Amor a la Iglesia

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Amor a la Iglesia

[Exordio]

En el primer párrafo de nuestras Constituciones confesamos que Cristo “permanece en la Iglesia Católica gobernada por el sucesor de Pedro y los Obispos en comunión con él”1 y unos párrafos más adelante, en el número 7 decimos que “queremos amar y servir, y hacer amar y hacer servir a Jesucristo: a su Cuerpo y a su Espíritu. Tanto al Cuerpo físico de Cristo en la Eucaristía, cuanto al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia”. De donde se desprende que otro de nuestros grandes amores como sacerdotes del Verbo Encarnado, sea el amor a la Iglesia. Ya que nuestro amor y servicio a Jesucristo se identifican con nuestro amor y servicio a la Iglesia, porque no son dos amores sino uno sólo. Y de eso vamos a hablar ahora.

A modo de preámbulo debemos decir que la Iglesia es inseparable de Cristo.

En el orden divino nunca hay una kenosis sin un pleroma. Por eso Monseñor Fulton Sheen expresaba esta realidad con su exquisita pluma diciendo: “si la kenosis fue el vaciamiento de Cristo como Víctima, el pleroma2 de Cristo es la Iglesia. […] La Iglesia sin Cristo sería como un cáliz vacío; Cristo, sin la Iglesia sería como un rico vino que no se puede beber por falta de cáliz. […] Como no hay Mesías sin Israel, ni nacimiento de Cristo sin la Madre Virgen, ni hay Cristo sin su Iglesia, no hay tampoco plenitud de Cristo fuera de su Cuerpo Místico…La Iglesia es la personificación de Cristo, así como Cristo es la encarnación de Dios. Él es el Esposo, la Iglesia su Esposa”3.

De aquí que, “exista, un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización”4. Y así lo enseña nuestro Directorio de Espiritualidad cuando dice que “la realidad jerárquica y a la vez mística, visible y espiritual, terrestre y celestial, canónica y carismática, humana y divina, que es la Iglesia, por una profunda analogía ‘se asemeja al Misterio del Verbo Encarnado’5, ya que ‘Cristo mismo está Encarnado en su Cuerpo, la Iglesia67. Y también nuestro Directorio de Vida Consagrada señala: “el amor a Cristo Cabeza incluye el amor a su cuerpo, la Iglesia, con el que se identifica místicamente”8. Por eso, desde el Noviciado9 se nos ha inculcado el “amor a la Iglesia y a sus sagrados pastores”10 como partes de una misma realidad.

Nuestras Constituciones, a su vez, declaran con gran fuerza nuestra clara intención de “anonadarnos a los pies de la Iglesia …y obedecer por amor a Cristo … a quienes el Espíritu Santo ha puesto para gobernar la Iglesia de Dios”11 y afirmamos que es un “título de honor de nuestra Familia Religiosa la sumisión a la jerarquía eclesiástica”12. Ya que –como decía el Beato Pablo VI– “no se puede amar a Cristo sin la Iglesia, escuchar a Cristo, pero no a la Iglesia, estar en Cristo, pero al margen de la Iglesia”13.

Eso como para empezar.

1. La Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo

Desde su resurrección y para siempre la sagrada humanidad de Jesucristo vive una vida gloriosa e inmortal, que desde el momento de la ascensión se encuentra en el cielo y que regresará cuando ocurra su segunda venida”14.

Pero en el arco de los siglos que median entre la ascensión y la parusía vive aquí en la tierra su vida mística. En efecto, así como el Verbo asumió una naturaleza humana para cumplir el designio de salvación, para prolongar ese designio a través de los tiempos elige otras naturalezas humanas para que la salvación llegue a todos los hombres, de todos los tiempos”15. Cristo mismo dijo: Mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo16.

Se desprenden entonces siete verdades acerca de este Nuevo Cuerpo de Cristo, su Cuerpo Místico17:

  • Para ser miembros de su Cuerpo Místico, debemos nacer en su seno. No es un nacimiento al modo humano, sino un renacimiento a través del Espíritu en las aguas del Bautismo que nos hace hijos de Dios. Por lo tanto, nuestra pertenencia a la Iglesia es por la fe y el bautismo18. San Juan de la Cruz con toda la profundidad y agudeza que lo caracteriza escribe en el Cantico Espiritual: “Esta es la adopción de los hijos de Dios, que de veras dirán a Dios lo que el mismo Hijo dijo por San Juan al Eterno Padre, diciendo: todas mis cosas son tuyas, y tus cosas mías19. Él por esencia, por ser Hijo natural, nosotros por participación, por ser hijos adoptivos. Y así lo dijo Él, no sólo por sí, que es la Cabeza, sino por todo su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. La cual participará de la misma hermosura del Esposo en el día de su triunfo, que será cuando vea a Dios cara a cara”20. Este es quizás un aspecto que a veces se nos olvida o pasa a segundo plano, pero que es una realidad: por ser hijos adoptivos de Dios, todas las cosas son nuestras, y un día participaremos de la hermosura de Dios.

  • La unidad entre éste, su Cuerpo Místico, y Él no se consigue cantando himnos en Su honor, ni celebrando reuniones benéficas en Su nombre, ni viendo la misa en el mismo canal católico, sino participando en Su vida: Yo soy la Vid, vosotros sois los sarmientos, quien mora en mí y yo en él, da mucho fruto21.

  • El Cuerpo Místico de Cristo como todos los seres vivientes, fue al principio pequeño, según lo dijo Él: Semejante a un grano de mostaza, pero “se perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos”22.

