“Por la santidad de vida, debemos llegar a ser ‘otros Cristos»
Constituciones, 7
Queridos Padres, Hermanos, Seminaristas y Novicios:
El Papa Juan XXII, afirmaba: “Dadme un religioso que haya sido fiel toda su vida a su Regla y lo canonizo sin más examen”[1]. Esta sentencia tan breve y tan elocuente ha encontrado eco en innumerables almas de religiosos que se santificaron en la práctica fiel de la regla propia de su Instituto. Simplemente porque la Regla de cualquier orden religiosa aprobada por la Iglesia, se convierte sin más en el principal instrumento de santificación de un religioso señalándole a cada instante cual es la voluntad de Dios.
Todos estos religiosos que hoy veneramos como santos tuvieron como “único denominador: seguir a Cristo y configurarse con él”[2]. Del mismo modo, también nosotros decimos que “queremos imitar lo más perfectamente posible a Jesucristo”[3], “reproduciéndolo[4], haciéndonos semejantes a Él[5], configurándonos con Él[6]”[7] dedicándonos “totalmente a Dios como a nuestro amor supremo, para que, entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, […]consigamos la perfección de la caridad”[8], porque en esto consiste la santidad[9].
Y lo queremos hacer no de cualquier modo sino según “los elementos objetivos que expresan la identidad y configuración de la vida consagrada del Instituto del Verbo Encarnado según nuestra índole propia y nuestro patrimonio espiritual”[10]. Pues nos hemos hecho religiosos del Instituto del Verbo Encarnado, precisamente “para imitar al Verbo Encarnado casto, pobre, obediente e hijo de María”[11] “de acuerdo al camino evangélico trazado en las Constituciones del Instituto del Verbo Encarnado”[12] y que la Iglesia ha encontrado como camino válido y apto para conseguir la perfección de la caridad.
Es decir, para cada uno de nosotros el cumplimiento fiel a las reglas del Instituto –“como itinerario peculiar de seguimiento de Cristo y de santidad según el carisma específico reconocido por la Iglesia”[13]– es el camino normal y necesario para llegar a la santidad. Así lo declara explícitamente nuestro Directorio de Vida Consagrada cuando dice que el “religioso tiene una regla suprema de vida que es ‘el seguimiento de Cristo’, pero no como algo separado o paralelo al derecho propio, sino íntimamente unido a él, tal como se da en la realidad, es decir ‘tal y como se propone en el Evangelio y se declara en las Constituciones de su propio Instituto’[14]. [Pues] necesariamente van unidos la vida religiosa y el modo propio de vivirla en el Instituto que se ingresa”[15]. Y más adelante dice: “Son ellas [las Constituciones] el ‘modelo’[16] sobre el cual debe el religioso configurar su vida”[17].
Y así lo hemos confesado nosotros mismos, cuando a viva voz hicimos profesión de nuestros votos religiosos diciendo: “hago voto de vivir para siempre casto…, pobre, … y obediente, hasta la muerte de cruz para seguir más íntimamente al Verbo Encarnado en su castidad, pobreza y obediencia, de acuerdo al camino evangélico trazado en las Constituciones”[18]. El día de nuestra profesión religiosa nos embarcamos pública y solemnemente en la apasionante ‘cruzada’ de transfigurar nuestras vidas en la de Cristo.
Por eso, si bien no se exige que uno sea santo para hacerse religioso, si se requiere “que aspire seriamente, con una voluntad verdaderamente dispuesta a alcanzar la santidad”[19]. Por eso ya desde el noviciado se nos enseña que “no puede ser novicio quien no manifieste un verdadero deseo de santidad o perfección”[20]. Pues, aspirar a poseer una caridad perfecta y trabajar por alcanzarla[21] es, digámoslo así, “nuestro deber profesional como religiosos”[22].
En este sentido, y con mucha fuerza, el derecho propio nos exhorta a “que estemos firmemente resueltos a alcanzar la santidad”[23]. Y citando a Santa Teresa nos pide que tengamos “‘una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (la santidad), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmure, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo…’[24]. Lo que importa es dar un paso, un paso más, siempre es el mismo paso que vuelve a comenzar”[25]. Porque quien no haga nada en concreto para alcanzarla, “aunque esté con el cuerpo con nosotros no pertenece a nuestra familia espiritual”[26]. Y con palabras que lejos de desanimar y que más bien deben servir de acicate a nuestro fervor se nos advierte: “Un religioso que no esté decidido a alcanzar la perfección y se esfuerce realmente a ello, es un religioso frustrado; su vida ha perdido todo sabor y entusiasmo; al que se le pueden aplicar con todo derecho las palabras de Nuestro Señor: Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada…[27].
Dentro de este marco quisiera entonces en esta carta circular ‘definir’ según el derecho propio el ADN, por llamarlo de algún modo, o la ‘fibra’ íntima, o las características esenciales de lo que debe ser un religioso del Verbo Encarnado. Puesto que llegaremos a ser santos religiosos en tanto y en cuanto encarnemos lo que el derecho propio nos traza como Ideal.
Confío en María Santísima, Modelo perfecto de todo consagrado[28], que estas pobres líneas servirán para examen propio y a la vez, de motivación para alcanzar el ideal de santidad propuesto por nuestras Constituciones y asumido como propio plan de santificación el día de nuestra profesión religiosa.
