Que todos los hombres descubran
el atractivo y la nostalgia de la belleza divina
Cf. Constituciones, 254, 257
Uno de nuestros compromisos fundamentales, que a veces puede pasar desapercibido o no ser entendido en toda su plenitud y potencial, es aquel contenido precisamente en nuestra fórmula de profesión por la que decimos que hacemos oblación a Dios de todo nuestro para que “todos los hombres descubran el atractivo y la nostalgia de la belleza divina”[1]. Frase sucinta en la que se halla implícita la desafiante y, a la vez, apasionante tarea de “saber llamar, enseñar, dirigir, acompañar y seleccionar las vocaciones presbiterales, diaconales, religiosas, misioneras y seculares”[2].
Estando a pocos días de celebrar el luminoso misterio de la Transfiguración del Señor, esta solemnidad parece recordarnos una vez más que el ícono del rostro transfigurado de Cristo sigue ejerciendo hoy en día un poderoso atractivo sobre incontables almas y que es nuestra tarea ineludible reavivar con gran fuerza, sobre todo en los jóvenes, esa profunda nostalgia de Dios, creando así el marco adecuado para que broten vocaciones como respuesta generosa.
1. Urgencia
No es novedad que “el problema vocacional constituye la urgencia fundamental de la Iglesia”[3] y, por lo tanto, también lo es para nuestro Instituto, porque el tema de las vocaciones “afecta a toda la Iglesia en una de sus notas fundamentales, que es la de su apostolicidad”[4]. Ya que las vocaciones son “una comprobación de su vitalidad espiritual y la condición misma de esa vitalidad. Son la condición de su misión y de su desarrollo”[5]. En verdad, “el problema de las vocaciones es un auténtico desafío que interpela directamente a los Institutos, pero que concierne a toda la Iglesia”[6]. En este sentido, entendemos que lo que se dice en términos de vocaciones acerca de la vitalidad y desarrollo de la Iglesia, se refiere no sólo a la Iglesia universal, sino también a cada una de las Iglesias particulares y, análogamente, también a nuestro Instituto.
Puesto que “la pastoral vocacional” –como muy bien define el Magisterio de la Iglesia– “es la misión de la Iglesia ‘destinada a cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones, en especial de las vocaciones al sacerdocio’[7]”[8]; en esa definición reconocemos el llamado “urgente a esforzarnos, mediante el anuncio explícito y una catequesis adecuada, por favorecer en los llamados a la vida consagrada la respuesta libre, pero pronta y generosa, que hace operante la gracia de la vocación”[9].
Esta urgencia se vuelve aún más apremiante sobre todo si uno escucha que “el promedio anual de las personas que dejan la vida religiosa es de más de 3.000 personas, unas 10 al día; lo que representa un 0.3% de toda la vida consagrada”[10].
Conscientes de que las vocaciones no son fruto de una generación espontánea ni de un activismo que cuenta solo con medios humanos, la pastoral vocacional, ha sido para la misión del Instituto, central. Simplemente porque entendemos que, si bien cada vocación es don de Dios, como todos sus dones, llegan a través de mediaciones humanas.
Por gracia de Dios, podemos alegrarnos de que el Instituto tenga muchas vocaciones en formación (unas 500) provenientes de unos 50 países diferentes, que no solo enriquecen la vida de nuestra Familia Religiosa en las distintas jurisdicciones e Iglesias particulares, sino que son un signo de la vitalidad de la vida religiosa en nuestro Instituto, así como el resultado del ministerio fiel y devoto de sus miembros.
Sin embargo, esto no quiere decir que el compromiso por suscitar y acompañar vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada hayan terminado. Explícitamente nos lo señala el derecho propio: “quisiéramos que Dios nos diese el don de poder descubrir y orientar tantas vocaciones que pudiésemos llenar todos los buenos seminarios y noviciados del mundo entero”[11].
Hoy como ayer sigue siendo actual “la llamada de Cristo: ven y sígueme”[12] y, por lo tanto, sigue siendo actual nuestra exigencia de una “labor con las vocaciones que sea activa, constante, llena de empuje y vitalidad, comprometida y urgida por la caridad de Cristo[13], y necesariamente opuesta a una mentalidad de ‘administración ordinaria o lentitud burocrática’[14], que espera negligentemente que las vocaciones golpeen a la puerta. Ya que Dios siembra a manos llenas por la gracia los gérmenes de vocación[15]”[16].
En un mundo que tan frecuentemente busca la realización en las comodidades materiales y en la manipulación del poder, en un mundo que se esfuerza por buscar la felicidad sin una clara referencia a Dios, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado debemos ser como señales indicadoras de valores más elevados, que muestre a nuestros contemporáneos que somos embajadores de Aquel que proclamó la verdadera ‘novedad’ de vida que ellos buscan cuando en la cima del Monte enarboló el estandarte de las bienaventuranzas. Por eso, el Padre Espiritual de nuestra Familia Religiosa con gran énfasis insistía a los sacerdotes y religiosos –monjes, hermanos, seminaristas– a preocuparse por suscitar vocaciones sacerdotales y por formarlas[17], a dedicarse a la maravillosa labor de la pastoral vocacional “con pasión y discreción”[18].