  • Otro aspecto: Una casa se construye empezando por el exterior y terminando en el interior, ladrillo a ladrillo; las organizaciones humanas se forman con la unión de hombres entre sí, pero siempre de lo externo a lo interno. El Cuerpo Místico de Cristo, en cambio, se forma desde el interior al exterior de la misma manera que se forma un embrión en el cuerpo humano. Así como Cristo recibió la Vida del Padre, nosotros recibimos la Vida de Él. Como Cristo mismo lo afirmó: A fin de que todos sean uno, como Tu, Padre, en Mí y Yo en Ti, a fin de que también ellos sean en nosotros, para que el mundo crea que me enviaste23. Donde se manifiesta el Espíritu Santo como Vivificador, ‘Señor y dador de vida’, como profesamos en el Credo24. “Él nos hace ser nuevas creaturas, edificadas por Dios: Sois coedificados en el Espíritu para morada de Dios25, y por esta renovación y purificación, y en El, podemos acceder al Padre: unos y otros tenemos el acceso al Padre en un mismo Espíritu2627

  • Nuestro Señor dijo que tendría un solo Cuerpo. Hubiera sido una monstruosidad espiritual que hubiese tenido muchos cuerpos o una docena de cabezas. Para mantenerlo unido, habría de tener un solo pastor, que, según lo dijo, apacentaría sus corderos y sus ovejas. …y habrá un solo rebaño y un solo pastor28. Por lo tanto, podemos decir que su Cuerpo Místico “es una comunidad orgánicamente estructurada29; ‘un pueblo reunido por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’3031. Y si es estructurada, entonces tiene una jerarquía que respetar.

  • Jesucristo proclamó que este Su nuevo Cuerpo no se manifestaría a los hombres antes del día de Pentecostés, en el cual enviaría a Su Espíritu de Verdad. …si Yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros32. Cualquier otra cosa que se empezase veinticuatro horas después de Pentecostés o hace veinticuatro horas puede ser perfectamente una organización, pero será una organización humana, con espíritu humano/mundano, pero no divino; es decir, sería como un hilo aislado, no conectado al Motor (con mayúscula) y por lo tanto, no será depositaria de la verdad. Juan de la Cruz era muy serio acerca de esto y por eso remarcaba esta misma doctrina diciendo: “por cuanto no hay más artículos que revelar acerca de la sustancia de nuestra fe que los que ya están revelados en la Iglesia”33.

  • La observación más interesante que hizo el Señor con respecto a Su Cuerpo fue la de que sería odiado por el mundo, como Él mismo lo fue. El mundo ama las cosas del mundo, pero odia lo que es divino. Pero como vosotros no sois del mundo, antes os he elegido del mundo, por eso os odia el mundo34.

Esas son entonces siete verdades del Cuerpo Místico de Cristo. Ahora bien, debemos también decir que Cristo revive su vida en la Iglesia. Y del mismo modo que Cristo fue Sacerdote, Profeta y Rey y tuvo la triple facultad de enseñar, gobernar y santificar, esos mismos poderes los comunica a su Cuerpo Místico. Lo cual tiene sus consecuencias:

  • Él es el Maestro infalible que dijo: Yo soy la Verdad, y el mismo que le dice a su Cuerpo Místico: Os enviaré… al Espíritu de Verdad, y os conducirá a toda la verdad35. Y a tal punto está Cristo identificado son su Iglesia, que quien escuche la palabra que proviene de su Iglesia escuchará la de Él mismo. Quien os oye a vosotros, a Mí me oye; quien os rechaza a vosotros, a Mí me rechaza y quien me rechaza a Mí, rechaza a Aquel que me ha enviado36.

Por eso el Papa Pablo VI denunciaba: “No admitimos la actitud de cuantos parecen ignorar la tradición viviente de la Iglesia… e interpretan a su modo la doctrina de la Iglesia, incluso el mismo Evangelio, las realidades espirituales, la divinidad de Cristo, su Resurrección o la Eucaristía, vaciándolas prácticamente de su contenido y creando de esta manera una nueva gnosis…”37.

La verdad de Cristo es la verdad de su Cuerpo Místico y por eso es infalible, es verdad divina.

San Juan de la Cruz en su Subida al Monte, después de haber pulverizado las pretensiones de quienes buscan más revelación fuera o al margen o más allá de Cristo concluye enseñando: “que en todo nos hablemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de su Iglesia y ministros humana y visiblemente”38. Y en una de sus mejores cartas le dice a una de sus dirigidas: “¿Qué hay que acertar sino ir por el camino llano de la ley de Dios y de la Iglesia?”39.

  • Por otra parte, nuestro Señor, que es Rey, dijo: Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra40. Y ha transmitido ese poder a su Cuerpo Místico, al punto que sus preceptos son los Suyos; sus órdenes, las Suyas, como Él mismo lo afirmó: En verdad os digo que todo lo que atareis en la tierra, atado será en el cielo y todo lo que desatareis en la tierra, desatado será en el cielo41.

Es precisamente lo que San Ignacio prescribe en su 1.a regla para sentir con la Iglesia diciendo: depuesto todo juicio, debemos tener animo aparejado y prompto para obedescer en todo a la vera sposa de Christo nuestro Señor, que es la sancta madre Iglesia hieárchica42.

  • Finalmente, nuestro Señor es Sacerdote ya que nos redimió ante Dios con Su Muerte en la cruz. San Juan de la Cruz se refiere particularmente a este misterio, al misterio de que Cristo dio la vida por su Esposa la Iglesia. Así dice el santo poniendo en boca de Cristo los siguientes versos: “y porque ella vida tenga, yo por ella moriría”43. Y en el Cantico Espiritual sigue diciendo: debajo del favor del árbol de la Cruz, […] [fue] donde el Hijo de Dios redimió, y por consiguiente desposó consigo la naturaleza humana y consiguientemente a cada alma, dándola él gracia y prendas para ello en la Cruz”44. ¿Se dan cuenta? La sustancia eclesial está en la referencia a la naturaleza humana que redime y desposa consigo; y en ella, consiguientemente, redime y desposa a cada uno de los hombres, a “cada alma”, como le gusta decir al santo.

Por tanto, Cristo comunicó a su Cuerpo Místico esa santidad y este poder de santificar. Encargó a su Cuerpo Místico que bautizase, que celebrase el memorial de Su Muerte y que perdonase los pecados. A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos45.

2. Amor a la Iglesia

Digamos ahora como se manifiesta ese amor a la Iglesia que decimos que profesamos.

