Tres «F» en relación al carisma del Instituto

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Ante todo se pide la fidelidad al carisma fundacional[1]

 Queridos Padres, Hermanos, Seminaristas y Novicios:

El día de mañana toda nuestra querida Familia Religiosa celebrará en los cuatro puntos cardinales el día del religioso del Verbo Encarnado, uniéndonos al sentir de la Iglesia universal con ocasión de la preciosa fiesta de la Presentación del Señor.

Por eso me ha parecido conveniente el dedicar esta carta circular a nuestra fidelidad al carisma fundacional ya que “nuestra creciente configuración con Cristo se debe ir realizando en conformidad con el carisma y normas del Instituto”[2].  Pues es el carisma lo que precisamente nos define como religiosos “del Verbo Encarnado”, y le provee a nuestra consagración algo así como la estructura ósea[3] sobre la cual nosotros nos hacemos “otros Cristos”[4] o “como otra humanidad suya”[5] animados por el espíritu propio del Instituto, que entonces viene a ser como el alma del organismo de nuestra vida consagrada. En otras palabras: el carisma es lo que determina nuestro propio rostro dentro de la Iglesia[6] estableciendo nuestro modo de vivir la sequela Christi a fin de “hacer ‘sensible’ en cierto modo la presencia de Dios en el mundo mediante el testimonio del propio carisma”[7].

Nuestro magnífico carisma “de enseñorear para Jesucristo todo lo auténticamente humano, aún en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas”[8] buscando “de hacer que cada hombre sea ‘como una nueva Encarnación del Verbo’, siendo esencialmente misioneros y marianos”[9] es la gracia particular que debe brillar fúlgidamente en todo nuestro ser y hacer religioso. Ese es el elemento no negociable con mayúscula. Es el estandarte que debemos enarbolar en nuestros corazones y en cada uno de nuestros emprendimientos misioneros. Es el don maravilloso que Dios nos ha concedido para hacernos fructificar en su Iglesia y enriquecerla[10]. Por eso resulta de capital importancia el impregnarse hasta rebosar del carisma del Instituto y el ser como una viva encarnación suya. Porque, tanto más útiles seremos a la Iglesia y a su misión, cuanto más compenetrados y fieles seamos a nuestro carisma ‘del Verbo Encarnado’. Solo así seremos esos “cálices llenos de Cristo que derraman sobre los demás su superabundancia mostrando con nuestras vidas que Cristo vive”[11]. De lo contrario, es decir, sin ese espíritu característico de religiosos del Verbo Encarnado, por el que anclados en el misterio sacrosanto de la Encarnación nos lanzamos osadamente a restaurar todas las cosas en Cristo[12]; sin esa impronta marcadamente cristocéntrica[13], mariana[14] y misionera[15], “en vano será que nos matemos trabajando, porque no lograremos nada”[16].

Y aunque de muchas maneras se puede encarar el tema, me ha parecido dividirlo en tres partes que a mi modo de entender son claves, a saber: fidelidad, formación, fecundidad.

1. Fidelidad

 El carisma es sin duda un don divino. Enseña Santo Tomás: “El carisma es un don dado por Dios a la Iglesia, es una gracia gratis data, independientemente de los méritos de quien lo recibe, que se ordena a ayudar a otros a ser reconducidos a Dios”[17]. Este don nos ha sido participado y viene a ser para nosotros una herencia preciosa y riquísima en torno a la cual nos ha congregado Dios como una verdadera familia al asociarnos a la dignísima y honorabilísima causa de servir a su Iglesia bajo el estandarte del Instituto del Verbo Encarnado.

De aquí emana “la obligación gravísima por y ante el Origen del carisma, que es el Espíritu Santo; por la destinataria y co-propietaria del mismo, que es la Iglesia”[18], de defender férreamente el carisma en su integridad y el ser inexorablemente fidelísimos ante semejante don. Ya lo decía San Juan Bosco: “No hay que reformar las Reglas, sino practicarlas. Quien anda buscando reformas, deforma su modo de vivir”[19].

Nuestro carisma es la regla que encauza la vida de cada uno de nosotros como miembro del Instituto, garantizando nuestra santificación personal y la pervivencia de este don a lo largo de la historia. Por eso, nuestra fidelidad a Cristo en la vida religiosa exige siempre fidelidad al carisma particular de nuestro Instituto[20].

