20° ANIVERSARIO DEL PROYECTO C. FABRO
[Exordio] Al celebrar hoy el 20° aniversario de la encomiable labor de aquellos que comenzaron el Proyecto Cultural Cornelio Fabro y de quienes hoy en día le dan continuidad, posee dimensiones, en cierta manera inauditas, dado el contexto cultural social y eclesial del momento en que vivimos y, de alguna manera, marca un hito en la historia de este pequeño proyecto que comenzara con el fin de hacer conocer el pensamiento y la persona del P. Fabro (por ser el más profundo y científico conocedor de Santo Tomás de Aquino) y se ha convertido hoy en día en el custodio de un gran patrimonio filosófico.
Es por eso que es con toda honestidad, con admiración y agradecimiento yo quisiera ¡felicitarlos a todos los que de una u otra manera a lo largo de estos años y en distintos países han estado involucrados en tan significativo y encomiable apostolado!
Quisiera entonces dedicar esta homilía a destacar la importancia de la actividad intelectual de nuestros miembros como servicio eclesial.
1. La actividad intelectual orientada a la pastoral
Lo primero que hay que decir es que no se puede contraponer jamás la actividad pastoral y la actividad intelectual como si se tratase de dos antagonismos (desafortunadamente esta es una de las grandes tragedias del momento actual en la Iglesia de Jesucristo). Una y otra son actividades apostólicas complementarias. Más aún, ambas son necesarias. Una de las causas principales de la crisis en la que se encuentra la Iglesia en estos momentos es precisamente la falta de formación intelectual en el clero y la falsa dialéctica entre la pastoral y el estudio.
El sacerdote se forma intelectualmente, como decía aquel incomparable misionero que fue San Pablo, para reducir toda inteligencia en homenaje a Cristo[9], y esto es imposible lograrlo sin formación intelectual y académica adecuada, fuerte, capaz de dialogar con fundamento y competencia con la cultura contemporánea.
Sin estar impregnado de la verdad, sin estar sólidamente cimentado en la filosofía perenne, bien podríamos preguntarnos: ¿cómo podrá el sacerdote de hoy desterrar el error e iluminar las inteligencias en un mundo que a pesar de los innumerables signos de rechazo a Dios lo busca por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad[10]? Se lo preguntaba San Pablo VI en Evangelii Nuntiandi.
El mundo espera de nosotros, sí, sencillez de vida, espíritu de oración, caridad con todos… pero también espera, más aún, exige, de manera fundamental y preponderante, la proclamación de la verdad, de manera clara, desafiante e iluminante.
Y no solo el mundo; sino que, en los particulares tiempos de la historia de la salvación en que nos toca vivir, existe también en la Iglesia una verdadera necesidad de la verdad… de que se dilucide lo controvertido, de que se desenmascaren los errores viejos que pululan con rótulos nuevos, de que se proclame explícitamente la verdad, de que se pongan a salvaguarda los valores auténticos y tradicionales como corresponde, con la renovación y actualidad necesaria. De aquí la importancia del Proyecto del cual celebramos el vigésimo aniversario.
Es el apostolado intelectual bien entendido y que se ejerce mediante actividades intelectuales y entre los intelectuales (pensadores, hombres de ciencia, investigadores, etc.) el que ejerce de por sí un influjo sociocultural y un servicio eclesial que no solo es necesario, sino que es incomparable, insustituible… irreemplazable.
En este sentido, nuestro Instituto, nacido para evangelizar la cultura, tiene delante de sí un campo de acción y una responsabilidad tan grande como el ancho mundo. Y si bien esto se hace de muchas maneras, siempre debe estar incluido y de manera fundamental y primaria el asumir e iluminar con la verdad[11] aun los campos más difíciles o de primera línea, donde ha habido o hay confrontaciones: en los cruces de ideologías y en las trincheras sociales, entre las exigencias del hombre y el mensaje cristiano[12]; allí es necesario hacer llegar nuestra acción evangelizadora.
