Virgen de Luján, Madre de las vocaciones del IVE

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Este próximo 8 de mayo la Iglesia en todo el mundo celebrará la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, la cual coincidirá felizmente con la preciosa fiesta de nuestra Madre Santísima, la Virgen de Luján y con el 5° aniversario de nuestra ofrenda de la Rosa de Oro “en testimonio perpetuo de nuestro amor y agradecimiento por las vocaciones que Ella envía a nuestra Familia Religiosa… y como voto de confianza por las muchas que por su intercesión esperamos concebir”[1]. ¡Cuánto tenemos para agradecerle a la Virgen!

Desde el último Capítulo General (julio 2016) hasta el presente nuestro pequeño Instituto ha dado a la Iglesia ¡103 sacerdotes! para la mayor gloria de Dios. Esa es una gracia muy grande para el Instituto. Solo para dimensionar la bendición que eso significa pensemos que hay diócesis muy importantes que no han tenido o han tenido muy escasas ordenaciones sacerdotales en los últimos 10 o 20 años, lo mismo ocurre desafortunadamente con congregaciones religiosas de gran prestigio y tradición.

Por otra parte, hoy en día contamos con 503 vocaciones en formación[2] de las cuales solo el 16% son vocaciones argentinas y el 84% provienen de otros países[3], lo cual habla de la fecundidad con que Dios se ha complacido en coronar los esfuerzos de evangelización de nuestros misioneros a lo largo y ancho de este mundo a fin de que el mensaje de Cristo pueda llegar de forma más eficaz al corazón de cada una de sus culturas.  

Asimismo, consideramos que no es un detalle menor que la Virgen de Luján haya enviado al Instituto vocaciones provenientes de una misma familia. Ya que los lazos familiares dobles –por la sangre y por el espíritu– no sólo contribuyen a la unidad y cohesión del Instituto, sino que son un importante testimonio apostólico para las demás familias y, a decir verdad, para los demás cristianos.

Por eso de cara a celebrar el próximo 8 de mayo la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones dentro del marco de la Solemnidad de la Purísima Concepcion de Luján, quisiéramos tratar en estas líneas acerca del compromiso prioritario de cada miembro del Instituto en promover las vocaciones y acerca de uno de los medios de promoción de las vocaciones que es justamente “la pastoral familiar que es de por sí vocacional”[4].

1. Compromiso prioritario

 

“Porque Cristo es uno, queremos trabajar con todas nuestras fuerzas… Para que todos los hombres confiesen el adorable Nombre del Señor Jesús, cumpliendo con su mandamiento: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura[5][6].

Ahora bien, sin suficientes obreros para la mies, no nos va a ser posible hacer realidad el mandato de Cristo –Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura[7]– que es la razón misma de la existencia y de la misión del Instituto en la historia, ni tampoco renovar cada día el sacrificio eucarístico –Haced esto en memoria mía[8]– “porque sin sacerdote no puede haber sacrificio eucarístico”[9]

Al mismo tiempo, bien sabido es de todos, que cada vocación es un don de Dios y, como todos los dones que vienen de Dios, llegan a través de muchas mediaciones humanas: de los padres, de los educadores, de los párrocos, de algún buen amigo católico, etc. Pero ciertamente, los primeros que deben sentirse implicados en la pastoral vocacional son los mismos llamados al sacerdocio ministerial. Y si esto es cierto para todos los sacerdotes, lo es doblemente para los miembros del Instituto ya que es un “elemento integrante de nuestra espiritualidad, el saber llamar, enseñar, dirigir, acompañar y seleccionar las vocaciones presbiterales, diaconales, religiosas, misioneras y seculares”[10], tarea que ninguno de los miembros del Instituto puede evadir. Aún más: “es intrínseca al fin de la evangelización de la cultura y al carisma del Instituto la pastoral de las vocaciones, ya que los consejos evangélicos son parte integrante del mensaje de la salvación y, los que los siguen, ponen especialmente de manifiesto la ‘índole escatológica de la Iglesia’[11], siendo el ornato de la Esposa de Cristo”[12].

Hasta aquí nada nuevo. Esto lo sabemos. Sin embargo, es fácil aletargarse o darle prioridad a otro tipo de pastoral –quizás de fruto más inmediato– que a la pastoral vocacional.