  • Esforzándonos por ser santos según el espíritu de nuestro Instituto:

Solamente el amor a Jesucristo, viviente en su Cuerpo Místico, en Su Iglesia, puede vencer el mal que inunda a nuestro siglo. Y por este amor a Cristo y a su Cuerpo Místico nosotros debemos consagrar nuestra “vida espiritual al provecho de toda la Iglesia”46 y dedicarnos a “trabajar según las fuerzas y según la forma de la propia vocación, ya con la oración, ya con el ministerio apostólico, para que el reino de Cristo se asiente y consolide en las almas y para dilatarlo por todo el mundo”47.

San Alfonso María de Ligorio, en una carta muy hermosa del 8 de agosto de 1754, en la que recomendaba el mantenerse en el primer fervor de la congregación fundada por él y denunciaba en algunos la falta de ese espíritu, decía: “Yo no sé a dónde irán a parar éstos, porque Dios nos ha llamado a esta Congregación para hacernos santos y salvarnos como santos. El que quiera salvarse en la Congregación, pero no como santo, yo no sé si se salvará”48.

Esforzándonos por ser santos contribuiremos a la santidad de la Iglesia. Pues, nuestra vocación “nunca tiene como fin la santificación personal. Más aún, una santificación exclusivamente personal no sería auténtica, porque Cristo ha unido de forma muy íntima la santidad y la caridad. Así pues, los que tienden a la santidad personal lo deben hacer en el marco de un compromiso de servicio a la vida y a la santidad de la Iglesia. Incluso la vida puramente contemplativa… conlleva esta orientación eclesial”49.

San Juan de la Cruz, contemplativo como nadie, fue un apóstol incansable, ya hemos mencionado antes la magnanimidad y variedad de sus trabajos apostólicos. Pero también en su época veía en su entorno gente que se movía excesivamente y que no acababa de comprender donde estaba la eficacia del trabajo apostólico y ministerial que estaban llevando a cabo. Por eso denunciaba el ‘activismo’ y presentaba el valor apostólico del más puro amor y así entonces afirmaba: “es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras juntas”50. Ya conocen también ustedes aquella frase del santo que cita el derecho propio: “Adviertan pues aquí los que son activos, que piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios si gastasen siquiera la mitad del tiempo en estarse con Dios en oración. Cierto entonces harían más y con menos trabajo… de otra manera todo es martillar y hacer poco más que nada y aun a veces daño”51.

Hay que resolverse firmemente −con voluntad de tercer binario; o con ánimo robusto decía San Juan de la Cruz− a alcanzar la santidad, particularmente por la práctica cada vez más profunda y consecuente de los votos religiosos, fidelísimos al espíritu de nuestro Instituto, siempre perseverantes y conscientes de que “si la santidad es alcanzable, es sobre todo porque es obra de Dios”52. De esa manera se gana mucho más por lo mucho que aprovecha e importa a la Iglesia, ese poquito de santidad53.

  • Sentir con la Iglesia:

Para esto, es imperioso el sentir y actuar “siempre con ella, de acuerdo con las enseñanzas y las normas del Magisterio de Pedro y de los Pastores en comunión con él”54 ya que hemos sido llamados a ser testigos de comunión eclesial (sentire cum Ecclesia) mediante “la adhesión de mente y de corazón al Magisterio de los Obispos, y de vivirla con lealtad y testimoniarla con nitidez ante el Pueblo de Dios”55.

Y es precisamente lo que se nos exhorta a hacer San Ignacio en la 13ª regla: Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia hierárchica assí lo determina, creyendo que entre Christo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo spíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Spíritu y Señor nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra sancta madre Iglesia56. Y es exactamente lo mismo que nos prescribe el Directorio de Espiritualidad en el número 312.

Sentir con la Iglesia implica rechazar el sectarismo. Tiene que haber una disposición de la mente y del corazón en el bautizado dispuesto siempre a seguir a aquél a quien el mismo Jesucristo puso como cabeza visible de su Iglesia, es decir, Pedro”57

Todos ustedes saben que este ha sido y sigue siendo el espíritu que nos ha sido legado: sentire Ecclesiam y sentire cum Ecclesia58. De eso depende la eficacia sobrenatural de toda nuestra actividad apostólica y si eso falta “traicionaríamos gravísimamente nuestro carisma”59. (Dar ejemplos instando a la docilidad a los obispos, a cooperar, a secundar sus iniciativas, a participar de los eventos de la diócesis, etc.)

La docilidad al Magisterio vivo de la Iglesia, de todos los tiempos, como Ustedes saben muy bien, es uno de los elementos adjuntos al carisma no negociable, y si no negociable, debe ser algo que nos distinga y nos caracterice.

Hay que ser conscientes de que “el apostolado es una realidad sobrenatural”60 y que por lo tanto su “fecundidad dependerá de nuestra unión con Dios y con la Iglesia”61. Todo “nuestro apostolado lo realizamos siempre ‘en nombre de la Iglesia y por su mandato, lo ejercemos en comunión con ella’6263. Proceder de otro modo es contrario a la Voluntad de Dios.

Ahora una aclaración. “La comunión en la Iglesia no es uniformidad”64, nuestra pequeña Familia Religiosa será tanto más útil a la Iglesia y a su misión, cuanto mayor sea el respeto de su identidad65 que –como todo don del Espíritu Santo– nos ha sido concedido con objeto de que fructifique para el Señor66. Eso hay que tenerlo claro. Porque no estaríamos amando a la Iglesia si por falsas razones nos deshacemos de los elementos esenciales que hacen a nuestro carisma que el mismo Dios ha inspirado para bien de su Iglesia; si recortamos las exigencias que implica el haber profesado nuestra consagración en este querido Instituto; si cambiamos −bajo capa de celo− algo del riquísimo patrimonio de nuestro Instituto. Eso ustedes llámenlo como quieran pero no es ni amor a la Iglesia ni amor al Instituto.

