Directorio de Noviciados
Instituto del Verbo Encarnado
Directorios del Instituto del Verbo Encarnado
Volumen 1
Introducción
- Cuando Santo Tomás habla de los consejos evangélicos insiste en el adverbio “totalmente” como distintivo entre consejos y preceptos. La historia de los Apóstoles, los primeros religiosos, se abre con un relictis omnibus –dejadas todas las cosas–, que subraya el Evangelio de San Lucas (Cf. 5,11). El desvío hacia las cosas mundanas envenena el amor que debemos enderezar a Dios en toda su pureza. Siempre en esta vertiente negativa, ascética, de la vida religiosa, no hay más que una sola actitud: es necesario destruir totalmente el apego a las cosas del mundo; dicho en otros términos: el apego a las cosas terrenas frena el impulso hacia el ideal, impidiendo que el hombre se entregue totalmente al servicio de Dios. El paso se aligera eliminando esa lastra: se llega más rápidamente renunciando totalmente a todos los bienes de este mundo. No otra es la función reservada a los tres votos, que imponen el desasimiento de las creaturas: abandonar totalmente los tres géneros de cosas que nos atan al mundo, en cuanto es posible, pertenece a los consejos evangélicos.
- No basta imitar a medias el ejemplo de los Doce: como dice Santo Tomás de Aquino, “abandonar todas las cosas no basta para la perfección, es preciso abandonarlo todo para seguir a Cristo”. Ahora bien, si el abandono es total, la entrega debe ser total: “los que viven en el siglo entregan a Dios parte de sus cosas, reservándose para sí lo demás… Pero los que viven en el estado religioso se consagran totalmente en persona y bienes a Dios”[1]. Pero como el hombre no puede disponer actualmente de la totalidad de su vida por estar sujeto a las leyes del tiempo, para ofrendarla toda de una vez a su Dios en holocausto, procura superar el ritmo del tiempo y fijar su voluntad por medio del voto: “Esta inmovilidad en el seguimiento de Cristo se asegura por el voto”[2].
1. Naturaleza
- Debido a que lo anteriormente dicho es propio de la vida religiosa, veamos ahora los objetivos propios de su etapa inicial, el noviciado.
Canónicamente: “El noviciado, con el que comienza la vida en un Instituto, tiene como finalidad que los novicios conozcan más plenamente la vocación divina, particularmente la propia del Instituto, que prueben el modo de vida de éste, que conformen la mente y el corazón con su espíritu y que puedan ser comprobadas su intención y su idoneidad”[3].
- Se ven dos grupos de fines muy precisos: por parte del novicio y por parte del Instituto.
Con el noviciado comienza la vida de un Instituto, comienza la vida del novicio, pero también el Instituto aumenta y se enriquece con la vida de sus novicios.
a) El noviciado es un tiempo de inicios
5. Esto es histórico-temporal pero, sobre todo, pedagógico y progresivo. En cuanto inicio, implica una ruptura con la vida anterior. Esta ruptura se realiza por los compromisos que el novicio ha asumido: el comenzar a vivir en un lugar destinado para este fin[4], la recepción del hábito, la unidad del tiempo del noviciado asegurado por su duración[5], por el programa formativo[6] y, sobre todo, por la carga doctrinal y ascético-religiosa a la que el novicio va a quedar sometido[7].
6. Objeción: El inicio de la vida religiosa, la búsqueda de Dios, el conocimiento de sí mismo y del Instituto ¿no podrían alcanzarse de modo más perfecto viviendo en una comunidad ya armada, ya en marcha? ¿No sería mejor iniciar la vida religiosa observando la conducta de otros religiosos mayores? Ver su ejemplo, su modo de entender y vivir las leyes y costumbres. Allí ya hay actividades en marcha y sólo sería menester introducirse en ellas. ¿No se ahorrarían pérdidas de tiempo en la enseñanza de las costumbres, horarios, modo de vivir el silencio, la oración? ¿No se evitarían un gran número de improvisaciones propias de los primeros tiempos?
7. Las objeciones parecen confirmarse durante los primeros días de noviciado, en los cuales es muy lento el progreso y cuesta mucho esfuerzo y paciencia el soportar las fallas y errores propios del comienzo. Aún no hay estilo religioso. No se sabe apreciar el silencio, no hay hábitos de estudios, la liturgia no es muy solemne, los horarios no se cumplen con exactitud y se improvisa en trabajos, cocina, etc… Según el modo de ser de los candidatos hay muchas faltas, desórdenes, impuntualidades, faltas de responsabilidad en los oficios, en el uso y cuidado de las cosas; lo cual ocasiona disgustos a los más organizados, desánimos, etc. Normalmente esto es lo que sucede en los primeros días.
8. Respuesta: Pero el bien del noviciado no se debe buscar en los comienzos de éste, sino que es una obra a más largo plazo. Se busca en el noviciado el inicio de la vida religiosa y su maduración. En la vida sobrenatural el progreso es lento, el desarrollo es al modo de una semilla, al modo de la levadura. Es una maduración, y querer apurarla es como sacar una fruta de su árbol y apurarla desde fuera para que madure. Por dentro quedará verde y lo exterior será sólo cáscara o fachada, pero sin consistencia.
9. En una casa mayor, todo ya está en funcionamiento, las leyes se cumplen, los horarios llevan, las campanas indican y los religiosos muestran el modo de hacer las obras. Puede suceder que algún candidato crea que con adaptarse a lo ya establecido todo está hecho; que con adquirir los modos y comportamientos de los demás ya es religioso; que con el cumplimiento fiel de las obras exteriores marcha a pasos agigantados hacia la santidad. Estas cosas no están mal; el mal estaría en descuidar la búsqueda de Dios y el conocimiento personal y conformarse con “hacer bien” las cosas. Uno se va vistiendo de religioso, pero puede suceder que el interior quede aún inmaduro.
10. Maduración interior: El noviciado parece ser el lugar más propicio para iniciar esta maduración interior. En esta casa el novicio está a la espera de lo que su Maestro le va a enseñar. En cuanto a las obras exteriores, generalmente están plagadas de imperfecciones y son defectuosas. Será tarea del formador el remarcar muy de continuo que no está allí la santidad, que el hacer bien las cosas está en un segundo lugar y será la consecuencia del amor a Dios que se vaya adquiriendo. Deberá repetir el fin del noviciado: la búsqueda de Dios; y las dos alas de esa búsqueda: la oración y la penitencia en el ambiente de caridad fraterna en el cual se debe vivir. La mirada de los novicios debe estar puesta en esto, sabiendo trascender las apariencias exteriores.
11. Sin embargo, el Maestro de novicios debe estar muy atento a todo lo que sucede, pues no debe descuidar ni dejar pasar el momento oportuno para la enseñanza. El mero correr del tiempo no forma, al contrario, puede hacer pensar que el desorden está aceptado, que las cosas se hacen a medias, que el obrar chabacano es el estilo y esto engendra pereza y va minando los grandes ideales.
12. Preocupación exclusiva: Veamos otras conveniencias del noviciado. El Código de Derecho Canónico[8] pide una casa distinta de las otras casas de formación. La finalidad es el vivir dedicados pura y exclusivamente a comenzar la vida religiosa. Las preocupaciones no deben ser las mismas del resto de los religiosos. Es conveniente que se conozca lo que luego se hará o estudiará, las virtudes que se viven en el Seminario mayor, e inclusive que se sepan los problemas que puedan presentarse, pero que no se los sufra; que el ambiente sea de tranquilidad, que se anhele el pasar al mayor, pero que mientras tanto se viva con los ojos puestos en los objetivos propios.
13. En orden a procurar la necesaria tranquilidad y sosiego para el novicio, es de destacar que “es desaconsejable que el noviciado se desarrolle en un ambiente extraño a la cultura y a la lengua de origen de los novicios. En efecto, son preferibles los pequeños noviciados, a condición de que estén enraizados en esta cultura. La razón esencial es la de no multiplicar los problemas durante una etapa de formación en la que deben hallar su propio puesto los equilibrios fundamentales de la persona, en la que las relaciones entre los novicios y el Maestro de novicios deben ser fáciles”[9].
14. Es también ocasión de provocar la generosidad y la madurez, pues se deben tomar responsabilidades desde el primer momento. Se debe crear un ambiente religioso y de santidad y, si no lo hacen los novicios, nadie más lo hará.
15. Se tiene la asistencia continua del sacerdote, quien por estar dedicado exclusivamente a eso puede observar todas las cosas y decir a su tiempo los defectos que ve, y dar los ánimos y sugerencias adecuadas a cada persona y momento.
16. Por último, el noviciado es una etapa bien definida, en la cual el candidato debe llenarse de deseos de ser religioso mayor. El vivirlo bien y superarlo, provoca psicológicamente en el joven una convicción de fortaleza y sana confianza de que podrá afrontar cualquier etapa posterior de su formación.
b) Primer objetivo: mejor conocimiento de la vocación
17. Búsqueda de Dios: La vida se debe orientar a una búsqueda exclusiva y sobrenatural de Dios que llama, y a Quien se debe responder. “Si revera Deum quaerit” amonesta San Benito[10] a quienes pedían ingreso en su monasterio. Esta es la principal ocupación del novicio: buscar a Dios, al Dios revelado por la fe. No se ingresa para dedicarse a la Ciencia, a la Filosofía, a la Teología, tampoco al Arte, o para capacitarse para el apostolado o para la labor educativa. Es verdad que hay que servir a Dios con los talentos que Él nos da, mas estas obras son sólo medios para un fin más alto, y nuestro fin es Dios en Sí mismo.
18. Teniendo en cuenta lo ya dicho, esta primera Casa de formación no debe ser bajo ningún punto de vista un mero pensionado de estudiantes. Tampoco tiene en ella un papel principal el estudio –su lugar es importante en orden al conocimiento de Cristo y de los fundamentos de la vida espiritual; las materias que se dictan son de tinte netamente espiritual[11]–. Su fuerte tampoco es el apostolado[12], o el trabajo manual. Todos estos son medios para encontrar a Dios.
19. Ni siquiera se debe poner como meta la perfección en el obrar: en hacer todo perfecto, organizado, acabado… Eso es un adorno del obrar exterior pero el fin es más interior, y es conocer y amar a Jesús. No se pone como fin el formar personas educadas o bien obedientes; ni formar según el gusto y el modo del Superior. Cada cual debe conocer a Cristo para imitarlo en aquello que Dios le ha dado como vocación particular o modo propio de santidad. No se puede tratar a las vocaciones como si fuesen iguales o calcadas.
20. Más aún, no se debe confundir poniendo como fin último la práctica de los consejos, como si entráramos a la vida religiosa para ser pobres, o para vivir la castidad o renunciar a la propia voluntad. Estos elementos nos desatan de los amores terrenos para permitirnos amar sólo a Dios. Pero hacer hincapié exclusivo en la pobreza, castidad u obediencia como objetivos últimos es ceñir las almas a obras negativas en sí mismas, desviar las miras espirituales.
21. Insistimos un poco más sobre la búsqueda de Dios. Para que ésta sea sincera debe ser exclusiva, se debe buscar a Dios por Sí mismo, no por sus dones ni sus consolaciones. Dios quiere que gustemos qué dulce es el servirlo (Cf. Sal 33,9). Buscar otra cosa es no encontrarlo todo en Dios; no poder decir con San Pablo: juzgo que todas las cosas son pérdidas… y las tengo por basura para ganar a Cristo (Flp 3,8).
22. En toda comunidad se encuentran diversas categorías de almas. Algunas viven alegres e irradiando en torno a sí la santa alegría de la cual gozan. No la puramente sensible, que puede depender del temperamento, sino la interior que preludia la felicidad eterna. Otros no gozan de ella, en su interior están turbados, inquietos, infelices. ¿Por qué esta diferencia? Porque, en el primer caso, el que busca a Dios en todas las cosas, lo encuentra siempre y en todo lugar, y con Dios adquiere el sumo bien y la felicidad que no se pierde. En el segundo caso, en cambio, el alma se aferra a las criaturas, alimenta el amor propio y buscándose a sí mismo se dirige al vacío, y esto no puede contentarla. Se dará del todo a la ocupación exterior, pero esa distracción será ilusoria e insuficiente; encontrará distracción pero no consuelo y sentirá su vida pesada y difícil de llevar.