Noten Ustedes que explícitamente lo dice el derecho propio: “un verdadero religioso guarda fidelidad y muestra un gran amor no sólo al don de la vida religiosa sino también a su propio Instituto”[21].  Más aun, lo dice el mismo Concilio Vaticano II y el Magisterio eclesiástico posterior, y lo legisla el Código de Derecho Canónico[22]. Entonces, la fidelidad al espíritu del Instituto y a la “mente y propósitos del Fundador corroborados por la Autoridad competente de la Iglesia”, es decir, el salvaguardar intacto el patrimonio de nuestro querido Instituto, debe considerarse siempre parte integral de nuestra fidelidad al mismísimo Verbo Encarnado que nos ha llamado a ser parte de esta congregación. Esta fidelidad será el índice de eficiencia de nuestro aporte a la vida y santidad de la Iglesia[23] y “el criterio cierto para juzgar qué actividades eclesiales deberá emprender el Instituto y cada uno de sus miembros para contribuir a la misión de Cristo”[24]

“Se impone, según lo dicho, de un modo evidente –sigue diciendo el derecho propio– “que no podrá ser verdadero religioso quien no acepte, critique injustamente, o simplemente quiera vivir al margen del carisma” [25] dado por el Espíritu Santo al Instituto.

“Ser fieles al carisma a menudo requiere un acto de valor”[26], nos decía el Santo Padre Francisco. Por eso es necesario nutrir, enfervorizar, y esforzarnos con mucho empeño, por compenetrarnos del espíritu y las enseñanzas recibidos desde los orígenes del Instituto a fin de que, si Dios nos concede la inmensa gracia de ser probados en nuestra fidelidad al carisma, estemos “dispuestos al martirio por lealtad a Dios”[27].

Por eso me parece muy importante que cada uno de nosotros se dé cuenta y atesore “con gratitud y consuelo”[28] el exacto cumplimiento, en lo que respecta al carisma de nuestro Instituto, de todos los criterios que la misma Iglesia establece para el discernimiento de los dones carismáticos. Entonces, y sólo con ánimo de corroborar lo que la Iglesia ya ha reconocido al aprobar nuestras Constituciones y contribuir a la toma de conciencia de la auténtica eclesialidad de nuestro carisma, menciono aquí, escuetamente, algunas citas del derecho propio concordantes con los criterios mencionados por la Carta Iuvenescit Ecclesia[29] emanada por la Congregación para la Doctrina de la Fe y citada abundantemente en el último Capítulo General[30].

a) El primado de la vocación de todo cristiano a la santidad. Toda realidad que proviene de la participación de un auténtico carisma debe ser siempre instrumento de santidad en la Iglesia y, por lo tanto, de aumento de la caridad y del esfuerzo genuino por la perfección del amor: Conforme a esto establece el derecho propio que “queremos […] por la santidad de vida, llegar a ser ‘otros Cristos’”[31] y que “debemos tener ‘una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (la santidad)’”[32]. “La llamada a la santidad es algo perteneciente al Evangelio […]. Llamada universal a la santidad que es particularmente exigente pues es a semejanza de Dios mismo”[33]; “santidad que consiste esencialmente en el perfecto cumplimiento de los preceptos de la caridad: en el amor de Dios principalmente y, en segundo lugar, en el amor del prójimo. Esto es común a todos los miembros de la Iglesia, pero el religioso tiene una especial relación con la santidad o caridad perfecta”[34]; etc. En efecto, consideramos que “un religioso que no esté dispuesto a pasar por la segunda y la tercera conversión, o que no haga nada en concreto para lograrlo, aunque esté con el cuerpo con nosotros no pertenece a nuestra familia espiritual”[35]. Y por amor a Dios, “queremos propender a la santificación y salvación de los hombres”[36].

b) El compromiso con la difusión misionera del Evangelio. Las auténticas realidades carismáticas “son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador”[37]. De tal forma que, ellos deben realizar “la conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia”, manifestando un “decidido ímpetu misionero que les lleve a ser, cada vez más, sujetos de una nueva evangelización”[38]: En efecto, con santo orgullo confesamos que nosotros “queremos estar anclados en el misterio sacrosanto de la Encarnación […] y desde allí lanzarnos osadamente a restaurar todas las cosas en Cristo[39]. Y por eso el carisma de nuestro Instituto esplendorosamente proclama que: “todos sus miembros deben trabajar, en suma docilidad al Espíritu Santo y dentro de la impronta de María, a fin de enseñorear para Jesucristo todo lo auténticamente humano, aún en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas. Es decir, […] para prolongar a Cristo en las familias, en la educación, en los medios de comunicación, en los hombres de pensamiento y en toda otra legítima manifestación de la vida del hombre; […] siendo esencialmente misioneros y marianos”[40]. Entonces comprometemos todas nuestras fuerzas en evangelizar la cultura o sea transfigurarla en Cristo[41] pero “no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces, siguiendo el estilo de la Encarnación: penetrando y transformando ‘desde dentro’ la cultura humana”[42].