1. “Queremos ser otra Encarnación del Verbo”[29]
San Pedro Julián Eymard decía a sus religiosos: “Todos los hombres están obligados a saber y practicar el Evangelio; pero a vosotros os basta con saber y practicar vuestra regla, que es vuestro evangelio”[30]. Análogamente también nosotros podríamos aplicar estas palabras a nuestras Constituciones y Directorios, porque el espíritu del Instituto es el espíritu del Evangelio: “el espíritu de nuestra Familia Religiosa no quiere ser otro que el Espíritu Santo”[31]. Pues todo el patrimonio de nuestro querido Instituto, y por tanto, “la forma de vida que este propone ha sido declarada conforme al Evangelio e idónea para conseguir el fin prefijado”[32] cuando hace 13 años fueron aprobadas[33].
Por eso San Pedro Julian también exhortaba a sus religiosos a “conocer la regla, a comprenderla, porque la regla es una educadora, una maestra que quiere formarnos para darnos a Jesucristo”[34]. Lo mismo es válido para nosotros, ya que nuestras Constituciones y todo el riquísimo derecho propio nos fijan en el Verbo Encarnado, nos fundan en Él y nos apartan de todo lo que no sea Él y conforme a su espíritu.
De aquí que la lectura cada vez más profunda, cada vez más consciente y orante del derecho propio –tan recomendada por la Iglesia y estimada por los santos– ayuda a internalizar los criterios y los valores evangélicos por el propuesto. Al punto de infundir en el ánimo una tal energía espiritual que nos hace incluso desear el martirio, si es necesario[35] con tal de alcanzar el Ideal. Porque “vale la pena vivir a fondo la propia consagración, cuando se convierte, día tras día, en entrega total de sí, expresión del amor mayor, que nos asemeja a Cristo”[36].
En este asemejarse a Cristo el derecho propio delinea con esplendida maestría y en magníficos términos que enfervorizan el alma, el ideal de santidad al que todos nosotros debemos tender y que no es otro que la imitación del mismísimo Verbo Encarnado. Por eso el empaparse del espíritu que destilan nuestras Constituciones no hace sino agigantar en nuestros corazones el deseo eficaz de querer llegar a “ser ‘otro Cristo’”[37], como “otra Encarnación del Verbo”[38]. Este ideal compele a uno a afanarse en “pasar por la tierra a imitación del Dios Encarnado”[39] y a hacer que de tal manera uno se esfuerce “en vivir con plenitud el radicalismo del anonadamiento de Cristo y de su condición de siervo”[40] que se convierta en “memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús, el Verbo hecho carne”[41] y venga a ser en todo y para todos “como otra humanidad de Cristo”[42].
Nosotros caminamos en pos[43] del Verbo Encarnado –es decir, del Dios Infinito que sin dejar de ser Dios asumió la forma de siervo[44]– y cuyo Corazón hipostático contiene un tesoro inagotable de virtudes[45]. Tal seguimiento pide de nosotros el ejercicio de todo un abanico de virtudes que nos permita imitarle, “sobre todo en los aspectos de su anonadamiento y de su transfiguración”[46]. Entonces debe ser signo distintivo del religioso del Verbo Encarnado el destacarse particularmente, en “la práctica de las virtudes del anonadarse: humildad, pobreza, dolor, obediencia, renuncia a sí mismo, misericordia y amor a todos los hombres”[47]; “en una palabra, en el tomar la cruz”[48] con valentía.
Asimismo, nuestro estado de religiosos del Verbo Encarnado exige de nosotros la práctica de “las virtudes de la trascendencia: fe, esperanza y caridad” de donde nace el espíritu de oración incesante y abrigar el deseo de pasar por las purificaciones activas y pasivas del sentido y del espíritu[49] a fin de crecer en esas virtudes y unirse definitivamente al Ideal.
Hemos sido llamados a hacer resplandecer todas estas virtudes en nuestra vida comunitaria, en las misiones, en nuestra vida litúrgica y así, en cada aspecto de nuestra vida religiosa. Ya sea que vivamos en una casa de formación, en un monasterio, en un hogarcito, o en una misión distante y cualquiera sea la ocupación en la que Dios nos tenga empleados o si acaso estamos postrados en el lecho. “Nosotros debemos dar especial testimonio del Verbo Encarnado, en particular en el aspecto de su anonadamiento radical que está informado por la humildad, en el servicio desinteresado y, en particular, en el amor misericordioso”[50].
2. El centro de nuestra vida debe ser Jesucristo[51]
Aplicando las palabras del Beato Paolo Manna a nuestro caso, también nosotros podemos decir que “nuestras Constituciones acompañan al misionero y lo guían, además que en el trabajo de la propia santificación, también en la práctica del celo y del ministerio apostólico”[52].
Por eso, con diáfana claridad y pedagogía maternal, nuestras Constituciones detallan, lo que les mencionaba antes: lo que debe ser la ‘fibra más íntima’, el ADN, el núcleo central o el ‘modelo’ sobre el cual debe un religioso del Verbo Encarnado configurar su vida a la de Cristo[53]. Y esto lo hace magistralmente en el punto 231 de las mismas y que cito a continuación (vale la pena leerlo meditativamente):
“Aspiramos a formar para la Iglesia Católica sacerdotes según el Corazón de Cristo: que abreven su espíritu en la Palabra de Dios, serviciales con el prójimo, solidarios con todo necesitado, promotores del laicado, con gran capacidad de diálogo, sin crisis de identidad, deseosos de la formación permanente, abandonados a la Providencia, amantes de la liturgia católica, predicadores incansables, ‘caudalosos de espíritu’[54], ‘con una lengua, labios y sabiduría a los que no puedan resistir los enemigos de la verdad’[55], de ubérrima fecundidad apostólica y vocacional, con ímpetu misionero y ecuménico, abiertos a toda partícula de verdad allí donde se halle, con amor preferencial a los pobres sin exclusivismos y sin exclusiones, que vivan en cristalina y contagiosa alegría, en imperturbable paz aun en los más arduos combates, en absoluta e irrestricta comunión eclesial, incansablemente evangelizadores y catequistas, amantes de la Cruz. En fin, hombres con sentido común, con ese sentido común cristiano que no es otra cosa que la santa familiaridad con el Verbo hecho carne”.