23. San Bernardo se preguntaba: “ad quid vinisti?”[13], ¿por qué he dejado el mundo, me he separado de lo que amaba, he renunciado a mi libertad, he realizado tanto sacrificio? Inventa una pretiosa margarita vendidit omnia quae habuit et emit eam (Mt 13,46).
c) Segundo objetivo: conocimiento de sí
24. Conocimiento de sí: El conocimiento de sí mismo es de capital importancia en los comienzos. En el noviciado hay que comenzar la edificación espiritual y es fundamental saber con qué materiales se construye.
Este conocimiento tiene dos momentos: de los defectos y limitaciones; y conocimiento de los dones recibidos.
- De los talentos: En cuanto al reconocimiento de los dones recibidos, talentos y potencialidades, es necesario que el Maestro sepa abrir campos de acción, puertas, caminos por los cuales puedan transitar los novicios. En el orden intelectual, ponerlos en contacto con grandes obras, grandes escritores, animándolos a su lectura, mostrándoles de diversos modos la importancia de su conocimiento.
- Introducirlos al conocimiento de las distintas ramas del saber: Filosofía, Escritura, Teología, Moral, por medio de las materias establecidas y, además, por la participación de congresos u otras actividades que, aunque excedan su capacidad de comprensión, les abren panoramas.
Se deben proyectar: convivium, disputatio, grupos de estudio y distintos medios de motivación intelectual.
- En el orden de la conducta también es necesario que despeguen vuelo, valorando y utilizando sus dotes morales. Por ser el noviciado una familia compuesta en exclusividad de novicios, amén de sus pocos formadores, son ellos los que deberán llevar adelante las distintas actividades: trabajos, cocina, economía, etc. Aquí dependerá de la capacidad del formador el encontrar la persona adecuada para el puesto adecuado y luego delegarle responsabilidades. Deberá mostrar confianza para que cada cual se afirme en sus responsabilidades. Viendo todo, sabrá intervenir sólo en lo importante.
- De los defectos: Pero tal vez en los primeros tiempos sea más importantes tratar de conocer los propios defectos para arrancar las malezas.
Para esto es el noviciado un tiempo más que propicio. La comunidad es aún reducida, y si no lo es en número, al menos todos están dedicados a lo mismo, sin tanta variedad de objetivos como en otra casa religiosa. Es una familia y todos están a la vista del Superior. Es muy difícil que no se entere de lo que sucede. Además tiene considerablemente más tiempo para atenderlos espiritualmente y mostrarles sus errores o desvíos. Tiene uso de medios más personales en la enseñanza. La situación de los novicios es distinta a un religioso mayor. No han formado aún juicio y por tanto están necesitados de todo, prontos a recibir cualquier consejo o llamado de atención.
- Pero, por sobre todo, el mayor bien en cuanto al conocimiento de las propias faltas y defectos lo proporciona la misma vida diaria en comunidad. En un noviciado siempre se comienza de cero, no hay nada armado, el grupo humano no es para nada homogéneo: distintas procedencias, familias, costumbres, culturas que, a los pocos días, se ponen de manifiesto. Al tener que tomar determinaciones, obrar por propia cuenta, organizar actividades[14], que en otras casas religiosas están reservadas a alguien con varios años de experiencia; al suceder todo lo dicho, muy pronto se choca con fracasos, roces con compañeros, desánimos…, lo que da ocasión para palpar las propias limitaciones personales. Es deber del Superior llevar el pulso de la situación y estar muy atento a todo, para saber frenar aquello que pueda ser grave y hacer sacar experiencia del resto. Para lo cual no deberá reprender exaltadamente la mala obra, sino hacer notar la raíz de donde procede, para que se llegue así al conocimiento de los propios límites y defectos.
d) Tercer objetivo: formación de la mente
y el corazón con el Instituto
- Este objetivo es hermano de los precedentes, porque la vida es la manifestación del espíritu. Se trata de la totalidad de la persona, según sus dimensiones cognoscitiva y afectiva, mental y cordial; teórica y experimental; interior y operativa.
- Formar privadamente: El Maestro de novicios dará la formación por dos vías. En el diálogo personal será bien claro y enseñará con firmeza, que si bien lo importante es encontrar a Dios en la oración y ofrecerse en la penitencia, ese encuentro e identificación con Cristo debe practicarse en la vida diaria. El identificarse con Cristo nos debe llevar a obrar como Él, de quien se dice que todo lo hizo bien (Mc 7,37). No hay lugar entonces para hacer a medias las cosas, tampoco para vivir en el abandono, sino que se debe ser señor de lo que nos rodea. Menos aún se puede ser descuidado con lo que es de los demás, provocando daños a terceros o al bien común. En esto el Maestro será claro y exigente, y le dará materia de trabajo para modelar sus costumbres. En lo personal podrá llamar la atención, incluso retar cuando se vea descuido, desgano o negligencia, e imponer castigos.
- Formar comunitariamente: Pero distinto es el modo de formar en lo que mira a llevar la comunidad adelante. Allí debe ser mucho más paciente. Deberá indicar el modo de hacer las cosas, mostrar la ventaja de hacerlo bien, la ventaja de ser ordenados, o puntuales… Podrá, en tono de broma, ridiculizar los defectos para hacerlos despreciables. Pero no es conveniente que use de retos o enojos, gastando su autoridad en estar en todo momento corrigiendo defectos; al contrario, su insistencia estará en marcar que se está para aprender a rezar y para sufrir por Cristo.
e) Cuarto objetivo: comprobación de la intención e idoneidad del novicio
- Intención: La palabra “comprobación”, jurídicamente, significa aprobación de un asunto en todas sus partes, el reconocimiento detallado de algo, la confirmación… hasta llegar a la certeza de una resolución. Caen bajo la comprobación: el propósito, la intención, su deseo vital, su opción fundamental bajo la gracia. Incluye un proyecto de vida para siempre, asumido con firmeza, claridad y resolución. No puede ser novicio quien no manifieste un verdadero deseo de santidad o perfección.
- Idoneidad: También se comprueba la idoneidad, o sea, la posesión actual, no futura ni incierta, de la misma. Se sigue observando aquellos requisitos que se exigieron en el momento de la admisión.
f) Quinto objetivo: experiencia de vida en el Instituto
- El novicio no es un mero espectador, ni mero crítico de la vida del Instituto, la cual tolere o con la que se enfrente críticamente. Es protagonista activo de la misma, si bien principiante. Viviendo como tal, hace experiencia vital del Instituto. Debe conocer el Instituto, como se dirá más adelante, para conformar la mente y el corazón con su espíritu.
2. Admisión al noviciado
- Derecho de los Superiores mayores: “El derecho a admitir candidatos al noviciado compete a los Superiores mayores, conforme a la norma del derecho propio”[15].
Es la formulación de un derecho y no de un deber; un derecho puro, pues los Institutos de vida religiosa son sociedades libres y como tales ellos aceptan como miembros a quienes quieran.
- Este derecho pertenece a los Superiores mayores, entendidos a tenor del can. 620 del Código de Derecho Canónico[16]. Quedan excluidos los Superiores locales, los consejeros y los capítulos. Este derecho puede ser delegado, en todo o en parte, para un acto y para la universalidad de los casos[17].
- La fecha máxima de admisión será determinada teniendo en cuenta el inicio del noviciado y del año lectivo del Seminario mayor, de tal modo que se le provea al candidato la estructura conveniente, en cuanto al tiempo, para que su noviciado sea de doce meses transcurridos en la misma comunidad del noviciado[18].
- Vigilante cuidado: “Con vigilante cuidado, los Superiores admitirán tan sólo a aquellos que, además de la edad necesaria, tengan salud, carácter adecuado y cualidades suficientes de madurez para abrazar la vida propia del Instituto; estas cualidades de salud, carácter y madurez han de probarse, si es necesario, con la colaboración de peritos, quedando a salvo lo establecido en el can. 220”[19].
- La norma es claramente imperativa y excluyente de escapes, aunque su incumplimiento no provoca invalidez. La cláusula latina tiene los síntomas de un precepto severo: el imperativo del verbo, la estricta medida de vigilancia, y la partícula excluyente: “con vigilante cuidado […] admitirán tan sólo…”[20] marcan su gravedad. Es muy importante este cuidado debido a los riesgos que, para el Instituto y para el candidato, acarrearía una errónea admisión, y también por la misma dificultad de verificación de las cualidades requeridas (salud, carácter y madurez).
- Además, se deberá tener en cuenta que “las nuevas vocaciones que llaman a las puertas de la vida consagrada presentan profundas diferencias y necesitan atenciones personales y metodológicas adecuadas para asumir su concreta situación humana, espiritual y cultural. Por esto es necesario poner en marcha un discernimiento sereno, libre de las tentaciones del número o de la eficacia, para verificar, a la luz de la fe y de las posibles contraindicaciones, la veracidad de la vocación y la rectitud de intenciones”[21].
- Postulantado: Esta obligación fundamenta la existencia del postulantado: “El postulantado se realiza en los contactos previos que el candidato tiene con los miembros del Instituto, a fin de informarse de su carisma y de las obligaciones del noviciado. Este contacto está a cargo de uno o varios sacerdotes, designados por el Superior provincial, que deberán conocer al candidato, su vocación, su idoneidad, a fin de presentarlo al noviciado”[22].
- “El tiempo de duración del postulantado no es fijo, sino que dependerá de la preparación del candidato, del grado de madurez humana y cristiana, de su cultura general básica, del equilibrio de la afectividad y de su capacidad de vivir en comunidad, etc., ya que ‘la mayor parte de las dificultades encontradas en nuestros días en la formación de los novicios provienen del hecho de que éstos no poseen, en el momento de su admisión al noviciado, el minimum de madurez necesaria’”[23].
- Al finalizar el postulantado el candidato elevará un pedido al Superior provincial para su admisión al noviciado, indicando las razones que lo mueven.
- Cualidades exigidas: La primera cualidad requerida es la edad mínima, 17 años, so pena de invalidez del acto de admisión, del inicio del noviciado y de los demás actos subsiguientes[24].
- La segunda es la salud: no hablamos tanto de la ausencia de enfermedades, cuanto de un estado subjetivo de bienestar general e integral de la persona, en sus dimensiones psíquicas, físicas, espirituales, sociales, familiares.
- La tercera es el carácter adecuado estable y constante que le permita enfrentarse a las obligaciones a asumir, comunitarias y personales.
- La cuarta cualidad es la idoneidad psicológica y moral: “La Iglesia… no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay. Dichas personas se encuentran, efectivamente, en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación con hombres y mujeres. De ningún modo pueden ignorarse las consecuencias negativas que se pueden derivar de la Ordenación de personas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas”[25].
- Finalmente, la madurez suficiente como para integrarse adecuadamente en el funcionamiento y fuertes exigencias de la vida religiosa.
- Cuando se crea necesario se puede recurrir a la colaboración de peritos, pero de modo tal que no se lesione ilegítimamente la buena fama de que alguien goza ni su propia intimidad.
- Juicio sobrenatural: Pero el criterio principal y al cual se ordenan los demás es necesariamente sobrenatural, pues sobrenatural es el misterio de la vocación. Donde se puede intuir razonablemente que Dios ha tocado un alma con el llamado vocacional, el Superior debe moverse por fe. Aquí ya no se trata de una primera impresión agradable o no, de una simpatía o pálpito personal, de criterios humanos, sino de ser respetuoso de la elección divina, pues Dios es el dispensador de todas las gracias (Cf. Rm1,5; 1Co 7,7).
- Invalidez: En cuanto a la invalidez de la admisión se tiene en cuenta el can. 643 del Código de Derecho Canónico.
3. Distintas etapas
- Plan formativo: “La finalidad del noviciado exige que los novicios se formen bajo la dirección de un Maestro, según el plan de formación que debe determinar el derecho propio”[26].