c) La confesión de la fe católica. Cada realidad carismática debe ser un lugar de educación en la fe en su totalidad, “acogiendo y proclamando la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente”[43]: Por tanto, el derecho propio afirma con toda convicción: “Jesucristo es el ‘Camino’ para ir al Padre y nadie va al Padre sino por Él[44]. […] ‘Es el que sostiene todos los dogmas de la Iglesia, ya que es “la verdad que incluye todas las demás’[45][46]. Confesamos además como “absolutamente necesaria la más estricta fidelidad al Magisterio supremo de la Iglesia de todos los tiempos, norma próxima de la fe”[47] y reconocemos en “el Papa, presencia encarnatoria de la Verdad, de la Voluntad y de la Santidad de Cristo”[48]. Por eso nos esforzamos por tener “una fe en absoluta sintonía con la doctrina propuesta por la Iglesia Católica, aun en los más pequeños detalles, amasada en la más estricta docilidad a las directivas y enseñanzas del Papa”[49].

Conforme a esto la formación que procuramos e impartimos está orientada “a poseer una visión completa y unitaria de las verdades reveladas por Dios en Jesucristo y de la experiencia de fe de la Iglesia; de ahí la doble exigencia de conocer todas las verdades cristianas y conocerlas de manera orgánica”[50]. Dando un lugar preferente a Santo Tomas de Aquino[51], porque “la Iglesia ha proclamado que la doctrina de Santo Tomás es su propia doctrina”[52].

Prueba patente de nuestra obediencia al Magisterio de la Iglesia es nuestro permanente deseo de conocer siempre mejor y asimilar en profundidad el Magisterio, apoyándonos en el mismo, citándolo en modo abundante (como creemos que es manifiesto en nuestro derecho propio) y transmitiéndolo con fidelidad.

d) El testimonio de una comunión activa con toda la IglesiaEsto lleva a una “filial relación con el Papa, centro perpetuo y visible de unidad en la Iglesia universal, y con el Obispo ‘principio y fundamento visible de unidad’ en la Iglesia particular[53]. Esto implica la “leal disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus orientaciones pastorales[54], así como “la disponibilidad a participar en los programas y actividades de la Iglesia sea a nivel local, sea a nivel nacional o internacional; el empeño catequético y la capacidad pedagógica para formar a los cristianos[55]. Todo lo cual vemos reflejado a lo largo y ancho del derecho propio. Sirvan para ilustrar las pocas citas que aquí enumero: “El Instituto del Verbo Encarnado reconoce en el Sumo Pontífice la primera y suprema autoridad y le profesa no sólo obediencia, sino también fidelidad, sumisión filial, adhesión y disponibilidad para el servicio de la Iglesia universal”[56]. “Cada uno de los miembros de nuestra Familia Religiosa “quieren ser una cosa enteramente del Papa, de los Obispos y de la Iglesia: estropajos, servidores e hijos obedientísimos de la Iglesia, de los Obispos y del Papa, en humildad, con fidelidad, con amor sin límites…”[57]. “Razón por la cual [queremos] sentir con la Iglesia y actuar ‘siempre con ella, de acuerdo con las enseñanzas y las normas del Magisterio de Pedro y de los Pastores en comunión con él’”[58]. Y “porque Cristo es uno, queremos trabajar con todas nuestras fuerzas para edificar nuestra vida en unión con los legítimos Pastores, especialísimamente con una adhesión cordial al Obispo de Roma, mostrando así a la Iglesia una”[59]. Es más, “nosotros, que nos honramos en llamarnos religiosos ‘del Verbo Encarnado’ traicionaríamos gravísimamente nuestro carisma, si no trabajásemos por tener una auténtica espiritualidad eclesial, que nos incorpore plenamente a la Iglesia del Verbo Encarnado. Y no queremos saber nada fuera de Ella”[60].