De aquí que todos deberíamos ser conscientes del puesto que este apostolado (del Proyecto Cultural Cornelio Fabro) debe ocupar en el conjunto de nuestros compromisos.
Entonces surge la objeción –difundida incluso entre muchos miembros de la Iglesia– de que si trabajamos en el campo intelectual corremos el riesgo de alejarnos del mundo real y minusvalorar la preferencia del apostolado “urgente” entre los pobres, los inmigrantes, del cuidado del medioambiente, etc. y de una activa solidaridad con los “sin voz”. Efectivamente, mal podremos servir a los hombres (entre ellos también a los pobres) si no tenemos contacto con ellos y si nos falta un mínimo de experiencia acerca de su vida o de “olor de oveja”.
Pero no nos engañemos, no es menos cierto que, precisamente, para promover la justicia y servir a los pobres, tenemos también que dirigir nuestra actividad a aquellos que tienen responsabilidad o influencia en las estructuras o en lo que el derecho propio llama “los puntos de inflexión de la cultura”[13] y entre los cuales los hombres de pensamiento o ‘intelectuales’ tienen gran injerencia social. Seremos buenos servidores en el apostolado social si tenemos sólida formación en el campo intelectual; sino nos será muy fácil descarriar. Esto lo hemos visto y no pocas veces.
Son los hombres de pensamiento, como Ustedes bien saben, “los principales ‘creadores’ de la cultura pues influyen de un modo incisivo en el comportamiento y en los modelos culturales de los hombres y de las sociedades. Son ellos, sobre todo, los que presentan a la sociedad ‘los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras, los modelos de vida de la humanidad’[14]”[15]. Esto lo dice nuestro derecho propio y lo decía también el Santo Papa Pablo VI.
Por eso, el Padre Espiritual de nuestro Instituto, San Juan Pablo Magno, decía allá por 1988: “Nuestro tiempo, marcado por grandes cambios socioculturales importantes, requiere urgentemente una evangelización de las inteligencias a todos los niveles del saber. Por ello –sigue diciendo el Papa– sin dejaros influenciar por ninguna duda, habéis de permanecer rigurosamente fieles a vuestro carisma”[16] (y agrego yo) así como también a ese sentido audaz de dar una respuesta convincente “a partir de la metafísica del ser a los desafíos que llegan desde las distintas corrientes filosóficas”[17].
La soledad del hombre moderno y la nostalgia de una respuesta que dé sentido a la existencia deben ser un estímulo en orden a un celo pastoral cada vez más ardiente y efectivo. Si bien hoy en día se requiere la mayor seriedad intelectual posible para cualquier actividad apostólica (sin que todo se reduzca, evidentemente a eso) también se exige gran sensibilidad pastoral.
Por eso también, es necesario que nuestra actividad intelectual llegue al “hombre tecnológico, que pone toda su confianza y todo su interés en la ciencia y en la técnica para alcanzar el máximo bienestar y después se halla vacío”[18], que destierre de raíz el relativismo que atenta contra las conciencias[19], que llegue al hombre que hace ostentación de su increencia, que llegue también, por qué no, al eclesiástico que se aleja de la pureza de nuestra fe arrastrado por doctrinas extrañas[20], como dice el Apóstol.
El apostolado intelectual no puede ni debe quedar circunscripto jamás dentro de los límites de una biblioteca, sino que debe diseminarse, debe propagarse, ya que como dice el Directorio de Espiritualidad: “el campo de nuestra acción no tiene límites de horizontes”[21] y ese creo yo, es el gran desafío para el futuro del Proyecto Fabro. Por así decir, “hacerlo llegar” … cada vez más… En una palabra, hay que hacer partícipe al mundo del gran tesoro que se nos ha legado.
Pues es así… el apostolado intelectual bien entendido, es un apostolado con una clara y auténtica misión eclesial. De allí la urgencia de que haya miembros dedicados a trabajar y a difundir este proyecto que ha sido señalado en el último Capítulo General como proyecto “definitivamente prioritario”[22].