- La dirección del Maestro viene supeditada por la norma a un estatuto o plan formativo, previsto por el derecho propio. No es, pues, una dirección autoritaria, ni arbitraria, sino modelada normativamente por el contenido y orientaciones de dicho plan.
- “Corresponde al Maestro y a sus cooperadores discernir y comprobar la vocación de los novicios, e irles formando gradualmente para que vivan la vida de perfección propia del Instituto”[27].
- El discernimiento y la comprobación de la vocación es el objetivo primario que implica estudio, distinción, dilucidación, purificación, selección. Desemboca orgánicamente en la comprobación verificada de lo discernido, que es la vocación. La comprobación procede, no en abstracto, sino sobre la base de los hechos, gestos o signos reales.
- Formación gradual: Este discernimiento se debe hacer teniendo en cuenta el complemento del trabajo, es decir la formación gradual de los novicios. El adverbio gradualmente (gradatim), va acompañado de otro adverbio: adecuadamente (rite). No puede exigirse al novicio toda la vida de perfección, o la perfección absoluta de la vida en el Instituto, ni siquiera puede imponérsele, ya desde los primeros días, la concreta perfección que se le exige como novicio, ya que deberá ser tal durante al menos un año.
- Dicha perfección está plasmada por el cumplimiento de la globalidad del derecho propio, correlativamente a cómo la vocación es vocación divina pero quidem Instituti propriam[28]. El religioso está obligado a ordenar la vida según el derecho propio para, de esa manera, tender a la perfección del propio estado[29] y acepta como suprema regla de vida el seguimiento de Cristo propuesto en el Evangelio, pero expresado en las Constituciones.
- En nuestro Instituto el tiempo de noviciado es de un año. Pero no es un año uniforme en cuanto a las actividades y exigencias. En ellas hay un progreso, se intenta una pedagogía. Es conveniente dividir el año en tres etapas bien marcadas. La primera desde el ingreso hasta la imposición de sotana, la segunda y la tercera divididas proporcionalmente y según se crea conveniente de acuerdo a la consecución de los objetivos. Es conveniente finalizar con los Ejercicios Espirituales de mes, los cuales preparan adecuadamente a la primera profesión temporal.
a) Primera etapa
- El ingreso: Esta primera etapa coincide con el ingreso a la vida religiosa. Este primer tiempo sería la continuación del postulantado, para un mejor conocimiento de los jóvenes, sobre todo para que el Superior tenga más libertad de alejar a aquellos que no tengan idoneidad para esta vida.
- El ingreso es muy duro para el joven y exigente de por sí. “El camino de la salvación no puede empezarse sino por un principio angosto”[30], dice San Benito en el “Prólogo” de su Regla; y esto porque es una conversión, en la cual hay que dejar el modo propio de ver y de obrar; negarse a sí mismo, renunciar a costumbres viciosas, o a los impulsos de la concupiscencia; trabajar por erradicar los vicios… Somos como bloques de mármol informes que deben ser tallados.
- En esta primera etapa el Superior debe estar muy cerca del joven. Son muchas las tentaciones; el desarraigarse de la familia y del ambiente trae consecuencia en los afectos y en los sentimientos, los cuales hay que saber reordenar. Se debe poner sobre aviso que éste no es tiempo para pensar en la vocación o discernir sobre ella. Ya habrá tiempo y ocasiones propicias.
- En lo práctico es necesario comenzar las actividades cuanto antes. Presentar los planes de estudio, trabajo y calendario. Comenzar las clases enseguida, no dejando espacios para la melancolía.
- Pero, por sobre todo, el trabajo del Maestro será llenar de coraje las almas que comienzan su camino. Infundir confianza en que se podrá alcanzar a Dios, la santidad, confianza en la perseverancia… Mostrar con su vida la felicidad del estar consagrado a Dios.
- Discreción en las exigencias: Es necesario comprender que en esta primera etapa no hay que ordenar ninguna “cosa áspera o pesada”. El Superior debe tener corazón de padre y mucha discreción. Hay que mostrar al joven que si alguna cosa parece rigurosa o difícil no se debe huir enseguida aterrado.
- Es muy sabio no exigir cosas extremadamente duras, humillaciones ásperas, malos tratos, secos o rígidos… El que ingresa debe tomar confianza en sus Superiores y en sus propias fuerzas. Por medio de la enseñanza, la meta debe ser puesta muy alta, el ideal bien noble, no mezquinar en cuanto a los propósitos de santidad. Pero exigir pasos posibles de dar, metas concretas, que puedan ser logradas y animen a buscar más. Así se consigue que los débiles no se desanimen y que los fuertes ambicionen siempre más: ut sit quod fortes cupiant.
- También es muy malo recargar con leyes y reglamentos hasta el cansancio. Sobre todo no multiplicar las obligaciones y prohibiciones en pequeñeces o en obras exteriores. Esto empequeñece el alma, pues el mirar pequeñas cosas vuelve mezquinas a las almas. Conviene remarcar siempre los grandes ideales e invitar a alcanzarlos. En cuanto a las demás acciones, ir lentamente, exigiendo de a poco, sobrellevando pacientemente los errores. Conviene decir las cosas más que mandarlas.
- Suele suceder en los primeros días una desesperación por la perfección y como las cosas no salen del todo bien caen las almas en desánimo. Así, es muy común en los primeros capítulos comunitarios que, en torno al tercer punto que es el destinado al orden interno de la comunidad o a las actividades del noviciado, los novicios comiencen a decir y reprochar todas las cosas que salen mal: el silencio mal guardado, las habitaciones no limpias, el estudio no respetado, la convivencia difícil, la liturgia mal rezada, los trabajos mal hechos, descuido en el uso de las cosas… Se enumeran hasta el cansancio cosas que son verdaderas, pero que dichas todas juntas no producen el efecto educativo; nadie emprenderá su corrección, puede ocasionar faltas de caridad y, por sobre todo, pintan un estado caótico de la situación, lo que lleva al desaliento. Es muy importante que el Maestro sepa frenar este punto dejando decir sólo lo conveniente y en su medida, y que, por el contrario, él muestre las cosas buenas que se realizan y remarque las obras generosas, haga planes concretos y posibles, muestre ideales de la Congregación, proyectos misioneros, apostolados, obras emprendidas…
- Paciencia en el trato: Es conveniente recordar que la virtud que debe templar al Superior en esta etapa es la paciencia, y en su porte exterior ha de mostrar señorío de sí y de la situación. En esta etapa nunca debe retar a la comunidad en público; otra cosa es la corrección privada del novicio. El reto al comienzo abate el espíritu, quita ánimos. Por eso debe ser muy discreto en las cosas que manda. Ordenar lo que es posible de cumplir. Nunca emitir un ultimátum al cumplimiento de obligaciones pues, por su incumplimiento, se verá luego ante la necesidad de castigar gravemente, o bien de faltar a su palabra de amenaza, perdiendo autoridad.
- Tiempo de enseñar: Esta primera etapa es tiempo de enseñar, de instruir en el conocimiento del constitutivo de la vida religiosa. Luego se trabajará más en la voluntad en concreto.
- Si se trata de enseñanza pública, se instruirá en las principales verdades de la vida espiritual y en los medios a nuestro alcance para acrecentar esa vida. Además, porque a la vida religiosa, estado de perfección, no se ingresa perfecto, sino para alcanzar la santidad; y sabiendo la poca conciencia de pecado que existe entre los cristianos de hoy; por estos dos motivos es conveniente esclarecer la doctrina sobre el pecado, aun en lo más elemental, distinción entre pecado mortal y venial, deliberado e indeliberado, primeros movimientos, imperfecciones…
- Se debe enseñar a confesarse bien, aconsejando el período entre Confesiones, la materia del sacramento; enseñar que el examen de conciencia no es una mera introspección psicológica, que los primeros movimientos no son materia del sacramento, que el dolor de los pecados no se reduce al sentimiento de culpabilidad, que el dolor debe recaer sobre los pecados y no, como suele ocurrir, sobre las imperfecciones. En resumen, se debe “formar la conciencia”.
- Para esta formación es conveniente enseñar a hacer el examen de conciencia sobre un defecto particular a desterrar o virtud a adquirir, según el método ignaciano; pues, bien entendido, no como un mero recuento de faltas, nos ayuda a ver las causas u ocasiones por las cuales se cae más veces un día que otro, y buscar los remedios. Además, por la continua vigilancia que se realiza sobre el propio obrar, nos pone sobre aviso para evitar las faltas; de esta manera no se vive en la inconsideración, disipación diaria o ligereza.
- En otro orden de cosas, hay que enseñar a rezar, es escuela de oración: los novicios tienen necesidad de conocer la oración, al menos la meditación y la contemplación. Hay que ser muy prácticos en esto, bajar a cosas bien concretas al comienzo. Si es necesario, guiar alguna primera meditación, enseñarles a prepararla, utilizando el método ignaciano, que es el que mejor sirve de andador, proporcionar a cada uno el libro de meditación, consultar sobre el resultado de las primeras. Que no se pierda el tiempo en la oración, que se aprenda cuanto antes a bien rezar.
- Se debe conocer bien la oración litúrgica, doctrina, desarrollo histórico, su contenido teológico, su modo de rezar, aun en las cosas prácticas.
- Motivar el recogimiento: Para vivir en un clima de santidad conviene insistir sobre el recogimiento habitual, o sea, sobre la mirada interior a nuestro Señor, sobre la compañía continua o hábito de hacer todo en orden a Cristo. Que aprendan a realizar visitas al Santísimo, a vivir momentos de silencio… Enseñarles a ser recogidos, contemplativos en todo momento, es de gran provecho. Así dice Santa Teresa en Camino de perfección: “Pues nada se aprende sin un poco de trabajo, por amor de Dios, hermanas, que deis por bien empleado el cuidado que en esto gastareis, y yo sé que, si le tenéis, en un año, y quizá en medio, saldréis con ello, con el favor de Dios. Mirad qué poco tiempo para tan gran ganancia como es hacer buen fundamento para si quisiere el Señor levantaros a grandes cosas, que halle en vos aparejo, hallándoos cerca de sí… Si en un año no pudiéremos salir con ello, sea en más. No nos duela el tiempo en cosa que tan bien se gasta, ¿quién va tras nosotros? Digo que esto, que puede acostumbrarse a ello, y trabajar andar cabe este verdadero Maestro”[31].
- Otros grandes pilares de la vida religiosa que se deben aprender son el silencio y la mortificación.
Mostrar los modos de silencio, exterior, interior, silencio espiritual; enseñar la conveniencia, excelencia, los provechos para el alma y los desastres que ocasiona la disipación. Ser claro en indicar los momentos de silencio comunitario, el gran silencio desde Completas hasta el Ángelus del día siguiente, el silencio en el estudio, el útil para el descanso, etc. Se deben buscar los medios para ponerlo en práctica, valiéndose del método preventivo, evitando las ocasiones.
- En cuanto a la mortificación hay que enseñar sobre todo los motivos por los cuales se hace y tener mano firme en cuanto a guiarlos en ella: evitando los excesos propios del comienzo y exigiendo el cumplimiento de lo prometido.
- Ayuda personal: En lo que mira a lo personal, claro está, dependerá del estado espiritual de cada novicio, pero sí se impone un seguimiento de cerca, diálogo constante para conocer a fondo y sugerir los trabajos espirituales a emprender.