Explícitamente las Constituciones señalan citando al Código de Derecho Canónico: “En el ejercicio del apostolado externo los religiosos están sujetos también a sus Superiores propios y deben permanecer fieles a la disciplina del Instituto”67.

  • Practicando la caridad a Dios y al prójimo en concreto

Juntando entonces, “el perfecto amor de Dios con la caridad perfecta hacia el prójimo” debemos sabernos “totalmente consagrados a las necesidades de la Iglesia y de todos los necesitados” y consecuentemente impelidos a la misión.

Si nosotros decimos que el Verbo Encarnado que amó a la Iglesia y se entregó por ella68, y que nosotros queremos ser como otros Cristos, entonces debemos dedicarnos a la propagación de la Iglesia, “totalmente como a nuestro amor supremo”69. El testimonio es clave. Sin eso, la evangelización es superficial, de nombre nada más, porque no arrastra, no convence. La fidelidad a Dios, el sacrificio humilde y oculto, las muchas angustias sacerdotales que se guarda uno callado, el abandono a la voluntad de Dios, y la serena fidelidad aunque se vayan acabando las fuerzas y se vayan olvidando de uno, eso es testimonio luminoso.

Y en este sentido debemos insistir diciendo que una de las maneras mas efectivas por las cuales colaboramos con la misión de la Iglesia y particularmente con la evangelización de la cultura es precisamente esforzándonos por el amor que profesamos a Dios en alcanzar la santidad y amando a Dios, uniendo nuestra voluntad a las suya como hemos dicho de tantas maneras en estos Ejercicios.

La otra es concretizando ese amor a Dios en el amor al prójimo. Y en nuestro Instituto por la vida misionera que llevamos, por la vida comunitaria y el espíritu de familia con que hemos sido bendecidos, tenemos incontables maneras de poner por obra el amor que decimos tenemos a Dios.

Asimismo, recuerden que uno de los elementos adjuntos al carisma y no negociables son las obras de misericordia, justamente para ser testigos creíbles del amor de Cristo70. Y probablemente ninguno de ustedes o la mayoría de Ustedes no trabaje en un hogarcito con niños discapacitados, pero sí, todos se encuentran con pobres. Es decir personas necesitadas en el campo espiritual, psicológico o material, personas solas, que dependen de la caridad de la Iglesia y cuyos representantes somos nosotros. En ese campo tenemos una misión insustituible, que deriva de la virtud sobrenatural de la caridad. Esas son obras que hay que secundar y en las que hay que involucrarse. “La limosna es un acto de amor al prójimo por amor de Dios y yo creo que acá hay un elemento también esencial para tener un sano «sensus Eclesiae»”71. Entendida la limosna no solo como algo monetario, sino más bien, entendida como esa disponibilidad para ayudar a los demás y de darse uno mismo; es la actitud de apertura interior hacia el otro.

Como hilo conductor entre el amor a Dios y al prójimo, esta el celo apostólico del que hemos hablado anteriormente, la creatividad apostólica, y la magnificencia en las obras. No hay que tener mentalidad de quiosquito, olvidándose de que precisamente lo nuestro es “prolongar a Cristo en las familias, en la educación, en los medios de comunicación, en los hombres de pensamiento y en toda otra legítima manifestación de la vida del hombre” 72 y que también a nosotros nos toca evangelizar en los “areópagos modernos”.

  • Defendiendo a la Iglesia

Dice San Ignacio en su 9ª regla para sentir con la Iglesia: Alabar, finalmente todos preceptos de la Iglesia, teniendo ánimo prompto para buscar razones en su defensa y en ninguna manera en su ofensa73. Y en la 11ª regla: el diffinir o declarar para nuestros tiempos de las cosas neccessarias a la salud eterna, y para más impugnar y declarar todos errores y todas falacias.

Fulton Sheen decía: Hoy el Cuerpo Místico de Cristo se ha vuelto el blanco en un juego de dardos teológicos. Mientras los secularistas dicen que ‘Dios está muerto’, los necro-eclesiologistas proclaman que la ‘Iglesia está muerta’. Para algunos la Iglesia es demasiado santa; para otros, demasiado humana; como Caifás que rechazó a Cristo porque Él se decía Hijo de Dios, y Pilato lo crucificó porque no era lo suficientemente ‘uno con el Cesar’74.

Él escribía en la década de los 60-70s. Pero la situación no ha cambiado hoy en día. Por tanto, por amor a Cristo y a la Iglesia, depositaria de la verdad de Cristo, hay que predicar la verdad, definir, declarar para nuestros tiempo −como dice San Ignacio− las cosas necesarias para la salud eterna e impugnar y declarar los errores, “sin miedo a los verdugos que acechan a la Iglesia en todo tiempo”75.

San Juan Pablo II, el enamorado de la Iglesia decía: “Hay que dar testimonio de la verdad, aun al precio de ser perseguido, a costa incluso de la sangre, como hizo Cristo mismo […] Seguramente nos encontraremos con dificultades. Nada tiene de extraordinario. Forma parte de la vida de fe. A veces las pruebas son leves, otras muy difíciles e incluso dramáticas. En la prueba podemos sentirnos solos, pero la gracia divina, la gracia de una fe victoriosa, nunca nos abandona. Por eso podemos esperar la superación victoriosa de cualquier prueba, hasta la más difícil”76.

Por otro lado, no hay amor a la Iglesia si uno “sacrifica la verdad y la propia conciencia pretendiendo mantener una paz falsa, no contrariar al amigo, evitar algún problema o, en ocasiones, sacar ventaja con el silencio o con el aplauso”77 porque en definitiva eso es negociar con el mundo. Debemos estar convencidos que nuestra santa religión es verdaderamente una ayuda para el mundo si lo contradice.

La verdadera vida de un católico, de un sacerdote católico, no está hecha de actos de devoción rutinarios y aislados, sino de crisis, cuando se nos presentan por delante grandes opciones. Porque entonces tenemos la posibilidad de ser uno con la Verdad de Cristo o estar en su contra. Por eso estos son días maravillosos para estar vivo.