Esto que si bien es tarea de todos los sacerdotes –religiosos o no, contemplativos o no– y de todos los consagrados en general, es imperativo e “indispensable”[19] para nosotros, ya que la pastoral de las vocaciones “es intrínseca al fin de la evangelización de la cultura y al carisma del Instituto”[20]. Por tanto, ningún miembro del Instituto puede permanecer indiferente ni pretender que a él no le compete el rezar por esta intención y el suscitar vocaciones de especial consagración. En efecto, quien no haga algo, por mínimo que sea, por la pastoral vocacional jamás podrá gozar de aquella “ubérrima fecundidad apostólica y vocacional”[21] a la que aspiramos y su contribución a la causa de la evangelización se vería gravemente coartada, por más celo apostólico que tenga en otras áreas.
Destacamos aquí el rol preponderante que tienen en este sentido los contemplativos del Instituto, quienes tienen como misión especialísima el rezar por “el acrecentamiento en cantidad y calidad de las vocaciones sacerdotales y religiosas”[22] y de cuya fidelidad generosa y gozosa depende en gran parte la abundancia y calidad de las vocaciones para el Instituto y la Iglesia toda.
2. Un salto de calidad
Ahora bien, si de los miembros del Instituto se espera “una pastoral de propuesta, una pastoral incisiva”[23] en todas las áreas de apostolado, con cuánta mayor razón se aplican estos calificativos a la pastoral vocacional que, como ya se sabe, es una prioridad pastoral[24] y es una “dimensión obligatoria”[25] de todo plan pastoral. Lo cual le compete no solo a los ‘encargados’ en las distintas jurisdicciones, sino que debe ser considerado como uno de los objetivos primarios del Instituto y todos los miembros deben sentirse implicados en ello. Puesto que esos ‘encargados’ cumplirán su misión con tanta mayor eficacia cuanto más ayuden todos los miembros –según sus capacidades y oficios– a sentir como propio el compromiso por incrementar los sacerdotes y consagrados que hoy necesita la Iglesia.
La disminución de las vocaciones, o el abandono de muchos consagrados que mencionábamos anteriormente, hacía ya tiempo atrás que San Juan Pablo II se preguntase: “¿A qué se debe?”[26]. Entre las varias razones que él enumera, listamos las siguientes:
- “Es probable que los cambios culturales de nuestra época aporten cierta explicación, pero es necesario pensar también en el proceso de secularización que afecta a la vida religiosa. Y hay también una forma de presencia en el mundo que conduce lenta, pero inexorablemente, a la supresión de todo aspecto específico y perceptible de la vida religiosa. Este carácter específico consiste en ser un ‘signo de contradicción’, no contra el hombre sino contra lo inhumano de la sociedad contemporánea; no contra el universo humano moderno, sino para salvarlo. […] A veces la preocupación por un desarrollo humano mal entendido o un bienestar comunitario, y la existencia de cierto aburguesamiento, han debilitado la búsqueda de lo único necesario que debe constituir el testimonio de la vida religiosa”[27].
- “La crisis vocacional no debe atribuirse principalmente a una falta de generosidad por parte de los jóvenes, sino más bien al hecho de que no se percibe suficientemente en la vida religiosa un signo profético de la presencia de Dios, que es precisamente la dimensión primera de la vida religiosa”[28].
- “Las propuestas que tienden a ‘laicizar’ el ministerio y la vida sacerdotal, a sustituir a los ministros ‘sacramentales’ por otros ‘ministerios’, juzgando que responden mejor a las exigencias pastorales de hoy, y también a privar a la vocación religiosa del carácter de testimonio profético del reino, orientándola exclusivamente hacia funciones de animación social o incluso de compromiso directamente político”[29].
- Si los religiosos/sacerdotes “no dan testimonio de lo Trascendente […] si no son signo de lo que está más allá de este mundo y de su caducidad, y de lo que es mucho más elevado –las realidades divinas y escatológicas–, no podrán ejercer una auténtica atracción a la vida religiosa sobre los jóvenes”[30].
- La difusión de “opiniones erradas sobre el valor de la vida consagrada, que producen perplejidad y desorientación especialmente entre los jóvenes”[31].
- El hecho de que los sacerdotes/religiosos hacen “relecturas del Evangelio según los tiempos, conformándose a todo lo que el mundo pide”[32].
Por estas razones, y dadas las circunstancias históricas y culturales de nuestro mundo y las circunstancias particulares por las que atraviesa la Iglesia, nos sentimos compelidos a dar un salto de calidad en la pastoral vocacional del Instituto. Porque sin suficientes obreros de la mies, no nos será posible hacer realidad el mandato de Cristo: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura[33] (que es la razón misma de nuestra existencia y misión en la Iglesia) ni tampoco renovar cada día el sacrificio eucarístico: Haced esto en memoria mía[34].