Es decir, de cada uno de nosotros –religiosos del Verbo Encarnado– se debería poder decir que es un religioso que:
- se forma para la Iglesia Católica: porque el Instituto al que pertenece ha nacido en la Iglesia Católica y es de la Iglesia Católica y para la Iglesia Católica. Por tanto, un religioso del Verbo Encarnado “reconoce en el Sumo Pontífice la primera y suprema autoridad y le profesa no sólo obediencia, sino también fidelidad, sumisión filial, adhesión y disponibilidad para el servicio de la Iglesia universal”[56]. Se anonada a los pies de la Iglesia[57] y no quiere que nadie lo supere “en obsequiosidad y amor al Papa y a los Obispos, a quienes el Espíritu Santo ha puesto para gobernar la Iglesia de Dios”[58].
- es un sacerdote [o un religioso] según el Corazón de Cristo: que quiere señalarse especialmente a “contemplar ese venero riquísimo, y no querer salir de allí”[59] siendo éste su timbre de honor[60]. Es un hombre que tiene “capacidad para relacionarse con los demás, sin ser arrogante ni polémico, que es sincero en sus palabras y en su corazón, prudente y discreto, generoso y disponible para el servicio, capaz de ofrecerse personalmente y de suscitar en todos relaciones leales y fraternas, dispuesto a comprender, perdonar y consolar[61]. En definitiva, que manifiesta con las obras que tiene a Dios en el corazón[62].
- abreva su espíritu en la Palabra de Dios: por tanto, ama y valora “la riqueza del tesoro celestial que es la Palabra de Dios”[63], al punto de anhelar que “la Sagrada Escritura sea el alma de su alma, de su espiritualidad, teología, predicación, catequesis y pastoral”[64]. Es un religioso que se dedica a la “meditación fiel de la Palabra de Dios, por la cual conoce los misterios divinos, y hace propia su valoración de las cosas”[65]. Porque es estando en contacto con la Palabra Escrita del Verbo que va “captando el estilo de Nuestro Señor Jesucristo”[66]. Y a imitación del Verbo Encarnado dedica su vida a la predicación de la Palabra de Dios “en todas sus formas”[67].
- es servicial con el prójimo: porque para eso profesó como religioso del Verbo Encarnado[68]: “para realizar con mayor perfección el servicio de Dios y de los hombres”[69]. De aquí que considera a “todo hombre, todo el hombre y a todos los hombres” como objeto de su amor y de servicio. Este servicio lo realiza “llevando una vida laboriosa”[70], desinteresadamente[71], siempre humilde, pero con “generosidad en el sacrificio, y gran espíritu de iniciativa”[72], estando presente y totalmente disponible entre los hombres[73]. Porque está convencido de que su servicio al prójimo “cobra valor de servicio a Dios”[74] si está animado por una caridad auténticamente teologal. Y con este “marcado espíritu de servicio ejerce su potestad”[75] si es puesto a gobernar a sus hermanos. Mas aun, consciente de que “la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse se dedica con todas sus energías a su servicio, es decir a la evangelización, ya que ve en esa tarea un servicio que puede prestar a todo hombre”[76].
- es solidario con todo necesitado: es un religioso que ejerce un “compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad”[77] de múltiples maneras con quienes necesitan de su ayuda. Todo lo cual realiza sin “poner límites”[78], pues no tiene miedo a que por dar le vaya a faltar a él[79]. No olvida jamás que “las obras de misericordia, sobre todo con discapacitados”[80] son uno de los elementos no negociables del carisma del Instituto y la oportunidad concreta de evangelizar con el testimonio de vida[81].
- es promotor del laicado: porque entiende que “la inculturación debe implicar a todo el pueblo de Dios, no sólo a algunos expertos”[82] y reconociendo “el aporte específico de los laicos en la evangelización de las culturas”[83] asocia a su misión a la mayor cantidad posible de ellos que procurando su propia santificación colaboren en la causa de expandir la fe y de santificar el mundo entero. Por eso se avoca a formar a los laicos a fin de que ellos “traten y ordenen, según Dios, los asuntos temporales”[84]. También promueve y ayuda con ánimo en sus obras apostólicas[85]. Es un religioso que desea vivamente “un mundo donde laicos y religiosos unidos, luchen para que reine la verdad y la virtud”[86].
- tiene gran capacidad de diálogo, sin crisis de identidad: es decir, es un religioso “capaz de conocer en profundidad el alma humana, de intuir dificultades y problemas, que facilita el encuentro y el diálogo, que obtiene confianza y colaboración, que sabe expresar juicios serenos y objetivos”[87]. Es un religioso que firme en su identidad cristiana y a su vez, sabedor de que hace falta “la difusión y el anuncio del depósito de la fe, conforme al mandato del mismo Cristo”[88] es impulsado interiormente por la caridad a emplear el método del diálogo para buscar las ovejas[89] sin violentar a ninguna[90]. Antes bien, el religioso del Verbo Encarnado que emprende este diálogo es “claro, es afable –no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo–, su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la claridad que difunde, por el ejemplo que propone; entabla un diálogo que promueve la familiaridad y la amistad”[91]. Finalmente, es un religioso que por “prudencia pedagógica sabe adaptarse razonablemente y modificar las formas de la propia presentación por no serle molesto e incomprensible”[92] a los demás.