Nadie niega la confusión general, la falta de lucidez de algunos y la necesidad de pronunciarse clara y contundentemente sobre algunos puntos justamente de parte de quien le corresponde hacerlo. Pero miren, por ese mismo amor a la Iglesia, San Ignacio nos recomienda “abonar y alabar las costumbres de nuestros mayores […] porque dado que algunas no sean o no fuesen tales, hablar contra ellas, quier predicando en público, quier platicando delante del pueblo menudo, engendrarían más murmuración y escándalo que provecho; y assí se indignarían el pueblo contra sus mayores, quier temporales, quier spirituales”.

Por eso explícitamente el derecho propio nos manda a que “permanezcamos sordos cuando alguien nos hable prescindiendo del Papa, o no explícitamente en favor del Papa y de la sana y exacta doctrina de la Iglesia: los tales no son plantación del Padre Celestial, sino malignos retoños de herejías que producen fruto mortífero7879.

3. Escándalos

La última regla que pone San Ignacio para sentir con la Iglesia dice: “Sobre todo se ha de estimar el mucho servir a Dios nuestro Señor por puro amor80.

Desafortunadamente, eso −por distintos motivos− no siempre sucede. Por eso San José de Calsanz advertía: “¡Ay de los que destruyen con el ejemplo lo que predican con la palabra!”81. El riesgo siempre está: como el que se busca a sí mismo, o “el que busca agradar a los hombres más que a Dios”82, el que busca alabanzas, reconocimiento, asegurar su posición y transa con el mundo, o como el que “elige los apostolados según el rendimiento económico”83, “el que ve el sacerdocio como un escalafón” 84, el que ve y trata a la gente como clientes85 y los despacha sin mayor preocupación, rapidito, etc. Y esto no es que sea algo nuevo pues ya San Pablo le decía a los Efesios: no contristéis al Espíritu Santo86.

Pero es cierto que quizás una de las notas de la Iglesia más atacada en los últimos tiempos es precisamente aquella acerca de su santidad. Por eso quisiera decir una palabra acerca de los escándalos.

El comportamiento escandaloso de no pocos de sus miembros ciertamente que ha colaborado a desfigurar en la mente de las personas la belleza de la santidad de la Iglesia, o mejor dicho, representa una prueba para la fe en las personas acerca de la Iglesia, incluso para nosotros, justamente porque no se observa ese principio de San Ignacio: servir a Dios nuestro Señor por puro amor y así hemos visto sacerdotes, religiosos, misioneros, incluso algunos de alta jerarquía que se manejan por criterios mundanos, que se buscan a sí mismos y no el bien de las almas, que corren tras las modas del mundo y sus riquezas, que no arden en celo por Cristo sino que viven cómodamente como un vagos, que en vez de acumular con Cristo parece que desparraman87, que mezclan a Cristo con deidades paganas… y consecuentemente, atentan contra esa santidad que se espera de nosotros como embajadores de Cristo y miembros de su Iglesia.

Ya en el año 1950 Fulton Sheen decía: hay demasiados escándalos en el mundo católico. Maridos y esposas que son recíprocamente infieles; políticos católicos que son más deshonestos que otros sin religión; niños católicos que roban; jóvenes católicas que adoran las divinidades del mundo pagano […]; empresarios católicos que son egoístas, duros y completamente indiferentes a los problemas sociales y a los derechos de los trabajadores; etc.88 ¡Cuántos ejemplos más podríamos agregar hoy en día!

¿Qué significa esto? ¿Qué ahora la Iglesia es menos santa porque la malicia del pecado resalta más, porque hay mas variedad y gravedad en los pecados?

Cuando hoy en día vemos algunos que dejan la Iglesia, qué, ¿acaso eso prueba que la Iglesia no es el Cuerpo Místico de Cristo?; como si Cristo hubiese sido menos divino cuando en el evangelio leemos que todos le abandonaron y huyeron.

Ustedes saben bien que eso no es así. Hoy en día probablemente no vemos la santidad del Cuerpo Místico de Cristo como tampoco hubiésemos notado la gloria en su Cuerpo Físico cuando estaba sediento por ejemplo en el pozo de Jacob o cuando los soldados ‘jugaban’ con Él en el Pretorio de Pilatos y le insultaban y lo escupían. Si hubo escándalos asociados con la Vida Física de Cristo, al punto de que rezaba para que sus discípulos no se escandalizaren de Él, por qué nos sorprende que haya escándalos en su Cuerpo que es la Iglesia.

Jamás podemos pretender que su Cuerpo Místico, la Iglesia, se halle exento de escándalos porque Él mismo fue piedra de escándalo89. Fue un escándalo enorme para aquellos que lo sabían Dios, el verlo crucificar y experimentar una aparente derrota, en el momento en que sus enemigos lo desafiaban a dar prueba de su divinidad bajando de la Cruz.

Si la naturaleza humana de nuestro Señor pudo soportar tal aniquilamiento físico hasta constituirse en escándalo, ¿por qué pensar que su Cuerpo Místico deba permanecer impune a los escándalos si está formado por pobres mortales? Si Él permitió que el hambre, la sed, la muerte pudiesen afligir su cuerpo físico, ¿por qué no debería Él permitir que fallas místicas y morales, como la pérdida de la fe, el pecado, la herejía, los cismas, los sacrilegios y las defecciones pudiesen mellar su Cuerpo Místico? El que estos hechos sucedan no niega la naturaleza íntimamente divina de la Iglesia del mismo modo que la crucifixión de Cristo no negó que Él era Dios. Si tenemos las manos sucias, eso no quiere decir que todo nuestro cuerpo esté contaminado. Análogamente, los escándalos no pueden destruir su santidad “sustancial” del Cuerpo Místico como tampoco pudo la crucifixión destruir la integridad del cuerpo físico de Cristo. La profecía del Antiguo Testamento, verificada sobre el Calvario, decía que ni uno de sus huesos sería quebrado. Sí, decía que su carne colgaría de Él como gajos ensangrentados; que las heridas, como si fuesen bocas dolorosas, expresarían con sangre sus padecimientos; que las manos y los pies traspasados dejarían fluir torrentes de vida y de redención, pero su “Substancia”, sus huesos, quedarían intactos. Lo mismo ocurre con la Iglesia. Ni uno solo de sus huesos será quebrado; la substancia de su disciplina será siempre justa, no obstante la rebelión de algunos de sus discípulos; la substancia de su fe será siempre divina no obstante la carnalidad de algunos de entre sus fieles. Sus heridas jamás serán mortales, porque su alma es santa e inmortal, con la inmortalidad del amor divino, que, en lenguas de vivo fuego, descendió sobre su Cuerpo en el día de Pentecostés.