Por tanto, la pastoral vocacional que intentamos no se agota en iniciativas ocasionales o extraordinarias, sino que intenta ser una preocupación constante de todos los miembros en todos nuestros apostolados. Ya que no obstante las dificultades actuales, es palpable que en todo el mundo hay jóvenes más que deseosos y abiertos a vivir un radicalismo cristiano auténtico, a entregarse y a dedicarse al servicio desinteresado por los pobres, por los enfermos, por los niños, etc., y nosotros debemos saber ver en las exigencias y deseos de esos jóvenes una interpelación e incluso una oportunidad para la misión de nuestro Instituto.
¿Cómo hacemos para que “todos los hombres descubran el atractivo y la nostalgia de la belleza divina”[35]?
Es lo que vamos a intentar responder en los puntos que siguen.
3. Atractivo por la fidelidad
Los jóvenes de nuestro tiempo tienen gran necesidad de la visibilidad y trasparencia espiritual de las comunidades religiosas. Por tanto, en la medida en que conservemos la fisonomía de nuestro Instituto, y seamos cada uno como una encarnación del carisma y espíritu de éste en las realidades que nos tocan vivir, los jóvenes van a sentirse especialmente atraídos.
Es lo que la experiencia nos ha demostrado: muy a menudo, el ejemplo de un religioso o de una religiosa actúa de modo decisivo en la orientación vocacional de un joven, quien descubre en la fidelidad, en la alegría que brota de “no anteponer nada a Cristo”[36] de ese religioso, la concreción de un ideal de vida. Lo hemos escuchado muchísimas veces: el ejemplo arrastra.
En este sentido señala el derecho propio que “los institutos religiosos deben mantener un sentido firme y claro de su identidad y misión propias”[37]. Cuanto más fervorosos sean los miembros del Instituto en practicar con convicción los no negociables adjuntos al carisma, en vivir con fidelidad los votos religiosos según el espíritu del Instituto, y en realizar todos nuestros apostolados propios con celo y en unión con el Verbo Encarnado y en comunión con los pastores y con pleno sentido eclesial, será inevitable –salvo permisión divina– un florecimiento de vocaciones para el Instituto y la Iglesia toda.
En otras palabras, estimamos que es determinante el ejemplo de “los religiosos y de los sacerdotes que viven serenamente día a día su vocación, fieles a los compromisos adquiridos, constructores humildes y escondidos del Reino de Dios, de cuyas palabras, comportamiento y vida irradia el gozo luminoso de la opción que hicieron… son precisamente… los que con su ejemplo aguijonearán a muchos a acoger en su corazón el carisma de la vocación”[38]. Predicando con el buen ejemplo se induce a los jóvenes a abrazar una vida de total consagración y servicio, porque sólo es posible engendrar espiritualmente nuevas vocaciones cuando se vive “firmes y fieles al llamado, a la vocación, por sobre cualquier otro reclamo de esta tierra”[39]. Y estamos convencidos de que el testimonio coherente de Cristo representa en sí mismo una propuesta vocacional.
Consecuentemente, como muy bien lo expresa el derecho propio: “todo antitestimonio, toda incoherencia entre cómo se expresan los valores o ideales y cómo se viven de hecho, toda búsqueda de sí mismo y no del Reino de Dios y su justicia[40], toda falsificación de la Palabra de Dios[41], “frecuentemente son obstáculos fuertes para aquellos que sienten la llamada de Cristo: ven y sígueme…”[42].
4. Atractivo por el radicalismo del Evangelio
“Hoy los jóvenes necesitan ver ejemplos vivos de aquellos que, dejándolo todo, han abrazado como ideal la vida según los consejos evangélicos”[43], decía San Juan Pablo II. Es decir, tienen necesidad de ver sacerdotes y religiosos del Verbo Encarnado, que aceptan con alegría, por amor a Dios, las privaciones aun en las cosas necesarias[44]; que estén dispuestos a vivir “el radicalismo del anonadamiento de Cristo y de su condición de siervo”[45]; que por morir al mundo estén “dispuestos al martirio por lealtad a Dios, lo que constituye el rechazo pleno y total del mundo malo”[46]; que estén dispuestos a dejar su familia para formar parte de la Familia del Verbo Encarnado; en fin, que vivan en “un proceso de continua conversión”[47] “resueltos a alcanzar la santidad”[48].
Entiéndase bien que es la sinceridad real en el seguimiento radical al Verbo Encarnado la que continuará atrayendo vocaciones a nuestro Instituto, ya que los jóvenes buscan precisamente esa radicalidad evangélica. En la medida en que los jóvenes nos conozcan más de cerca y nos vean generosos seguidores de Cristo y radicales en la opción que hemos hecho –dado que nuestro estilo de vida no ofrece recompensas materiales ni se acomoda a los modelos del mundo– se verán fuertemente atraídos al firme y apasionante reto de Cristo de dejar todo para seguirle.