¿Y cómo se promueven las vocaciones sacerdotales y religiosas? Sabemos muy bien que en la base de toda pastoral vocacional, como enseñó Nuestro Señor Jesucristo, se encuentra la oración auténtica y perseverante pidiendo más obreros para la mies[13]; no obstante, explícitamente el derecho propio nos señala un medio necesario y consecuente: “mediante el testimonio fiel y alegre de vida consagrada”[14]. Es lo que San Pablo expresa diciendo: Os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados[15]. “La conducta que responde a la vocación”, dice San Juan Pablo II, “hace brotar nuevas vocaciones. Esta conducta coherente constituye como la base permanente de la oración; la prepara, y la oración es como su desarrollo; recíprocamente, la oración reclama de continuo un comportamiento tal”[16]. Por eso, antes que los cientos de proyectos que podemos realizar en vistas a la pastoral vocacional, el primero, junto con la oración, es el del testimonio sacerdotal y religioso. No podemos desconocer que nuestra vida es presencia siempre significativa al lado de los jóvenes: alienta o desalienta, suscita el deseo de Dios o constituye un obstáculo para seguirlo. Por eso el testimonio coherente y gozoso representa la primera propuesta vocacional al alcance de la mano de cualquiera de nuestros miembros.  

Si realmente damos un testimonio gozoso de servir a Cristo “realizando con competencia y generosidad los apostolados propios”[17], si somos capaces de irradiar esperanza a causa de la fe que anida en nuestro pecho a pesar de todo el cansancio de la lucha, si de verdad nos entregamos a las almas sin faltar a la oración, ¿cómo dudar que han de surgir vocaciones a nuestro alrededor? Las vocaciones que Dios nos ha enviado a través de la Virgen de Luján provenientes de países de minoría cristiana como Tayikistán, la Franja de Gaza, Egipto; o de lugares donde la presencia del Instituto es escasa como en Papúa Nueva Guinea, o nula como en Sri Lanka, la India, Guatemala, Eslovaquia, etc., prueban que la oración unida al testimonio de vida coherente siempre da frutos en donde Dios quiere y como Dios quiere.

No obstante ninguno de nosotros ignora, por pocos años de vida religiosa que tenga, que faltan misioneros en la periferia de las grandes ciudades, en las zonas rurales, entre los habitantes de las zonas de alta montaña y en las inmensidades de la selva. Faltan sacerdotes que se dediquen a los jóvenes, a las familias, a los ancianos y enfermos, a los obreros, a los intelectuales, a los profesionales y a los ignorantes, a los artistas, a los ricos y a los pobres, a los de nuestra patria y a los inmigrantes… Es nuestra experiencia que urge un mayor número de sacerdotes y religiosos en las parroquias, en los grupos parroquiales, en las escuelas y universidades, en las fábricas, y en tantos otros campos… hasta podemos decir “que los confines de la tierra, a los que debe llegar el Evangelio, se alejan cada vez más”[18].

Esta falta de obreros para la mies constituía ya en los tiempos evangélicos un desafío para Jesús mismo. Su ejemplo nos permite comprender que el número demasiado escaso de consagrados es una situación inherente a la condición de la Iglesia y del mundo, y no sólo un hecho accidental debido a las circunstancias actuales. Sin embargo, el Verbo Encarnado, compadecido de las multitudes les brindaba su enseñanza porque los veía que estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor[19], pero quería que sus discípulos también participaran de la solución invitándolos ante todo a rezar[20]. También nosotros podemos y debemos influir con la oración en el número de vocaciones.

A veces cuando decimos que hay que rezar por las vocaciones muchas veces creemos que se trata de una intención general, sin embargo, estimamos que sería conveniente que no faltase la oración frecuente y explícita por las vocaciones especialmente para nuestro Instituto. Tampoco es menos importante invitar a otros a rezar –como de hecho ya se hace en varias partes a través del “Proyecto de las 40 horas” o de los “jueves sacerdotales” o del “rosario por las vocaciones”– porque hay que ser conscientes de que las vocaciones, con sus propias fuerzas, no podrán dar el paso y, por este motivo, hay que estimularlas con la oración, acompañarlas y sostenerlas entendiendo que la vocación es un verdadero don que viene del cielo. Desatacamos aquí el rol preponderante que tienen los contemplativos del Instituto ya que de la fidelidad generosa y gozosa a la vida contemplativa depende no en menor grado la abundancia y calidad de las vocaciones sacerdotales, contemplativas, misioneras y a la vida consagrada para el Instituto. Conmueve pensar que nuestro Señor haya querido asociar a las manos juntas de un monje y a su inmolación silenciosa el precioso don de las vocaciones para su Iglesia.  

