Una espiritualidad seria

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Una espiritualidad seria

Nuestra espiritualidad está profundamente marcada por todos los aspectos del misterio de la Encarnación[1]. Al punto que podríamos decir que nuestra espiritualidad es la del “Ave María”, la del “Ángelus” y la del himno de la kénosis[2], la del “Magníficat” y la del “Gloria”[3]. Por lo tanto es una espiritualidad que nos impele a trascender lo sensible y nos dispone al desprendimiento total buscando en todo y por todo la gloria de Dios[4].

Conforme al carisma con que Dios nos ha bendecido y dadas las inmensas necesidades espirituales de la humanidad en el mundo actual, estamos convencidos de que con un afianzamiento cada vez más arraigado en los principios de nuestra espiritualidad y siendo creativos a la hora de difundirla, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado podremos prestar el servicio particular que de nosotros pide y espera la Iglesia.

La evangelización de la cultura exige de nosotros una espiritualidad con matices peculiares: “pide un modo nuevo de acercarse a las culturas, actitudes y comportamientos para dialogar con profundidad con los ambientes culturales y hacer fecundo su encuentro con el mensaje de Cristo. […] Dicha obra exige una fe esclarecida por la reflexión continua que se confronta con las fuentes del mensaje de la Iglesia y un discernimiento espiritual constante procurado en la oración”[5]. Por lo tanto, siguiendo las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado entendemos que “el evangelizar consiste principalmente en llevar la gracia de Dios a todos los hombres, haciendo de ellos una humanidad nueva, es decir, hombres nuevos creados según Dios en justicia y santidad verdadera[6][7].

Así entendida la evangelización de la cultura es característico en nuestro apostolado la predicación de los Ejercicios Espirituales según el espíritu genuino de San Ignacio de Loyola, la prédica de las misiones populares donde la devoción eucarística y el sacramento de la reconciliación, juntamente con la devoción a María Santísima, son los pilares sobre los que se levanta y preserva la evangelización de un pueblo; y por supuesto, el anuncio de la Palabra que busca llevar a los hombres a la conversión a Dios mediante “la adhesión plena y sincera a Cristo y su evangelio mediante la fe”[8].

Ahora bien, ¿por qué decimos que nuestra espiritualidad es seria?

