A los seminaristas del Seminario de San Rafael, 2017

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Charla para los Seminaristas del Seminario Madre Maria del Verbo Encarnado

[Exordio] Queridos todos: Dado que esta es una charla especialmente dirigida a Ustedes, seminaristas, les quiero decir que estoy muy contento de estar entre Ustedes. Que me da mucha alegría ver cómo la llamada de Cristo da fruto en sus almas. Y por eso no puedo –no podemos– dejar de agradecer al Verbo Encarnado por el don de la vocación de Ustedes para nuestro querido Instituto. ¿Cómo no alegrarse teniendo delante de uno la promesa de futuros sacerdotes, de futuros misioneros con los que Dios nos bendice? Eso, primero que nada.

Ahora bien, en este encuentro aquí con Ustedes pensé que sería de mucho provecho el reflexionar sobre la importancia de nuestra formación intelectual como parte de esa ‘configuración con Cristo’ a la que estamos llamados y a la que solemnemente nos comprometimos el día de nuestra profesión religiosa.

El secreto de nuestra formación reside en la configuración con Cristo. El Venerable Siervo de Dios, el arzobispo Fulton Sheen, solía decir: “los seminaristas dicen usualmente: ‘Estoy estudiando para el sacerdocio’ Pero ¿cuán a menudo dice o siquiera piensa el seminarista: ‘Estoy estudiando para ser un Sacerdote-Víctima’?… Y, sin embargo, eso es precisamente lo que hacemos. Eso es lo que Ustedes están haciendo aquí en estos años de Seminario.

Y dentro de este proceso de configuración con Cristo, el seminario ofrece una ayuda insustituible, porque es aquí donde se ponen las bases del futuro ministerio.

Es necesario que Ustedes y todos los que están en las casas de formación preparándose para realizar grandes obras para la gloria de Dios en las misiones donde serán enviados, tengan muy en claro la doctrina de Nuestro Señor, la Verdad plantada en la mente y en el corazón, a fin de no engañarse con vanas fantasías.

La Iglesia y la gente espera de los sacerdotes misioneros que posean un ferviente culto a la verdad[1]. Verdad que hay que transmitir aún a costa de renuncias y sacrificios, testimoniando con la propia vida la Verdad. Nuestro querido Juan Pablo II escribió en su libro “¡Levantaos! ¡Vamos!”: “No se puede dar la espalda a la verdad, dejar de anunciarla, esconderla […] Hay que dar testimonio de la verdad, aún al precio de ser perseguido, a costa incluso de la sangre”[2].

1. La importancia de la buena formación

 

Por eso me parece que es siempre interesante reflexionar sobre la importancia que tiene nuestra formación; pues es una realidad, un hecho, que muchos aspectos de lo que haremos en el futuro como religiosos y misioneros, en los distintos puestos donde Dios nos llame a servirle –ya en el claustro, ya en tierras de misión–, estarán marcados de alguna manera por la seriedad, por la integridad, por la solidez y por la profundidad de la formación que se imparte en nuestras aulas. Porque nuestra formación intelectual se imparte con una marcada perspectiva pastoral y “con la intención de disponerlos –a Ustedes, seminaristas– para realizar en el futuro y de manera competente los ministerios propios de un pastor: la predicación, la catequesis, la enseñanza, el consejo, la dirección espiritual, el discernimiento sabio de la voluntad de Dios en la vida de los hombres, etc. Esta dimensión pastoral del estudio requiere ciertamente una particular atención a los problemas del mundo actual. Ya que el sacerdote tiene que ser sensible a cuanto sucede a su alrededor, a los movimientos culturales de su época, a las corrientes de pensamiento. Solo así podrá iluminar, desde la revelación cristiana, los problemas que atañen al hombre, aportando la verdad que viene de Jesucristo”[3].

Por eso quisiera brevemente resaltar en esta ocasión la gran importancia que tiene para nuestros tiempos, por los frutos celestiales que produce, el estudio de la doctrina de Santo Tomás, la cual es en boca del Papa Urbano V “verídica y católica”[4] y que “tiene sobre las demás, –agregaba Inocencio VI– propiedad en las palabras, orden en las materias, verdad en las sentencias, de tal suerte, que nunca a aquellos que la siguieren se les verá apartarse del camino de la verdad, y siempre será sospechoso de error el que la impugnare”[5]. Doctrina que se vuelve clave a la hora de evangelizar el mundo moderno, y que se presenta más necesaria y actual que nunca para los tiempos que nos tocan vivir.

2. El mundo que nos toca evangelizar

 

El mundo en el que vivimos… El Venerable Siervo de Dios, el arzobispo Fulton Sheen, en el prólogo de su libro “Religión sin Dios” describe de manera clarividente el panorama religioso con el cual hoy nos enfrentamos: el panorama religioso del mundo contemporáneo.  Dice allí, por ejemplo, que en el mundo actual “la palabra ‘Dios’ todavía es empleada por ciertos pensadores, pero se la vacía de todo su contenido y queda desleída y difusa de manera que pueda acomodarse a significar cualquier idea por volátil que sea, o cualquier clase de fantasía sin consistencia”. Caracteriza él al pensamiento moderno como un pensamiento donde “se ha destronado a Dios, donde los cielos han sido abandonados y donde el hombre ha sido colocado en lugar de Dios[…]”.