Unido a esto es casi evidente que la pastoral vocacional requiere cercanía con los jóvenes, sin la cual no se puede dar el testimonio de la vida consagrada. Y muchos de ellos están buscando un sentido a sus vidas. Por eso hay que ser pródigos en invitarlos a colaborar en nuestras actividades pastorales: a participar de nuestras Misas, de las fiestas del Instituto, a ayudar en los hogares, a hacer voluntariados en las distintas misiones del Instituto, a participar en misiones populares, a ayudar en la organización de Ejercicios Espirituales, de los oratorios o de cualquier otra actividad apostólica, invitarlos a ser catequistas, a participar de las Voces del Verbo, a consagrarse a Jesús a través de María, a hacer ellos mismos Ejercicios Espirituales, invitarlos a los campamentos, etc. En fin, nuestro Instituto, por gracia de Dios, tiene infinidad de oportunidades y gran variedad de actividades para involucrar a otros en la causa de Cristo, y en gran parte depende de nosotros cuánta cabida les damos.

También es y ha sido siempre una opción en nuestro Instituto el invitar a los jóvenes a compartir nuestra vida religiosa tomando los recaudos que en cada caso se impongan. ¿Acaso no le dijo Cristo a Andrés y Juan: venid y veréis[21]? Entiéndase bien que la pastoral vocacional no puede agotarse en iniciativas ocasionales y extraordinarias –como son los “venid y ved” o los “open house” que organizan las casas de formación– sino que debe ser una de las preocupaciones constantes de la pastoral de cada uno de los sacerdotes del Instituto. Siempre –a menos que el superior disponga lo contrario– se pueden abrir las puertas de nuestras casas a los jóvenes, se los puede invitar a comer pizzas los viernes con los demás miembros de la comunidad, a hacer una salida o una peregrinación, en fin, las ocasiones son sinnúmero.

Lejos de los nuestros la tentación de decir “yo ya no estoy para esas cosas”, “ya están los del Seminario que hacen apostolado con los jóvenes”, “a mí no me toca porque yo estoy en un Hogarcito”, “yo soy contemplativo”, “los jóvenes de aquí están en otra”, “yo estoy solo en mi parroquia”, o alguna excusa parecida. A todos los que así piensan les respondemos con lo que San Juan Pablo II les decía a unos contemplativos, pero que estimamos se aplica también a los activos: “Los jóvenes, hoy, están animados por grandes ideales y, si ven hombres coherentes, testigos del evangelio, los siguen con entusiasmo. Proponer al mundo de hoy practicar la vida escondida en Cristo, significa reafirmar el valor de la humildad, de la pobreza, de la libertad interior. El mundo, que en el fondo esta sediento de estas virtudes, quiere ver hombres rectos que las practiquen con heroísmo cotidiano movidos por la conciencia de amar y servir con este testimonio a los hermanos”[22]. Y eso nos incumbe a todos. Además, a todos Dios en algún momento nos pone en contacto con un joven “de buena madera” a quien le podemos proponer explícitamente la consideración de la vocación sacerdotal. Cuántos de nosotros hemos ingresado al Instituto porque un sacerdote tuvo la valentía y perspicacia de proponernos la vocación con entusiasmo. No hay que ser pesimistas, resignados o tímidos para hablar de las vocaciones. Ese no fue el ejemplo que recibimos. Sin duda el germen de la vocación está en el corazón de muchos jóvenes y simplemente está a la espera de una ocasión favorable para germinar. “Buscar las vocaciones es, también, proponerlas: ‘con pasión y discreción’[23][24], dice el derecho propio.

Notemos también que el derecho propio afirma que en la pastoral vocacional “hay que invertir las mejores energías”[25]. Y cuando decimos las mejores energías nos referimos a la calidad del tiempo que dedicamos a la pastoral vocacional, es fundamental estar disponible para los jóvenes; a la generosidad con que empleamos todos los medios –incluso económicos– para buscar, sostener, acompañar las vocaciones; a la dedicación al estudio y preparación personal para poder brindar buena formación a los jóvenes, para saber nosotros mismos discernir bien, etc. Todos, y muy especialmente los párrocos, deben concebir la pastoral vocacional como una dimensión obligatoria del plan pastoral global. “En la acción pastoral no se puede olvidar nunca que educar en la fe significa también desarrollar el dinamismo vocacional propio de la vida cristiana. Ser cristiano es, de suyo, una vocación, una llamada: la vocación más alta, fuerte y la base de todo el seguimiento específico dentro de la comunidad eclesial”[26]. Por eso señaladamente el Directorio de Parroquias dice: “Recuérdese que las vocaciones serán el signo de madurez de una parroquia[27], y que el trabajo vocacional debe convertirse en una prioridad pastoral, sabiendo fomentarlas con generosidad y desprendiéndose de ellas cuando deciden seguir más de cerca a Jesucristo”[28].