- Lo que sí es común a todos, de gran importancia desde el comienzo, y tarea que conviene realizar en privado, es dar a entender, sobre todo a los más capaces, en qué estriba el progreso de una comunidad. Todo grupo de gente estable se divide en unos pocos que buscan por todos los medios la santidad, otros pocos que tiran todo hacia abajo, por medio de descontentos, burlas, ironías, desganos, haciendo mal las cosas, etc.; y la gran mayoría que oscila entre los dos polos y se moverá según quién pese más. Si los que logran llevar el ritmo del grupo son los santos, la comunidad buscará la santidad siguiendo sus pasos; de lo contrario caerá en la mediocridad. Haciendo entender esto a los más capaces hay que impulsarlos a que sean levadura, que sean generosos en sacrificar mucho por los demás, a olvidarse de sí. No se deben contentar con ser santos ocultamente, deben crear un ambiente de santidad. Según Jesucristo: que vuestra luz brille y los hombres glorifiquen a Dios por vuestras buenas obras (Mt 5,16), o San Pablo: sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo (1 Co 11,1). Para esto hay que ser muy generosos y sacrificar el tiempo, los gustos, vencer la falsa humildad, y estar presente en todas las actividades comunitarias posibles creando buen espíritu. Así, por difícil que sea, es de gran provecho en la formación. Hay pocos que se dan cuenta de lo que esto significa. Muchos se contentan con rezar, mortificarse, hacer bien sus obras, pero luego se esconden, desaparecen, no aportan a la comunidad.
- Lo anteriormente dicho sobre los tres estratos de una comunidad es necesario tenerlo muy en cuenta por lo que respecta a ese pequeño grupo de mediocres que todo lo ensucia y bajonea. No suelen ser muchos pero hay que estar muy atentos por el mal que pueden ocasionar. En el noviciado no se acostumbra a expulsar por las imperfecciones; más adelante la limpieza será mayor, por ejemplo, a los faltos de voluntad, mediocres, de espíritu mundano… En el noviciado se es paciente en esto, pues cada alma tiene un tiempo para la gracia. Sin embargo, hay una excepción y es la de aquellos que dañan el grupo. Hay que detectarlos y es conveniente alejarlos, pues es mucho el mal que ocasionan o el bien que se pierde de ganar.
- Tiempo de grandes deseos: Son los primeros avisos espirituales de los santos. Es Santa Teresa la que escribe aconsejando a las almas en sus comienzos: “Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor; que si ellos nunca se determinaran a desearlo y poco a poco a ponerlo por obra, no subieran a tan alto estado. Quiere su majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza de sí, y no he visto a ninguna de éstas que quede baja en este camino, ni ninguna alma cobarde –con amparo de humildad– que en muchos años ande lo que estos otros en muy pocos. Espántame lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas; aunque luego no tenga fuerzas el alma, da un vuelo y llega a mucho…”[32].
- De modo más explícito afirma en Camino de perfección: “digo que importa mucho y el todo una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera me muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo”[33].
- Será de mucho provecho, a este fin, en el noviciado, vivir profundamente unido a Cristo en su Pasión, pues moverá a devolver amor por amor, pagando con obras. Enseñar a ser generosos en la contemplación. Mirar gratuitamente a Cristo, que ya Él inflamará nuestro corazón.
- Pregustar la virtud: En cuanto al trabajo del Maestro, deberá valerse muy bien de los distintos medios de formación, en especial de las “Buenas noches” y otras conversaciones o reuniones comunitarias, para hacer “pregustar la alegría de la virtud”. Entendemos por esto el hacer saborear anticipadamente una virtud que aún se está buscando como si ya se la poseyera. Vale decir: gozarse en la pobreza que se intenta vivir, alabar el bien de la humildad, del sacrificio, compararse con los santos, ver paralelos con sus vidas… Se sabe que para conseguir virtudes humanas o para hacernos prontos en el ejercicio de las infusas hay que repetir muchos actos, cosa que aún no ha hecho el novicio, pero ante las primeras obras buenas que se realizan en orden a una virtud, es trabajo del Superior alabar este género de vida.
- Otro medio muy loable es recompensar el esfuerzo, ya sea de palabra o de obra; el buen trato, el afecto que se brinde, el crear un ambiente de júbilo en la convivencia, sirven de premio y de estímulo para seguir por el camino de la virtud.
- Es muy conveniente que el Superior hable de todo lo bueno que suceda: remarcando y valorando los dones de Dios sobre la comunidad, su providencia amabilísima sobre nosotros, exaltando cómo se viven las virtudes, cada vez que hay gracias de Dios, progresos espirituales o materiales… Ayuda mucho el sentir con la Congregación, participando de las obras misioneras, leyendo las crónicas de otros sacerdotes…
- En el orden más práctico, no conviene empezar con muchas prácticas o devociones comunitarias.
b) Segunda etapa
- Recepción del hábito: El punto de transición entre ambas etapas serán los Ejercicios Espirituales previos a la imposición de sotanas.
Estos Ejercicios son de capital importancia para una verdadera conversión, tal vez Confesión general y, sobre todo, oblación personal a Cristo Rey Eterno, manifestando que “quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vitupero y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra sanctísima Majestad elegir y rescibir en tal vida y estado”[34].
- La imposición de sotana debe ser al modo de signo sensible de esa disposición interior y su recuerdo constante. Impresiona sensiblemente y da ansias de identificarse con Cristo. Valiéndose de esto, el Maestro insistirá en algo que es real: por más que sean sólo novicios, al estar vestidos como sacerdotes les cabe la obligación de comportarse como sacerdotes, vivir las virtudes, delante de Dios y de los hombres, propias del sacerdote. Para lo cual hay que trabajar mucho. Es este el momento, y las disposiciones de ánimo están prontas, para invitar y mover a conseguir la perfección. La obra perfecta es la obra bien terminada, acabada, hasta en sus últimos detalles.
- Trabajar la voluntad: Esta segunda etapa es ya no tanto para enseñar o infundir deseos, sino principalmente para forjar la voluntad, fortalecerla, obligarla a obrar. El trabajo preponderante es en la voluntad: hacer hombres fuertes. La vida religiosa es el lugar de los fuertes; San Benito habla del “género fortísimo de los cenobitas”[35]. Santo Tomás dice que “el que entra en religión se prepare para el martirio”. La fortaleza es una firme disposición de ánimo para soportar valerosamente cualquier género de mal, aún los peores y los más continuados.
- Secundariamente se acoge a los débiles de espíritu para que se cobijen a la sombra de los fuertes, como en un bosque, donde al resguardo de los grandes árboles pueden crecer un sinnúmero de plantas más débiles. No hay que desanimar a los débiles, ya lo dijimos, pero el gran espacio para la perfección hay que prepararlo para los fuertes. Bien lo pone Bernanos en boca de una priora carmelita: “Es un mal modo de ingresar a nuestra Regla el arrojarse a ciegas, como un hombre perseguido por los ladrones… Nuestra Regla no es un refugio. No es la Regla la que nos guarda, somos nosotras las que guardamos la Regla”[36]. El Maestro debe ocupar su mayor tiempo en los más capaces y valientes, los demás seguirán los pasos de estos. La tentación del Superior es la contraria: por sentimiento tiende a dar más tiempo a los débiles o problematizados, pues los otros marchan bien. A corto plazo esto soluciona algunos problemas pero a la larga decae el nivel de la comunidad. Su obligación es llevar a los fuertes al mayor grado de perfección.
- Formar en la fortaleza: El trabajo en la voluntad se centrará en adquirir la virtud de la perseverancia en el buen obrar, que es una corona y adorno de las demás virtudes. Suele suceder que en el noviciado se acometen grandes obras, muy difíciles, con grande ánimo; el novicio es fuerte para emprender y atacar. Pero esto es poco todavía. La virtud de la fortaleza se aquilata en la perseverancia. Aquí hay que insistir que lleven al final la buena obra, que la acaben, la hagan perfecta.
- Santo Tomás es muy claro al respecto. De los dos actos de la fortaleza, del atacar y del resistir o sostener pacientemente hasta el fin, dice: “el principal acto de la fortaleza es sostener”[37]. Y lo fundamenta en tres razones, pues: el que ataca considera a lo atacado más débil; además el que soporta tiene el peligro encima, a diferencia del que ataca que lo mira como aún futuro; por último, el soportar conlleva dilatación del tiempo, en cambio la arremetida es súbita.
- En la perseverancia: En esta etapa la exigencia en las prácticas de la vida religiosa debe acentuarse para educar, aquilatar la virtud de la perseverancia. El noviciado es muy propicio por dos motivos:
– la voluntad humana cambia muy pronto y el demorar mucho tiempo en algo tiende a demoler la voluntad aún más resuelta;
– en segundo lugar el hombre busca distracciones, variantes, cambios de oficios… En esta etapa las actividades tienden a hacerse monótonas, ya sea el estudio, el trabajo, la oración, la comunidad. No hay obstáculos externos, se han vencido muchos pecados y vicios, es como si se suspendiera la lucha y esto aparenta ser rutina. El perseverar en este estado monótono es gran virtud y muy formativo: Melior est patiens viro forti, et qui dominatur animo suo, expugnatore urbium (Pr 16,32).
- Aquí es muy importante exigir el cumplimiento de las obligaciones, pues ellas son de gran ayuda: disciplinando la voluntad, se la templa; y ordenándola a obras precisas, se evita el derroche de energía, y se la sustrae de la distracción.
- En la exigencia: El modo práctico de lograr esto es la implementación de nuevas exigencias, aprovechamiento máximo del tiempo para volcarlo en oración, lectura, estudio, etc.
- Aumento de la mortificación, aun la comunitaria. Claro que esto, como lo demás, hay que sugerirlo, indicando que siempre se lo hizo y con gran provecho, y provocar la libre aceptación. Se incorpora un día de silencio, el cual de modo natural incluirá el ayuno comunitario y la finalización de este día de silencio con una noche heroica de adoración.
- Se incorporarán algunas otras oraciones comunitarias, como por ejemplo hora intermedia, Completas, etc. Se levantará más temprano para permitir una preparación más larga para la Santa Misa.
- Los mismos trabajos se buscarán de mejorar, poniendo fines o propósitos comunes, metas semanales o lo que requiera, que una vez obtenidas darán paso a otras.
- En las predicaciones se trabajará de dos modos: insistiendo en la magnanimidad, grandes empresas, gracias actuales, etc.; y mostrando lo humillante del obrar con pequeñez, lo humillante de la pereza, del desorden, de lo poco que se viven las virtudes, las mortificaciones; humillar comparando con el celo mayor de los mundanos por sus cosas, que el nuestro por las de Cristo. Se debe provocar ánimo para sobreponerse y obrar mejor.
- En estos momentos el Maestro puede gastar algunos retos. Habíamos remarcado mucho que en la primera etapa nunca debía retar en público a la comunidad; retar es casi siempre contraproducente: denota falta de autoridad, los buenos se sentirán tocados y desanimarán, y los que merecen el reto ni se darán por enterados.
- Sin embargo ahora es tiempo propicio para fustigar los errores. Pero, más que todo, retos dolidos, al modo del que se siente defraudado. No hay inconveniente en manifestar el descontento. Se pueden señalar defectos concretos, subrayando que, aunque pequeños, luego ocasionarán daños mayores.
- Incluso es de provecho imponer algunos castigos al que incurra en faltas, incluso por negligencia. Algún castigo, ya sea imponiéndoselo él mismo o con la aceptación del castigado, es de gran provecho para aquel y para todos.
- Abandono confiado: Después de todo lo dicho hay que hacer una importante aclaración. Es ésta una época de exigencia, de fortalecer la voluntad. Pero por más fuerza de voluntad que logremos, a Dios no se lo alcanza a fuerza de brazos. Dios desprecia la fuerza del hombre (1 S 2,8). La obra es sobrenatural y los medios para alcanzar a Dios deben superar la fuerza de voluntad; la suponen, pero la trascienden. Y sería muy pernicioso el hacer del novicio un hombre pagado de sí, autosuficiente, orgulloso.
- El gran crecimiento espiritual se da cuando, después de haberse exigido al máximo, de haber luchado al límite de las fuerzas, se choca con algún fracaso o impotencia, y se da cuenta que sus fuerzas son escasas, que por algo Dios eligió lo pobre y despreciable. Mirad, hermanos, la vocación vuestra: no hay muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles, sino que Dios ha escogido lo insensato del mundo para confundir a los sabios; y lo débil del mundo para confundir a los fuertes; y lo vil del mundo y lo despreciado ha escogido Dios, y aun lo que no es, para destruir lo que es; a fin de que delante de Dios no se gloríe ninguna carne (1 Co 1,22-29).