Formulaba así, el Venerable Arzobispo, lo mismo que nuestro Cornelio Fabro denunciaría sistemáticamente después de una manera brillante en sus estudios, en sus cursos y en sus libros: es decir, la primacía de la inmanencia y su funesta consecuencia, el ateísmo, un mundo sin Dios.

Sigue Mons. Fulton Sheen en su “descripción” de nuestro mundo, diciendo que: “los problemas que antes se concentraban en Dios se resuelven ahora teniendo en cuenta al hombre, y los que antes se referían al hombre, ahora son amalgamados con el universo entero. […] Dios queda humanizado, y el hombre naturalizado. La ciencia física […] viene a decirnos lo que es Dios y lo que es el hombre.” Y continúa diciendo: “El hombre ahora no solamente se figura ser Dios, sino que realmente cree empezar a serlo. Y así, el hombre elevado a este estado que llaman ‘sobrenatural’, no necesita redentor; así como tampoco en el estado natural necesita de Dios. Como resultado de esta filosofía de autosuficiencia se da el estrambótico fenómeno propio de nuestros tiempos, de una religión sin Dios y un cristianismo sin Jesucristo”. El principio general implícito en todo esto es en definitiva la negación de lo trascendente y la afirmación de lo inmanente[6].

De lo cual, se siguen los errores nefastos con los que nos toca convivir. Y así, –dice el P. Alfredo Sáenz– se da preeminencia “en vez de Dios, al hombre… en vez del amor a Dios, el  amor al prójimo… en vez de un mensaje de salvación, [se habla de] un mensaje social… en vez de la Cruz, de la apertura al mundo… en vez de la verdad absoluta, de la verdad del tiempo”[7], “se diluye la fe en lo racional, lo sacro se convierte en profano”[8], y así se trata de acomodar a la Iglesia con el mundo moderno, de agrupar al catolicismo con el protestantismo, se confunde finalmente teología y filosofía con sociología y psicología[9], y ya no se habla de la esclavitud del pecado, de la realidad del infierno, etc., todo lo cual es consecuente con la inmanencia, ya que así, bajo estos presupuestos, como decía el P. Cornelio Fabro, “sin infierno la existencia se convierte en una gira campestre”[10].

3. Nuestra preparación para evangelizar el mundo en que vivimos

 

Nuestro derecho propio dice que es a este mundo al que Dios nos envía como corderos en medio de lobos a fin de transformar “a los lobos mismos en corderos”[11]; a buscar y a saber identificar las “semillas del Verbo” por medio de las cuales el Espíritu Santo continúa actuando en el corazón del hombre[12]. A ser sal y luz del mundo[13].

Esta magnífica empresa requiere de nosotros –esencialmente misioneros– una preparación filosófica competente, que ante todo nos dé “un conocimiento sólido y coherente del hombre, del mundo y de Dios”[14] pues ella representa “una ayuda indispensable para profundizar la inteligencia de la fe y comunicar la verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen”[15]. Es en este sentido que nuestras Constituciones resaltan la urgencia de su estudio[16], ya que es la sana filosofía, la metafísica del ser, la que nos da una “certeza de la verdad”, y “sin ella no hay base para una entrega personal total a Jesús y a la Iglesia, ya que ‘si no se está seguro de la verdad, ¿cómo podremos poner en juego la propia vida y tener fuerzas para interpelar seriamente la vida de los demás?’”[17]

Debemos en nuestra formación intelectual imbuirnos de la Verdad, que no es otra cosa que conformar nuestra mente a la mente, a los criterios de valoración del mismo Verbo Encarnado y que es parte importantísima de nuestra ‘configuración con Cristo’. A partir de allí, “debemos anunciar el Evangelio con el fervor y el entusiasmo de los santos, aún en los momentos de dificultad y persecución en un mundo descristianizado y ateo”[18], dice el Directorio de Misiones Ad Gentes. Y aquí vemos cómo nuestra formación intelectual tiene tantísima importancia como preparación para ser Sacerdote-Victima.

Por tanto, esforcémonos entonces por adquirir lo que el derecho propio –haciendo uso de una expresión del P. Cornelio Fabro– denomina el “tomismo esencial”. De tal modo, que bien imbuidos de la doctrina del Doctor Angélico, seamos capaces de pensar desde él; y, “desde él, entremos en diálogo y en polémica con los problemas y pensadores contemporáneos” –como nos lo pide nuestro fin específico y nos lo manda nuestro derecho propio–. Solo así podremos discernir qué corresponde al Evangelio para aceptarlo y qué no, para rechazarlo. Lo cual comporta, obviamente, un juicio activo sobre el pensamiento humano y sobre el mismo tomismo en relación con el pensamiento moderno[19].