En este sentido, nos parece necesario hacer una mención especial a la parroquia, que respecto de las vocaciones sacerdotales y religiosas tiene un papel siempre determinante. En la parroquia es donde de hecho los jóvenes viven su experiencia cristiana, en ella escuchan el mensaje de Cristo y se insertan en la vida de la gracia, es en la parroquia también donde entran en contacto con nuestros sacerdotes, hermanos, hermanas, seminaristas e incluso ocasionalmente con nuestros monjes. Es evidente, a este respecto la importancia del testimonio y del buen ejemplo de cada uno de ellos, como instrumento normal de la llamada de Dios a un servicio más generoso.  

Es imperioso “reactivar una intensa acción pastoral que, partiendo de la vocación cristiana en general, de una pastoral juvenil entusiasta, dé a la Iglesia los servidores que necesita”[29]. Además de todos los medios ya mencionados, en nuestro Instituto contamos con el precioso recurso del Oratorio festivo, el cual no debiera faltar en ninguna parroquia del IVE. Ya que “el Oratorio es una fuente incipiente de vocaciones”[30] y muy probablemente “la única forma de educación cristiana completa accesible a grandes masas de jóvenes”[31].

Un elemento de gran importancia también a la hora de suscitar vocaciones es el testimonio comunitario. La experiencia nos ha demostrado que a menudo es el ejemplo de un religioso, de un sacerdote, lo que contribuye de modo decisivo en la concreción de una vocación sacerdotal o a la vida consagrada. Similarmente, el testimonio comunitario de fidelidad y de alegría suscita un enorme atractivo hacia la vida religiosa y es, definitivamente, una fuente de nuevas vocaciones y un apoyo para la perseverancia[32]. Dicho de otro modo, “las comunidades religiosas no pueden atraer a los jóvenes, si no es mediante un testimonio colectivo de consagración auténtica, vivida en la alegría de la entrega personal a Cristo y a los hermanos”[33]. Cuántas veces se nos han acercado los jóvenes simplemente por este testimonio de alegría, porque nos han visto entregarnos generosamente al trabajo apostólico en las misiones ad gentes, o simplemente porque nos conocieron en una escalada a alguna montaña o en alguna otra salida comunitaria. Motivo por el cual sigue siendo muy importante cultivar la alegría en la comunidad religiosa[34].

Por último, hay que destacar la importancia de la pastoral familiar como uno de los medios para promover las vocaciones. Esto lo señala el derecho propio en varios de sus documentos y es lo que vamos a tratar en el segundo punto.

2. La pastoral familiar es de por sí vocacional

 

El Directorio de Tercera Orden citando a San Juan Pablo II dice: “La familia, Iglesia doméstica, es el primer campo donde Dios cultiva vocaciones. Por esta razón es necesario comprender que una correcta y cuidadosa pastoral familiar es, por sí misma, una pastoral vocacional”[35]. En efecto, “ha querido Dios bendecirnos, ya desde los comienzos de nuestros Institutos, con familias numerosas, de sana formación humana y cristiana, de las cuales han brotado numerosas vocaciones a la vida consagrada o al sacerdocio”[36]. Y si bien esto ha sido así desde los inicios, esto lo hemos visto todos en las recientes ordenaciones sacerdotales.  Por eso, una esmerada dedicación a la pastoral familiar, y a la Tercera Orden en particular, asegura la vida de nuestra Familia Religiosa, preparando el terreno y los corazones al llamado del Verbo Encarnado[37].

La familia es uno de los puntos de inflexión de la cultura[38] y, por tanto, la pastoral familiar nos incumbe a todos, no solo al encargado de la Tercera Orden, no solo al que es párroco, no solo al que es sacerdote, no solo a los especialistas[39], sino a todos, porque todos somos miembros de este Instituto que tiene por carisma como primer campo de acción el “prolongar a Cristo en las familias”[40].  

Dicho esto, aboquémonos ahora a la estrecha relación que existe entre las familias y la vocación sacerdotal y religiosa.

El Padre Espiritual de nuestra Familia Religiosa, en un mensaje para la jornada mundial de oración por las vocaciones, escribió lo siguiente: “La familia, en la medida que adquiere conciencia de esta genuina vocación [vocación apostólica por el sacramento del matrimonio] y responde a ella, en la que se aprende a vivir la mansedumbre, la justicia, la misericordia, la castidad, la paz, la pureza del corazón; llega a ser lo que, con otras palabras, san Juan Crisóstomo llama iglesia doméstica, esto es, el lugar en el que Jesucristo vive y obra la salvación de los hombres y el crecimiento del reino de Dios”[41].