Lejos de nosotros el hacer adaptaciones en nuestro estilo de vida o espiritualidad que nazcan de la relajación o lleven a ella. Eso no sólo significaría la pérdida del espíritu del Instituto, sino que sería una herida sangrante para nuestra misión en la Iglesia y un modo lamentablemente eficaz de ahuyentar nuevas vocaciones.
5. Atractivo por la alegría
Ya lo dice el derecho propio: el “testimonio de alegría suscita un enorme atractivo hacia la vida religiosa, es una fuente de nuevas vocaciones y un apoyo para la perseverancia”[49]. Pues es mediante un testimonio colectivo de consagración auténtica, vivida en la alegría de la entrega personal a Cristo y a los demás que los jóvenes se sienten atraídos.
Noten Ustedes que los sacerdotes, los diáconos, los contemplativos, los hermanos, los novicios, los seminaristas, todos absolutamente todos, tenemos una responsabilidad especial en el despertar y sostener vocaciones. Si damos un testimonio alegre de servir a Cristo; si contagiamos esperanza por la fe que nos anima, aun a pesar del cansancio del apostolado y de la lucha; si estamos de verdad entregados a las almas y somos capaces de enseñar a otros a rezar, ¿cómo podemos dudar de que surgirán vocaciones a nuestro alrededor? ¿Acaso no ha sido esa la experiencia de muchos de nosotros?
Si somos religiosos “tristes y desalentados, impacientes o ansiosos”[50], malhumorados o iracundos, poco y nada incitaremos a los jóvenes a abrazar el llamado de especial consagración. Hay que ser conscientes de que nuestro testimonio como religiosos “alienta o desalienta, suscita el deseo de Dios o constituye un obstáculo para seguirlo”[51]. Viéndonos a nosotros, los jóvenes tienen que percibir que “Dios no llama solo a una vida de sacrificio y de renuncias, sino también a una vida de íntima alegría y plenitud”[52]. Hay que persuadirse que los jóvenes están a la búsqueda de un Absoluto que un buen número de adultos y aun algunos religiosos son incapaces de revelarles. Por eso nuestra misión hacia ellos es indispensable, ellos esperan que nosotros los preparemos para una vida que valga la pena y que los pongamos en contacto con Cristo Transfigurado y su Evangelio que no pasa. Por tanto, es preciso hacer todos los esfuerzos posibles para que los jóvenes lleguen a poner a Cristo en el centro de su búsqueda y a seguir dócilmente su eventual llamada.
6. Atractivo por la caridad fraterna
La vida comunitaria es un elemento indisociable de la vida religiosa en nuestro Instituto y es para nosotros de una gran riqueza gracias al beneficio de la complementariedad de dones.
La simple austeridad de nuestras vidas unida a la caridad fraterna ardiente anclada en la riqueza interior de la obediencia es una de las condiciones para que florezcan por doquier las vocaciones en un mundo dominado por el consumismo y el egoísmo[53].
Por eso de cada uno de los miembros del Instituto se pide “un nuevo y decidido testimonio evangélico de abnegación y sobriedad, un estilo de vida fraterna inspirado en criterios de sencillez y de hospitalidad”[54]. Pero también y por sobre todo, la práctica de “la caridad fraterna, como en una verdadera familia”[55] ya que sin duda alguna los jóvenes se sienten atraídos por el descubrimiento de comunidades unidas en la caridad.
Queremos destacar aquí el gran valor de medio para suscitar vocaciones que tiene la práctica de la hospitalidad. Recordemos entonces que “en nuestras casas siempre que no afecte gravemente al orden interno de la casa y se respete el ámbito de clausura de los religiosos”[56] es muy deseable la práctica de esta obra de misericordia. Pues “no pocas veces hemos constatado que esta obra de misericordia ha llevado a muchas almas a la amistad con Dios por medio de la conversión o a descubrir su vocación de consagración al Señor”[57].
Ya lo decía San Juan Pablo II y nos parece que vale la pena enfatizarlo: “¿Queréis una clave de fecundidad apostólica? Vivid la unidad, fuente de una gran fuerza apostólica[58]. En la comunión fraterna está, en efecto, la garantía de la presencia de Cristo y de su Espíritu, para llevar a la práctica vuestras responsabilidades, siguiendo las reglas de vuestros institutos. La Iglesia necesita del ejemplo y testimonio de religiosos que vivan la fraternidad evangélica. […] Los jóvenes que llaman a vuestras puertas desean encontrar una vida eclesial que se caracterice por el fervor de la oración, por el espíritu de familia, por el compromiso apostólico. […] Sed capaces de acogerlos y guiarlos, cultivando con esmero las nuevas vocaciones, cuya búsqueda debe ser una de vuestras principales preocupaciones”[59].