- es deseoso de la formación permanente: porque es un religioso que “no se conforma con un conocimiento superficial de la filosofía y de la teología que lo deja incapaz de comprender en toda su profundidad el drama del ateísmo contemporáneo y por tanto incapaz de remediarlo”[93]; antes bien la considera fundamental[94] y “una exigencia intrínseca de su consagración religiosa”[95]. Por eso sabiendo “adaptarse a las circunstancias de oficios y obligaciones”[96] adquiridos dedica tiempo al estudio personal[97] porque reconoce que actuar de otro modo sería una injusticia para con las almas a él encomendadas[98] y estará muy lejos de ‘morder la realidad’.
- es abandonado a la Providencia: pero no de cualquier modo, sino con “ilimitada confianza”[99], hallando en ello “un modo particular de dar gloria a Dios”[100] porque lo considera parte integral del voto de pobreza que un día profesó en éste su querido Instituto, y sabe que así, la vive al máximo. Por tanto, sabe “ser magnánimo y magnificente en emprender las obras apostólicas, según la voluntad de Dios, sin arredrarse por las dificultades y gastos que se deban realizar en los diversos compromisos apostólicos, confiando para esto en la Divina Providencia”[101]. Pues entiende que el confiar en la Providencia Divina “no se opone de ninguna manera, sino que incluye la administración prudente de los bienes: proveyendo a las necesidades cotidianas, ayudando a los pobres, no realizando gastos superfluos, pero sí los que deben hacerse, ocupándose de la conservación y aumento de los bienes materiales necesarios”[102]. Es un religioso que ni cede ante la tentación de poseer seguridades materiales[103], ni imputa a la Divina Providencia la falta de medios que por propia pereza no ha conseguido[104], ni tampoco desperdicia los recursos que la Divina Providencia pone a su alcance[105]. ¡Muy por el contrario! Se sabe dependiente de Dios y en todo y para todo recurre a su inagotable benevolencia la cual sabe agradecer con corazón alegre invitando a los demás a hacer lo mismo. Es un religioso, que “todo –absolutamente todo– lo ve a la luz de los designios amorosos de la Providencia de Dios”[106], porque “cree con firmeza inquebrantable que aun los acontecimientos más adversos y opuestos a su mira natural, son ordenados por Dios para su bien, aunque no comprenda sus designios e ignore el término al que lo quiere llevar”[107]. Y esta visión providencial de toda la vida lo acompaña siempre porque ama a Dios y sabe que “es imposible que haya algo en el mundo que no concurra y contribuya para su bien”[108].
- es amante de la liturgia católica: porque conoce “la importancia, no sólo cultual sino también educativa, que debe tener la Sagrada Liturgia”[109]. Por eso se esfuerza en “destacarse por la digna celebración de la Santa Misa y el modo reverente de celebrarla”[110]. De aquí que se puede decir que sus celebraciones litúrgicas son “modélicas: ‘por los ritos, por el tono espiritual y pastoral, y por la fidelidad que tiene tanto a las prescripciones y a los textos de los libros litúrgicos, cuanto a las normas emanadas de la Santa Sede y de las Conferencias Episcopales”[111]. Porque en definitiva son liturgias “vívidas y vividas”[112] ya que fomentan el sentido de lo sagrado y están imbuidas del espíritu de reverencia y de glorificación de Dios[113].
- es un predicador incansable: con una sana “impaciencia por predicar al Verbo en toda forma”[114]. Por tanto, es un religioso que siguiendo el mandato evangélico: Id y enseñad a todas las gentes[115], por todo el mundo[116] marcha “con el fervor y el entusiasmo de los santos, aún en los momentos de dificultad y persecución”[117] a predicar el evangelio y “aun a costa de renuncias y sacrificios”[118]. Es un religioso incansable, dispuesto a dar los primeros pasos por Cristo, que “no se apoltrona por miedo a los límites, reales o ficticios, que pretenden acortar su acción sacerdotal”[119], que se mueve “con docilidad y prontitud a la ejecución de lo que pide el Espíritu Santo”[120] y en esta misma fidelidad al Espíritu Santo halla la superación a todas las dificultades que pudiese encontrar en su misión. No se conforma con solo tener las puertas abiertas de su parroquia, él mismo sale a exhortar a las almas a que vengan, y con un sinnúmero de iniciativas hace que su parroquia se mantenga viva y Jesús tenga siempre compañía. Por eso es un religioso que no tiene “miedo al sacrificio y a la entrega total, ni busca recuperar lo que ha dado buscando compensaciones o instalándose poniendo “nido” en cosas que no sean Dios”[121]. “Tiene la disposición de querer consumirse por los demás y de querer perseverar en tal disposición”[122] “incluso ante el declive de las propias fuerzas y del propio ascendiente”[123].
- es caudaloso de espíritu: es decir, con una vida espiritual seria, no sensiblera[124]. Vida espiritual que nutre principalísimamente en su participación (o celebración) diaria de la Santa Misa y del contacto con el Verbo Encarnado presente en el Santísimo Sacramento[125]y revelado en las Escrituras que lee asiduamente[126]. Es un religioso que valora como importantísimo para su vida espiritual el Sacramento de la Reconciliación y por eso tiene “devoción a la confesión frecuente”[127]. Y consciente de que es un religioso misionero cuya tarea apostólica principal[128] es dar “especial testimonio del Verbo Encarnado”[129] abraza con denodado afán la práctica de las virtudes aparentemente opuestas: “por ejemplo, justicia y amor, firmeza y dulzura, fortaleza y mansedumbre, santa ira y paciencia, pureza y gran afecto, magnanimidad y humildad, prudencia y coraje, alegría y penitencia, etc.”[130].