Para contribuir a que esto suceda, y para que en verdad las familias sean ayudadas e instruidas en el cumplimiento de sus propios deberes y se fomente la vida cristiana en el seno de las familias, es necesario el trabajo pastoral. Por eso, entre los muy variados medios y oportunidades que Dios nos brinda para realizar este apostolado, el derecho propio nos exhorta a visitar a las familias como ocasión para participar en las preocupaciones familiares, para derramar sobre ellos la superabundancia de Cristo a través de la palabra oportuna y para corregirlos paternalmente si se apartan de la buena conducta[42]. Hay que reconocer que muchas veces Dios se ha servido de ese contacto de parte nuestra con las familias para llamar muchas vocaciones sacerdotales y religiosas. En efecto, no son pocos los mismos miembros del Instituto que se plantearon la vocación o simplemente se acercaron a la Familia Religiosa por estas visitas a las familias –familias de la parroquia, de la Tercera Orden, de los chicos del catecismo, de los alumnos de la escuela, de los benefactores, de los jóvenes del Oratorio, etc.–. Las visitas a las familias siguen siendo un apostolado siempre vigente en nuestro Instituto que no se debiera descuidar.

“La tarea de los padres cristianos”, sigue diciendo Juan Pablo II, “es muy importante y delicada, porque están llamados a preparar, cultivar y defender las vocaciones que Dios suscita en su familia. Deben, por tanto, enriquecerse ellos mismos y su familia con valores espirituales y morales”[43]. Pero si no hay quien se los brinde, quien se los enseñe o se los recuerde ¿cómo esperamos que el día de mañana no se ahoguen las vocaciones que puedan surgir en esa familia? ¿Y aun nos atrevemos a sorprendemos y hasta quejarnos si las familias se dejan arrastrar por el consumismo, el hedonismo o el secularismo que turban e impiden la realización del plan de Dios si no los exhortamos nosotros a lo contrario? Si no formamos a los padres en la generosidad para con Dios cuando llama a alguno de sus hijos, y aun a pedir en favor de la Iglesia para sus hijos el inestimable don de la vocación, ¿nos admiramos de que no surjan vocaciones de nuestras parroquias, de nuestras misiones, de nuestras jurisdicciones? Con gran pena escribía Juan Pablo Magno: “¿Cómo pueden los hijos, dejados huérfanos moralmente, sin educadores ni modelos, crecer en la estima de los valores humanos y cristianos? ¿Cómo pueden desarrollarse en un clima tal las semillas de vocación que el Espíritu Santo continúa depositando en el corazón de las jóvenes generaciones?”[44]. Ya lo decía San Manuel González: “no es que falten vocaciones, sino que faltan hogares cristianos, que son los hornos que dan calor, ambiente y vida a las vocaciones que Dios da”[45]. Hay que tomar conciencia de que la familia es el lugar privilegiado para un auténtico crecimiento vocacional.

Por esta razón es que decimos que “la pastoral vocacional encuentra su ámbito primero y natural en la familia. Los padres, en efecto, deben saber acoger como una gracia el don que Dios les hace al llamar a uno de sus hijos al sacerdocio o a la vida consagrada. Tal gracia se pide en la oración, y se acoge positivamente cuando se educa a los hijos para que comprendan toda la riqueza y el gozo de consagrarse a Dios”[46].

Esto requiere formar a las familias en el conocimiento de este importante aspecto de su misión, lo cual hace necesaria una pastoral orientada a que los cónyuges se sepan cooperadores en la misión de la Iglesia creando un clima familiar de fe, de caridad y de oración que oriente a los hijos a estar disponibles y a aceptar el plan de Dios sobre la vida de cada uno. En este sentido es importante que conozcamos la problemática familiar para poder instruir mediante el anuncio de la Palabra de Dios a los esposos en sus responsabilidades específicas, de modo que bien formados en la fe, sepan acompañar a sus hijos, posiblemente llamados, a darse a Dios sin reservas. De hecho, es a través del apostolado que hacemos con las familias que muchos hijos han encontrado el respaldo de sus padres para poder concretar su vocación.

“Los padres que aceptan con sentimientos de gratitud y gozo la llamada de uno de sus hijos o de sus hijas a la especial consagración por el reino de los cielos […] descubren con asombro que, gracias a la vocación sagrada de sus hijos, el don de su amor se ha multiplicado más allá de las limitadas dimensiones humanas”[47]. Cuántas veces nos ha pasado que los padres de otros religiosos o religiosas nos reciben a nosotros como si fuésemos sus propios hijos, cuántas veces ellos mismos nos han dicho que con el ingreso de su hijo al seminario o de su hija al convento se les “ha agrandado la familia” … y qué hermoso que así sea. De esto se desprende también el importante deber de gratitud y de caridad exquisita que debemos no solo a nuestros padres sino a los padres de los otros religiosos, en especial, a aquellos que no ven tan seguido a sus hijos, que son más ancianos, que atraviesan distintas penurias y que pertenecen a nuestras parroquias, a nuestras jurisdicciones, etc.