Y en verdad, en mi humilde entender, yo creo que no se respetaría la dimensión intelectual inherente a nuestras opciones apostólicas preferenciales, si no se dedicara un significativo número de miembros a trabajar en un apostolado explícitamente intelectual –hablando en términos generales (como se está haciendo en estos momentos aquí en Fossanova)– y específicamente en este proyecto, como en cualquier otro proyecto que promueva el tomismo esencial. Ya que eso –como sabemos– está implicado en uno de los elementos no negociables adjuntos a nuestro carisma.
No quiero decir con esto que el Instituto deba dar un vuelco completamente hacia lo intelectual, sino que es innegable que éste ocupa para nosotros un puesto relevante al momento de evangelizar la cultura. De esto se sigue el incondicional apoyo que este tipo de apostolado amerita de parte nuestra y de todos los miembros de nuestra Familia Religiosa (y no nos debemos cansar de insistir en este sentido, aunque tengamos incomprensiones, aunque tengamos que defenderlo e imponerlo); y el acompañamiento que requieren los religiosos empleados en dicha tarea.
Pues se entiende y es claro que quienes se dedican exclusivamente a la investigación de la verdad, a la enseñanza y a disipar las tinieblas de la ignorancia a través de la difusión de la verdad, están cumpliendo un oficio estrictamente pastoral, y del más cualificado.
2. La ciencia una exigencia
Es por eso que dice nuestro derecho propio que esto no es sólo tarea de los especialistas o sólo de los miembros dedicados a trabajar en el Proyecto Fabro. Es algo que nos incumbe a todos.
Todos nosotros, como sacerdotes, habiendo recibido el oficio y la misión de Cristo de enseñar la Verdad –enseñad a todas las gentes[23]– necesitamos “estar muy atentos a los ‘signos de los tiempos’ para iluminar a las almas en el tiempo y momento que lo necesitan”[24] (esto es cita del derecho propio) por eso es necesario no sólo formarse esporádicamente, sino permanentemente; es más, el sacerdote debiera ser en cierta manera un pensador para discernir las vicisitudes humanas que la Providencia dispone o permite a fin de luego poder predicar bien.
El Papa Pío XI en una de sus encíclicas enfatizaba esto mismo al decir que “quedaría incompleta la imagen del sacerdote católico […] si no destacáramos otro requisito importantísimo que la Iglesia exige de él: la ciencia”[25].
Hoy en día vemos como “sin una sólida preparación no pocos presbíteros son devorados por el mundo; y la propia pastoral termina haciéndose trizas”[26].
Por eso remarca el Magisterio de la Iglesia, que “es menester […] que el sacerdote, aun engolfado ya en las ocupaciones agobiadoras de su santo ministerio, y con la mira puesta en él, prosiga en el estudio serio y profundo de las materias teológicas, acrecentando de día en día la suficiente provisión de ciencia, hecha en el seminario, con nuevos tesoros de erudición sagrada que lo habiliten más y más para la predicación y para la dirección de las almas. Debe, además, por decoro del ministerio que desempeña, y para granjearse, como es conveniente, la confianza y la estima del pueblo, que tanto sirven para el mayor rendimiento de su labor pastoral, poseer aquel caudal de conocimientos, no precisamente sagrados, que es patrimonio común de las personas cultas de la época; es decir, que debe ser hombre moderno, en el buen sentido de la palabra, como es la Iglesia, que se extiende a todos los tiempos, a todos los países, y a todos ellos se acomoda; que bendice y fomenta todas las iniciativas sanas y no teme los adelantos, ni aun los más atrevidos, de la ciencia, con tal que sea verdadera ciencia”[27].