Por tanto, cuanto más espíritu comunitario exista entre los miembros del Instituto, tanto más eficaz será nuestro ministerio. Allí donde hay comunidades vivas, allí donde los miembros conviven fraternalmente, es donde hay más vocaciones.
7. Atractivo por el servicio a los pobres
Lo nuestro, como ha quedado bien expresado en nuestras Constituciones, “es amar y servir, hacer amar y servir a Jesucristo… en especial, [en] los pobres”[60]. Por eso se nos manda “el privilegiar la atención de pobres, enfermos y necesitados de todo tipo… practicando concretamente la caridad”[61].
Abramos las puertas de nuestras misiones a los jóvenes para que puedan colaborar en nuestras actividades: catequesis parroquial, atención a los pobres, oratorios, misiones populares, voluntariados, visitas de casa, etc. Démosle la oportunidad de entregarse y dedicarse al servicio desinteresado de los pobres, de los más pequeños, de los necesitados y enfermos[62].
Cuán enriquecedora resulta la experiencia de los muchos jóvenes que han podido colaborar como voluntarios en los varios hogares que atiende el Instituto, en las misiones populares acompañando a los religiosos o colaborando de la manera que sea, o ayudando en las simples tareas parroquiales. De hecho, varios de los nuestros han descubierto su vocación precisamente luego de una experiencia así.
Por tanto, es de desear que cada vez más se involucre a los jóvenes en nuestros apostolados y que ellos perciban de cerca el olvido de sí del religioso por el bien espiritual del prójimo. Puesto que el testimonio sigue siendo la fuerza de atracción más convincente que disponemos. La idea es que viendo nuestras buenas obras los jóvenes sigan nuestros pasos para gloria de nuestro Padre que está en los cielos[63].
8. Atractivo por una formación sólida
Los jóvenes hoy como ayer buscan la certeza de la verdad que no pasa. Quieren entregar su vida al Señor, no que se la hagan despilfarrar. Por eso señala el derecho propio que “sin buena formación Dios no bendice con abundancia de vocaciones”[64]. Lo cual implica que hay “que hacer intensos esfuerzos por fomentar las vocaciones y procurar la mejor formación sacerdotal posible en los seminarios”[65].
En la actualidad el Instituto tiene unos 250 seminaristas mayores bajo el cuidado de unos 35 formadores, sin contar los profesores itinerantes que a menudo frecuentan los seminarios procurando la mejor formación posible, según las normas vigente de la Iglesia, como lo requiere la misión que nos ha sido legada en la Iglesia.
Asimismo, son unos 215 los sacerdotes que ya poseen un título académico obtenido en universidades pontificias y hay unos 30 más estudiando para obtenerlo (es decir, más de la mitad de los miembros sacerdotes posee alguna preparación académica de grado), lo cual en cierto modo implica una inversión del Instituto en la pastoral vocacional. Porque estamos convencidos de que la pastoral vocacional presupone y necesita también un cuidadoso y concreto seguimiento de las vocaciones. Y esto requiere que cada uno de los sacerdotes especialmente se prepare espiritual, teológica y pedagógicamente, de manera permanente, para esta importante misión eclesial[66].
9. Atractivo por la oración
“El ‘centro de toda pastoral vocacional’ es la oración”[67] señala el derecho propio. Jesús lo dio a entender claramente en el Evangelio. Al llamar a los discípulos para enviarlos por el mundo, los impulsa ante todo a mirar a las alturas: Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies[68]. “La pedagogía vocacional –afirmó San Juan Pablo Magno– que utiliza el Señor, muestra que una pastoral desequilibrada sobre la acción y las iniciativas promocionales corre el peligro de resultar ineficaz y sin perspectivas, porque toda vocación es, ante todo, don de Dios”[69]. “Ver a un sacerdote hacer su meditación antes de la misa hace más por la vocación de un monaguillo que miles de panfletos de propaganda vocacional”[70], escribió Fulton Sheen.
Por eso hoy más que nunca debemos ser promotores y propulsores de un gran movimiento de oración, contrarrestando el viento del secularismo que impulsa a privilegiar los medios humanos, el eficientismo y el planteamiento pragmático de la vida.
Qué dicha sería que los fieles de nuestras parroquias y que “las piezas claves del empeño apostólico de nuestro Instituto”[71] –esto es: las comunidades monásticas, los enfermos, los religiosos hermanos– así como las familias de la Tercera Orden y las personas que sufren, elevasen a Dios diariamente una oración fervorosa por las vocaciones. Tomémonos el tiempo de exhortar a otros a rezar, creemos espacios de oración por las vocaciones especialmente delante del Santísimo Sacramento del Altar o con un Rosario en la mano.
