se hace creíble la inmortalidad de la dicha
[Exordio] Estamos aquí reunidos para celebrar la solemnidad más importante del Instituto del Verbo Encarnado, que a decir verdad es la verdad primordial y fundamental de que la Segunda Persona de la Trinidad se hizo hombre. Y por lo tanto, esta ocasión es solemnísima para toda la Iglesia católica.
Dado que aquí estamos los religiosos de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado, algunos miembros de la Tercera Orden, los jóvenes de las Voces del Verbo y amigos muy queridos de nuestros Institutos me pareció que sería bueno, ya que estamos en la intimidad de nuestra familia, reflexionar sobre una frase que aparece dos veces en los documentos principales de nuestro derecho propio que son las Constituciones y el Directorio de Espiritualidad y que a su vez repite precisamente el Directorio de la Tercera Orden. La frase es esta: “Basados en el misterio de la Encarnación, obrado por el Espíritu en María Virgen, debemos cantar siempre las misericordias de Dios[1] porque ‘por la Encarnación del Verbo se hace creíble la inmortalidad de la dicha’[2], debemos tener clara conciencia de que sin Jesucristo nada podemos[3], y debemos propender con todas nuestras fuerzas a adelantar siempre en la virtud”[4].
Expliquemos un poco que significa esto.
1. Basados en el misterio de la Encarnación, obrado por el Espíritu en María Virgen
Como Ustedes saben, Jesús en su primera venida, se encarnó en el seno purísimo de la Virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo. El texto latino dice: et Verbum caro factum est , de ahí las iniciales que Ustedes ven en el escudo del Instituto y que quiere decir: y el Verbo se hizo carne[5]. Basados, o mas bien, anclados en este misterio, nosotros como Familia Religiosa queremos “lanzarnos osadamente a restaurar todas las cosas en Cristo[6]”[7], es decir, hacer que Cristo reine, primero en nuestras almas, y luego en las demás almas y en el mundo entero, esto es, en la cultura, en las familias, en la educación, en los medios de comunicación social y los hombres de pensamiento… en todo[8].
Ahora si bien “la obra de la Encarnación es común a las tres divinas personas, esta se atribuye específicamente al Espíritu Santo”[9] y esto por tres motivos: 1º) porque tiene por causa el máximo amor de Dios: de tal modo amó Dios al mundo que le dio a su Unigénito Hijo[10], dice el Evangelio de Juan; 2º) porque la naturaleza humana no fue asumida por mérito propio, sino por la sola gracia, la cual se atribuye al Espíritu Santo; y 3º) porque Jesucristo es el solo Santo e Hijo de Dios, por eso dice el Evangelio de Lucas: lo que nacerá de ti será Santo, será llamado Hijo de Dios[11].
Y esto ¿qué tiene que ver con nosotros? podría preguntar alguno. Bueno esto tiene varias implicancias para nosotros, no solo para los religiosos sino también para Ustedes. En primer lugar nos debe llevar a “obrar movidos por el Espíritu Santo teniéndole suma docilidad”[12]. Para lo cual es necesario tres cosas, presten atención:
- “Atención a las inspiraciones del Espíritu Santo, para lo cual hay que trabajar contra la habitual disipación, la falta de mortificación y los afectos desordenados”[13].
- “Discernimiento de espíritus para aceptar y secundar las mociones del Espíritu Santo y rechazar las del mal espíritu”[14].
- “Docilidad y prontitud en la ejecución de lo que pide el Espíritu Santo porque los cálculos lentos son extraños a la gracia del Espíritu Santo’[15]”[16].
Este “estar basados en el misterio de la Encarnación” implica también el vivir las bienaventuranzas evangélicas[17], que es lo que el Verbo Encarnado nos vino a enseñar; es decir, hay que ser pobres de espíritu, mansos, misericordiosos, limpios de corazón… Y, por último, también de este misterio se desprende que así como la Virgen “dio su ‘sí’ en calidad de esclava”[18] y entonces el Verbo tomó forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres[19] en sus entrañas purísimas, así también nosotros hacemos un voto de esclavitud a la Virgen[20]. ¿Me van entendiendo?
La segunda parte de la frase dice:
2. Debemos cantar siempre las misericordias de Dios
¿Y por qué cantar? Porque “el canto brota de la alegría, y, si lo miramos bien, nace del amor: el obrar es propio del amor. El que sabe, pues, amar la vida nueva, que Cristo nos vino a traer al hacernos hijos de Dios, sabe también cantar el cántico nuevo”[21]. Pues es en la Encarnación del Verbo donde se manifiesta muy patentemente la Misericordia de Dios. De hecho, una de las letanías de la Divina Misericordia honra a Dios diciendo: “Divina Misericordia, descendiendo a la tierra en la Persona del Verbo Encarnado, en ti confío”.
