Vivir en un clima de alegría festiva

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Una de las sanas tradiciones que tenemos en el Instituto son las pizas de los viernes. Generalmente los viernes, después del tradicional ayuno al mediodía, las pizas a la noche son un manjar. Y también las noches de los viernes son noches de eutrapelia, donde hay una recreación un poco más larga y suelen ser muy divertidas.

Esto que parece una simple costumbre, un simple detalle en nuestra vida, tiene mucho que enseñarnos y conviene que lo aprendamos bien y es lo que el Venerable Fulton Sheen (un arzobispo americano que murió apenas en 1979) llama la “filosofía del placer”.

Si a nosotros nos preguntan si queremos ser felices, todos vamos a decir que sí. Y en seguida puede que alguno se imagine que ser felices es una como una carcajada interminable, o comer helado por siempre jamás, o ver al equipo de futbol de uno siempre ganando (no estaría mal)… sin embargo, Fulton Sheen dice que hay tres leyes para que ese placer que viene asociado a la felicidad se consiga mucho mas fácilmente.

Primera ley

 

La primera de esas leyes es que, si nosotros pensamos pasarla bien, no podemos planear nuestra vida solo con “buenos momentos”, divertidos, relajados. El placer es como la belleza; está condicionada por el contraste. Los fuegos artificiales por ejemplo no nos deleitarían si los lanzaran al mediodía; se aprecian justamente porque los lanzan a la noche. Si una mujer quiere lucir su vestido negro, y es inteligente, no se va a parar delante de un cortinado negro, sino de uno blanco. Es decir, el contraste es necesario para ayudarnos a ver cada cosa vívidamente.

El placer, la diversión, la delectación, según el mismo principio, se disfruta mejor cuando nos llegan como ‘un gustito’, un regalo, un descanso, en contraste con las experiencias que son menos placenteras o que requieren mayor esfuerzo: el ayuno, el estudio y el trabajo de una larga semana… ¿se entiende? Cometeríamos un gran error si todas las noches fueran noche de fiesta. Ninguno disfrutaría tanto las pizas si cada noche come pizas; ninguno disfrutaría los fuegos artificiales de la Navidad y año nuevo si todas las noches tuviésemos fuegos artificiales.

Lo divertido, el disfrutar de una situación divertida, resalta por contraste sobre algo que no es divertido. Si a un obispo, por ejemplo, un maestro de ceremonias distraído le pone la mitra saliendo para un costado (en vez de derechita) nos reiríamos; pero no nos causaría ninguna gracia si todos los obispos siempre tuviesen puesta la mitra. Por eso cuando un padre por ejemplo que nunca se disfraza aparece disfrazado nos morimos de risa; ahora, si siempre estuviese disfrazado, ya no nos sorprendería y no nos causaría gracia.

Por eso disfrutamos mas de la vida si incluimos ese requisito espiritual de incluir cierta mortificación y abnegación en nuestras vidas. Eso hace que no nos hartemos de las cosas divertidas; es como que mantiene la frescura y la alegría de vivir. La autodisciplina, la penitencia interna, la abnegación hace que uno después disfrute mucho mas de cualquier cosa simple que la Providencia nos ofrezca.

Segunda ley

 

La segunda ley, es muy simple y consiste en que lo placentero es más placentero después que hemos sobrevivido un momento de tedio o de dolor y esto hace que cualquier pequeño placer que podamos tener –haber llegado a la cima de la montaña, ganar un partido, aprobar un examen, ver la gente recibir los sacramentos en la misión popular, etc.– nos duren un montón. Y para eso uno se tiene que esforzar en lo que sea que se nos pida que hagamos y no abandonarlo a la primera dificultad. Lo habrán experimentado ustedes en la convivencia o en las salidas: uno empieza a disfrutar la escalada una vez que ha pasado esos primeros momentos de sentirse exhausto. O uno disfruta y se empieza a interesar en el oficio después que ha superado ese impulso de largar todo.

Tercera ley

 

La tercera ley del placer es la siguiente, presten atención: el placer, la diversión, la delectación es un subproducto (un producto secundario), no un objetivo. La felicidad en este mundo debe ser como nuestra dama de honor, no como nuestra esposa. Mucha gente en el mundo –y nos puede pasar a nosotros también– comete el grave error de apuntar directamente a alcanzar el placer en esta vida olvidándose de que el placer viene del cumplimiento de un deber o de la obediencia; porque todo hombre tiene que obedecer inevitablemente las leyes de la naturaleza, como uno obedece la ley de gravedad. Nosotros disfrutamos tomando un helado porque de algún modo estamos cumpliendo con esa obligación o ese deber impuesto por nuestra naturaleza que es el comer. Pero si comemos mas helado del que nuestro cuerpo puede soportar, ya no hay placer, hay dolor de panza. Por eso buscar el placer, la diversión, el goce, olvidándose de la obediencia y del propio deber, es perderlo, no es disfrutar.

Esto se los menciono porque como ustedes bien saben la alegría es “esencial en nuestra espiritualidad”1 así como también lo es “la práctica de la penitencia”2, sobre todo la penitencia interna –aclara el derecho propio–es decir, la penitencia que viene del sacrificio silencioso del cumplimiento del propio deber, de la práctica de la caridad generosa, de la penitencia que trae aparejada la convivencia diaria… ¿me entienden? Por eso decía Fulton Sheen, si la alegría no es común hoy en día es porque hay almas tímidas que no tienen la valentía de olvidarse a sí mismos y sacrificarse por el prójimo. ¿Ven la relación entre alegría y sacrificio? De aquí que el Directorio de Espiritualidad nos recuerde que nosotros estamos llamados a la práctica de las virtudes aparentemente opuestas

Por eso la alegría que debe caracterizarnos es una alegría espiritual, y por lo tanto se puede experimentar tanto en la prosperidad como en la adversidad, en los momentos placentero como en los momentos más duros. Si es en la prosperidad nuestra alegría no consiste en la delectación de los bienes que disfrutamos sino en aquellos bienes eternos que esperamos y que son aquellos que la polilla no puede comer, ni el herrumbre corromper, ni los ladrones nos los pueden robar. Y aun en la adversidad, en la prueba, en las dificultades esta alegría se puede experimentar sabiendo que Cristo murió en la cruz como condición para su Resurrección y reconociendo que, como dice el derecho propio, “su triunfo es nuestro triunfo, su victoria es nuestra victoria” y “no hay motivo de mayor alegría”3 y con eso seguir adelante siempre, ‘poniéndole rostro’ –como decimos nosotros– a todas las pruebas. Esa es la alegría que nos permite vivir con alegría festiva4.

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Con el canto a la Virgen, Causa de nuestra alegría, le pedimos la gracia de vivir como Ella en alegría permanente5, de saber alegrarnos juntos6, y de no ahorrarnos sacrificios para ser nosotros mismos causa de alegría para los demás, sin desanimarnos por las pruebas o por las cruces, sino al contrario aprendiendo a acuñar en el corazón la alegría de la cruz.

1 Directorio de Espiritualidad, 203.

2 Directorio de Espiritualidad, 99.

3 Directorio de Espiritualidad, 212.

4 Constituciones, 41; Directorio de Espiritualidad, 91.

5 Cf. Directorio de Espiritualidad, 212.

6 Cf. Directorio de Vida Fraterna, 42.

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