e) El respeto y el reconocimiento de la complementariedad mutua de los otros componentes en la Iglesia carismáticaDe aquí deriva también una disponibilidad a la cooperación mutua[61]. De hecho, “un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos”[62]. Dice entonces el derecho propio: “No sólo es necesaria la comunión con el Obispo, sino también ha de procurarse ‘…bajo la autoridad del Obispo’[63], que es dispensador de Dios[64], la comunión con los demás presbíteros, comunión que constituye un único presbiterio, fundado en la común participación del Sacerdocio de Cristo”[65]. Unidad basada en la íntima fraternidad sacramental a partir de la cual deseamos establecer una estrecha colaboración en lo pastoral[66]. Además, es nuestro fervoroso anhelo “que Dios nos diese el don de poder descubrir y orientar tantas vocaciones, que pudiésemos llenar todos los buenos seminarios y noviciados del mundo entero”[67]. Por gracia de Dios, es alentador constatar, que gozamos de una relación estrechísima con la inmensa mayoría de los obispos con los cuales trabajamos, ocupando en algunos lugares puestos de relevancia y particular colaboración en sus jurisdicciones, manteniendo una verdadera amistad y hermandad con el clero secular y religioso de las diversas diócesis. Y lo mismo puede decirse en relación a otras realidades carismáticas, como son, por ej., otras congregaciones religiosas con las que tenemos estrecha relación y con las que cooperamos en tantas partes del mundo.

f) La aceptación de los momentos de prueba en el discernimiento de los carismas. Dado que el don carismático puede poseer “una cierta carga de genuina novedad en la vida espiritual de la Iglesia, así como de peculiar efectividad, que puede resultar tal vez incómoda”, un criterio de autenticidad se manifiesta en “la humildad en sobrellevar los contratiempos”[68]: Por eso el derecho propio con firme y amorosa paternidad nos exhorta a “seguir a Cristo siempre. Y aunque se diese el caso de que los que se comporten como adversarios parecieran ser mayoría debemos decir: ‘estamos rodeados por todas partes, no los dejemos escapar’. Que ‘al alma que contempla a Dios toda creatura se le hace pequeña’[69][70]. En efecto, afirmamos que “la gracia más grande que Dios puede conceder a nuestra minúscula familia religiosa es la persecución”[71] y se nos enseña a decir: “Viva siempre Jesucristo que nos da fuerza para soportar todas las pruebas por su amor. [Convencidos de que] las obras de Dios siempre se vieron combatidas para mayor esplendor de la divina magnificencia”[72]. Por eso en todo momento se nos invita a acoger el momento de la prueba como ocasión de purificación y práctica del anonadamiento, ambos elementos necesarios en el seguimiento radical de Cristo, ínsito en nuestra espiritualidad[73]. Es más, tendríamos por grandísimo favor del cielo el sellar nuestra entrega al Señor con el martirio[74].

g) La presencia de frutos espiritualescomo la caridad, la alegría, la humanidad y la paz (cf.Ga 5, 22); el “vivir todavía con más intensidad la vida de la Iglesia[75], un celo más intenso para “escuchar y meditar la Palabra[76]; “el renovado gusto por la oración, la contemplación, la vida litúrgica y sacramental; el estímulo para que florezcan vocaciones al matrimonio cristiano, al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada”[77]: Por eso el derecho propio nos manda el “conservar, cultivar y pedir a Dios el fervor espiritual, la alegría de evangelizar, incluso cuando tengamos que sembrar entre lágrimas y hacerlo con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir, y tenemos en ello la mayor alegría de nuestras vidas entregadas”[78]. Pues, consideramos como nuestro deber el “manifestar con las obras que tenemos a Dios en el corazón, porque por los frutos se conoce el árbol[79], y la fe sin obras es muerta[80][81]. Conscientes de que el apostolado es una realidad sobrenatural[82] y teniendo siempre presente lo que el mismo Verbo Encarnado nos ensenó: sin mí nada podéis hacer[83], nos dedicamos “con gran fidelidad a la oración litúrgica y personal, a los tiempos dedicados a la oración mental y a la contemplación, a la adoración eucarística”[84]. Consideramos además “como elemento integrante de nuestra espiritualidad el llamar, enseñar, dirigir, acompañar y seleccionar las vocaciones presbiterales, diaconales, religiosas, misioneras y seculares”[85] y es la oración el “centro de nuestra pastoral vocacional”[86]. Y lo mismo puede decirse de nuestra pastoral familiar, que el Señor ha bendecido en tantas partes del mundo, hasta el punto que decía un eminente Cardenal que en su opinión unos de los grandes secretos de nuestra Familia Religiosa es precisamente la familia, la atención a las familias. A lo largo de estos 34 años ¡quién podría contar los innumerables frutos espirituales con los que Dios en su misericordiosa Providencia ha bendecido los esfuerzos de nuestros misioneros!

