La oración litúrgica
Pasamos ahora a la oración litúrgica de un sacerdote del Verbo Encarnado.
Nuestro amigo Fulton Sheen con gran realismo escribe en su autobiografía: “Pocos sacerdotes gustan de la oración vocal. Es un hecho. Esto no es porque los sacerdotes no sean rezadores. Sino porque sus oraciones son suspiros, aspiraciones e inspiraciones. […] Tienen pocas peticiones. Es raro que hagan una novena por algo que necesiten; le piden a la gente que las haga. […] Y pocos quieren admitir que están aburridos de algo que supuestamente les tiene que gustar. El breviario pertenece a esa categoría. Se espera que los sacerdotes deliren de amor por el breviario, pero muchos de nosotros somos como esas personas que por aparentar van a una ópera pero ni la disfrutan ni la entienden. […] Quizás el breviario se suponía que tenía que ser difícil para cualquier sacerdote promedio. ¿Acaso no puede ser como la lucha entre Jacob y Dios? Si lo vemos desde este punto de vista, puede ser que siga siendo una lucha, pero entraría dentro de la categoría de intercesión prolongada e incesante. Porque lo estaríamos rezando como nuestro Señor rezó en el jardín de los olivos, como el amigo que seguía golpeando la puerta en la noche pidiendo un pedazo de pan, como la viuda que no cesaba en sus ruegos delante del juez. Importunar no es relajarse soñando, sino un trabajo sostenido”[1].
A nosotros se nos prescribe lo siguiente:
“Hay que dar, también, toda la importancia que tiene el rezo piadoso y devoto de la Liturgia de las Horas, antes conocido como Oficio divino o Breviario. Para ello ayudará, entre otras cosas, estudiar el Laudis Canticum[2]. Incluso su importancia como preparación y prolongación de la Santa Misa[3].
Ordinariamente récense en comunidad las horas mayores del Oficio”[4].
Es importante destacar lo del rezo piadoso y devoto, que en ningún modo es apresurado o inconsciente, como el que en vez de leer ‘escanea’ la página y no va pensando en lo que dice. Debe ser un momento de verdadera oración, de pedirle a Dios, de alabarlo con las mismas palabras que Él quiere que le pidamos y que lo alabemos. ¡Son palabras del Espíritu Santo! De modo tal, que junto con la adoración eucarística el rezo de la liturgia de las horas ayude a cultivar y a mantener durante todo el día el espíritu de oración del que hablábamos al principio. El rezo del breviario debe ser verdaderamente “fuente de piedad y alimento para la oración personal”[5].
“La Liturgia de las Horas es santificación de la jornada” dice el Laudis Canticum de San Pablo VI. Por eso es importante que antes o después de la misa eso sea lo primero que hagamos, que lo aseguremos.
El Beato José Allamano les decía a los suyos: “Observemos las indicaciones de la Iglesia con respecto al tiempo para la oración de la liturgia de las horas. Tener mucho trabajo no nos debe llevar a postergarla. Rezada con tiempo, es un dulce peso. Con respecto al lugar, si es posible, récenla en el templo, que es la casa destinada a la oración. La liturgia de las horas es la oración más excelente, después de la misa. ¡Que alabar a Dios sea una de nuestras principales ocupaciones, como lo será por toda la eternidad![6]
Ese debe ser un propósito práctico que debemos hacer. Fijarse un horario para rezar las horas y cumplirlo a rajatabla. También pienso que ayuda tener un ‘plan B’ en caso de viaje, o de alguna circunstancia particular que afecte el plan original. Pero siempre debería ser una de las primeras cosas que hagamos en el día.
En otro apartado también debemos decir que “la Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él”[7]. De modo tal que cada vez que agarramos el breviario para rezar tomamos a los billones de no creyentes que hay en este mundo, a las iglesias perseguidas, a las misiones más distantes, a los miles de católicos en el mundo que no tienen un sacerdote regularmente en sus villas, a los miles de sacerdotes que en el mundo realizan su ministerio “undercovered”, etc. Cuando san Juan de la Cruz estuvo preso en Toledo en esa celda tan chiquita con una ventanita mínima, por la que entraba muy poca luz dicen que para rezar su breviario se subía sobre un banquito para alcanzar a ver. Cuantos sacerdotes así habrá en el mundo…
Avanzamos en santidad con el breviario. A veces esperamos demasiado del breviario, pero una vez que nos damos cuenta de que no somos loros repitiendo palabras, sino que nuestra oración es la misma canción que cantan los ángeles en el cielo ante el trono de Dios en nombre de todo el Cuerpo Místico de Cristo y del mundo, entonces se hace más fácil. Sobre todo para los que rezan en otra lengua distinta a la lengua materna, hay que saber que quizás no entendamos todo lo que estamos diciendo pero Dios si lo entiende.
Hace un momento decíamos que las palabras de los salmos son del Espíritu Santo. Pues bien, es el mismo Espíritu Santo el que puede hacer de nuestra recitación de la liturgia de las horas algo fructífero.
Algunas recomendaciones prácticas para el rezo del breviario[8]:
- Rezarlo en la medida de lo posible delante del Santísimo Sacramento. Práctica que además nos gana indulgencia plenaria.
- Advertir que la mayoría de los salmos nos confrontan con dos personajes: el Sufriente y el Rey. Eso nos ayuda a interpretar mejor los salmos.
- Recurrir al Espíritu Santo durante la recitación del breviario. No necesariamente con una oración formal, sino como un gesto de ayuda para hacerlo bien, entendiendo, pausadamente.
- Ofrecer ciertas horas de la liturgia por ciertas intenciones.
- Darnos cuenta, por si todavía no lo hemos hecho, de que no se puede rezar el breviario propiamente con la computadora al frente y la casilla de email abierta, o con la música prendida, y leyendo los mensajes de WhatsApp al mismo tiempo.
Finalmente, digamos que el breviario no es un yugo y una carga, antes bien es una obligación, pero una obligación de amor. Si el sacerdote es egoísta, el rezo de la liturgia se vuelve solo una obligación; si el sacerdote es una persona consciente de que es la oración de la Iglesia, esa obligación trae amor contenida en ella; si el sacerdote es víctima, el amor hace de esa obligación un ardor tal, que no siente obligación alguna.
[1] Cf. The Priest Is Not His Own, cap. 8. (Traducido del inglés)
[2] San Pablo VI, 1 de noviembre de 1970.
[3] Introducción General de la Liturgia de las Horas, 12.
[4] Directorio de Vida Litúrgica, 86-87.
[5] Laudis Canticum, 3.
[6] Así los quiero yo, cap. 10, 244.
[7] Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, 20 y 84.
[8] Cf. The Priest Is Not His Own, cap. 8. (Traducido del inglés)