3. Madre del Señor y nuestra

 

Un ejemplo que ilustra un poco la actitud sacerdotal en la pastoral vocacional nos lo da San Luis Orione. Él mismo lo pone por escrito en una carta que escribe desde Tortona a un matrimonio amigo y bienhechor suyo, durante la vigilia de la fiesta litúrgica de la Asunción de 1927. A propósito de esta fiesta mariana escribe con gran ternura y sutileza:

“Solo pensar en la Virgen, en la dulcísima Madre de Dios y nuestra, el ánimo se tranquiliza, la mente se serena, al hablar de la Virgen se difunde la alegría, es como una onda de suavísima paz espiritual y al invocarla se reintegra el valor y me vuelve la vida, ¡la más alta vida!”[48]. Entonces añade con gran perspicacia: “¡Felices los padres que ofrecen sus hijos en las manos de la Madre del Señor![49].

Entonces continua el santo dando noticias referentes a nuevas vocaciones de hermanas y futuros sacerdotes: “Mañana por la mañana, a las 5:30, cantaré la Santa Misa en la humilde casita de San Bernardino y luego daré el hábito de Adoratrices perpetuas de Jesús Sacramentado a cuatro ciegas que ya están con nosotros hace años.

Luego parto a Villa Moffa cerca de Bra, para dar mañana a la tarde el hábito religioso a algunos jóvenes…

Luego, en pocos meses, ingresará también el Rag. Adriano Callegari. De él, la mano de Dios hará una buena tela”[50].

Entonces con toda naturalidad y valentía lanza la pregunta: “Y usted, ¿me da uno de sus hijos? Yo no me lo quedo para mí, se lo doy enseguida a la Virgen, y será el consuelo, la gloria, la bendición de su familia”[51].

La devoción confiada a la Virgen, la promoción de las vocaciones y la valentía para proponerla, cosas de las que nos da ejemplo San Luis Orione, debieran ser corolarios de nuestro ministerio vocacional.

La devoción tierna y confiada a la Santísima Virgen es realmente baluarte y aliciente en nuestro ministerio sacerdotal especialmente a la hora de suscitar vocaciones. Y así lo ha sido desde los comienzos. Decía nuestro Fundador: “estoy convencido y atribuyo a la intercesión de la Virgen de Luján las vocaciones que Dios nos regala”. 

Respecto al rol de María Santísima en el despertar, acoger, acompañar y sostener vocaciones de especial consagración quisiéramos señalar algunos elementos.

Nuestro Instituto, por ser “esencialmente misionero y mariano”[52] y por nuestra manera particular de vivir nuestra consagración a Cristo a través de la consagración en esclavitud a María Santísima, tiene en la devoción a la Virgen una cualidad especial que conquista a muchas almas. Así, muchos de los nuestros se han interesado en el Instituto precisamente por nuestra profunda devoción mariana, a otros la Virgen los ha traído hacia nosotros con ocasión de alguna fiesta mariana o en la visita a algún santuario mariano, a otros por la participación en los grupos de consagración a la Virgen, etc. Con esto queremos decir que la impronta mariana con que debemos vivir y hacer nuestro apostolado es –indudablemente– algo que no podemos dejar de tener en cuenta a la hora de la pastoral vocacional. La presencia materna de María debe estar presente en el despertar y guiar las vocaciones que Dios tiene destinadas para nuestro Instituto.

En la exhortación apostólica Vita Consecrata leemos: “En la contemplación de Cristo crucificado se inspiran todas las vocaciones; en ella tienen su origen”[53]. Ahora bien, al pie de la Cruz, está la Madre. Ella es la que señala a las almas el camino más corto y más fácil para entregarse a Cristo.  Por eso en nuestro Instituto, todo apostolado vocacional, es también esencialmente mariano.   

Por otra parte, el recurso confiado en la oración a la Madre de Dios, que no se reserva nada para sí y se ocupa afanosamente de nosotros, proveerá siempre por las necesidades de la familia y enviará oportunamente abundantes vocaciones a nuestro Instituto, como de hecho ya lo ha estado haciendo, si permanecemos íntimamente unidos a Ella. Más aun, si en nuestro ministerio sacerdotal, después de haber guiado hacia Dios una vocación queremos que persevere, San Alfonso María de Ligorio recomienda: “hágase irremisiblemente todos los días la visita al Santísimo Sacramento y a María Santísima”[54].