- tiene ‘una lengua, labios y sabiduría a los que no puedan resistir los enemigos de la verdad’: Es decir, es un religioso que ama la verdad y la lealtad[131]. Que por su gran “confianza en el poder de la verdad acepta la doble misión de buscar la “certeza de la verdad” –dada sólo por una sana filosofía, fundada en la realidad objetiva de las cosas[132]– y de denunciar los errores[133] con presteza. Por eso “no vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla”[134]. Reconoce que no es ni el dueño ni el árbitro de la verdad, sino su depositario, su heredero y servidor[135].
- tiene una ubérrima fecundidad apostólica y vocacional: porque sabe abnegarse y morir a si mismo y a todo lo que no es Dios[136]. Toda su fecundidad apostólica se funda en una vida interior rica de fe y de unión íntima con Dios[137]. Es un religioso que siente como una llamada personal aquel elemento integrante de nuestra espiritualidad, que nos manda “saber llamar, enseñar, dirigir, acompañar y seleccionar las vocaciones”[138]. No se conforma con hacer un llamado genérico a la vocación sacerdotal o religiosa, sino que a imitación del Verbo Encarnado, llama explícita y personalmente. Exhortación que sabe acompañar con un “testimonio fiel y alegre de su propia vida como consagrado, realizando con generosidad, discernimiento y seriedad los apostolados propios, y trabajando en comunión fraterna”[139]. Y es para las almas un verdadero padre espiritual.
- tiene ímpetu misionero y ecuménico, y está abierto a toda partícula de verdad allí donde se halle: Es un religioso que se sabe llamado a “realizar grandes obras, empresas extraordinarias”[140]; que ha tomado en serio las exigencias del Evangelio: ve, vende todo lo que tienes…[141] y pide a Dios cada día “el fervor espiritual, la alegría de evangelizar, aun cuando tenga que sembrar entre lágrimas”[142]. Es un religioso cuya vida irradia el fervor de quien ha recibido, ante todo en sí mismo, la alegría de Cristo, y acepta consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo[143]. Y con ese mismo espíritu “reza y trabaja por la reconciliación y por la unidad eclesial según la mente y el corazón de nuestro Salvador Jesucristo”[144] y está dispuesto a “descubrir con alegría y respeto las semillas del Verbo que se hallan presentes en las tradiciones nacionales y religiosas de los distintos pueblos para transformarlos con la fuerza divina del evangelio”[145]. Entiende que su campo de acción no tiene límites de horizontes, sino que es el ancho mundo, porque Jesús dijo: id por todo el mundo…[146]. Su visión misionera es universal, entonces sabe trascender los límites de su aula, de su celda, de su parroquia. En una palabra: tiene creatividad apostólica[147].
- tiene un amor preferencial a los pobres sin exclusivismos y sin exclusiones: ya que en ellos ve al mismo Cristo[148]. No se entrampa “en falsas dialécticas reduccionistas donde por atender a unos se excluye a otros (por ejemplo, a los ricos, a los intelectuales, a los extranjeros o foráneos, etc.), donde uno sólo se preocupa exclusivamente por algunos o por algún lugar”[149]. Antes bien, a semejanza de Jesucristo que vino al mundo ‘por nosotros los hombres’, por tanto, ‘todo hombre, todo el hombre y todos los hombres’[150] –sin discriminaciones– ama de obra y de verdad al hombre concreto que está necesitado –de bienes materiales o espirituales–, sin jamás usarlo como demagógica propaganda”[151]. Y lo hace con una caridad que le brota de la oración, de la contemplación del misterio de la misericordia divina[152] y de su fidelidad a Dios[153]. Es un religioso que sabe que “la caridad es imprescindible para evangelizar la cultura”[154] y que “no basta con dar a los pobres, [sino que] hay que darse a sí mismo”[155].
- vive en cristalina y contagiosa alegría: alegría que es espiritual y sobrenatural, y nace de considerar el misterio del Verbo Encarnado[156]. Por eso se alegra siempre y en todo, en las virtudes, en los padecimientos[157]. Sabe alegrarse en la comunidad: en la práctica de la caridad fraterna, porque el vivir en comunidad, aun en medio de las dificultades del camino humano y espiritual y de las tristezas cotidianas, forma ya parte del Reino[158]. Es un religioso que se esfuerza en cultivar la alegría en la comunidad religiosa porque sabe que ésta representa “un gran atractivo hacia la vida religiosa, es una fuente de nuevas vocaciones y un apoyo para la perseverancia”[159]. Lejos de él el “espíritu de oposición”[160], que crea división. Lejos de él el espíritu de crítica –sin deseos de progreso en la verdad y en la caridad–, y que siembra tanta pesadez y oscuridad, como aquellos que enuncian sus críticas con amargura, terminando tantas veces en ofensas, en actos y juicios que van en perjuicio de personas o de grupos “faltando a la segunda nota de la caridad, que es la benignidad”[161].
- vive en imperturbable paz aun en los más arduos combates: paz interior que es fruto del Espíritu Santo y efecto de la caridad que reina en su alma porque ha eliminado la pugna dentro de sí, por la lucha entre la carne y el espíritu[162]. Su paz sobrevive en medio de las mayores contrariedades, de las mayores tribulaciones y de las mayores tragedias[163], porque ha puesto todo su amor y su confianza en Cristo.
