Queridos Monjes:
En la muy feliz ocasión del 30° aniversario de la fundación de la Rama Contemplativa del Instituto del Verbo Encarnado quiero hacerles llegar en nombre propio y de toda la Familia Religiosa del Verbo Encarnado, nuestro más sincero aprecio y los mejores buenos deseos a todos religiosos de vida contemplativa dispersos en todo el mundo.
En verdad, toda nuestra Familia Religiosa se une complacida al himno común de alabanza y gratitud al Señor por el don que hizo a nuestro Instituto y, en realidad, a su Iglesia toda con la Rama Contemplativa del Instituto del Verbo Encarnado.
Las páginas de esta revista conmemorativa del trigésimo aniversario de vida contemplativa en nuestro Instituto que hoy tengo el agrado de presentar, no hacen más que ilustrar la importancia y el rol tan significativo que Uds. realizan en el servicio eclesial para provecho de todos los miembros del pueblo de Dios y el enriquecimiento espiritual que reportan a nuestro Instituto.
1. Rol eminente
En efecto, en el decreto Perfectae Caritatis, el Concilio Vaticano II no se ha limitado a afirmar que los contemplativos conservan también hoy su significado y una fundación plenamente válidos; ha dicho que el puesto que ocupan en el Cuerpo Místico es “eminente”[1].
Es innegable que las exigencias que hoy se plantean para la evangelización son muchas y urgentes. Pero nos equivocaríamos si, partiendo de constatar las necesidades incluso urgentes de apostolado, juzgásemos como superada una forma de vida dedicada exclusivamente a la contemplación. Por eso dicen nuestras Constituciones: “la mejor forma de desarrollar un apostolado eficaz es la unión más estrecha con el Verbo Encarnado”[2] lo cual constituye la finalidad principal del monje[3] y a través de la cual Ustedes contribuyen de manera eficaz a la actividad apostólica no sólo del Instituto sino de toda la Iglesia[4].
Volviendo la mirada atrás, a lo largo de estos 30 años, resulta consolador pensar en que precisamente en estos tiempos en que las necesidades de la evangelización son mayores, nuestros monjes han tenido una expansión cualificada. Hay en este hecho una indicación del Espíritu que nos recuerda a todos, tentados frecuentemente por las sugestiones de la eficiencia, la supremacía de los medios sobrenaturales sobre los puramente humanos. Efectivamente, cuán elocuente resulta para todos su testimonio –el testimonio de nuestros monjes– que “renunciando a todo y apuntando directamente al Fin”[5] nos dicen que “Dios es todo y que debe ser todo en todos”[6].
2. Guardianes del espíritu
Si el Magisterio reconoce en los contemplativos “el honor de la Iglesia y el torrente de gracias celestiales”[7], Ustedes no lo son menos para nosotros. Pues nuestros monjes son –como explícitamente lo indica el derecho propio– “piezas claves del empeño apostólico de nuestro Instituto”[8], de una “importancia máxima”[9], pues son “imanes de la gracia de Dios y pararrayos de su ira”[10], quienes ocupan un “lugar preferente en nuestro Instituto”[11].
De esto se desprende también la importantísima misión que les ha sido encomendada: “el estar a la vanguardia de nuestro Instituto y ser los guardianes de su espíritu” [12].
Bien saben Ustedes que nuestra querida Familia Religiosa no ha sido inmune a las dificultades y que avanza “peregrinando entre las persecuciones del mundo”[13] y las contradicciones de los buenos[14].
Pero me parece que también podemos ver aplicadas a nosotros las palabras de San Juan Pablo II cuando decía: “En un período histórico no lejano, casi se temió que vuestras órdenes fueran destituidas, pero la fidelidad de los monjes de entonces, mantenida por la ayuda divina y por la protección de María Santísima, hizo que superaran la prueba y no murieran”[15].
Por tanto, con gran confianza me dirijo a Ustedes, las almas nobles de nuestros contemplativos, para confiar al ardor de su caridad esta gran misión que quisiera tengan siempre muy presente: la salvaguarda del carisma de nuestro Instituto depende en no poca medida de Ustedes, de su fidelidad, de su aceptación gozosa de las exigencias de la inmolación silenciosa, de la intensidad con que Ustedes vivan nuestra espiritualidad propia. En una palabra: mucho depende de su configuración con Cristo Víctima[16].