Si al mismo tiempo estas vocaciones son fielmente marianas, la Virgen hará de ellos “grandes santos… porque sólo esta Virgen singular y milagrosa puede realizar, en unión del Espíritu Santo, las cosas excelentes y extraordinarias”[55]

Por último, si se promueve “con garra” la devoción a la Virgen entre las familias cristianas, definidas como el primer seminario y reserva insustituible de vocaciones[56] se favorecerá entre los hijos la acogida de la llamada del Señor, su respuesta generosa y su perseverancia alegre y, por parte de los padres, una aceptación generosa de la voluntad de Dios.

Estamos convencidos de que el siempre creciente número de vocaciones que Dios se ha complacido en otorgarnos estos últimos años son una prueba especial de la presencia materna y siempre solícita de la Virgen de Luján en la historia del Instituto. Y a Ella debemos aferrarnos siempre.

*****

Antes de concluir vaya una palabra de aprecio sincero a todos los padres –vivos y difuntos– de nuestros religiosos por la entrega generosa y la contribución inigualable a la causa de Cristo. Ya lo decía San Juan Pablo II: “el cultivo de la vocación misionera en los hijos e hijas será por parte de los padres la mejor colaboración a la llamada divina”[57]. “Estén siempre santamente orgullosos de que el Señor haya llamado a alguno de vuestra familia para seguirle de cerca. Pero continuad cada día acompañándolo con la oración, para que su compromiso de consagración sea siempre perseverante y fervoroso”[58].  Sepan que su apoyo con la plegaria, la comprensión, la ayuda y el amor que nos dan es de un valor incalculable para nuestros misioneros.

Ahora sí, para terminar, quisiéramos incluir un extracto del libro Un sueño pastoral de San Manuel González a propósito del tema que hemos venido tratando. Dice el santo:

“Ordinariamente cuando se habla de este punto [las vocaciones], todos los ojos se fijan en el párroco y únicamente se conviene en lo mucho que éste puede fomentar las vocaciones con su constante desvelo y celoso trabajo de selección, educación y preservación de los que pueden ser o son ya seminaristas.

Cierto es eso de toda certeza. Pero no lo es menos que el secreto de la eficacia de la acción del párroco, no debe ser un secreto exclusivamente propio de él, sino de todos los sacerdotes.

Observad en general las condiciones de esos párrocos, certeros cazadores y fomentadores de vocaciones. Todas las podéis compendiar en esta: es un sacerdote con conciencia de su dignidad. Un sacerdote digno. Ahí está el secreto.

Podrá no ser un orador elocuente, ni un escritor brillante, ni una inteligencia de primer orden, ni un prodigio de cosas extraordinarias. No importa. Le bastará que viva y se presente a su pueblo como cumple a un sacerdote. Manso y afable en el trato. Respetuoso con los de arriba sin vilezas. Asequible a los de abajo sin encanallamiento. Siempre hallado cuando se le busque en su iglesia, en la cabecera de sus enfermos, en la escuela de los niños o en su casa y jamás en el casino, ni en las tabernas, ni en las tertulias de los poderosos o de los desocupados. Dadivoso sin despilfarros. Estudioso y aficionado a aprender sin petulancia como propicio a enseñar sin emulaciones de envidias. Inconmovible como la roca con los tiranos. Blando como la cera para el que le manda en nombre de Dios o le pide por caridad. Niño con los niños. Enfermo con los enfermos. Débil con los débiles. Alegre con los que ríen y triste con los que lloran. Y, en suma, hecho todo para todos, para ganar a todos para Jesucristo. Éste es el secreto, y si me lo dejáis decir, el gran secreto de las atracciones al sacerdocio.

Poned en cualquier parte a un sacerdote, sea párroco o no, que se conduzca con esa conciencia de su dignidad y yo os empeño mi palabra y ni Dios ni la lógica me dejarán faltar, de que no transcurrirá mucho tiempo sin que en torno de ese árbol hayan nacido retoños.

 Un clero digno es el mejor y más eficaz poblador de un seminario. Un clero aseglarado y olvidado de su dignidad, está condenado por Dios, por la lógica y por el sentido moral, a la esterilidad más afrentosa. Duro es el castigo, en verdad, pero tan inevitable y justo como duro”[59].

A la Pura y Limpia Concepción de Luján nuestro más rendido agradecimiento por todas y cada una de las vocaciones que ha tenido a bien enviar al Instituto. Que Ella, Virgen Madre del Verbo Encarnado, nos ayude a “poder descubrir y orientar tantas vocaciones que pudiésemos llenar todos los buenos seminarios y noviciados del mundo entero”[60]; que los jóvenes que entren en contacto con nosotros atraídos por la belleza y suavidad de esta Madre Santísima sean dóciles a la llamada de Cristo; y que los padres de familia contemplando e imitando la oración asidua de la Sagrada Familia sean para sus hijos guías seguros hacia los bienes espirituales y eternos.