Cito aquí a Fulton Sheen: “Y ahora, para hablar de uno de los escándalos, déjenme que les pregunte: “¿Cómo es posible que un hombre tan perverso como Alejandro VI haya podido ser el Vicario infalible de Cristo y Jefe de su Iglesia?”. La solución está en el Evangelio. El Señor cambió el nombre de Simón en Pedro y lo constituyó en piedra sobre la cual habría constituido aquello que Él llamó su Iglesia. Hizo, en aquel entonces, una distinción que bien pocos han advertido alguna vez: El distinguió entre “infalibilidad” o inmunidad del error, e “impecabilidad” o inmunidad del pecado. La infalibilidad es la imposibilidad de enseñar el mal; la impecabilidad es la imposibilidad de hacer el mal. El Señor hizo a Pedro infalible pero no impecable.

Inmediatamente después de haber confirmado que Pedro tenía en su poder las llaves del Cielo y autoridad para atar o desatar, el Señor dijo a los Apóstoles que, Él debía marchar a Jerusalén y allí morir90. Y el pobre y débil Pedro, tan humano y orgulloso de su autoridad recientemente recibida, se avecina a Jesús y comienza a reprenderle: ¡Lejos de Ti, Señor! Eso no te sucederá91. Y entonces Jesús, volviéndose, dijo a Pedro: Quítateme de delante, Satanás; me eres de escándalo; porque no entiendes lo que es de Dios sino lo que es de los hombres92.

Así entonces vemos como poco antes, Pedro era llamado “Roca” y ahora ‘‘Satanás”.

Con esto Cristo le está diciendo a Pedro: “En tu condición de piedra sobre la cual edifico mi Iglesia, cualquier cosa que tú digas con la ayuda de Dios, será como roca preservada del error; pero, como Simón, hijo de Juan, como hombre, eres tan frágil en tu carne y tan predispuesto al pecado, que puedes volverte semejante a Satanás. En tu ministerio eres infalible, pero como hombre, Simón, eres pecador. Como Pedro, el poder que posees es hechura mía; como Simón, tu debilidad para pecar se debe a ti mismo”. Y eso lo debemos tener nosotros también muy presente.

¿Tan difícil es aprehender esta distinción entre el hombre y su función? Si un agente de policía, mientras dirige el tráfico, levanta la mano para cerrar el paso, nosotros nos detendríamos aun sabiendo que él, en su casa, golpea a su mujer. ¿Por qué? Porque hacemos la distinción entre sus funciones de representante de la ley y su persona.

Estoy seguro −dice Fulton Sheen− de que el Señor permitió la caída de Pedro, tras haberle concedido el don del supremo poder, para recordarle a él y a todos sus sucesores, que la infalibilidad formaba necesariamente parte de su función; pero que la virtud la tenía que conquistar por su esfuerzo personal, apuntalado por la gracia de Dios.

Sea dulce o monótona o persuasiva, o aun si mal pronunciada o con errores gramaticales la voz de Pedro, nosotros no tenemos en cuenta el tono de su voz sino el mensaje que nos anuncia: “¡habla, oh Señor, que tu siervo te escucha!93 Debe ser nuestra actitud.

Puede decirse, que seguramente aquellos que creen que lo saben todo acerca de los pocos sucesores malos de Pedro, no saben nada acerca de los muchos buenos pontífices que ha tenido la Iglesia Católica. La infamia de un hombre que ocupa una función de autoridad puede oscurecer a millones de santos. ¿Cuántos de esos que investigan a los Vicarios de Cristo durante el Renacimiento, quedándose solo en eso, profundizan sobre la historia de otros tantos durante los otros dos mil años restantes? ¿Cuántas de esas personas que se encargan de explotar la figura de esos pocos papas indignos, han admitido que, de los treinta y cinco primeros sucesores de Pedro, treinta y dos de ellos fueron mártires y tres fueron desterrados? ¿Cuántos de los que concentran su atención sobre el mal ejemplo de unos pocos, alguna vez admiten que de los 266 sucesores de Pedro (incluido el Papa Francisco), 82 han sido canonizados como santos y cada uno de los primeros 35 papas fueron canonizados? ¿Cuántos son los que pueden equiparar en sabiduría y prudencia a San Juan Pablo II por ejemplo? Quienquiera ataque a una tan numerosa legión de mártires y de santos y de estudiosos, debe estar completamente convencido de hallarse sin pecado para atreverse a levantar la mano sobre los pocos que revelaron el aspecto humano de tan alto oficio.

A todos esos críticos, Fulton Sheen les dice que, si son santos, puros, y sin culpa, que arrojen sus piedras. El Señor dijo que sólo quien se halle libre de pecado puede arrojar la primera piedra. Pero si no se encuentran en esa situación, entonces dejen entonces el juicio a Dios. Y si es que se hallan libres de pecado, entonces pertenecen a una raza distinta a la nuestra, porque nosotros sentimos brotar, desde el fondo del corazón, un grito que dice: Señor, ten piedad de mí, pecador.