 h) La dimensión social de la evangelización. También se debe reconocer que, gracias al impulso de la caridad, “el kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros”[87]. […] Son significativos, en este sentido, “el impulsar a una presencia cristiana en los diversos ambientes de la vida social, y el crear y animar obras caritativas, culturales y espirituales; el espíritu de desprendimiento y de pobreza evangélica que lleva a desarrollar una generosa caridad para con todos”[88]. Consta en el derecho propio que, dado que “nuestro Instituto desea seguir las huellas del Verbo Encarnado, que viniendo a redimirnos del pecado, se compadeció aun de las heridas que este causó en nosotros, dado que pasó por este mundo sanando a los hombres de sus miserias físicas y espirituales, queremos practicar también las obras de misericordia corporales y espirituales”[89] y ellas se hallan en absoluta sintonía con el fin específico de nuestro Instituto[90]. Cabe destacar que lo nuestro no es dar soluciones técnicas al problema del subdesarrollo en cuanto tal, sino evangelizar promoviendo el desarrollo de las personas, y no de cualquier modo sino a través de la educación de las conciencias[91]. Buscamos, además, “difundir la doctrina social de la Iglesia mediante conferencias, cursos, estudio sistemático en nuestras comunidades y especialmente en las casas de formación”[92].

 

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Hasta aquí, los criterios de discernimiento para el reconocimiento de la auténtica eclesialidad de los dones carismáticos; todos los cuales hablan de “las gracias a las que debemos ser fieles”[93], como atinadamente destacaban los Padres Capitulares en el último Capítulo General. Cabe mencionar, que también todos estos criterios hallan su(s) correspondiente(s) en los elementos no negociables adjuntos al carisma[94].

Queridos todos, esto es lo importante: ¡Démonos siempre cuenta de que somos depositarios de un magnífico legado! Entonces, ¡conservemos siempre el espíritu del Instituto que nos vio nacer a la vida religiosa! Mantengámoslo íntegro y ardiente en nosotros, que se arraigue aún más en todas nuestras misiones, en todos los emprendimientos apostólicos del Instituto, derramando su bálsamo precioso sobre todas las almas que entren en contacto con nosotros y que continúe siempre latente en nuestros corazones el entusiasmo por transmitirlo en su integridad y completa genuinidad –como “una tradición viva”[95]– a las generaciones que vendrán.

Nosotros debemos estar traspasados por el sublime ideal que abriga nuestro carisma: el de “enseñorear para Jesucristo todo lo auténticamente humano”[96] y estar dispuestos a salvaguardarlo y hacerlo fecundo poniendo toda nuestra persona al servicio del mismo, para difundirlo con atrevimiento en las circunstancias concretas del presente, a la luz de los ‘signos de los tiempos’ y de las directrices de la Iglesia, para santificarnos y aportar nuestro granito de arena a la causa de la evangelización y para la gloria de Dios.

Sigamos siempre adelante, manteniendo vivo y fervoroso el espíritu, no obstante las adversidades y tentaciones, recordando siempre lo que el mismo derecho propio nos enseña: “No hay otra escuela más que la Cruz, en la cual Jesucristo enseña a sus discípulos cómo deben ser: […]  La Cruz es el único camino de la vida, la señal de los predestinados, el cetro del reino de santidad, ‘… es la fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por Ella, los creyentes reciben, de la debilidad, la fuerza, del oprobio, la gloria, y, de la muerte, la vida’” [97]. El “camino marcado por la cruz es el camino que lleva al cielo”[98].

Nuestra pequeña Familia Religiosa –debemos admitir con toda humildad y gratitud– es también “signo elocuente de participación en la multiforme riqueza de Cristo”[99] y “contribuye a revelar la rica naturaleza y el dinamismo polivalente del Verbo de Dios encarnado”[100].

Por tanto, frente a todos los ‘profetas’ que profetizan mentiras, y presentan como vaticinios las imposturas de su corazón[101] nosotros tengamos siempre presente que si existimos como Familia Religiosa, es por pura misericordia de Dios que así lo quiso. Lo que es de Dios no puede ser destruido ni por todas las conjuras humanas, ni por todas las confabulaciones de los pode­rosos, ni por nosotros mismos. Y creamos con creciente convicción y “firmeza inquebrantable que aun los acontecimientos más adversos y opuestos a nuestra mira natural, son ordenados por Dios para nuestro bien, aunque no comprendamos sus designios e ignoremos el término al que nos quiere llevar”[102]. Por lo demás, de nuestra parte, esforcémonos denodadamente en ser idóneos para el Amo[103].