Por eso es propio nuestro, escuchen bien, “alabar y agradecer, a cantar y alegrarse en el Dios Poderoso, Santo, Misericordioso, Salvador y Fiel”[22], “aun en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas”[23].
San Juan de Ávila, un santo español, doctor de la Iglesia entendió esto muy bien, pues decía: “Si le dejásemos a su corazón hacer lo que quiere por nosotros, todo sería hacernos misericordia, porque a Él propio le es hacer misericordia; si castiga, como forzado castiga, y fuera de su condición: No aflige por gusto, ni de grado acongoja a los hijos de los hombres[24]. Cuando abate Dios a uno, no lo hace de corazón, sino como forzado; como padre que ve a su hijo ser malo, castígalo con amor y el hijo hace que le castigue”[25].
Por tanto, el hombre, la mujer, el joven, la religiosa que vive en coherencia con su fe católica jamás dejará de cantar la infinita misericordia de Dios: cantaré eternamente las misericordias de Dios[26], dice el salmo.
Y esto nos lleva a la tercera parte de la frase del derecho propio que dice, citando a San Agustín:
3. Por la Encarnación del Verbo se hace creíble la inmortalidad de la dicha
En primer lugar debemos aclarar de qué dicha está hablando aquí San Agustín. Pues se trata de la verdadera dicha, de la que hemos de gozar en la vida eterna, del cielo, de la felicidad sin fin que nos consiguió el Hijo de Dios con su muerte y resurrección.
Por eso dice el Santo de Hipona que “si todos los hombres desean ser felices y es su deseo sincero, han de querer, sin duda, ser inmortales; de otra suerte no podrían ser dichosos”[27]. Porque la felicidad a la que aquí nos referimos no es una felicidad terrena, con peligro de perderse en cualquier momento, limitada, intermitente −de a ratos feliz, de a ratos infeliz−, nominal, solo de apariencias feliz pero sin ser verdadera, profunda y acabadamente plena.
No obstante los hombres cuánto nos afanamos en ser felices “según el mundo” o en este mundo efímero. Frente a lo cual, otro doctor de la Iglesia español, San Juan de la Cruz, nos dice (y esto conviene escucharlo con atención): “todos los deleites y sabores de la voluntad en todas las cosas del mundo, comparados con todos los deleites que es Dios, son suma pena, tormento y amargura. Y así, el que pone su corazón en ellos es tenido delante de Dios por digno de suma pena, tormento y amargura. Y así, no podrá venir a los deleites del abrazo de la unión de Dios [esto es, donde la dicha es inmortal], siendo él digno de pena y amargura”[28].
Por eso también la Virgen le decía a Santa Bernardita: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el próximo”.
Para que el hombre viva feliz plenamente es necesario que viva. Pero en esta vida, terrena y miserable, estamos de paso y por lo tanto cualquier ‘felicidad’ es pasajera y por más que durara cien años se ha de acabar con esta vida. El Verbo Encarnado nos ha conquistado la vida eterna, la verdadera vida, donde experimentaremos los deleites del abrazo con Dios. Porque, dicho en pocas palabras, “la vida no puede ser verdaderamente feliz si no es eterna”[29].
Ahora bien, el Hijo de Dios por naturaleza, se hizo hijo del hombre por compasión, por misericordia con nosotros los hijos de los hombres −porque eso es lo que significan las palabras el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, hombres−, de modo tal, que por su gracia, seamos hechos hijos de Dios −y por tanto, coherederos con Cristo[30]− y moremos un día en Dios, en quien y por quien únicamente podremos ser dichosos y partícipes de su inmortalidad. Para convencernos de esta verdad el Hijo de Dios se hizo partícipe de nuestra mortalidad, dice San Agustín[31].
Por eso en esta hermosa solemnidad el derecho propio nos invita a pensar: ¿Qué hay más indicado para reanimar nuestra esperanza tantas veces agobiada, sumergidos en la pesadumbre de nuestra existencia, tantas veces desconcertados, que el demostrarnos Dios su alto aprecio y el amor inmenso que nos tiene? ¿Existe prueba más luminosa y convincente que esta condescendencia infinita del Hijo de Dios, bueno sin mutación, el cual, permaneciendo en sí mismo lo que era (Dios) y tomando de nosotros lo que no era (la naturaleza humana) se hizo uno de nosotros, y llevó sobre sí nuestros pecados, sin haber Él cometido culpa; para que así, creyendo nosotros en el exceso de su amor y esperando contra toda esperanza, nos pudiera otorgar, por pura liberalidad, sus dones sin mérito alguno nuestro?[32].