- vive en absoluta e irrestricta comunión eclesial: porque se sabe miembro del Cuerpo Místico del Verbo Encarnado, que es la Iglesia como “Sacramento universal de salvación”[164] y nada quiere saber fuera de Ella[165]. Por tanto, es un religioso que fervientemente promueve “la unidad que no obstaculiza la diversidad, así como… de una diversidad que no obstaculiza la unidad sino la enriquece”[166]. Es su intento decidido vivir en concordia con los miembros de la Iglesia y está dispuesto a “dejar de lado todo lo que puede impedir o deformar esta unanimidad en el sentir”[167]. Lejos de él “el comportarse como un todo cerrado y solitario”[168], o el actuar por “obsecuencia y servilismo”[169], como es el caso de aquellos “que sacrifican la verdad y la propia conciencia pretendiendo mantener una paz falsa, o por no contrariar al amigo, evitar algún problema o, en ocasiones, sacar ventaja con el silencio o con el aplauso”[170].
- es un incansable evangelizador y catequista: lo cual es fruto de la donación autentica de sí mismo[171]. Me gastare y me desgastare[172] es su programa. No se achica ante los sacrificios, no ahorra esfuerzos, él quiere estar siempre disponible. No renuncia a priori a ninguna de las formas de predicar la Palabra[173], sino que con gran creatividad e inventiva sabe adaptarse para llegar a todas las almas. Es un religioso que no tiene miedo a las pastorales inéditas, siempre que sean según Dios. Se consagra con entusiasmo no sólo a ensenar el catecismo; sino también a servir a todos por cuantos medios le inspire su consejo y su prudencia, con la única pretensión de gastarse y desgastarse para ganar almas para Dios. Es un hombre que vive la locura de la cruz, la cual consiste en vivir en el más y en el por encima[174].
- es amante de la Cruz: porque sabe que “no hay otra escuela más que la Cruz, en la cual Jesucristo enseña a sus discípulos cómo deben ser”[175]. La Cruz es su modo de vida[176], el mensaje que predica[177], la fuente de su alegría[178], y su lazo de unión con Cristo[179]. Por eso repite: “ni Jesús sin la Cruz, ni la Cruz sin Jesús”[180]. Y cada día en coloquio le pide a la Madre de Dios al pie de la Cruz, que le alcance la gracia de la sabiduría divina para aceptar con amor y alegría su Cruz[181].
- Es un hombre con sentido común, con ese sentido común cristiano que no es otra cosa que la santa familiaridad con el Verbo hecho carne: Es decir, es un religioso que ha captado el “estilo” de Nuestro Señor Jesucristo, lo cual no es otra cosa, que posee las actitudes que, como Hijo, tiene junto al Padre[182]. De su contacto con el Verbo Encarnado ha aprendido la valoración de las cosas[183]. De allí su sensibilidad particular para encarar la misión, para identificar las necesidades particulares de la misma y la gracia de saber poner remedios eficaces, llevando luz del Evangelio a todo hombre, a todo hombre, a todo el hombre y a todas las manifestaciones del hombre. Porque ese es su fin específico como religioso del Verbo Encarnado.
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Queridos Todos: Sólo en la medida en que conformemos nuestras vidas con el ideal según el carisma inspirado por Dios a nuestro Fundador y plasmado en las Constituciones y Directorios alcanzaremos la santidad a la que nos ha llamado el Verbo Encarnado.
Por tanto, “no podrá ser verdadero religioso quien no acepte, critique injustamente, o simplemente quiera vivir al margen del carisma dado por el Espíritu Santo al Fundador. Un verdadero religioso por el contrario, ha de amar y conservar estricta fidelidad a su Instituto, que lo ha engendrado a la vida religiosa, hasta tal punto, si es necesario, de dar su vida”[184].
Cuán valido y oportuno resulta el aviso de Don Orione a sus religiosos que el Directorio toma como propio: “Nos haremos santos tal y como lo quiere de nosotros el Señor: esto es, amando tiernamente a nuestra Congregación y observando sus Constituciones”[185].
Que María Santísima, Reina de Todos los Santos, nos conceda la gracia de configurar plenamente nuestras vidas a la de su Hijo, el Verbo Encarnado, a través del cumplimiento fiel de nuestros votos religiosos. “María es ‘el fin próximo, el centro misterioso y el medio fácil para ir a Cristo’”[186].
¡Feliz día de todos los Santos para todos!
En Cristo, el Verbo Encarnado y su Madre Santísima,
- Gustavo Nieto, IVE
Superior General
[1] Citado por Antonio Royo Marín, OP, La vida religiosa, Parte III, Cap. 2.
[2] Papa Emérito Benedicto VI, Ángelus, 1 de noviembre de 2011.
[3] Directorio de Espiritualidad, 44.
[4] Cf. Rom 8,29.
[5] Cf. Flp 3,10.
[6] Cf. Flp 3,21.
[7] Directorio de Espiritualidad, 44.
[8] Constituciones, 23.
[9] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 28.
[10] Directorio de Vida Consagrada, 2.
[11] Directorio de Vida Consagrada, 326; op. cit. Palabras del P. Carlos Buela, IVE al V Capítulo General; cf. Notas del V Capítulo General, nº 24; Actas del V Capítulo General, acta nº 6 (12/07/2007).
[12] Constituciones, 254.257.
[13] Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Caminar desde Cristo, 24.
[14] CIC, c. 662.
[15] 312.