Concédenos, Virgen Santa de Luján, Madre de las vocaciones[61], poder ver también en nuestros días las maravillas de la misteriosa acción del Espíritu Santo que llama a multitudes de almas para constituirlas en testigos de las bienaventuranzas.

Virgen de Luján, tú eres ahora y siempre toda nuestra esperanza.

[1] P. Gustavo Nieto, IVE, Discurso al momento de la entrega de la rosa de oro (08/05/2017).

[2] Entre hermanos de votos temporales, diáconos, seminaristas mayores, seminaristas menores, postulantes y novicios.

[3] 45 países en los 5 continentes.

[4] Directorio de Vocaciones, 84.

[5] Mc 16, 15.

[6] Cf. Directorio de Espiritualidad, 59.

[7] Mc 16, 15.

[8] 1 Co 11, 25.

[9] Constituciones, 204; op. cit. Pastores Dabo Vobis, 48.

[10] Directorio de Espiritualidad, 118.

[11] Lumen Gentium, cap. VII.

[12] Directorio de Vocaciones, 1.

[13] Cf. Mt 9, 37-28.

[14] Directorio de Evangelización de la Cultura, 196.

[15] Ef 4, 1.

[16] A los sacerdotes y consagrados en Beauraing, Bélgica (18/05/1985).

[17] Directorio de Evangelización de la Cultura, 196.

[18] Directorio de Misiones Ad Gentes, 80.

[19] Cf. Mc 6, 34.

[20] San Juan Pablo II, Catequesis sobre la vida consagrada (19/10/1994).

[21] Jn 1, 39.

[22] A los cartujos en Serra San Bruno, Italia (05/10/1984).

[23] San Juan Pablo II, Encuentro semanal con los peregrinos (16/03/1983); OR (27/03/1983), 2.

[24] Cf. Directorio de Vocaciones, 83.

[25] Directorio de Evangelización de la Cultura, 196.

[26] San Juan Pablo II, Mensaje a los participantes al 1er Congreso Latinoamericano de vocaciones (02/02/1994).

[27] Directorio de Vocaciones, 85.

[28] Directorio de Parroquias, 104.

[29] San Juan Pablo II, Discurso a la III Conferencia general del Episcopado latinoamericano, IV, 1b (28/01/1979).

[30] Directorio de Oratorio, 7.

[31] Ibidem, 6.

[32] Cf. Directorio de Vida Fraterna, 41.

[33] San Juan Pablo II, Catequesis sobre la vida consagrada (19/10/1994).

[34] Cf. Directorio de Vida Fraterna, 41.

[35] Directorio de Tercera Orden, 376; op. cit. Cf. Familiaris Consortio, 55. Cf. San Juan Pablo II, Mensaje para la XXX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (26/12/1993).

[36] Directorio de Tercera Orden, 376.

[37] Ibidem.

[38] Cf. Constituciones, 29.

[39] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 243.

[40] Constituciones, 31.

[41] San Juan Pablo II, Mensaje para la XXXI Jornada mundial de oración por las vocaciones (24/04/1994).

[42] Cf. Directorio de Parroquias, 106.

[43] San Juan Pablo II, Mensaje para la XXXI Jornada mundial de oración por las vocaciones (24/04/1994).

[44] Ibidem.

[45] Obras completas, Lo que puede un cura hoy, [1833].

[46] Ibidem.

[47] San Juan Pablo II, Mensaje para la XXXI Jornada mundial de oración por las vocaciones (24/04/1994).

[48] San Luis Orione, Como verdadero amigo – Cartas escritas en confianza, p. 26.

[49] Ibidem.

[50] Ibidem.

[51] Ibidem.

[52] Constituciones, 31.

[53] Vita Consecrata, 23.

[54] Directorio de Vocaciones, 65.

[55] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción, [35].

[56] Cf. Optatam Totius, 2.

[57] San Juan Pablo II, A los futuros misioneros en Javier (06/11/1982).

[58] San Juan Pablo II, A los sacerdotes y a los consagrados en Prato, Italia (19/03/1986).

[59] Cf. San Manuel González, Un sueño pastoral, [1971-1974].

[60] Directorio de Espiritualidad, 290.

[61] San Juan Pablo II, Mensaje para la XXIX Jornada mundial de oración por las vocaciones (10/05/1992).

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