Volviendo al escándalo de los malos católicos, recordemos que el Señor no esperaba que cada miembro de la Iglesia fuese más perfecto de cuanto lo fueron los apóstoles. Por eso, Él dijo que en el último día arrojaría fuera de su red al pez descompuesto. Algunos católicos pueden ser malos, pero eso no prueba que el Cuerpo Místico de Cristo es una porquería, del mismo modo que el hecho de que algunos compatriotas se hayan vendido a otro país, no hace que todos nuestros paisanos sean una raza de traidores. Nuestra fe acrecienta el sentido de responsabilidad, pero no fuerza a obedecer; aumenta la culpa, pero no impide el pecado. Si algunos católicos son malos, si algunos sacerdotes, obispos, misioneros son malos, no es porque son miembros de la Iglesia, sino al contrario: porque no saben vivir bajo la luz y gracia de la Iglesia.

Es interesante la psicología de aquéllos que se escandalizan por los malos católicos. Porque eso quiere decir que, en el fondo, ellos esperaban algo mejor de nosotros. Si esos que son malos gozan con el escándalo, es porque piensan que tienen mayor autoridad por pecar que cualquier otro que cae. Uno nunca escucha decir: “es un relativista perverso”, o bien: “es un humanista escandaloso”, o “es un gnóstico adúltero”, porque para empezar ninguno espera de ellos nada mejor. El horror que uno siente por la caída de algunos, es proporcional a la altura (o el grado) de virtud que se esperaba de esos. Entonces hay que estar agradecidos por el reconocimiento que nos hacen ante la caída de algunos de los miembros de la Iglesia y por no tolerar en nosotros las cosas que toleran en otros.

¿Podemos preguntarles a aquéllos que se escandalizan de las debilidades de la Iglesia a qué punto de perfección pretende que llegue la Iglesia, para que ellos sean miembros de la Iglesia? Porque evidentemente, algunos están de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, pero están horrorizados con el comportamiento de algunos. ¿Se dan cuenta que si la Iglesia fuera tan perfecta como la desean, no habría lugar para ellos? Y Fulton Sheen nos presenta la siguiente situación: Imagínese por un momento que el Cuerpo Místico de Cristo no tuviese ninguna debilidad moral; imagínense que un monje jamás hubiese quebrantado los votos sacerdotales para casarse con una monja y empezar una nueva religión, como ya ha sucedido; imagínense que un obispo jamás hubiera sido otra cosa que un hábil administrador, que ningún sacerdote haya dado un testimonio desedificante, que ningún fraile fuera obeso, que ninguna Hermana fuese nunca impaciente con un niño y que la santidad fuera automática como un cuentakilómetros; supongan que ninguno haya sido de motivo de escándalo de modo que los que están fuera de la Iglesia justifiquen el modo en el que viven… ¿habría sido esa la Iglesia en la que pensaba el Señor, si Él ha dicho que la cizaña sería segada con el grano, y que algunos de los hijos del Reino serían expulsados de sus confines? Si la Iglesia fuese perfecta, como la querrían quienes se escandalizan, su perfección nos condenaría a nosotros, que no somos santos. Un ideal tan elevado, a menudo repele en vez de atraer. Si la Iglesia, fuese santa de ese modo, no podría atraer a los pobres mortales como nosotros. Se desasirían las esperanzas para aquellos que no son santos o que están en pecado. El Cuerpo Místico con todos sus miembros perfectos seria una piedra de tropiezo. Y entonces, en vez de escandalizarnos nosotros de la Iglesia, la Iglesia se escandalizaría de nosotros, lo cual es mucho peor.

Si la vida del Cuerpo Místico hubiera sido triunfal, y una luminosa transfiguración en la cima del monte pero alejada de los dolores y los males de la humanidad, no podría nunca ser la consoladora de los afligidos y refugio de los pecadores. La Iglesia no es una idea lejana y abstracta, sino una madre y aunque se halle manchada con el polvo por su largo viaje a través de los siglos, y aunque algunos de entre sus hijos la hayan herido en el cuerpo y afligido en el alma, ha mantenido la alegría en su corazón para todos los hijos. Hay alegría en sus ojos por la fe que ha preservado; hay comprensión en su alma, porque entiende la fragilidad humana y sabe cómo alimentarnos para traernos de nuevo a la vida. Y estas cosas nos revelan por qué nuestro Señor eligió como su primer Vicario, no a un hombre santo como Juan, sino a un hombre débil, propenso al error como Pedro, para que a través de su fragilidad él, con la Iglesia de la cual era Jefe, pudiese comprender la debilidad de su grey, ser el Apóstol de la misericordia, y, en el más completo significado de la palabra, el verdadero Vicario del Salvador y Redentor del mundo, que vino, no para salvar al justo sino al pecador.

Si, es cierto, en general, el mundo tiene razón. Nosotros los católicos no somos en verdad como deberíamos ser y el mundo es como es, porque nosotros, los católicos, somos como somos. El Señor ha dicho: Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se logrará que recobre su sabor?94 . No hemos desilusionado al mundo sino a Cristo; y faltándole a Él, caemos en falta para con el mundo.

[Peroratio]

Debemos estar siempre convencidos de que como el mismo Verbo Encarnado nos aseguró: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella95. Y “así como perdura para siempre lo que en Cristo Pedro creyó, de la misma manera perdurará para siempre lo que en Pedro Cristo instituyó”96.

Esto quiere decir, que no debemos temer de que la infalibilidad se ausente; ni que Dios pueda ser destronado, ni que la transustanciación perezca, ni que los sacramentos desaparezcan. Lo que nos debe preocupar es que el mundo sea llevado de la mano por el error, que la barbarie pueda reinar, que la familia perezca, que la ley moral desaparezca. Y para que ello no suceda debemos trabajar como hombres cuya vocación no tiene sentido fuera de Dios y sus promesas, con gran valentía y firmeza en nuestra fe por hacer que Jesucristo reine. Él es la plenitud de toda vida y cultura auténticamente humanas. Y para eso nos ha reunido Dios en este Instituto.

Por tanto, lo nuestro siempre será: ni Cristo sin Iglesia, ni Iglesia sin Cristo. Y aquello otro: Cristo sí, Iglesia también.