Está en nosotros y en nuestra fidelidad y coherencia que este don permanezca vivo. Si somos fieles a las gracias recibidas, los dones de Dios son irrevocables[104], y así, suceda lo que suceda, el don de Dios permanecerá y crecerá siempre en nuestras almas y las que nosotros formemos. Por todo esto, permanezcamos siempre sólidamente unidos y plenamente “coherentes con el carisma”[105] de nuestro querido Instituto. La razón es muy simple y la trae hermosamente enunciada nuestro derecho propio, a saber, que “poco o nada nos interesa extendernos por muchos países o tener numerosos miembros, si perdemos el espíritu. Sólo a la Iglesia Católica, en la persona de Pedro y sus sucesores está prometida la infalibilidad y la indefectibilidad. No perderemos el espíritu en tanto seamos fieles a Ella” y se conserve íntegro el patrimonio del Instituto[106]. Ese es también el servicio particular que la Iglesia nos pide y espera de nosotros. Y si el espíritu de nuestra Familia Religiosa degenerara en otro, nosotros mismos debemos comprometer nuestra súplica para que el Señor la borre de la faz de la tierra[107].

Que, de ningún modo, nuestras palabras o nuestras obras menoscaben, debiliten, detengan, sean de obstáculo o desfiguren la preciosa fisonomía de nuestro Instituto en la Iglesia. Ya lo recordaban los Padres Capitulares en el 2016 citando el documento Mutuae Relationes: “es necesario que […] la identidad de cada Instituto sea asegurada de tal manera que pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos, sin tener suficientemente en cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la vida de la Iglesia de manera vaga y ambigua”[108].

En efecto, a veces, puede difundirse un prejuicio según el cual deberían eliminarse las ‘diferencias’ que caracterizan y distinguen entre sí a los institutos religiosos. “Cada instituto” –decía San Juan Pablo II– “debe preocuparse de mantener su propia fisonomía, el carácter específico de su propia razón de ser, que ha ejercido un atractivo, que ha suscitado vocaciones, actitudes particulares, dando un testimonio público digno de aprecio. Es ingenuo y presuntuoso creer, a fin de cuentas, que cada instituto debe ser igual a todos los demás practicando un amor general a Dios y al prójimo. Quien así pensara, olvidaría un aspecto esencial del Cuerpo Místico: la heterogeneidad de su constitución, el pluralismo de modelos en los cuales se manifiesta la vitalidad del espíritu que lo anima, la trascendente perfección humana y divina de Cristo, su Cabeza, que sólo puede ser imitada según los innumerables recursos del alma animada por la gracia”[109].

Antes bien, en nosotros y en todo nuestro accionar, los demás debieran reconocer el sello inconfundible de testigos creíbles del Verbo Encarnado.

Creo que nosotros deberíamos vivir estimulados interiormente y aspirando a poder hacer nuestras las sapienciales palabras que San Luis Orione dirigía a los suyos: “El que no tenga esta fuerte voluntad [de ser fiel al carisma] …, que se vaya: podemos ser buenos amigos, pero no tenemos por qué ser muchos. ¡Pocos! ¡Pocos! Para que no haya que decir: Multiplicaste a las gentes y no aumentaste la alegría[110].

 

[…] La nuestra no debe ser una congregación de flojos, o peor aún, de afeminados; debe ser una congregación viril y fuerte, no invertebrada; a tal punto que, si un día estallara una persecución […], una persecución cruenta, nuestra Congregación debería caer entera, como la legión tebea, y morir mártir. Es así como se multiplica la simiente de los cristianos: sanguis martyrum semen est christianorum. ¡exactamente así!

Nuestra Congregación tiene que estar preparada para las más duras pruebas; en defensa de la fe y de la Iglesia, del Papa, y también de la Patria […] Pero si no nos formamos, si Jesucristo no está en nosotros, si nuestro pecho no está encendido de amor a Dios, nunca estaremos preparados para tamaña empresa”[111].

2. Formación

Por eso, hablando de la formación de nuestros miembros dicen las Constituciones: “Ha de inculcárseles, además, vivir el carisma propio del Instituto”[112].