Por eso todas las aflicciones que podamos tener en esta vida, las noches oscuras y las perplejidades que Dios permite que pasemos, las pérdidas familiares, las soledades bien densas, las críticas que nos tocan padecer, la pobreza misma, la enfermedad, el desbarate de nuestros planes, nuestras mismas miserias y pecados… todo eso se pierde como una gota en el mar frente al misterio inmenso de la Encarnación del Hijo de Dios que vino a darnos la dicha inmortal, la dicha que no se acaba, que es plena, que es inmensa y no se puede contener. Por eso decía el Apóstol: los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros[33]. Cualesquiera sean las cruces que padezcamos hay que saber que nos preparan un peso eterno de gloria incalculable[34].
Contemplando un día el inmenso misterio de amor que hoy celebramos y que nos identifica como miembros de esta Familia Religiosa, decía San Juan de la Cruz:
“¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y gloria, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes, hechos ignorantes e indignos!”[35]. Lo cual quiere decir, cómo es que nos entretenemos con bajezas, con los brillos de este mundo, y ponemos el corazón en miserias si hemos sido llamados para la dicha inmensa… para el cielo mismo donde seremos transformados en la hermosura misma de Dios[36] y nos embriagaremos en el amor, escondidos para siempre en el pecho[37] adorabilísimo de Cristo, el Hijo de Dios. La Encarnación del Verbo nos dice que nuestro lugar es en el cielo, en el mismísimo Corazón de Cristo donde se hallan todos los deleites.
“Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta”[38], sigue diciendo San Juan de la Cruz, porque precisamente “para que pudiese venir a esto la crió [Dios] a su imagen y semejanza[39]”. Por eso sigue diciendo el derecho propio:
4. Debemos tener clara conciencia de que sin Jesucristo nada podemos[40], y debemos propender con todas nuestras fuerzas a adelantar siempre en la virtud
Ese es el mensaje de la Encarnación del Verbo para cada uno de los miembros de esta Familia Religiosa, aquí o donde quiera que se hallen, sean religiosos o laicos, contemplativos o apostólicos y cualquiera sea el campo de misión que la Providencia les haya asignado. Porque lo nuestro es “ser otra Encarnación del Verbo”[41] imitando de veras al Verbo Encarnado; trabajando no por cosas efímeras o pasajeras, sino por la obra más divina entre las divinas’, que es la salvación eterna de las almas y la resurrección gloriosa de los cuerpos[42], y esforzarnos por alcanzar la perfección de nuestro estado[43].
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[Peroratio] Por eso, a la Madre del Verbo Encarnado, le pedimos en este día la gracia de tener siempre los ojos fijos en el cielo que su Divino Hijo conquistó para nosotros y que cualesquiera sean las circunstancias en nuestro peregrinar que nos ayude a cantar siempre con nuestras vidas más que con las palabras el cántico del hombre nuevo, que sólo pueden aprender los hombres nuevos, renovados de su antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes ya al Nuevo Testamento, que es el Reino de los Cielos[44].
¡Feliz día de la Encarnación del Verbo para todos!
[1] Cf. Sal 89,1.
[2] San Agustín, De Trinitate, XIII, 9.
[3] Cf. Jn 15,5.
[4] Constituciones, 39; Directorio de Espiritualidad, 12; Directorio de Tercera Orden, 17.
[5] Jn 1,14.
[6] Ef 1,10.
[7] Directorio de Espiritualidad, 1.
[8] Cf. Constituciones, 29.
[9] Directorio de Espiritualidad, 11.
[10] Jn 3,16.
[11] Lc 1,35.
[12] Directorio de Espiritualidad, 13.
[13] Cf. Directorio de Espiritualidad, 14.
[14] Directorio de Espiritualidad, 15.
[15] San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, II, 19.
[16] Directorio de Espiritualidad, 16.
[17] Cf. Directorio de Espiritualidad, 17.
[18] Directorio de Espiritualidad, 19.
[19] Flp 2,7.
[20] Cf. Directorio de Espiritualidad, 19.
[21] Cf. Directorio de Espiritualidad, 202.
[22] Directorio de Espiritualidad, 84.
[23] Constituciones, 30.
[24] Lm 3,33.
[25] Obras Completas, BAC, Madrid 1903, t. II, p. 398.
[26] Sal 88,2.
[27] De Trinitate, XIII, 8.
[28] Subida del Monte, 1, 4, 7.
[29] Ibidem.
[30] Directorio de Espiritualidad, 188.
[31] Cf. De Trinitate, XIII, 9.
[32] Cf. Ibidem.
[33] Rm 8,18.
[34] 2 Co 4,17.
[35] Cántico Espiritual B 39, 7.
[36] Cf. Cántico Espiritual B 36, 5.
[37] Cf. Cántico Espiritual B 37, 5.
[38] Cántico Espiritual B 39, 4.
[39] Gn 1,26.
[40] Cf. Jn 15,5.
[41] Directorio de Espiritualidad, 1.
[42] Directorio de Espiritualidad, 321.
[43] Constituciones, 378.
[44] Cf. Directorio de Espiritualidad, 200.