10. A los jóvenes de las Voces del Verbo
En primer lugar, queremos agradecerles por su generoso compromiso en la difusión del Evangelio en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana. Pero, además, hoy queremos hacerlos nuestros confidentes y decirles que hace falta una sinfonía a varias voces para expresar el único Verbo[72] en el vasto horizonte de este mundo. Para lo cual es preciso antes eliminar de los oídos del alma los ruidos que a menudo impiden captar la voz divina[73], para conceder espacio a Jesús en el corazón y dejarse seducir por el Eterno, como decía el profeta Jeremías: Me has seducido Señor…; Tú fuiste más fuerte que yo, y prevaleciste[74].
“Déjense fascinar por el Verbo Encarnado, el Infinito aparecido en medio de nosotros de forma visible e imitable. Déjense atraer por su ejemplo, que ha cambiado la historia del mundo y la ha orientado hacia una meta exultante. Déjense amar por la caridad del Espíritu Santo, que quiere apartar vuestros ojos de los modelos terrenos, para comenzar en vosotros la vida del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y en la santidad verdadera[75].
Enamórense de Jesucristo, para vivir su misma vida, de manera que nuestro mundo pueda tener vida en la luz del Evangelio”[76].
Hoy “faltan operarios del Evangelio en la periferia de las grandes metrópolis, en las zonas rurales, entre los habitantes de las alturas de los Andes, [en las estepas rusas, en los desiertos africanos, en las islas remotas] y en las inmensidades de las selvas. Faltan servidores de la buena nueva que se dediquen a los jóvenes, a las familias, a los ancianos y enfermos, a los obreros, a los intelectuales, a los constructores de una sociedad, así como a los más pobres y marginados. Urge la presencia de un mayor número de sacerdotes y religiosos en las parroquias, en los movimientos apostólicos, en las comunidades eclesiales de base, en las escuelas y universidades, y en tantos otros campos […]. Por otra parte, mirando los amplios horizontes de la misión universal confiada a la Iglesia, faltan también misioneros y misioneras que vayan más allá de las fronteras, para anunciar al mundo las insondables riquezas de Cristo”[77].
En una palabra: la Iglesia necesita hoy más que nunca “donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y valientes”[78].
Anímense “a discernir la voluntad de Dios mediante una familiaridad con la Palabra de Dios, leída y estudiada en la Iglesia, bajo la guía de sus legítimos Pastores”[79]. Hagan lo posible por hacer Ejercicios Espirituales anuales que es uno de los medios más cualificados para ordenar la vida según Dios y según eso, en muchos casos, para discernir el plan divino sobre la vida de uno. Frecuenten la dirección espiritual. Participen siempre que puedan de las misiones populares o de las oportunidades de voluntariado que ofrece el Instituto. Es una experiencia enriquecedora desde todo punto de vista. Y en todo tiempo, sean hombres y mujeres de oración.
Finalmente, sea esta una invitación explícita dirigida no a las Voces del Verbo como agrupación, sino a cada uno de Ustedes, estén en el país que sea y cualesquiera sean las circunstancias de su vida en el momento presente. Es la invitación a navegar mar adentro[80] tomando en serio, a fondo, las exigencias del Evangelio: ve, vende todo lo que tienes…[81] para ser embajadores de Cristo[82], reproduciéndolo, haciéndose semejantes a Él, configurándose con Él según el carisma del Instituto.
“Considera la inmensidad de este mundo”, decía el Beato Paolo Manna a los jóvenes y a los sacerdotes recién ordenados, “no seas de esos que no ven nada fuera de los estrechos límites de su propio país. Hay una gran parte del mundo acerca del cual ninguno piensa porque está dormido en el error y el pecado. […] Ve, entonces tú, que has llorado cuando has contemplado la Sangre de Cristo derramada en abundancia y aparentemente con poco resultado… Ve a las misiones y aplica los méritos de esta Preciosísima Sangre a las incontables almas que no tienen a nadie que las haga partícipes de tales bendiciones. Sálvalas y consuela el Corazón de Jesús que desea nada más que eso.
Ve con un corazón puro y ardiente de caridad, tú cuyo amor –dices– es sin límites, ve a la misión. […] Ve a la misión, alma elegida que te nutres con las gracias de la Eucaristía, alma que no deseas nada más que gastarte por amor a Dios. Ve a la misión. […] Alístate para ir a la misión, a ti que te gusta trabajar. […] Tú cuyos pecados han sido perdonados conságrate por el resto de tu vida al trabajo del apostolado entre los paganos haciendo con esto reparación por una juventud, quizás, lejos de Dios. […]
Si Dios realmente te llama, no temas, ve a la misión, teniendo en mente la promesa de que los obreros de la última hora recibirán la misma paga que aquellos que trabajaron desde la primera. […] Que aquellos que hasta el presente han resistido a la voz del Señor, ahora digan: ‘Sí, seré misionero. / No resistiré a la llamada de Dios ni un momento más. No obstaculizaré el gran proyecto de Dios de salvar a todos los hombres. No privaré a la Iglesia de mis humildes servicios. No pospondré las incitaciones a la generosidad de mi consciencia; seré misionero. / Deseo contribuir con todas mis fuerzas y con mi vida misma, si fuese necesario, a dilatar el reino de Jesús. Deseo inmolarme para promover su gloria y procurar la salvación a tantísimas almas necesitadas que quizás esperan en mí al Salvador’.