Decía San Juan Pablo II: “La formación requiere tiempos adecuados, un programa orgánico, completo, exigente, estimulante, abierto y claramente inspirado en la norma de las normas de la vida religiosa: el seguimiento de Cristo, y en el carisma del fundador”[113]. Este “es un tema de decisiva importancia”[114], remarca el derecho propio. “Por esta razón, ya desde el noviciado se nos forma de un modo gradual ‘para que vivamos la vida de perfección propia del Instituto’ y se nos instruye ‘sobre el carácter, espíritu, finalidad, disciplina, historia y vida del Instituto’”[115]. Ya que, “la letra de nuestras Constituciones será letra muerta si no se sabe formar a jóvenes de gran espíritu, que sepan transmitir a las nuevas generaciones de nuestra Familia Religiosa el carisma que el Espíritu Santo nos ha concedido”[116].

Por eso son constantes y muy vivos los esfuerzos que se hacen –y que se deben seguir haciendo– para asegurar desde la formación intelectual, “ciertos contenidos, sobre todo aquellos que tienen relación directa con los elementos propios de nuestro carisma, los elementos no negociables, las sanas tradiciones”[117]. También para contar con un cuerpo de formadores que transmitan “la forma propia de vivir la vida religiosa, la observancia, los votos, el carisma y que sean estos expertos en todo lo que se refiere al patrimonio espiritual del Instituto”[118]. También el procurar mantener una formación permanente[119] para todos nuestros miembros a fin de ser capaces de “integrar creatividad en la fidelidad”[120] a la gracia del carisma, formación que profundice el conocimiento del mismo y del derecho propio en los documentos oficiales y otros escritos[121]. Y toda otra iniciativa que se lleva adelante para cultivar la propia espiritualidad. Parte integral de esta formación según el carisma del Instituto es también el envío –con no poco sacrificio– de varios de los nuestros a realizar estudios superiores ya sea en Roma[122] o en otros países[123].

También, quisiera destacar que, aunque sea tarea principal del superior el ser “maestro espiritual en relación al carisma y la espiritualidad propios”[124] cada uno de nosotros –monje, novicio, seminarista, hermano o sacerdote– debe hacer vivos esfuerzos por formarse, nutrirse, y “compenetrarse del carisma y finalidad del Instituto”[125], no sólo por las razones mencionadas en el primer punto de esta carta, sino también para saber discernir y “descubrir qué nos pide [Dios] concretamente a nosotros como miembros del Instituto”[126]. Recordemos siempre que la “recta interpretación del carisma […] jamás debe abandonar los elementos esenciales”, sino que, por el contrario, debe salvaguardarlos[127].

Debemos ser conscientes de que la fidelidad al propio carisma necesita ser profundizada en el conocimiento, cada día más amplio, de la historia del Instituto, de su misión peculiar y de su espíritu, esforzándonos al mismo tiempo por encarnarlo en la vida personal y comunitaria[128]. Cada uno de nosotros debe –por decirlo de alguna manera– “ponerse la camiseta” del Verbo Encarnado, es decir, defender nuestros ideales sin guardarse nada, y lanzarse osadamente a restaurar todas las cosas en Cristo[129], viviendo el carisma con autenticidad en la diversidad de las culturas y de las situaciones geográficas[130], luchar por sus ideales y defenderlo con hombría. Sólo así seremos “memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús, el Verbo hecho carne”[131] tal como se pide de nosotros.

3. Fecundidad

 “Amen el Instituto viviendo el carisma propio”[132], nos dice el derecho propio. Y como “el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”[133] hemos de hacer fructificar con creatividad de iniciativas pastorales el hermoso y polivalente carisma de nuestro Instituto siempre atentos a las exigencias del momento presente y “en absoluta e irrestricta comunión eclesial”[134].

“Seamos hombres de fe intrépida que no se limiten ‘sólo a defender y salvaguardar lo que nos ha sido confiado, sino que tengamos el valor de negociar con los talentos para multiplicarlos”[135]. Este es el sublime encargo implicado en nuestra vocación como miembros del Instituto a fin de ser una huella concreta que la Trinidad deja en la historia[136] y, por tanto, nos compete a todos –cualquiera sea el oficio que la Providencia nos haya asignado–; porque “aun dentro de la comunidad, el camino es siempre personal”[137].