[16] Cf. Santo Tomás de Aquino, S.Th., II-II, 186, 9, ad 1.
[17] Directorio de Vida Consagrada, 321.
[18] Cf. Constituciones, 254.257.
[19] Directorio de Vida Consagrada, 30.
[20] Directorio de Noviciados, 36.
[21] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 30.
[22] Cf. Padre Marceliano Llamera, OP, Obligación de perfección en el estado religioso, p. 12.
[23] Directorio de Espiritualidad, 42.
[24] Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 335, 2.
[25] Directorio de Espiritualidad, 42.
[26] Ibidem.
[27] Directorio de Vida Consagrada, 30; op. cit. Mt 5, 13.
[28] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 410.
[29] Constituciones, 1.
[30] Obras Eucarísticas, 5ª Serie, Ejercicios Espirituales dados a los religiosos de la Congregación del Santísimo Sacramento, Cap. 16.
[31] Constituciones, 17.
[32] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 324; op. cit. Perfectae Caritatis, 8, 1; Cf. CIC, c. 675, §3.
[33] Aprobación recibida de manos de Mons. Andrea Maria Erba el 8 de mayo de 2004.
[34] Obras Eucarísticas, 5ª Serie, Ejercicios Espirituales dados a los religiosos de la Congregación del Santísimo Sacramento, Cap. 16.
[35] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 402; op. cit. Sacra Virginitas, p. 23. Cf. Directorio de Espiritualidad, 36.
[36] Directorio de Vida Consagrada, pie de página 517; op. cit. San Juan Pablo II, OR (28/05/1993), p. 9).
[37] Cf. Constituciones, 7.
[38] Directorio de Espiritualidad, 1.
[39] Directorio de Vida Consagrada, 224.
[40] Ibidem.
[41] Constituciones, 254. 257; op. cit. Cf. Jn 1, 14.
[42] Ibidem.
[43] Cf. Mt 4, 19.
[44] Flp 2, 7.
[45] Cf. Directorio de Espiritualidad, 75.
[46] Directorio de Vida Consagrada, 3.
[47] Directorio de Espiritualidad, 45. Cf. Constituciones, 4.
[48] Cf. Constituciones, 11; op. cit. Cf. Mt 16,24.
[49] Constituciones, 10, 40 y Directorio de Espiritualidad, 22.
[50] Directorio de Vida Consagrada, 279.
[51] Constituciones, 12.
[52] Virtudes Apostólicas, Carta circular n° 16, Milán, septiembre de 1931.
[53] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 321.
[54] San Juan de Ávila, Sermones, Fiesta de San Nicolás, op. cit., T. III, 230.
[55] San Luis Maria Grignion de Montfort, Oración abrasada, 22.
[56] Constituciones, 271.
[57] Constituciones, 76.
[58] Ibidem; op. cit. San Luis Orione, Carta sobre la obediencia a los religiosos de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, Epifanía de 1935, Cartas de Don Orione, Ed. Pío XII, Mar del Plata 1952.
[59] Directorio de Espiritualidad, 75.
[60] Cf. Ibidem.
[61] Constituciones, 134.
[62] Constituciones, 195.
[63] Cf. Directorio de Espiritualidad, 237.
[64] Cf. Directorio de Espiritualidad, 239.
[65] Constituciones, 203.
[66] Constituciones, 216.
[67] Constituciones, 16.
[68] Constituciones, 6.
[69] Constituciones, 254.257.
[70] Directorio de Vida Consagrada, 114.
[71] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 279.
[72] Cf. Directorio de Misión Ad Gentes, 109; op. cit. Beato P. Manna, Virtù Apostoliche, Bologna 1997, 332.
[73] Cf. Congregación para el Clero, Tota Ecclesia, 66, citado por P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, II Parte, Cap. 3.5.
[74] Directorio de Vida Consagrada, 362; op. cit. Santo Tomás de Aquino, S.Th., II-II, 188, 1-2.
[75] Cf. Constituciones, 301.
[76] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 14-15; op. cit. Cf. Redemptoris Missio, 1 y 2.
[77] Directorio de Vida Consagrada, 90; op. cit. Cf. Vita Consecrata, 89.
[78] Directorio de Obras de Misericordia, 190.
[79] Porque “Dios no se deja ganar en generosidad”. Cf. Constituciones, 159.
[80] Notas del V Capítulo General, 5.
[81] Directorio de Obras de Misericordia, 79.
[82] Directorio de Evangelización de la Cultura, 165; op. cit. Redemptoris Missio, 54.
[83] Ibidem.
[84] Constituciones, 11.
[85] Beato Pablo VI, Sacrum diacnonatus ordinem, 22-23.
[86] Directorio de Obras de Misericordia, 126.
[87] Constituciones, 198.
[88] Directorio de Espiritualidad, 268.
[89] Directorio de Espiritualidad, 115.
[90] Cf. Directorio de Espiritualidad, 269.
[91] Cf. Directorio de Espiritualidad, 277.
[92] Cf. Ibidem.
[93] Cf. Constituciones, 259.
[94] Cf. Constituciones, 264. El Directorio de Misión Ad Gentes, 110 agrega: “Es fundamental que, los que hayan de ser enviados como misioneros a las distintas partes del mundo, sean verdaderos y fieles ministros de Cristo, y que “se alimenten con las palabras de la fe y de la buena doctrina (1Tm 4,6), que tomarán ante todo, de la Sagrada Escritura, estudiando a fondo el Misterio de Cristo, cuyos heraldos y testigos habrán de ser”; op. cit. Ad Gentes, 26.
[95] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 365.
[96] Cf. Directorio de Formación Intelectual, 71.