Sean tenazmente fieles al patrimonio del Instituto, a la intención evangélica de nuestro Fundador, y con su ejemplo “aguijoneen a muchos a acoger en su corazón el carisma de la vocación”[17].
Y así, “sufriendo las flaquezas de muchos, sin desfallecer por halagos o amenazas y manteniéndose por encima de los vaivenes de fortuna o de fracaso, mantengan el alma siempre dispuesta a recibir la muerte, si fuese preciso, por el bien del Instituto al servicio de Jesucristo”[18].
Que la fidelidad de Uds. –de la cual nos habla tan persuasivamente este aniversario– sea hoy y siempre el consolador baluarte de protección para nuestro Instituto.
Y que sus oraciones y sacrificios sean la fortificación que silenciosamente se levanta en derredor nuestro para mantenernos sólidamente unidos, fundados en la Roca que es Cristo[19].
Que el “testimonio comunitario de pobreza y la misma caridad fraterna”[20] de nuestros monasterios haga de ellos faros de alegría que iluminen a todos los miembros.
Que la devoción tierna a la Madre de Cristo que silenciosamente entrelaza oraciones y sacrificios ofrecidas como caricias a esta Madre Bendita, sea el manto que nos arrope cuando la tempestad arrecia y nos conserve a todos “el fervor espiritual, la alegría de evangelizar, incluso cuando tengamos que sembrar entre lágrimas”[21].
Perseveren siempre en su misión de ser centinelas vigilantes del Absoluto, en oración constante con Dios, a fin de presentarle “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias”[22] de nuestro querido Instituto y así abrir las compuertas por donde se derrame ese torrente de gracias que nos es tan necesario “para para prolongar la Encarnación en todas las cosas”[23].
Dicho de otro modo: sean siempre fieles a su vocación; conserven celosamente y hagan fructificar el don que les ha sido dado. ¡Mucho esperamos de Ustedes!
Finalmente:
A Ustedes que llevan adelante con su particular consagración toda la obra del Instituto[24], que dilatan nuestras obras apostólicas con una fecundidad misteriosa[25] y que con su inmolación oculta enriquecen a toda la Iglesia con frutos abundantísimos de santidad[26] quiero decirles en nombre de toda nuestra Familia Religiosa: ¡Muchísimas gracias! Y “gracias a Dios, quien los dotó de tan fiel corazón… Luzcan estas obras delante de los hombres; véanlas, celébrenlas y glorifiquen al Padre, que está en los cielos”[27].
Invocando sobre todos Ustedes la protección maternal de María, les deseo en nombre de todo el Instituto gran abundancia de bendiciones y gran fecundidad en vocaciones.
¡Muy feliz aniversario!
En el Verbo Encarnado y su Santísima Madre,
Gustavo Nieto, IVE
Superior General
Roma, diciembre de 2018
[1] Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae Caritatis sobre la renovación de la vida religiosa, 7.
[2] Constituciones, 182.
[3] Directorio de Vida Contemplativa, 139.
[4] Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Ad Gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia, 40.
[5] Directorio de Vida Contemplativa, 3.
[6] Ibidem.
[7] Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae Caritatis sobre la renovación de la vida religiosa, 7; cf. CIC, c. 674.
[8] Constituciones, 194.
[9] Directorio de Espiritualidad, 93.
[10] Ibidem.
[11] Directorio de Espiritualidad, 220.
[12] Directorio de Vida Contemplativa, 8.
[13] Lumen Gentium, 8.
[14] San Enrique de Ossó: “Contradicción de buenos, hijas. ¡Una obra sin contradicción, mala señal!”.
[15] San Juan Pablo II, A las ordenes cisterciense y trapense en Castelgandolfo (14/09/1990).
[16] Cf. Directorio de Vida Contemplativa, 65.
[17] Cf. Directorio de Espiritualidad, 292; op. cit. San Juan Pablo II, Discurso al Consejo Nacional y a los secretarios regionales de la Obra de Vocaciones dependiente de los superiores mayores religiosos de Italia (16/02/1980).
[18] Cf. Constituciones, 113.
[19] Cf. Constituciones, 7; op. cit. Cf. 1 Cor 10, 4.
[20] Directorio de Vida Contemplativa, 147.
[21] Directorio de Misiones Ad Gentes, 144.
[22] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, 1.
[23] Constituciones, 17.
[24] Directorio de Vida Contemplativa, 6.
[25] Directorio de Vida Contemplativa, 172.
[26] Ibidem.
[27] Cf. San Agustín, Carta 41.