¡Qué alegría habrá en el cielo si alguno de Ustedes toma tal decisión!”[83].
*****
Recuerden todos los miembros del Instituto que “en estos tiempos de pocas vocaciones, muchas veces los que no las tienen, consideran que es pecado el tener muchas vocaciones, y atacan despiadadamente a quienes las tienen. Por eso hay que saber ser santamente decidido en no tolerar nada que las pueda impedir. Para ello hay que estar dispuesto hasta el martirio, si fuere necesario, sabiendo mantener una firmeza inquebrantable para ser fiel a Dios, que es el Autor de toda vocación y el principal interesado en su florecimiento. Dicho de otra manera, no hay que poner impedimentos a la obra de Dios”[84].
Hay que estar convencidos de que la ejemplaridad de nuestra vida religiosa en virtud del carisma propio, la atmósfera espiritual de nuestras comunidades, la austeridad y el tenor de vida, la formación sólida y certera que prepare a los candidatos para ‘morder la realidad’ y el fervor en las obras de apostolado serán motivo de edificación para toda la Iglesia y atraerán a nuestro querido Instituto vocaciones cada vez más numerosas de jóvenes generosos, que aspiren no a una mediocridad en el seguimiento de Cristo, sino al radicalismo en su consagración a Él.
Confiamos a la Virgen de Luján, Reina del Instituto y Madre de las vocaciones, a todos los jóvenes del mundo, así como también el trabajo pastoral en pro de las vocaciones de especial consagración de todos nuestros miembros.
Que la dulzura de esta Madre Bondadosa atraiga a los jóvenes a su Corazón Inmaculado para que puedan comprender con Ella la hermosura y la alegría que les espera, si el Verbo Encarnado los llama a su intimidad, para constituirlos en testigos de su Amor y hacerlos capaces de alegrar la Iglesia con su consagración.
[1] Cf. Constituciones, 254, 257.
[2] Directorio de Espiritualidad, 118.
[3] San Juan Pablo II, A los obispos participantes en un congreso sobre vida consagrada, organizado por la Conferencia Episcopal italiana, en Roma, (9/2/1990).
[4] Directorio de Espiritualidad, 288; op. cit. San Juan Pablo II, Meditación dominical a la hora meridiana del Regina Coeli, (16/4/1989).
[5] Cf. San Juan Pablo II, A los participantes en un congreso sobre la pastoral de las vocaciones, en Roma, (10/5/1981).
[6] Vita Consecrata, 64.
[7] Pastores Dabo Vobis, 34.
[8] Directorio de Vocaciones, 83.
[9] Cf. Vita Consecrata, 64.
[10] https://www.vaticannews.va/es/iglesia/news/2020-07/presentacion-ediciones-claretianas-documento-de-civcsva.html. Cf. también: Mons. José Rodríguez Carballo, O. F. M, “Sobre la crisis de la vida religiosa: Causas y respuestas”, L’Osservatore Romano, (29/10/2013): “Nuestro dicasterio, en cinco años (2008-2012), ha dado 11.805 dispensas: indultos para dejar el instituto, decretos de dimisión, secularizaciones ad experimentum y secularizaciones para incardinarse en una diócesis. Se trata de una media anual de 2361 dispensas. La Congregación para el Clero, en los mismos años, ha dado 1188 dispensas de las obligaciones sacerdotes y 130 dispensas de las obligaciones del diaconado. Son todos religiosos: esto da una media anual de 367,7. Sumando estos datos con los otros, tenemos lo que sigue: han dejado la vida religiosa 13.123 religiosos o religiosas, en 5 años, con una media anual de 2624,6. Esto quiere decir 2,54 cada 1000 religiosos. A estos habría que agregar todos los casos tratados por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Según un cálculo aproximado, pero bastante seguro, esto quiere decir que más de 3000 religiosos o religiosas han dejado cada año la vida consagrada. En el cómputo no han sido insertados los miembros de las sociedades de vida apostólica que han abandonado su congregación, ni los de votos temporales”.
[11] Directorio de Espiritualidad, 290.
[12] Directorio de Vocaciones, 85.
[13] Cf. 2 Co 5, 14.
[14] San Juan Pablo II, Alocución a los sacerdotes, religiosos y religiosas en la Catedral de Siena (14/4/1980).
[15] San Juan Pablo II, Mensaje a la XXIX Jornada mundial de oración por las vocaciones (1/11/1991).
[16] Directorio de Espiritualidad, 290.
[17] Cf. San Juan Pablo II, A los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y novicios en Antananarivo, Madagascar (30/4/1989).
[18] San Juan Pablo II, Encuentro semanal con los peregrinos (16/3/1983), citado en el Directorio de Espiritualidad, 118.