- El hecho formativo se da cuando el joven “quiebra su voluntad” y comienza a abandonarse en Dios, a “hacer todo como si dependiera de uno, pero sabiendo que todo depende de Dios”[38].
- Para llevarlo a este “quebrar la voluntad propia” es conveniente, luego de las exigencias normales, comenzar a dar otras actividades, como por ejemplo culturales, intelectuales, exigencia de trabajos extras; pero no dispensándolo en nada de las anteriores obligaciones y compromisos. Cuando al novicio le parezca que supera sus fuerzas, se aprovechará este momento a fin de enseñar el secreto de la confianza y abandono en Dios.
- Esta etapa tiene un momento fuerte, que puede ser muy conveniente ponerlo al final. Nos referimos a la realización del voto de esclavitud mariana. No se trata de un voto público por cuanto que el novicio no es todavía religioso jurídicamente hablando. Tendrá carácter de voto público cuando el novicio lo profese por primera vez junto con los votos de pobreza, castidad y obediencia. En preparación al voto de esclavitud mariana, los novicios leerán meditativamente el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, de San Luis María Grignion de Monfort.
c) Tercera etapa
- Gozo espiritual: Si el novicio ha buscado a Dios sinceramente, con generosidad, su corazón se fue ensanchando poco a poco, y Dios lo colma con su gracia. Es más fácil el cumplimiento de los mandatos divinos, no tan penosos los esfuerzos y la felicidad más próxima. Ensancha, Señor, mi corazón y correré por el camino de tus mandamientos (Sal 119,32).
- El fin de esta etapa es enseñar a vivir y obrar en presencia de Dios, con confianza en Él. Obrar por tanto con soltura, iluminado por las reglas y mandatos, pero no esclavo de ellos, pasar de siervos a amigos. Para bien cabalgar hay que hacerlo con soltura. Esto hace más gozoso y efectivo el andar, como así también el marchar hacia Dios. Dios bendice al que se entrega con alegría (2 Co 9,7), confiesa San Pablo.
- Se debe propiciar aun exteriormente un ambiente de alegría, en el que se saboree el haber luchado y vencido.
- Preparación para la profesión: En lo que mira a la enseñanza es necesario instruir en orden a la próxima etapa. La vida allí será muy distinta. A lo largo del año se han infundido deseos de pasar al Seminario mayor, se han mostrado sus ventajas, sus provechos. Ahora se insistirá en el modo de más usufructuar de esa vida, aprovechando de la cercanía de otros sacerdotes, las experiencias de los mayores, el participar de empresas de mayor envergadura, organización más perfecta, liturgia más señoril, etc. Se pueden esclarecer algunas virtudes como la obediencia y su modo de vivirla, la eutrapelia y su bien a la vida comunitaria, la generosidad…
- Pero es altamente importante prevenir sobre alguna situación o sobre las tentaciones más frecuentes con las que se encontrará.
- Por ser la casa más grande y mayor el número de religiosos, es muy fácil sucumbir a la tentación de esconderse, separarse de las actividades comunes, cumpliendo las obligaciones, pero no aportando mucho más.
- Ejercicios de mes: Es conveniente terminar con los Ejercicios Espirituales de mes, los cuales constituyen el momento culmen de la tercera etapa.
4. Los formadores
- Un sólo Maestro: “El fin del noviciado exige que los novicios sean formados bajo la dirección del Maestro según el plan de formación que ha de ser definido por el derecho propio. El régimen de los novicios, bajo la autoridad de los Superiores, está reservado a un sólo Maestro”[39].Según el Código se cierran las puertas a lo que podríamos llamar conducción colegial en la formación: varias personas igualmente responsables. El régimen debe tener una sola cabeza directa e inmediata, es decir, un sólo Maestro de novicios.
- a) El Maestro de novicios tiene la potestad de gobernar a los novicios en orden a los objetivos de su condición de tales, potestad ejercitable en espíritu de servicio[40] y dentro de los límites de su cargo[41].
b) Será además el Superior local cuando el noviciado se realice en una casa destinada exclusivamente para esta finalidad[42]. Su potestad excluye el fuero interno sacramental[43].
c) Cuando el noviciado se haga en otra casa del Instituto[44], la potestad del Maestro de novicios será exclusiva y estrictamente sobre los novicios, si bien aisladamente y en cuanto grupo o comunidad. Lo que sobrepase su condición de novicios caerá bajo la potestad verdadera y propia del Superior local. El Superior local gobierna la casa del noviciado, no en cuanto noviciado, sino en cuanto casa.
- Requisitos: “El Maestro de novicios ha de ser un miembro del Instituto, profeso de votos perpetuos y legítimamente designado”[45].
Tres son los requisitos que el Código de Derecho Canónico exige para ser Maestro de novicios:
a) Ser miembro del Instituto, pues de otro modo no podría introducir a los novicios en el espíritu y carisma propio, ni juzgar de la idoneidad de los novicios.
b) Ser profeso perpetuo, por la misma razón anterior, pero dispensable por la Santa Sede.
c) Ser designado canónicamente por el Superior general con el voto deliberativo de su Consejo general[46].
- Cualidades: Teniendo en cuenta que la comunidad depende del Superior, es conveniente describir las virtudes que debe reunir el Maestro. Nos basamos en dos grandes fundadores: San Ignacio de Loyola y San Benito.
- Ocupa el lugar de Cristo: San Benito establece un supremo principio del cual deduce toda la doctrina al respecto y que dará unidad, cohesión y fecundidad sobrenatural a la sociedad que él quiere fundar: “Abbas… Christi agere vices in monasterio creditur…”[47]; el abad es considerado como quien hace las veces de Cristo. “Creditur”, se cree, no en el sentido moderno de “se opina”, sino fundándose sobre el acto de fe. Aquí se funda su autoridad, pero también sus obligaciones: “et sic se exhibeat ut dignus sit tali honore”; nobleza obliga.
- Pastor: Es, en primer lugar, pastor. El primer deber del Buen Pastor es nutrir la grey: ¿acaso el rebaño no es apacentado por el pastor? (Ez 34,2); ¿y cuál es ese alimento?: Vuestros pastores os nutren con la ciencia y la doctrina (Cf. Jr 3,15). El Superior debe conocer perfectamente la doctrina y la ley divina. “No debe enseñar, establecer, u ordenar cosa alguna que esté fuera de los divinos preceptos. Recuerde siempre que, en el tremendo juicio de Dios, será examinado severamente en la doctrina enseñada y la dirección dada”[48] a los monjes: “Por mínimo que sea el daño sufrido por la grey de parte del padre de familia, sepa el abad que será llamado responsable”[49].
- Pontífice: También es pontífice, y es necesaria al pontífice la santidad individual pues él es intermediario entre Dios y los hombres (Hb 5,1). No puede acercarse a Dios e interceder eficazmente por el pueblo sin la pureza, que lo vuelve agradable a Dios.
- Así debe esforzarse en vivir y santificarse, no por sí solo, sino por sus hijos. Según Cristo: me santifico por ellos (Jn 17,19). La mayor santidad lo hará más potente en su plegaria y más fecundo en la obra sobrenatural de guiar los espíritus y corazones.
- El Superior ha de ser con su conducta la “Regla viva”. Esto, en lo práctico, se traduce en una continua compañía con los novicios y dando ejemplo en todo. No olvide que es el punto de referencia. Debe saber compartir todo, menos las decisiones. Cualquier otro trabajo, oración, diversión, etc., debe ser vivido a la par.
- Dicho todo lo anterior, sin embargo, tendríamos una noción muy imperfecta de la misión del Superior si desconociésemos las otras dos cualidades principales, que con tanta insistencia inculca San Benito: la discreción y la bondad.
- Hombre de discernimiento: El guiar a las almas pide ejercitar la discreción, madre en el engendrar la virtud. Discreción es el arte sobrenatural del discernimiento y del valorar toda cosa según su fin; adaptando los medios al objetivo, según nuestra naturaleza y las variadas circunstancias. Cuál es el objeto de mandar: conducir las almas a Dios, “ut animae salventur”[50]; y conducirlas no de cualquier modo, sino haciendo que cumplan su cometido de buen corazón. Para esto se necesita temperar oportunamente toda cosa: “omnia temperet”[51]; y, desplegando mejor su pensamiento, resume la función del Superior en una fórmula precisa y llena de significado: “se adapte a los diversos caracteres” (“multorum servire moribus”[52]). Esta es la regla de oro que define la conducta práctica del Superior.
- Sobre este punto San Benito quiere para el abad un complejo bien equilibrado de cualidades diversas: fuerza unida a la dulzura, autoridad moderada por el amor. Quiere que el Superior sea celoso pero sin ansiedad; prudente pero sin timidez, que busque siempre el Reino de Dios y su justicia, pero sin descuidar el bien material del monasterio que debe administrar sabiamente; que ame a los hermanos, más odie los vicios; que use de prudencia en la misma corrección, por temor a que por mucho raspar la herrumbre no se rompa el vaso. Debe variar su conducta con mucha flexibilidad, según las circunstancias y la disposición de cada uno: éste es de carácter abierto, aquel más retraído; en alguno prevalece el intelecto, en otro el sentimiento; ahora lo encuentra dócil, ahora resistiendo; debe entonces plegarse a los diversos temperamentos, combinando los tiempos y los halagos a las severidades. Al discípulo indócil muéstrese cual maestro severo; al alma recta que busca a Dios, como tierno padre: “pium patris ostendat affectum”. Al de mente capaz, ávido de encontrar a Dios, bastará proponerle la doctrina: “capacibus discipulis mandata Domini verbis proponat”. A los espíritus simples o de temperamento poco manso, deberá mostrar el camino con su ejemplo: “duris vero corde et simplicioribus, factis suis divina praecepta demostret”. Anime a éste, confórmese a los temperamentos, adáptese a la facultad de cada uno; pues solamente así podrá alegrarse por el aumento de la grey y por el progreso de sus discípulos en el bien, y no tendrá que llorar el estrago de las almas a sí confiadas.
- Se resume en esta fórmula la magnífica doctrina del santo legislador sobre la discreción: “El abad debe temperar toda cosa de modo que el fuerte encuentre aún más para desear, y los débiles no huyan desanimados”[53].
- Hombre bondadoso: Pero la discreción no es la única principal virtud que se requiere del Superior. A ella se debe asociar el amor. Será el amor el que le dará la llave de los corazones, afinando en él la mira sobrenatural. Si ama mucho y sobrenaturalmente a las almas, hará de todo para conducirlas a Cristo.
- San Benito, en quien sobreabundaba el espíritu del Evangelio, ha inspirado toda su Regla en la misericordia, pero especialmente el precepto de la caridad está inculcado en el capítulo que trata del abad. “Diligat fratres”, debe amar profundamente a sus hermanos, con amor igual por todos: “Non unus plus ametur quam alius”[54]; porque somos todos iguales en Cristo, en quien no hay esclavos o libres; y todos somos llamados a la misma adopción, a la participación de la misma herencia celeste.
- Mas como Dios mira con mayor complacencia a aquel que mejor porta en sí la imagen de su Hijo, así también el Superior puede mostrar mayor amor a aquel que más se ajusta al divino modelo con las buenas obras o con la obediencia.
- San Benito insiste mucho sobre el amor que el Superior debe a sus hijos. Debe esforzarse en inspirar más amor que temor, así el gobierno no será tiránico. El amor por el súbdito debe extenderse cuanto más sea posible; también con los culpables, pues el Buen Pastor deja las noventa y nueve ovejas por buscar la perdida. Mas la bondad no debe degenerar en debilidad. Cristo Jesús, tan amante y misericordioso con las almas, odiaba no menos profundamente el mal: perdonaba a la Magdalena, a la adúltera, toleraba los defectos de los discípulos, pero era severo con los viciosos y especialmente con los orgullosos fariseos.
