La Virgen María ejemplo del religioso

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El religioso tiene dos madres: una en la carne, la otra en el espíritu, una en la tierra, y una en el cielo.

Se sabe mucho más acerca de la primera; se ha escrito mucho más acerca de la segunda.

La Virgen, Espejo de santidad

 

La vida de la Virgen debe ser para nosotros siempre un espejo donde mirarnos, de tal manera que también sus acciones sean nuestro ejemplo, los actos y hechos de la Virgen deben servirnos para hacer de nuestra vida una imagen de su vida, es a Ella a quien debemos imitar.

Como la maternidad espiritual de María no era un privilegio separado de su humanidad tampoco será un privilegio del religioso el prescindir del celo por las almas. María yendo de prisa sobre la colina a la Visitacion, reveló cómo Ella, la sierva del Señor, se convirtió en la sierva de Isabel. Ella es ahora el ejemplo para el religioso de que Cristo dentro de él debe procurar la dedicación a las almas, y a todos aquellos que nos necesitan. Asi como la Virgen debemos saber apresurarnos, nada exige tanta rapidez como la necesidad de los otros. Asi como la visita de María santificó a las almas, así también nuestras por nuestras oraciones debemos santificar a todos los que

lo necesiten .

El religioso siente un profundo amor por María, no solamente en sus mejores momentos, sino en sus fracasos, él confía en su intercesión para combatir sus debilidades. Entonces siempre se vuelve a Ella con especial atención, sabiendo que el hijo que cae con más frecuencia será el que obtenga mas besos de la madre.

En la pérdida y el hallazgo de Jesús en el Templo debemos tomar ejemplo de saber levantamos fehacientemente de nuestras debilidades, Ella también perdió a Cristo. María y el religioso débil sufren juntos, pero de modo diferente. Ella sintió la oscuridad de perder a Dios, cuando el Niño Jesús se quedó en Jerusalén sin saberlo Ella. Fue en este momento cuando María se convirtió en el Refugio de los Pecadores. Ella entendió lo que era el pecado; ya que siendo una criatura, perdió experimentalmente al Creador. Perdió al Hijo solo en la oscuridad mística del alma, mientras que el religioso que cae siente la negrura moral de un corazón ingrato, pero María encontró al Niño.

En la fiesta de las Bodas de Cana, María enseña al religioso qué tanto pertenece a la iglesia, y que poco a él mismo. En este tiempo durante la fiesta ella es llamada “Madre de Jesús”. Al final, sin embargo, se convierte en “mujer”.  Lo que aquí pasó es como lo que pasó cuando Cristo se perdió

por tres días. María había dicho entonces “tu padre y yo”, y nuestro Señor le había recordado inmediatamente a su Padre celestial, pensando en el misterio de la Anunciación, y el hecho de que José

era solo su padre putativo.

Desde ese momento José desaparece de la Sagrada Escritura: no se vuelve a saber de él. En Cana la Madre de Jesús pide una manifestación de su poder mesiánico y de su Divinidad a su Hijo: Nuestro Señor le dice que el momento en que Él haga un milagro y empiece su vida pública, va hacia su hora, hacia la cruz. Una vez que el agua se convierta en vino ante la divina mirada, ella se convierte en mujer. Asi como José desaparece en el Templo, así María como la madre de Jesús, desaparece ahora en la Sa rada Escritura para convertirse en la madre de todos aquellos a los que Él redimirá.

Ella nunca vuelve a hablar en la Sagrada Escritura, ha pronunciado sus últimas palabras, con un hermoso adiós: Cualquier cosa que Él os diga, hacedla.

Madre Universal

 

Ella es la madre universal, la mujer con más semillas que las arenas del mar. 

En la Pasión la Virgen nos enseña a los religiosos la compasión:  los santos que fueron menos indulgentes consigo mismos, son los que más indulgentes fueron con los demás. Por eso el religioso que lleva una vida fácil , sin mortificaciones, no puede hablar el lenguaje de los que sufren. Por así decir, aquel que esta erguido por encima de la necesidad no puede acercarse a consolar; y si lo hace es por condescendencia y no por compasión. EI buen religioso ve por el contrario a María en el polvo de las vidas humanas, ella vive entre la miserias de los hombres, las corporales y las espirituales. Es de modo particularísimo, Madre de Pecadores, la Inmaculada esta con lo maculado: La sin-pecado con el pecador. En la Pasión la Virgen no siente ni rencor ni amargura, sino solamente piedad, piedad de que ellos no vean o no sepan amar ese Amor que están enviando a la muerte.

Un hombre puede llegar a obsesionarse con su pecado al grado de rehusar pedirle a Dios su perdón, pero él no puede alejarse y no invocar la intercesión de la Madre de Dios.

En el misterio de la Virgen al pie de la cruz, el religioso debe saber hallar fuerzas para vencer todas las cruces. Si la buena y Santa Madre María, quien no merecía sentir nunca el mal, pudo, sin embargo, en la especial providencia de su Hijo, tener una cruz, ¿entonces, cómo nosotros, que no merecemos ponernos a su altura, esperamos escapar del encuentro con la cruz? Por eso ante nuestras tribulaciones, debemos desear ¡que nunca hay a una queja contra Dios por enviarnos una cruz, que tengamos la suficiente sabiduría para ver que María esta ahí haciendo la más liviana, más dulce, haciéndola suya.

María como Madre Universal, hace que tengamos un verdadero sentido de Iglesia, cada desdicha, cada herida en el mundo, es nuestra como religiosos. Mientras haya un religioso inocente en la cárcel, yo estoy en prisión. Mientras un misionero este sin techo sobre su cabeza yo estoy sin hogar. Eso es la compasión. El religioso nunca se sentará a observar la enemistad del mundo contra nuestro Señor sabiendo que la cooperación de María fue tan real y activa que Ella estuvo al pie de la cruz. En toda representación de la Crucifixión, la Magdalena esta postrada, está casi siempre a los pies de Nuestro Señor, pero María está de pie.

El religioso que por su estado jurídico de perfección ocupa un lugar destacado en la iglesia, ha de destacarse también por su profunda y entrañable devoción a María. Ha de llevarla no solo en lo más hondo de su corazón, sino también en sus labios, de suerte que aparezca siempre ante os fieles como un ardiente promotor del culto y la devoción a María.

Que continuamente nuestros labios repitan estas palabras: “Jesús” y “María”. Y que como decía San Luis María Grignion de Monfort: María sea el molde donde seamos esculpidos.

[1] Basada en un escrito del Ven. Fulton Sheen.

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