No es suficiente con conocer ‘algo’, así nomas, superficialmente. “La falta de inteligencia auténticamente metafísica, incapacita a los pastores de almas para conocer la realidad, para hacer diagnósticos precisos y aplicar los remedios oportunos. Y de allí nacen las ‘espiritualidades’ y las ‘pastorales’ formalistas o esencialistas, sin garra y sin morder la realidad. […] Para evitar eso es necesario una metafísica con garra, que muerda la realidad”[20].  

Es por eso que hoy se nos pide que, teniendo en cuenta las investigaciones filosóficas de los tiempos modernos, sobre todo las que influyen más en la vida de las naciones y en el progreso de las ciencias, lleguemos a conocer bien la índole de la época en que nos toca vivir, para estar preparados para el diálogo con nuestros contemporáneos[21]. Y de este modo buscar la solución de los problemas humanos bajo la luz de la Revelación; y saber aplicar las verdades eternas a la variable condición de las cosas humanas, y por supuesto, a comunicarlas en modo apropiado a las almas a nosotros encomendadas[22].

Por eso hoy, en esta que es la Casa Madre de nuestra querida Congregación, quisiera citar, ya para concluir, el sabio consejo indicado en nuestro Directorio de Formación Intelectual: “Sin la disciplina y el hábito del estudio, el futuro presbítero no podrá ser el hombre sabio según el Evangelio que, oportuna e inoportunamente, exhorta con la palabra de Dios, convence con la verdad y libera del error. El presbítero está llamado a ser maestro de la fe cristiana y, por tanto, debe ser capaz de dar razón de la fe que predica y enseña. La dedicación al estudio debe hacerse con esta perspectiva pastoral[23].

Por eso les decía al principio que muchos aspectos de todo lo que hagamos en el futuro depende -con la ayuda de la gracia de Dios- de la seriedad, solidez, y profundidad de nuestra formación.

La filosofía de Santo Tomás es la filosofía del ser, esto es del ‘actus essendi’, cuyo valor trascendental es el camino más directo para elevarse al conocimiento del Ser subsistente y Acto puro que es Dios. Y sólo el volver a descubrir en plenitud el ser y los primeros principios del ser y del pensar, permite al hombre remontarse válidamente al mismo Ser Subsistente, su principio y fin, y el máximo garante de su inalienable libertad. Recordemos que cada uno de nosotros es discípulo de Aquel que un día se presentó a los discípulos diciendo Yo soy[24]. Así nosotros también debemos ser sacerdotes, religiosos, y misioneros del ‘ser’.

Esto implica: “ser pioneros, dispuestos a dar los primeros pasos por Cristo, a comprometerse totalmente con Dios, confiando en su Palabra, en su poder y en su misericordia. Implica también el ser hombres de trascendencia, no confinados ni atrapados en lo temporal del principio de inmanencia, sino más bien saber remontarse a través de lo creado, para llegar también al más allá de los limitados horizontes de este mundo”[25]. Implica el lanzarse –con un espíritu genuinamente católico– a ayudar en las necesidades de toda la Iglesia con ánimo dispuesto a encender la luz del Evangelio en todas partes.[26]

Supliquemos entonces en este día a la Madre del Verbo Encarnado, Patrona de este querido Seminario, la gracia de saber aprovechar con ánimo decidido y gran fidelidad todo el tiempo, que dediquemos a nuestra formación.

Que la Madre de Dios, quien es Maestra por la santidad de su ejemplo, nos eduque con sabiduría maternal para configurar nuestras vidas a la del Verbo Encarnado.

¡Muchas gracias!

Que Dios los bendiga a todos.

[1] Directorio de Misiones Ad Gentes, 139.

[2] VI Parte, 1.

[3] Cf. San Juan Pablo II, A los sacerdotes y seminaristas en Madrid, 16 de junio de 1993.

[4] Const. 5ª dat die 3 Aug. 1368 ad Cancell. Univ. Tolos. Citado por León XIII, Aeterni Patris.

[5] Serm. de S. Tom. Citado por León XIII, Aeterni Patris.

[6] Cf. Ven. Arz. Fulton Sheen, Religión sin Dios, II Parte, cap. 3.

[7] Alfredo Sáenz, SJ, Inversión de los valores, p. 12-22.

[8] P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 13. IV.

[9] Ibidem.

[10] C. Fabro, La aventura de la teología progresista, p. 230.

[11] Directorio de Predicación de la Palabra, 110.

[12] Directorio de Espiritualidad, 264.

[13] Mt 5, 13ss.

[14] Optatam totius, 15.

[15] Directorio de Formación Intelectual, 52; op. cit. Fides et ratio, 5.

[16] Constituciones, 220.

[17] Constituciones, 220; op. cit. Cf. Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 5.

[18] Directorio de Misiones Ad Gentes, 143.

[19] C. Fabro, Santo Tomás frente al desafío del pensamiento moderno, p. 43.

[20] Cf. P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 4.

[21] Optatam totius, 15.

[22] Cf. Optatam totius, 16.

[23] Cf. San Juan Pablo II, Celebración de Laudes en el Seminario Mayor de Madrid. OR (25/06/93), p. 10, nº 6.

[24] Mt 14, 27.

[25] P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, I Parte, cap. 6.5.

[26] Cf. Redemptoris Missio, 67.

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