- El Superior debe imitar también en esto a Cristo: “ame a los hermanos, pero odie sus vicios”[55]. Si un novicio necesita corrección, el Superior debe reprenderlo con grande caridad y con amor paterno: un Superior muy severo puede hacer mucho daño a las almas; pero también es cierto que en la casa en la que el Superior es muy benigno en no corregir los defectos, o no niega ningún permiso, el fervor pronto se viene a menos. Por tanto siempre debe estar movido por la caridad. Puede suceder que, durante un cierto tiempo, un novicio no haga todo el bien que se podría esperar: ¿qué hacer, dejarlo aparte? Todo lo contrario. Con gran paciencia, el Superior esperará el momento de la gracia, recordando la discreción del patriarca Jacob, el cual decía: Si fatigare mis rebaños haciéndolos andar demasiado, morirán todos en un día (Gn 33,13). Todas las almas no son llamadas al mismo grado de perfección; y él debe mostrar mayor condescendencia con aquellos que marchan con paso más lento y penoso.
- Ahora bien, ¿qué hacer cuando se reconoce una voluntad verdaderamente malvada? San Benito entonces manda el rigor, exige que el Superior use del hierro que separa: “ferrum abscissionis”, a fin que una sola oveja infectada no destroce la grey. Pero para que la obstinación no devenga incorregible, él mismo debe sobreabundar en misericordia, a ejemplo de Cristo, para obtener él mismo indulgencia en igual medida. Que la debilidad de los demás le ayude a tener presente su propia flaqueza: “suamque fragilitatem semper suspectus sit”.
- Grande es el consejo del Santo Patriarca para el gobierno: “que ninguno se turbe o se contriste en la casa de Dios” (“ut nemo perturbetur neque contristetur in domo Dei”). Todos los de corazón simple y recto, que buscan a Dios y viven en su gracia, deben estar siempre llenos de alegría y, con la alegría, poseer la paz divina que supera todo entendimiento (Cf. Flp 4,7).
- Vayamos a San Ignacio y sus Constituciones:
Hombre de Dios: “Cuanto a las partes que en el Prepósito General se deben desear, la primera es que sea muy unido con Dios nuestro Señor y familiar en la oración y todas sus operaciones, para que tanto mejor dél, de la fuente de todo bien, impetre a todo el cuerpo de la Compañía mucha participación de sus dones y gracias y mucho valor y efficacia a todos los medios que se usaren para la ayuda de las ánimas”[56].
- Hombre virtuoso: “La segunda, que sea persona cuyo exemplo en todas virtudes ayude a los demás de la Compañía, y en special debe resplandecer en él la caridad para con todos próximos, y señaladamente para con la Compañía, y la humildad verdadera, que de Dios nuestro Señor y de los hombres le hagan muy amable”[57].
- “Debe también ser libre de todas passiones, teniéndolas domadas y mortificadas, porque interiormente no le perturben el juicio de la razón, y exteriormente sea tan compuesto y en el hablar specialemente concertado, que ninguno pueda notar en él cosa o palabra que no le edifique así de los de la Compañía, le han de tener como espejo y dechado, como de los de fuera”[58].
- “Con esto sepa mezclar de tal manera la rectitud y severidad necesaria con la benignidad y mansedumbre, que ni se dexe de tener compassión que conviene a sus hijos, en manera que aún los reprehendidos o castigados reconozcan que procede rectamente en el Señor nuestro y con caridad en lo que hace, bien que contra su gusto fuese según el hombre inferior”[59].
- “Y así mesmo la magnanimidad y fortaleza de ánimo le es muy necessaria para suffrir las flaquezas de muchos, y para comenzar cosas grandes en servicio de Dios nuestro Señor, y perseverar constantemente en ellas cuando conviene, sin perder ánimo con las contradicciones (aunque fuesen de personas grandes y potentes) ni dexarse apartar de lo que pide la razón y el divino servicio por ruegos o amenazas dellos, siendo Superior a todos casos, sin dexarse levantar con los prósperos ni abatirse de ánimo con los adversos, estando muy aparejado para recibir, quando menester fuesse, la muerte por el bien de la Compañía en servicio de Jesu Cristo Dios y Señor nuestro”[60].
- Hombre prudente: “La tercera es que debría ser dotado de grande entendimiento y juicio, para que ni en las cosas speculativas ni en las prácticas que occurrieren le faltare talento. Y aunque la doctrina es muy necessaria, es la prudencia y uso de las cosas spirituales y internas para discernir los spíritus varios y aconsejar y remediar a tantos que tendrán necessidades sprirituales, y así mesmo la discreción en las cosas externas y modo de tratar de cosas tan varias, y conversar con tantas diversas personas de dentro y fuera de la Compañía”[61].
- Hombre ejecutivo: “La cuarta y muy necessaria para la execución de las cosas, es que sea vigilante y cuidadoso para comenzar y strenuo para llevar las cosas al fin y perfección suya, no descuidado y remisso para dexarlas comenzadas e imperfectas”[62].
- Hombre instruido: Para fomentar las cualidades adecuadas del Maestro de novicios, se procurará la formación específica y actualizada, siguiendo discrecionalmente las sugerencias de la Iglesia[63]. “Debemos ser sumamente generosos en dedicar tiempo y las mejores energías a la formación. Las personas de los consagrados son, en efecto, uno de los bienes más preciados de la Iglesia. Sin ellas, todos los planes formativos y apostólicos se quedan en teoría, en deseos inútiles”[64].
b) Colaboradores del Maestro
- “Al Maestro, si fuere necesario, se le pueden dar colaboradores, quienes le están sometidos en lo que mira al régimen del noviciado y al plan de formación”[65].
- Es necesario distinguir entre colaboradores directos del Maestro y colaboradores en la formación. No siempre coinciden, pues los colaboradores directos le están necesariamente sometidos en orden al régimen del noviciado, salvando la unidad de gobierno y de formación en la persona del Maestro.
- Colaboradores indirectos: Los colaboradores de la formación serían, en cambio, quienes en calidad de profesores, directores espirituales, confesores, colaboran en la formación de los novicios[66]. Las funciones del director espiritual, confesor, profesor, requieren cumplimiento estricto, disciplinado. La ausencia, demora, o distanciamiento en las visitas, provocan un clima de desorden muy notable. El Maestro de novicios debe ser muy exigente en esto; así la dirección debe ser constante, la asistencia al dictado de clases perfecta; la evaluación y calificación continua… si el novicio ve aquí improvisación, descuida totalmente su formación como si fuese algo totalmente secundario[67]. Es de notar que está previsto[68] que el Maestro mismo efectúe algunas o todas las tareas asignadas a los colaboradores indirectos; salvando lo indicado en el can. 630 § 4.
- Colaboradores directos: “Para la formación de los novicios sean destinados socios convenientemente preparados, quienes, no impedidos por otros cargos, pueden desempeñar su ministerio fructuosamente y de modo estable”[69].
- Son los colaboradores directos. El Maestro tiene necesidad de su ayuda para las cosas más particulares: “Porque aunque entienda inmediatamente algunas veces en ellas, no puede dexar de tener Prepósitos inferiores, que deberán ser personas escogidas a quienes pueda dar mucha autoridad y remitir las tales cosas particulares comúnmente”[70]. A estos procurará ayudarlos con consejos o correcciones, si es menester, pues a él toca suplir los defectos de sus ayudantes y perfeccionar lo que les falta con el favor y la ayuda divina.
- El Maestro no se debe ocupar en la ejecución de los asuntos particulares que pueden hacer otros, como el cuidado de la casa, el sustento temporal, el orden de cuartos, estudios, trabajos. De este modo distribuye y se desocupa de tales cargos. El dar órdenes es más propio de él, y en lo demás sólo vigilará su ejecución.
- Los colaboradores junto con el Maestro forman una sola cabeza y participan de sus funciones. Por tanto se debe dar una gran comunión de ideas y sentimientos: esto es de gran provecho, tanto en las cosas importantes como en las pequeñas; y, aunque en estas últimas podría haber diversidad, es necesario, para aliviar posibles tensiones que, en lo posible, se esfuercen en concordar aun en cosas particulares.
- El deber principal de los asistentes es colaborar con el Maestro; por tanto, deben mantener el diálogo continuo, cosa que deberá propiciar el Maestro, para que se comente la marcha del grupo. Para esto se tendrán en cuenta algunos requisitos: una adecuada preparación, no estar impedido por otras cargas y estabilidad.
- Cualidades: El colaborador debe ser un hombre inteligente, de decisión, ambas pertenecientes a la prudencia; para saber apoyar al Maestro en lo que éste le consulte y tomar decisiones personales. De nada vale consultar al que es servil.
- Deben ser pacientes con los defectos o imperfecciones propias de los primeros tiempos de noviciado, y entusiastas en sus comentarios, no remarcando continuamente los defectos, no bajoneando el ánimo, tanto en el trato con los novicios como con el Maestro.
- Deben ser muy bondadosos con los novicios para que éstos ganen en confianza, como compañeros en formación, y deseen imitarlos. Al respecto, el mayor provecho que pueden brindar es el estar a la par de los novicios todo el tiempo posible.
- Deben ser muy emprendedores, pues es muy común encontrarse con que hay bondad en los novicios, buen cumplimiento, pero tal vez poca iniciativa. Así, es importante que los colaboradores comenten sus estudios, empresas, obras apostólicas, libros que han leído, diversiones, eutrapelias… Deben enseñar las distintas formas para mejor aprovechar el tiempo y encauzar energías y talentos.
- Estas tareas pueden ser divididas en dos cargos, repartidos por tanto, en dos colaboradores, a quienes llamamos “prefecto de disciplina” y “prefecto de estudios”.
- Disciplina: El prefecto de disciplina tiene como primera misión el enseñar qué es lo que hay que hacer y el modo. Dedique tiempo y sea claro en la organización de trabajos, orden interno, limpieza, cocina. Sea claro en todo y explícito, pues el novicio viene a aprender y no conviene perder el tiempo en sembrar o permitir que obren por error, cosa que luego cuesta corregir. Así, en la liturgia, en el estudio, en los trabajos y demás asuntos prácticos.
- Además de este aspecto preventivo, tendrá la misión de informar al Maestro cuando vea algún defecto, consultar con él para participar de su discreción y llamar la atención cuando se lo aconseje. El llamado de atención no es al modo de reto sino de corrección, para dar oportunidad de que comience a obrar distinto. De repetirse el defecto, será más severo. Comunicará al Maestro los defectos vistos. Si sabe bien corregir, evitará que el Maestro gaste su autoridad y le dejará la oportunidad para ulteriores llamados de atención, cuando una mayor gravedad lo requiera.
- Estudio: La tarea de prefecto de estudios es importante en orden a crear hábitos de estudio, enseñando el modo de estudiar, y exigiendo disciplina en el ejercicio.
- Dada la diversidad de condiciones y estudios con los cuales ingresan los candidatos, será conveniente un seguimiento personal para descubrir las necesidades y las capacidades de cada uno de ellos. En base a esto se aconsejarán las lecturas más convenientes y provechosas para suplir las faltas o para orientar los talentos.
5. Contenidos y medios de formación
a) Contenido formativo[71]
- “Estimúlese a los novicios para que vivan las virtudes humanas y cristianas; se les debe llevar por un camino de mayor perfección mediante la oración y la abnegación de los mismos; instrúyaseles en la contemplación del misterio de la salvación y en la lectura y meditación de las Sagradas Escrituras; se les preparará para que celebren el culto de Dios en la Sagrada Liturgia; se les formará para llevar una vida consagrada a Dios y a los hombres en Cristo por medio de los consejos evangélicos; se les instruirá sobre el carácter, espíritu, finalidad, disciplina, historia y vida del Instituto; y se procurará imbuirles de amor a la Iglesia y a sus sagrados Pastores”[72]. Para esto, ofrézcansele “conceptos fundamentales de antropología y psicología, que den al sujeto, al principio de su camino formativo, la posibilidad de conocerse mejor, particularmente en las áreas más necesitadas de formación”[73].
- Cultivo de las virtudes: más que la teoría y la investigación sobre las mismas, se impone el trabajo diario para plasmarlas según el modo propio del Instituto. Se trata especialmente de las virtudes necesarias para la propia santificación y para su vida y ministerio futuro en el Instituto.
