Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal?
Es una pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa, a la cual no se le puede dar una respuesta simple. Solo, el conjunto de la fe cristiana, constituye la respuesta contundente a semejante interrogante: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la Consagración redentora, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse a rechazar. Dice un autor: No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal.
Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en el no pudiese existir ningún mal? Enseña Santo Tomás que Dios en su poder infinito, podría siempre crear algo mejor.
Pero, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, Dios en su sabiduría y bondad infinitas quiso crear un mundo en estado de via hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. O sea, que por tanto con el bien físico –como dice Santo Tomás en la Contra Gentiles– existe también el mal físico.
No hay vuelta de hoja, los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse, y de hecho fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico.
Por eso Dios no es de ninguna manera, ni directa, ni indirectamente, la causa del mal moral, sin embargo lo permite, respetando la libertad de su creatura, y misteriosamente sabe sacar del bien; como tantas veces lo repitió San Agustín: Porque el Dios Todopoderoso, por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras, existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal.
Y es así, que con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado per sus criaturas: No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios … aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para el bien para hacer sobrevivir a un pueblo numeroso[1]. Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia[2], sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra redención.
Todo coopera para el bien de los que aman a Dios[3], enseña San Pablo a los romanos. El testimonio de los santos confirma esta verdad:
– Así Santa Catalina de siena dice a los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede: “Toda procede del amor, todo esta ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin”.
– Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”.
– Y Juliana de Norwich[4]: “Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien”.
Los cristianos creernos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero también confesamos que los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Y, solo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios cara a cara, nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de esa gloria definitivo, en vista del cual creó el cielo y la Tierra.
[1] Gn 50,19-20.
[2] Cf. Rom 5,20.
[3] Rom 8,28.
[4] Mística inglesa del siglo IV.