano de la lujuria, han dicho, siempre: Hasta allí nomás voy a llegar. El barro no me llega más que hasta la rodilla». (Es la gran mentira del pantano).
Así pasa con ustedes. ¡Cuántas niñas buenas! ¡Cuántas jóvenes buenas he conocido en mi vida! «Hasta ahí nomás». Primero, no darle importancia a entretenerse a sabiendas en malos pensamientos, en ver malos programas de televisión. Después, a veces empujadas por las mismas madres, a tener noviecito. Empiezan las caricias, los besos, los bailes malos. Después les piden la prueba de amor. Queda embarazada. A veces la obligan a abortar. Es como el pantano. Y no va todo de golpe, sino poquito a poquito. Y por ahí se encuentran pisando tierra firme porque se confesaron y entonces ya piensan que, bueno, que ya están bien. Pero siguen en el pantano. Y el pantano se lo enguye todo.
Por eso, pídanle a Santa Edith Stein, vuestra patrona, en este día de su fiesta, la gracia de saber defender esa bella virtud, la bellísima virtud de la pureza. ¡Y sépanla defender «ya», desde ahora y siempre! Sobre todo con las dificultades que corren en este mundo que nos toca vivir, esa hermosa, ¡hermosísima!, virtud. No se dejen engañar con las flores de arriba del pantano. Sí, las cosas lindas… Ah, que naricita que tiene… ¡Uh, ojos claros! ¡Qué chico lindo! Pero el barro abajo… No sean tontas. Piensen en sus hijos. Piensen que tienen que saber formar familias honestas. Piensen que tienen que ser jóvenes con sentido de la propia dignidad. Que no deben dejarse tomar por objeto, que son personas y no cosas, y respétense. Tengan cuidado del pantano. Cuando se entra, solo uno puede salir y solo por milagro. Porque no hay ayuda que valga, ni de la madre, ni de sacerdote, ni de las Hermanas, ni de nadie. Cuando se entra ya uno cree que va a salir fácil y muchas veces no sale más.
También le pedimos esta gracia a la Santísima Virgen.