[19] Directorio de Vida Consagrada, 308.
[20] Directorio de Vocaciones, 1.
[21] Constituciones, 231.
[22] Directorio de Vida Contemplativa, 180.
[23] Cf. Constituciones, 158.
[24] Directorio de Parroquias, 104.
[25] San Juan Pablo II, Mensaje a los participantes del 1er congreso latinoamericano de vocaciones (2/2/1994).
[26] San Juan Pablo II, A los religiosos en la Catedral de Utrecht, Holanda (12/5/1985).
[27] Ibidem.
[28] Ibidem.
[29] San Juan Pablo II, A los participantes en un congreso sobre la pastoral de las vocaciones en Roma, (10/5/1981). Citado en el Directorio de Vocaciones, 88.
[30] Cf. San Juan Pablo II, A las religiosas en Palermo (21/11/1982).
[31] San Juan Pablo II, A los asistentes al encuentro europeo sobre las vocaciones religiosas (10/5/1985).
[32] Cf. San Juan Pablo II, A los consagrados en Madrid (2/11/1982).
[33] Mc 16, 15.
[34] 1 Co 11, 25.
[35] Ibidem.
[36] Directorio de Espiritualidad, 8; op. cit. San Cipriano, Sobre la oración del Señor, 13-15; CSEL 3, 275-278.
[37] Directorio de Vocaciones, 85.
[38] Directorio de Espiritualidad, 292; op. cit. San Juan Pablo II, Discurso al Consejo Nacional y a los secretarios regionales de la Obra de vocaciones dependiente de los superiores mayores religiosos de Italia (16/2/1980).
[39] Directorio de Espiritualidad, 88.
[40] Cf. Mt 6, 33.
[41] Cf. 2 Co 4, 2.
[42] Directorio de Espiritualidad, 293; op. cit. San Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Estados Unidos (22/2/1989).
[43] A los consagrados en Madrid (2/11/1982).
[44] Cf. Constituciones, 67.
[45] Directorio de Vida Consagrada, 224.
[46] Directorio de Espiritualidad, 36.
[47] Constituciones, 262.
[48] Directorio de Espiritualidad, 42.
[49] Directorio de Vida Fraterna, 41.
[50] Directorio de Misiones Ad Gentes, 144; op. cit. cf. Evangelii Nuntiandi, 80.
[51] San Juan Pablo II, A los participantes en el congreso sobre las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada en Europa (29/4/1997).
[52] San Juan Pablo II, A los sacerdotes, religiosos y religiosas en Copenhague (7/6/1989).
[53] Cf. San Juan Pablo II, A las religiosas en Venecia (17/6/1985).
[54] Directorio de Vida Consagrada, 100; op. cit. Vita Consecrata, 90.
[55] Directorio de Vida Consagrada, 84.
[56] Directorio de Obras de Misericordia, 85.
[57] Ibidem.
[58] Cf. Perfectae Caritatis, 15.
[59] San Juan Pablo II, A los religiosos en Guatemala (7/3/1983).
[60] Constituciones, 7.
[61] Constituciones, 174.
[62] Siendo siempre “muy cuidadosos en evitar que la presencia u obrar de los voluntarios puedan ser perjudiciales o dañinos, poniendo todos los medios para una prevención eficaz; con especialísimo cuidado cuando hay menores de edad”. Notas del VII Capítulo General 2016.
[63] Cf. Mt 5, 16.
[64] Directorio de Vocaciones, 87.
[65] Ibidem.
[66] Cf. San Juan Pablo II, Mensaje a los participantes del 1er congreso latinoamericano de vocaciones (2/2/1994).
[67] Directorio de Vocaciones, 92; op. cit. Pastores Dabo Vobis, 38.
[68] Mt 9, 38.
[69] A los participantes en el congreso europeo sobre las vocaciones, reunidos en Roma, con el tema: ‘Nuevas vocaciones para una nueva Europa’ (9/5/1997).
[70] Cf. Ven. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, cap. 3. [Traducido de la edición en inglés]
[71] Constituciones, 194.
[72] Cf. Verbum Domini, 7.
[73] Cf. San Juan Pablo II, Audiencia General (2/8/2000).
[74] Jer 20, 7.
[75] Cf. Ef 4, 24.
[76] San Juan Pablo II, Mensaje para la XXIX Jornada Mundial de oración por las vocaciones (10/5/1992).
[77] San Juan Pablo II, Mensaje a los participantes del 1er congreso latinoamericano de vocaciones (2/2/1994).
[78] Directorio de Misiones Ad Gentes, 147; op. cit. Redemptoris Missio, 66.
[79] Verbum Domini, 84.
[80] Cf. Lc 5, 4.
[81] Mt 19, 21.
[82] 2 Co 5, 20.
[83] Beato Paolo Manna, The Workers Are Few, cap. 20. [Traducido del inglés]
[84] Directorio de Vocaciones, 90.