  • La nuestra es una “espiritualidad seria”, no porque sea falta de alegría o aburrida, sino seria porque está abierta a la trascendencia, y nos hace tender a ella aun en medio de las dificultades de la vida, porque entiende que “todo lo mejor de acá, comparado con aquellos bienes eternos para que somos criados, es feo y amargo”[9].
  • Seria porque le da primacía a la vida de oración, porque sabemos que “no trabajamos por cosas efímeras o pasajeras, sino por ‘la obra más divina entre las divinas que es la salvación de las almas’”[10] y la oración viene a ser para nosotros el alma de nuestra vida religiosa y apostólica.
  • Seria, porque es marcadamente eucarística.
  • Seria, porque queremos inmolarnos mediante la práctica de los votos de obediencia, pobreza, castidad y materna esclavitud mariana, para tender a la perfección de la caridad imitando al Verbo Encarnado en su modo de vida, y para ser “como una huella que la Trinidad deja en la historia”[11].
  • Seria, porque “siguiendo al Papa en la doctrina y a los santos en la vida, jamás nos equivocaremos, ya que no puede equivocarse el Papa en las enseñanzas de la fe y de la moral, ni se equivocaron los santos en la práctica de las virtudes”[12].
  • Seria, porque “queremos formar almas sacerdotales y de sacerdotes que no sean “tributarios”[13]. Que vivan en plenitud la reyecía y el señorío cristiano y sacerdotal”[14].
  • Seria, porque “queremos formar hombres virtuosos (de “vir” y de “vis”: que tengan la fuerza del varón) según la doctrina de los grandes maestros de la vida espiritual, en especial: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Luis María Grignion de Montfort, Santa Teresa del Niño Jesús, de todos los santos de todos los tiempos que la Iglesia propone como ejemplares para que imitemos sus virtudes”[15].
  • Seria porque se nos manda ser “maestros de la oración” y nos urge, como hemos apenas dicho, a aprender de los grandes maestros de la vida espiritual, entre ellos del gran doctor de la iglesia San Juan de la Cruz.
  • Seria porque está anclada en la sólida doctrina enseñada a lo largo de los siglos por nuestra Santa Madre Iglesia, que quiso hacer de las enseñanzas sanjuanistas una de sus páginas más bellas. Y aunque muchas almas amigas de dulzuras y consuelos no quieran leer a San Juan de la Cruz y se llenen la cabeza con autores blandengues[16], nosotros preferimos el “pan duro” de la doctrina radical sanjuanista, porque “es el que Dios da ordinariamente a los que quiere llevar adelante”[17]. Pues que el Mismo que nos dijo: Sígueme[18] fue quien asoció a su llamado el báculo de la cruz.
  • La nuestra es una espiritualidad seria porque a partir de la fe viva y vigorosa que busca infundir en nosotros nos hace capaces de juzgarlo todo desde la trascendencia, y nos da esa visión providencial de toda la vida[19] con lo cual valoramos todo desde Dios y en orden a Dios. Ciertamente esto nace de la oración, pero se traduce en obras concretas de exigencia religiosa. El desprendimiento total y completo, efectivo y afectivo, de todo aquello que no es Dios, y la pérdida del miedo de “quedarse sin nada”, en el orden que sea, son también elementos que nos caracterizan.
  • Siendo conscientes de que la “vida religiosa es un proceso de continua conversión”[20] y que siempre debemos crecer en nuestra fe, a nosotros se nos anima a pasar valerosamente por “las purificaciones de los sentidos y del espíritu, activas y pasivas”[21]. En efecto, consideramos que “un religioso que no esté dispuesto a pasar por la segunda y la tercera conversión, o que no haga nada en concreto para lograrlo, aunque esté con el cuerpo con nosotros no pertenece a nuestra familia espiritual”[22].
  • La nuestra es una espiritualidad seria porque imprime a fuego en nuestras almas el amor por la cruz, que debe motivarnos a elegirla siempre, con preferencia de cualquier otro medio. La cruz no solamente aceptada sino positiva y directamente preferida y abrazada.
  • La nuestra es una espiritualidad seria porque consideramos que “la idea clamorosa es sacrificarse”, y que sólo “así se dirige la historia, aun silenciosa y ocultamente”[23].
  • La nuestras es una espiritualidad seria porque nos lleva a esforzarnos por “abrazar la práctica de las virtudes aparentemente opuestas […] practicando la veracidad, la fidelidad, la coherencia y la autenticidad de vida, contra toda falsedad, infidelidad, simulación e hipocresía”[24].
  • Finalmente, la nuestra es una espiritualidad seria porque es mariana. Y consagrándonos como esclavos de la Virgen estamos siguiendo el camino que siguió, que sigue usando y que usará Él para venir al mundo[25]. Por eso nuestro código fundamental reza: “Todo por Jesús y por María; con Jesús y con María; en Jesús y en María; para Jesús y para María”[26].

Dios solo[27].

[1] Cf. Constituciones, 8.

[2] Cf. Flp 2,6ss.

[3] Directorio de Espiritualidad, 78.

[4] Cf. Constituciones, 67.

[5] Cf. Directorio de Espiritualidad, 51; op. cit. San Juan Pablo II, Alocución a los obispos de Zimbawe (02/07/1985), 7; OR (21/08/1985), 10.

[6] Ef 4, 23-24.

[7] Cf. Directorio de evangelización de la Cultura, 57.

[8] Constituciones, 165; op. cit. Redemptoris Missio, 46.

[9] San Juan de la Cruz, Carta 12, A una doncella de Narros del Castillo (Ávila), febrero de 1589.

[10] Directorio de Espiritualidad, 321.

[11] Constiuciones, 254 y 257, fórmulas de profesión religiosa.

[12] Constituciones, 213.

[13] Cf. Num 18, 24; Gen 47, 26; San Juan de Ávila, Sermones de santos, op. cit., T. III, p. 230, cit. a San Vicente Ferrer, Opusculum de fine mundi.

[14] Constituciones, 214.

[15] Constituciones, 212.

[16] Cf. P. C. Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 14.

[17] San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, Libro III, cap. 28.7.

[18] Mc 10, 21.

[19] Notas del V Capítulo General, 11.

[20] Constituciones, 262.

[21] Constituciones, 10.40 y Directorio de Espiritualidad, 22.

[22] Directorio de Espiritualidad, 42.

[23] Directorio de Espiritualidad, 146.

[24] Constituciones, 13.

[25] Directorio de Espiritualidad, 83.

[26] Directorio de Espiritualidad, 325.

[27] Constituciones, 380.

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