[97] Cf. Directorio de Formación Intelectual, 68.
[98] Constituciones, 262; op. cit. Cf. Pastores dabo vobis, 70.
[99] Directorio de Vida Consagrada, 88.
[100] Directorio de Espiritualidad, 67.
[101] Directorio de Vida Consagrada, 91.
[102] Directorio de Vida Consagrada, 88.
[103] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 255.
[104] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 221.
[105] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 242.
[106] Cf. Directorio de Espiritualidad, 67.
[107] Ibidem.
[108] Ibidem.
[109] Directorio de Vida Liturgica, 1; op. cit. Cf. Card. Isidro Gomá y Tomás, El valor educativo de la Liturgia católica, 2 tomos, Ed. Casulleras, Barcelona 1945.
[110] Notas del V Capitulo General, 13.
[111] Cf. Directorio de Vida Liturgica, 3; op. cit. Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios, 16.
[112] Directorio de Vida Liturgica, 4.
[113] Cf. Ibidem; op. cit. San Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes con ocasión del Jueves Santo 1986, 8. Cf. Sínodo extraordinario de Obispos de 1985, Relación final.
[114] Directorio de Espiritualidad, 115.
[115] Mt 28,19.
[116] Mc 16,15
[117] Directorio de Misiones Ad Gentes, 143.
[118] Directorio de Misiones Ad Gentes, 139.
[119] P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, I Parte, Cap. 6.5.
[120] Directorio de Espiritualidad, 16.
[121] Cf. Ibidem; op. cit. San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, [322].
[122] P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, II Parte, Cap. 3. 11.
[123] Directorio de Vida Consagrada, 227.
[124] Notas del V Capitulo General, 5.
[125] Cf. Constituciones, 139.
[126] Cf. Directorio de Espiritualidad, 239.
[127] Directorio de Vida Consagrada, 161.
[128] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 281.
[129] Directorio de Vida Consagrada, 279.
[130] Directorio de Espiritualidad, 61.
[131] Constituciones, 133, 199.
[132] Constituciones, 220.
[133] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 363.
[134] Ibidem.
[135] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 138.
[136] Cf. Directorio de Espiritualidad, 173.
[137] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 259-260.
[138] Cf. Directorio de Espiritualidad, 118.
[139] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 308.
[140] Directorio de Espiritualidad, 216.
[141] Ibidem; op. cit. Mt 19, 21.
[142] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 144.
[143] Cf. Ibidem, 144; op. cit. Cf. Evangelii Nuntiandi, 80.
[144] Cf. Directorio de Espiritualidad, 278; op. cit. San Juan Pablo II, Discurso durante el encuentro ecuménico en la Catedral de Canterbury, Gran Bretaña (29/05/1982); OR (06/06/1982); 7.
[145] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 83; op. cit. Cf. Ad Gentes, 11.
[146] Cf. Directorio de Espiritualidad, 87; op. cit. Mc 16,15
[147] Notas del V Capitulo General, 5.
[148] Cf. Constituciones, 7.
[149] Cf. Directorio de Espiritualidad, 87.
[150] Cf. San Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 13-18.
[151] Cf. Directorio de Espiritualidad, 68.
[152] Constituciones, 206.
[153] Directorio de Vida Consagrada, 227.
[154] Constituciones, 174.
[155] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 212; op. cit. Deus caritas est, 34.
[156] Directorio de Espiritualidad, 204.
[157] Cf. Directorio de Espiritualidad, 205-207.
[158] Cf. Directorio de Vida Fraterna, 40.
[159] Directorio de Vida Fraterna, 41; op. cit. Sagrada Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedad de Vida Apostólica, La vida fraterna en comunidad: Congregavit nos in unum Christi amor (2/2/1994), II, 28.
[160] Constituciones, 79.
[161] San Vicente de Paul, Carta a un Superior, 9 de abril de 1647, Obras Completas, Correspondencia III.
[162] Cf. Constituciones, 97-98.
[163] Cf. Constituciones, 99.
[164] Directorio de Espiritualidad, 243.
[165] Cf. Directorio de Espiritualidad, 244.
[166] Directorio de Espiritualidad, 246; op. cit. IC, 15.
[167] Directorio de Espiritualidad, 251.
[168] Cf. Directorio de Espiritualidad, 252.
[169] Directorio de Espiritualidad, 253.
[170] Cf. Directorio de Espiritualidad, 253.
[171] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 265; op. cit. Caminar desde Cristo: un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio, 9. Cf. Novo Millennio Ineunte, 2.
[172] 2 Cor 12, 15.
[173] P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, II Parte, Cap. 3.11.
[174] Directorio de Vida Consagrada, 398.
[175] Directorio de Espiritualidad, 142.
[176] Cf. Ibidem.
[177] Cf. Directorio de Espiritualidad, 138.
[178] Cf. Directorio de Espiritualidad, 145.
[179] Cf. Directorio de Espiritualidad, 136.
[180] Directorio de Espiritualidad, 144; op. cit. San Luis María Grignion de Montfort, El amor de la Sabiduría Eterna, cap. XIV, 1.
[181] Constituciones, 42, Cf. Directorio de Espiritualidad, 142. 181.
[182] Constituciones, 216.
[183] Constituciones, 203.
[184]Directorio de Vida Consagrada, 330.
[185] Directorio de Vida Consagrada, 331; op. cit. San Luis Orione, Cartas Selectas del Siervo de Dios Don Orione, El Capítulo Primero de las Constituciones; 25 de julio de 1936, 143.
[186] Constituciones, 88; op. cit. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 265.