“Evangelizar la cultura quiere decir ‘hacer’ cultura cristiana, y esto supone tener cultura”[28]. Sin estudio, sin conocimiento de la cultura moderna, es imposible un diálogo con el mundo. Por eso hemos visto cómo a lo largo de la historia la Iglesia misma, después de haber conservado y salvado los tesoros de la cultura antigua nos ha hecho ver en sus más insignes Doctores cómo todos los conocimientos humanos pueden contribuir al esclarecimiento y defensa de la fe católica, de entre los cuales se destaca “el insuperable maestro Tomás de Aquino”[29] a quien el P. Cornelio Fabro supo interpretar tan magistralmente.
Por eso el mismo P. Fabro –sacerdote y religioso– se nos presenta en este aniversario como ejemplar por su insigne labor en este campo privilegiado en favor de la Iglesia.
[Peroratio] Por eso quisiera animarlos a todos, entonces, a continuar con crecido ímpetu misionero la magnífica labor que ya se realiza. Creo yo que de todos los apostolados que realiza el Instituto, quizás el que más produce, tangible y cuantitativamente hablando, es el Proyecto Cultural Cornelio Fabro. Pues es el apostolado que bajo la guía del enorme filósofo y teólogo de Flumignano entabla como ningún otro, un auténtico diálogo con la cultura contemporánea.
“Cristo, decía Pablo VI en una frase magistral, se ha hecho contemporáneo a algunos hombres y ha hablado su lenguaje. La fidelidad a Él requiere que continúe esta contemporaneidad”[30]. Esta es a mi modo de ver, la gran tarea que realiza el Proyecto Cultural Cornelio Fabro, y es, al mismo tiempo, el gran desafío que tiene por delante.
Por eso, una vez más, no solo los felicitamos, sino que los demás miembros les estamos muy agradecidos y les auguramos un futuro pleno de bendiciones y logros en favor de la causa del tomismo vivo.
Que a través de todos nosotros y en especial, de la labor del Proyecto Cultural Cornelio Fabro, Cristo sea cada vez más contemporáneo a todos los hombres.
Que la Santísima Virgen nos conceda esta gracia.
[1] Papa Francisco, Homilía del Jueves Santo, (2 /4/2015).
[2] Ibidem.
[3] Cf. Papa Francisco, Homilía Capilla Santa Marta, (19/6/2013).
[4] Papa Francisco, Audiencia a los sacerdotes del internado San Luis de los Franceses de Roma, (7/6/2021).
[5] Papa Francisco, Discurso a los jóvenes en el encuentro ecuménico en la Iglesia Luterana de San Carlos, Tallin, (25/9/2018).
[6] Cf. Papa Francisco, Homilía del Jueves Santo, (2 /4/2015).
[7] Constituciones, 178.
[8] Evangelii Gaudium, 102: “la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales constituyen un desafío pastoral importante”.
[9] 2 Co 10,5.
[10] Cf. 76.
[11] Cf. Directorio de Formación Intelectual, 57.
[12] Cf. San Pablo VI, A los jesuitas, 1975.
[13] Constituciones, 29.
[14] Evangelii Nuntiandi, 19.
[15] Directorio de Evangelización de la Cultura, 214.
[16] San Juan Pablo II, A los hermanos de la instrucción cristiana de Ploërmel, (25/3/1988).
[17] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 202.
[18] San Juan Pablo II, A los hermanos de San Juan de Dios y a los Camilos, (7/5/1987).
[19] San Juan Pablo II, A la Unión internacional de superioras generales en Roma, (14/5/1987).
[20] Hb 13,9.
[21] 87.
[22] Notas del VII Capítulo General 2016, [104].
[23] Mt 28,19.
[24] Directorio de la Predicación de la Palabra de Dios, 126.
[25] Ad Catholici Sacerdotii, 45.
[26] Cf. https://www.infocatolica.com/?t=opinion&cod=42638
[27] Ad Catholici Sacerdotii, 45.
[28] Directorio de Formación Permanente, 57.
[29] Ibidem.
[30] Directorio de Formación Intelectual, 54.