- Oración y abnegación de sí mismo. En cuanto a la penitencia, se ajustará a la costumbre y a los tiempos de nuestro Instituto, ya sea comunitaria o personalmente, con discreción y equilibrio.
- En cuanto al estudio se los introducirá en el misterio de la salvación y Biblia: no abarca por tanto todas las disciplinas filosóficas y teológicas, sino el “Misterio de Cristo y de la historia de la salvación”[74]. De modo especial, si los novicios son candidatos al sacerdocio, para que “los alumnos se percaten del sentido y orden de los estudios eclesiásticos y de su fin pastoral, y se vean ayudados, al mismo tiempo, a fundamentar y penetrar toda su vida de fe, y se confirmen en abrazar la vocación con una entrega personal y alegría del alma”[75]. De tal modo que no “deben ocuparse de estudios o trabajos que no contribuyen directamente a esa formación”[76].
- Culto litúrgico: preparación teórico-práctica para participar con el mayor provecho posible de las celebraciones.
- Vida consagrada religiosa: oyendo y aprendiendo la razón o el modo con que han de llevar su vida consagrada a Dios por los consejos evangélicos. Se insistirá en el conocimiento de la teología de la vida religiosa, de la espiritualidad de la misma, y de las propias Constituciones.
- Espíritu, disciplina y vida del Instituto, pormenorizando lo anterior.
- Amor a la Iglesia y a los Pastores, en su soporte doctrinal, y en el modo práctico de obrar, ya sea por celebraciones o implementación de normas.
- En lo referente a la formación para el apostolado, será muy útil la participación de los novicios en algunas tareas de evangelización propias del Instituto, así como la catequesis, la misión permanente, misiones populares. Sobre éstas últimas, téngase en cuenta que “‘para completar la formación de los novicios, las Constituciones pueden prescribir, además del tiempo establecido en el párrafo 1 [es decir, los doce meses pasados en la misma comunidad del noviciado], uno o más períodos de ejercicio del apostolado fuera de la comunidad del noviciado’[77]. Estos períodos tienen por objetivo enseñar a los novicios ‘a realizar progresivamente en su vida aquella coherente y armoniosa unidad que debe existir entre la contemplación y la acción apostólica, unidad que es uno de los valores fundamentales de estos Institutos’”[78].
b) Medios
- El Maestro y sus colaboradores ejercerán este derecho y obligación para con los novicios. En cuanto son sacerdotes: Confesión y dirección espiritual, que son imprescindibles. En cuanto son responsables del noviciado: utilizarán de otros medios exteriores como sermones, “Buenas noches”, capítulos. En los sermones se da el soporte espiritual a la obra de la santidad. En los capítulos, las enseñanzas doctrinales en orden a la práctica y al progreso de la vida religiosa, así como reglamentos prácticos, horarios, propósitos, modos de obrar. Y en las “Buenas noches” se va llevando el pulso de la comunidad, animando, rectificando intenciones, corrigiendo lo torcido, valorando las cosas buenas.
c) Predicación
- Sin abundar en palabras en este punto, pues normalmente dependerán del calendario litúrgico, servirán para bien entender y vivir los tiempos sagrados de la Iglesia, para solemnizar las fiestas y, en algunas ocasiones, será conveniente una serie de sermones para enseñanza y valoración de misterios o virtudes. Al comienzo del noviciado conviene enseñar y mover al culto eucarístico, luego al conocimiento y amor de la Santa Misa, a la devoción mariana y a lo que dicten las necesidades particulares.
- Unido a los sermones se encuentra la predicación de novenas, para las cuales no se despreciará oportunidad, según la importancia que le asigna la liturgia y según la devoción propia del Instituto.
- d) Buenas noches
- Se hicieron clásicas y pasaron al caudal de bienes de la Iglesia, principalmente gracias a San Juan Bosco, que las describía así: “Palabras afectuosas en público a los alumnos antes que se vayan a dormir, para avisarles o aconsejarles sobre lo que han de hacer o evitar. Sáquense avisos o consejos de lo ocurrido durante el día, dentro o fuera del colegio; y no dure la platiquilla más de dos o tres minutos. En ella está la clave de la moralidad y de la buena marcha y éxito de la educación”[79].
- Esta última sentencia es muy verdadera y constatable por la experiencia. Es muy sencillo el dar las “Buenas noches”, sin embargo no es un pensamiento al acaso como quien sólo cubre un espacio. Debe ser pensada, sopesando qué es lo que necesitan los novicios en ese momento, qué es lo que más provecho les hará, qué sobre aviso darles, etc. Es muy efectiva y en general debe orientarse a animar y a infundir siempre nuevos deseos.
- No debe primar lo doctrinal-especulativo sino que deben ser valoraciones de sucesos o circunstancias vividas.
Entre todas las “Buenas noches” tienen un lugar importante las del sábado, útiles para forjar el celo apostólico y aumentar el espíritu de fe, tan necesario al apostolado; y las del domingo, dedicadas al agradecimiento por lo recibido durante la semana.
e) Capítulos
- Gobierno: Es uno de los elementos que hacen al desarrollo de la vida religiosa, al perfeccionamiento de la vida comunitaria. Aquí se trata de los capítulos particulares de cada casa de formación. En su desarrollo debe ser práctico y ágil, evitando los comentarios vanos. Consta de tres partes: un punto doctrinal, el capítulo de faltas y un punto práctico.
Primer Punto: doctrinal
- Exposición de la doctrina espiritual que ilumina la etapa que se está viviendo, enseña los principios necesarios para la vida religiosa, en orden a la práctica. No es puramente práctico y en esto se diferencia del punto tercero.
Segundo Punto: Capítulo de faltas
- La acusación: Existen distintos modos de hacer la acusación. En algunas casas es el Superior el que dice la faltas de los religiosos, y en otras los mismos hermanos pueden decir los errores del que está siendo acusado. Estos dos modos exigen una gran humildad y virtud en grado heroico de parte del que recibe la corrección, y una caridad exquisita de parte del que corrige. Es más propio de una comunidad que ya ha trabajado mucho en la perfección y no de quienes están en un comienzo.
- Adoptamos el método de la acusación personal y libre, pues no se obliga a ello, sino que se da la oportunidad de reconocer las faltas y predicar la humildad, al igual que reparar las ofensas que se pueden haber infligido al prójimo.
- Conveniencia: Los frutos del capítulo de faltas son, además de la humildad de espíritu y la mortificación de la carne[80], el restablecimiento de las relaciones dentro de una comunidad. Por otra parte, sirve para recordar las reglas y propósitos constantemente, pero no al modo de quien lo remarca doctrinalmente –como podría ser por la enseñanza del Maestro– sino al modo de quienes se están esforzando constantemente por vivir las reglas del Instituto y alcanzar la perfección.
- Pero, por sobre todo, el fruto mayor es en orden a la caridad fraterna. El pedir perdón al ofendido extingue cualquier rencor que hubiese quedado. Es el mejor modo de evitar las susceptibilidades propias de la debilidad humana, las cuales pueden estar muy presentes en una comunidad.
- Es también una manera de formar la conciencia, distinguiendo de entre las acusaciones aquellas que son infundadas, producto de mala inteligencia de las obligaciones o de escrúpulos. Por eso la acusación debe ser solamente “de las faltas exteriores, cometidas delante de otros, nunca de las puramente internas. La acusación debe ser sencilla, breve, sincera y sin callar nada, humilde y sin justificaciones, caritativa y sin acusar a nadie ni revelar defectos ajenos”[81].
- Finalmente, ayuda a la corrección de los defectos en concreto, ya que además se suele sugerir que el que se acusa formule algún propósito concreto e interior para no caer en la misma falta. En algunos casos se puede imponer algún castigo en forma pública.
Tercer punto: de orden práctico
- Planificación: Es más variado y libre, según las circunstancias. Es de mucho provecho para el buen espíritu y ánimo de los novicios. Lo más conveniente es aprovechar a informar lo que atañe a la marcha de la Congregación, sus misiones, sus obras apostólicas y proyectos. Hablar mucho de esto incentiva a vivir más unido a la Familia Religiosa. Hay que informar también lo propio de la vida del noviciado.
- En segundo lugar hay que, en la medida de lo posible, hacer planes en conjunto: reformar la vida diaria, proyección de apostolados, misiones, viajes, trabajos, y cualquier otro proyecto que sea de interés comunitario. Tomar determinaciones de aquello que convenga hacerlo en común.
- Por último, se deja lugar a los avisos personales, principalmente de los encargados de diversos oficios. Deben ser breves y de cosas importantes, no dando lugar a pequeñas quejas o descontentos que suelen darse a causa de la inexperiencia o de los defectos propios de la incipiente comunidad.
6. Los novicios
- “Los novicios, conscientes de su propia responsabilidad, han de colaborar activamente con el Maestro, de manera que respondan fielmente a la gracia de la vocación divina”[82].
- “Los miembros del Instituto han de colaborar por su parte en la formación de los novicios, con el ejemplo de su vida y con la oración”[83].
- La Familia Religiosa: El noviciado es una comunidad en formación. A ella ayudan los demás miembros de la misma Familia Religiosa. El ejemplo y la oración son los principales medios de cooperación. Ellos resisten al tiempo y a las distancias. Pero no se excluyen otros medios ocasionales. Esta ayuda ya es un apostolado en sí misma[84] que, como deber de todos, ha de comenzar a realizarse antes con los de casa que con los extraños a la familia.
- Vida comunitaria: Pero el novicio, después del Maestro, es el primer responsable de la pequeña comunidad del noviciado. El novicio es una persona libre y consciente que quiere santificarse, no un mero sujeto pasivo frente a contenidos formativos. Sin perder su peculiaridad, colaborará con el Maestro mediante la sumisión, apertura, permeabilidad, creatividad, iniciativas, incentivos, exigencias. Deben procurar realizar, desde un principio, el ideal de la vida religiosa: “un Instituto religioso es una sociedad en la cual sus socios, según el derecho propio, emiten votos públicos perpetuos o temporales, que han de ser renovados terminado el tiempo, y llevan vida fraterna en común”[85].
- La vida fraterna en común es constitutiva de la vida religiosa. Se la debe distinguir de la mera fraternidad. Ésta habla de la ayuda mutua o recíproca que se deben dar los miembros, en cuanto comparten la misma familia sobrenatural, y los mismos fines, una misma constitución, reglamentos, pero no tienen obligación de vivir en común. La vida en común añade el compartir los mismos bienes, casa, tiempo y el trato continuo comunitario.
- Hacer comunidad: Hay que lograr hacer del noviciado un ambiente de santidad, que dé lugar a la generosidad de los más fuertes y apoye a los más débiles. Se requiere, para esto, estabilidad, análoga a la que San Benito marcaba para sus monjes. Salvo excepción[86], el noviciado se realiza en una casa erigida con este fin. Por las conveniencias que aparecen en este Directorio, se procurará que el noviciado se realice en una casa destinada sólo para este efecto.
- La comunión de vida se da principalmente en la liturgia y oración. Esta liturgia debe ser señoril para que se desee con ansias participar en ella. La mortificación comunitaria es otro factor de unidad de vida. El trabajo da ocasión de aunar esfuerzos, apoyarse mutuamente, dialogar.
- Son altamente importantes las diversiones y descanso en común. A esto llamamos con el nombre de la virtud a la cual pertenecen: eutrapelia. Sabiamente dice Santo Tomás que nadie tiene derecho a ser gravoso para con los demás. Es en la eutrapelia donde se ve la generosidad y se constata el buen espíritu; no en la diversión en sí misma, que puede ser fruto de entusiasmo humano, sino en cuanto es alegría sobrenatural, que puede darse aun en compañía de pruebas o sequedades interiores.
- Es obligación del Maestro promover una verdadera vida en común. La comunidad no es santificadora ex opere operato. El hecho de amontonar gente no significa nada; estar juntos es indiferente moralmente. La bondad, o la maldad, le vendrá dada por el fin que se persigue. Es verdad que la bondad esencial de la vida comunitaria proviene de ser parte de la vida religiosa. Pero esto es susceptible de perfecciones ulteriores, al modo de añadidos accidentales. La vida en sí misma se puede mostrar monótona y siempre igual, ocasionando chaturas, en vez de acicatear hacia el bien avivando los espíritus.