Que la Madre de la Iglesia nos halle cada día más dedicados a amar y servir, y hacer amar y hacer servir a Jesucristo, en su Cuerpo Místico que es la Iglesia.

1 Constituciones, 1; op. cit. Lumen Gentium, 8.

2 La totalidad o la plenitud de Dios que mora en Cristo.

3 Ven. Arzobispo Fulton Sheen, Those Mysterious Priests, cap. 10. [Traducido de la versión en inglés]

4 Cf. Evangelii Nuntiandi, 16.

5 Lumen Gentiun, 48.

6 Ibidem.

7 Directorio de Espiritualidad, 244.

8 Cf. 255.

9 Cf. Directorio de Noviciados, 169.

10 Directorio de Noviciados, 162; op. cit. CIC, c. 652 § 1-2.

11 Cf. Constituciones, 76.

12 Directorio de Vida Consagrada, 26.

13 Ibidem.

14 Directorio de Espiritualidad, 226.

15 Directorio de Espiritualidad, 227.

16 Mt 28, 20.

17 Tomadas de Ven. Fulton Sheen, The Rock Plunged into Eternity, cap. 3. [Traducido del inglés]

18 Cf. Directorio de Espiritualidad, 227.

19 Jn 17, 10.

20 Cántico Espiritual, canción 36, 5.

21 Jn 15, 5.

22 Directorio de Espiritualidad, 229; op. cit. Cf. Act 10, 44ss.

23 Jn 17, 21.

24 Directorio de Espiritualidad, 233; op. cit. Símbolo Niceno Constantinopolitano, Dz 86.

25 Ef 2, 22.

26 Ef 2, 18.

27 Directorio de Espiritualidad, 235.

28 Jn 10, 16.

29 Cf. Lumen Gentiun, 11.

30 San Cipriano, De oratione Dominica, 23: ML 4,553. Cf. LG, 4.

31 Directorio de Espiritualidad, 227.

32 Jn 16, 7.

33 Subida al Monte, Libro 2, cap. 27, 4.

34 Jn 15, 9.

35 Jn 16, 13.

36 Lc 10, 16.

37 Alocución Consistorial (24/5/1976), L’OR (30/5/1976), p. 4.

38 Libro 2, cap. 22, 7.

39 Epistolario, Carta 19, A Dona Juana de Pedraza, 12 de octubre de 1589.

40 Mt 28, 18.

41 Mt 18, 18.

42 Ejercicios Espirituales, [353].

43 Romance, versos 262-263.

44 Cantico Espiritual B, canción 23, 3.

45 Jn 20, 23.

46 Directorio de Vida Consagrada, 24.

47 Cf. Ibidem.

48 Sumarium, p. 249-350; op. cit. en Rey-Mermet, El Santo del Siglo de las Luces, BAC Maior, p. 529.

49 Directorio de Vida Consagrada, 33.

50 Cantico Espiritual B, canción 29, 2.

51 Directorio de Espiritualidad, 220; op. cit. Cántico Espiritual B, canción 19, 3.

52 Cf. Directorio de Seminarios Menores, 35.

53 Cf. Cantico Espiritual B, canción 29, 2.

54 Directorio de Vida Consagrada, 25

55 Cf. Directorio de Vida Consagrada, 25.

56 Ejercicios Espirituales, [365].

57 Conferencia del 9 de noviembre de 1995, en la Iª Jornada sobre «Sensus Ecclesiae».

58 Aunque a lo largo y ancho de nuestro derecho propio aparece una y otra vez este concepto cito aquí algunos ejemplos de referencia: Constituciones 1, 210, 211, 231, 265, 266, etc.; Directorio de Espiritualidad, 227, 241-249, 256, 261-263, etc.; Directorio de Misiones Ad Gentes, 159; Directorio de Misiones Populares, 12-13, Directorio de Vida Consagrada, 260, 263-265, etc.

59 Directorio de Espiritualidad, 245.

60 Directorio de Vida Consagrada, 258.

61 Cf. Ibidem.

62 Cf. CIC, c. 675, §2 y 3.

63 Cf. Directorio de Vida Consagrada, 260.

64 Vita Consecrata, 4.

65 Directorio de Vida Consagrada, 320: “‘la gracia propia del fundador… (es) la de una fecundidad particular en la Iglesia’, que por medio de él, en el Espíritu, se concede a una Familia Religiosa para la edificación de la Iglesia según su modo peculiar de vivir la vida religiosa y el apostolado”.

66 Cf. Vita Consecrata, 4.

67 80; op. cit. Cf. CIC, c. 678.

68 Ef. 5 ,25.

69 Directorio de Vida Consagrada, 22.

70 Directorio de Obras de Misericordia, 8.

71 Conferencia del 9 de noviembre de 1995, en la Iª Jornada sobre «Sensus Ecclesiae».

72 Constituciones, 31.

73 Ejercicios Espirituales, [361].

74 Those Mysterious Priests, cap. 10.

75 Directorio de Espiritualidad, 316.

76 ¡Levantaos! ¡Vamos!, Parte VI.

77 Directorio de Espiritualidad, 253.

78 San Luis Orione, Cartas de Don Orione, Carta de Pentecostés de 1912, Ed. Pío XII, Mar del Plata 1952, 184.

79 Directorio de Espiritualidad, 312.

80 Ejercicios Espirituales, [370].

81 Cf. Constituciones, 112; op. cit. San José de Calsanz, Vida, cap. 31, sentencia 46.

82 Directorio de Espiritualidad, 108.

83 Ibidem.

84 Ibidem.

85 Cf. Ibidem.

86 Ef 4, 30.

87 Cf. Lc 11, 23.

88 Cf. The Rock Plunged into Eternity, cap. 5, Mensaje radiofónico del 29 enero de 1950.

89 Ro 9, 33.

90 Mt 16, 21.

91 Mt 16, 22.

92 Mt 16, 23.

93 Sam 3, 9.

94 Mt 5, 13.

95 Mt 16,18.

96 San León Magno, Serm. 3, 2, UTE, Torino 1968, 60.

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