- Más aún, en la actualidad es menester tener presente que “la interculturalidad, las diferencias de edad y el diverso planteamiento caracterizan cada vez más a los Institutos de vida consagrada”[87]. Por esto mismo, el Maestro “deberá educar al diálogo comunitario en la cordialidad y en la caridad de Cristo, enseñando a acoger las diversidades como riqueza y a integrar los diversos modos de ver y sentir. Así, la búsqueda constante de la unidad en la caridad se convertirá en escuela de comunión para las comunidades cristianas y propuesta de fraterna convivencia entre los pueblos”[88].
- En definitiva, es tarea del Maestro orientar la vida comunitaria. Para eso tiene que instruir sobre los aspectos y ventajas de ésta. Pero la obra es más práctica que teórica y, por tanto, debe emprender él mismo las acciones; acompañar los trabajos, compartir los deportes, sugerir las actividades en las eutrapelias, juegos, canciones, sobremesas, conversaciones de interés, contagiar alegría, etc.
- No hay medida fija u obligatoria para participar de las eutrapelias, pero es cierto que cuanto más caridad se ponga en ella, más bienes de Dios se recibirá; y es constatable que aquellos que más generosos son en las alegrías son los que rinden más en sus otras actividades.
- Huir de la comunidad: Lo que sí es nefasto es rehuir a la vida comunitaria. Dios no puede comunicarse al alma que por sí misma se aleja del curso de la gracia por Él determinado. Dios se comunica sólo al alma fiel y dócil, aquella que, obedeciendo a la legítima autoridad, se encuentra donde se la ha colocado, en el tiempo y la ocupación adecuada: Felices los siervos aquellos que, cuando venga el Señor, los encuentre vigilantes (Lc 12,37). Recordemos que ninguna ocupación externa o trabajo puede impedir la acción divina, pues con esto se agrada a Dios: “Cuando uno reza se regala de Dios, cuando trabaja regala a Dios”[89].
- El huir de la vida comunitaria procede de ordinario del orgullo. Se busca ser “singular” en el obrar, creyendo que pierdo personalidad al obrar como todos. Se envanece uno pensando que “entiende mejor” que otros lo que se debe hacer y el modo de cumplir los reglamentos. El orgullo es la raíz: no soy como los demás, decía el fariseo en el templo (Lc 18,11). Se aleja así del plan de Dios. La vida comunitaria exige humildad. Pues haciendo lo común, lo mandado, no se brilla, se suele pasar desapercibido a primera vista; no se llama la atención. Si es verdadera humildad y no pusilanimidad es bendecida por Dios, pues Dios da su gracia a los humildes (1 P 5,5).
- Por otra parte, el hombre no aumenta en gracia porque no deja lugar a Dios. Está muy lleno de sí; siempre mirándose a sí mismo. Quiere obrar a modo propio y no deja hacer a Dios. Según la comparación de San Juan de la Cruz, nos parecemos a un niño caprichoso a quien su madre alzaría y llevaría a paso veloz, pero el niño se empecina en caminar por sí mismo y apenas avanza[90]. Para llenarse de Dios hay que vaciarse de uno mismo y sus intereses; pues bien, la vida comunitaria y sus actividades nos distraen de nosotros mismos, apaga los ojos egoístas. Dios se comunica cuando el hombre está más distraído de sí. Ya sea en trabajos, juegos, diálogos, sobremesas, fiestas, el religioso obra mirando hacia fuera, según se lo indican las obligaciones y deja el paso al obrar de Dios.
- Principal momento: En lo que se refiere a la vida común de un religioso, el día domingo es un día festivo principal. Junto a él las demás solemnidades. Estos días deben ser muy diferentes al resto de la semana. Hay que exaltarlo por todos los medios. No se pueden mezquinar esfuerzos y tiempo para que ese día sea el mejor; debe ser esperado y luego valorado y agradecido.
7. Conclusión del noviciado
- Duración: “El noviciado, para que sea válido, debe realizarse durante doce meses completos en la misma comunidad del noviciado”[91]. Los criterios para computar los doce meses necesarios son los dados por el Código de Derecho Canónico[92].
- Modos de conclusión: “Un novicio puede abandonar libremente el Instituto; la autoridad competente de éste puede despedirle. Al terminar el noviciado, el novicio ha de ser admitido a la profesión temporal, si se le considera idóneo; si queda alguna duda sobre su idoneidad, el Superior mayor puede prorrogar el tiempo de prueba de acuerdo con el derecho propio, pero no por más de seis meses”[93].
- Abandono libre: El novicio abandona libremente el Instituto cuando quiere, y el derecho lo tutela en esta decisión. El Instituto no puede retenerlo, aunque sus Superiores o el Maestro estimen que la decisión es injustificada. Aunque intente por todos los medios convencerlo de su error, no puede forzarlo en fuero interno.
- Dimisión: Propiamente, no se trata de dimisión, sino de no admisión o de interrupción del proceso de verificación de los objetivos del noviciado, que compete al Superior provincial que lo admitió. Por ello, no se exige proceso. Es la libertad del Instituto para proteger su propia vida, excluyendo a quienes pueden dañarla. Esta libertad es relativa y condicionada a la existencia de causas, al menos, proporcionadas a la gravedad de una positiva dimisión. No hay obligación de manifestar dichas causas, aunque sea conveniente por el bien espiritual del joven. Pero sin tales causas, parece inconcebible que una vez admitido pueda darse la expulsión. Y si deben existir causas, se sigue que el dimitido no puede quedar privado de todo derecho; al menos hay que reconocerle un recurso general, in devolutivo.
- Prórroga: No es deseable, pero en algunos casos puede dar resultados positivos. Es conveniente cuando hay dudas racionales y fundadas, o cuando el novicio no ha dado razones evidentes y poderosas ni para la dimisión ni para la admisión. Es también el Superior mayor quien puede usar de dicha facultad, no el Superior local. No puede ser por más de seis meses. Aun antes de la finalización de ese período, puede el Superior dimitirlo o admitirlo.
- Admisión a la profesión: Sólo al finalizar el noviciado y a quien se juzgue idóneo. En la práctica, se deben tener en cuenta los imprescindibles informes del Maestro y coadjutores, que lo emiten por oficio, sobre cada uno de los novicios, y de cualesquiera otros que tuvieren a bien emitirlos, a petición del Superior.
[1] Santo Tomás de Aquino, Comentario al Evangelio de San Mateo, 19,27.
[2] Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-II, 186, 6 ad 1.
[3] CIC, can. 646.
[4] “Para que el noviciado sea válido, debe realizarse en una casa debidamente destinada a esta finalidad” (CIC, can. 647 § 2).
[5] “Para su validez, el noviciado debe durar doce meses transcurridos en la misma comunidad del noviciado…” (CIC, can. 648 § 1).
[6] Cf. CIC, can. 650 § 1.
[7] Cf. CIC, can. 652.
[8] Cf. CIC, can. 647 § 2.
[9] Potissimum Institutioni, 47.
[10] San Benito, Santa Regla, LVIII.
[11] “El tiempo indicado en el can. 648 § 1, debe emplearse propiamente en la formación del Noviciado, y por lo tanto los novicios no deben ocuparse de estudios o trabajos que no contribuyan directamente a su formación” (CIC, can. 652 § 5).
[12] Cf. Constituciones, 245.
[13] “Bernardo, Bernardo ¿a qué has venido?” (cit. por San Alfonso María de Ligorio, La vocación religiosa, Buenos Aires 1981, 131).
[14] Esto es: apostolados, misiones, trabajos, etc.
[15] CIC, can. 641. Cf. Constituciones, 338.
[16] “Son Superiores mayores aquellos que gobiernan todo el Instituto, una Provincia de éste u otra parte equiparada a la misma, o una casa independiente, así como sus vicarios. A éstos se añaden el Abad primado y el Superior de una Congregación monástica, los cuales, sin embargo, no tienen toda la potestad que el derecho universal atribuye a los Superiores mayores”.
[17] Cf. CIC, can. 137 § 1.
[18] Cf. CIC, can. 648 § 1.
[19] CIC, can. 642.
[20] Ibidem.
[21] Caminar desde Cristo, 19.
[22] Constituciones, 236.
[23] Constituciones, 237.
[24] Cf. CIC, can. 643 § 1.
[25] Instrucción sobre los Criterios de Discernimiento Vocacional, 2.
[26] CIC, can. 650 § 1.
[27] CIC, can. 652 § 1.
[28] CIC, can. 646.
[29] CIC, can. 598 § 2.
[30] San Benito, Santa Regla, Pról., 37.
[31] Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 26, 2.
[32] Santa Teresa de Jesús, Vida, 13, 2-3.
[33] Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 21.
[34] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, [98].
[35] San Benito, Santa Regla, I, 13.
[36] Georges Bernanos, Diálogo de carmelitas, cuadro 2.
[37] Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-II, 127, 3.
[38] Cf. Pedro de Ribadeneira, Vida de San Ignacio de Loyola.
[39] CIC, can. 650 §§ 1-2.
[40] Cf. CIC, can. 618.
[41] Cf. CIC, can. 622.
[42] Cf. CIC, can. 647 § 2.
[43] Cf. CIC, can. 985.
[44] Cf. CIC, can. 647 § 2.
[45] CIC, can. 651 § 1.
[46] Cf. Constituciones, 322.
[47] San Benito, Santa Regla, II, 2.
[48] Cf. San Benito, Santa Regla, III, 11.
[49] Ibidem, II.
[50] Ibidem, XLI.
[51] Ibidem.
[52] Ibidem, II.
[53] Cf. Ibidem, XXVI-XXIX.
[54] Ibidem, II, 11.
[55] Ibidem, LXIV, 11.
[56] San Ignacio de Loyola, Constituciones de la Compañía de Jesús, IX, 2, 723.
[57] Ibidem, 725.
[58] Ibidem, 726.
[59] Ibidem, 727.
[60] Ibidem, 728.
[61] Ibidem, 729.
[62] Ibidem, 730.
[63] Cf. Vita Consecrata, 67.
[64] Caminar desde Cristo, 19.
[65] CIC, can. 651§ 2.
[66] “Una de las tareas principales de los responsables de la formación es por lo demás la de cuidar que novicios y jóvenes profesas y profesos sean efectivamente seguidos por un director espiritual…” (Potissimum Institutioni, 30).
[67] Téngase presente el carácter cualificado de esta misión de fomar novicios.
[68] CIC, can. 651 § 2.
[69] CIC, can. 651 § 3.
[70] San Ignacio de Loyola, Constituciones de la Compañía de Jesús, IX, 6, 2.
[71] Cf. Vita Consecrata, 68.
[72] CIC, can. 652 § 2.
[73] La Colaboración entre Institutos para la Formación, 16b.
[74] Ratio Fundamentalis, 62.
[75] Optatam Totius, 14.
[76] CIC, can. 652 § 5.
[77] Cf. CIC, can. 648 § 2.
[78] Potissimum Institutioni, 46.
[79] San Juan Bosco, Obras fundamentales, BAC, Madrid 1974, 564.
[80] Cf. Constituciones, 100.
[81] Constituciones, 101.
[82] CIC, can. 652 § 3.
[83] CIC, can. 652 §§ 3-4.
[84] Cf. CIC, can. 673.
[85] CIC, can. 607 § 2.
[86] Cf. CIC, can. 647 § 2.
[87] Caminar desde Cristo, 19.
[88] Ibidem.
[89] Cf. Santa Teresa de Jesús, Libro de las fundaciones, 5, 4. 14. 15.
[90] Cf. Subida del Monte Carmelo, Pról., 3. Imágenes similares y complementarias pueden hallarse en: Noche oscura, I, 1, 2; 8, 3; 12, 1; Llama de amor viva B, canción 3, 66-67; Carta a la M. Ana de San Alberto, 1582.
[91] CIC, can. 648 § 1.
[92] CIC, can. 649.
[93] CIC, can. 653 §§ 1-2.