Debemos irradiar en el mundo “el gozo luminoso de la opción que hicimos”[138] a través de los apostolados propios que deben ir siempre acompañados de nuestro testimonio personal de religiosos.  ¡Cuán gratificante y fructífero es ver, –y lo he constatado en las misiones que he podido visitar– cuando en nuestras parroquias y en nuestros apostolados se manifiesta lo que somos! ¡Cuando nuestras misiones y apostolados llevan por así decir “el sello del IVE”! ¡Cuando la gente dice, “esta es una parroquia del IVE” o “estos son padres del IVE” aún sin que nadie se los diga, sólo lo afirman sea por el testimonio de vida que se da, sea por el “modo” de llevar adelante una obra, sea por la presencia inequívoca de lo que llamamos “los apostolados propios”! Es como una ley ligada a la fidelidad:  nuestras casas y misiones que mejor viven el carisma son las que conllevan mayor fruto apostólico.

Amemos entonces nuestra Congregación, practicando con ardoroso celo y generosidad las virtudes propias de consagrados al Verbo encarnado, dedicando nuestras mejores energías y todo nuestro entusiasmo al desarrollo y expansión de los apostolados propios, es decir, a hacer que la caridad y la verdad que Cristo nos enseñó se hagan cultura, siendo “impacientes por predicar al Verbo en toda forma”[139], practicando concretamente la caridad –de manera preferencial con los más carenciados[140]– ya que la caridad es imprescindible para evangelizar la cultura[141]. No olvidemos que “a semejanza del Verbo encarnado y crucificado debemos tener ‘sed de almas’”[142]. Por eso dice el derecho propio, citando a San Luis Orione: “Quien no quiera ser apóstol, que salga de la Congregación: hoy, quien no es apóstol de Jesucristo y de la Iglesia, es apóstata”[143].

Entonces, no sólo debemos identificarnos plenamente con el carisma que Dios ha tenido a bien confiarnos, sino que además debemos hacerlo florecer con la ayuda de Dios y de nuestra Madre Santísima. Lo cual reclama de nuestra parte el “disponernos a morir, como el grano de trigo, para ver a Cristo en todas las cosas”[144]. Porque “como por la Cruz de Jesús, fue redimido el mundo, así también es por la Cruz del misionero, que esa Redención es aplicada a las almas”[145].

Nuestro debe ser el empeño solemne y real de darnos sin reservas por servir a Cristo, trabajando con todas nuestras fuerzas[146] para prolongar la Encarnación en toda la realidad[147], aún en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas[148]. Como miembros del Instituto del Verbo Encarnado esa es la “servidumbre noble y hermosa” a la que Dios ha tenido a bien llamarnos y la cual hemos de preferir ante “todos los otros empleos a los que hubiéramos podido dedicarnos en su Iglesia”[149].

La inmensa riqueza y la actualidad de nuestro carisma anclado firmemente en el misterio sacrosanto de la Encarnación nos debe impulsar a hacerlo fructificar. 

En fin, queridos todos, y ya para concluir, releamos una vez más la exhortación paternal que el derecho propio nos hace, citando nuevamente a San Luis Orione: “¡Amad a vuestra Congregación en su santa finalidad!… ¡Amadla porque es vuestra Madre! Dadle grandes consolaciones, honradla con vuestra vida de buenos y santos religiosos; de verdaderos y santos hijos suyos”[150].

Seamos inexorablemente fieles y no tendremos nada que temer por nosotros y ni por nuestras obras. 

Que María Santísima, la Virgen fiel, nos conceda permanecer fieles al carisma recibido “sin desfallecer por halagos o amenazas y manteniéndonos por encima de los vaivenes de fortuna o de fracaso, teniendo el alma dispuesta a recibir la muerte, si fuese preciso, por el bien del Instituto al servicio de Jesucristo”[151].

Consolados y agradecidos por haber sido elegidos como herederos de tan precioso don vayamos alegres y confiados dedicándonos a “la obra más divina entre las divinas que es la salvación eterna de las almas”[152]

¡Muy feliz día de la Presentación del Señor! ¡Muy Feliz día del religioso del Verbo Encarnado!

Un gran abrazo.

P. Gustavo Nieto, IVE
Superior General

1 de febrero de 2018
Carta Circular 19/2018

[1] Directorio de Vida Consagrada, 318; op. cit. Vita Consecrata, 36.

[2] Directorio de Vida Consagrada, 325; op. cit. Elementos Esenciales de la Vida Religiosa, 46.

[3] Cf. Notas del VII Capítulo General, 62.

[4] Constituciones, 7; Directorio de Espiritualidad, 30.

[5] Directorio de Espiritualidad, 30.

[6] Constituciones, 33.

[7] Directorio de Vida Consagrada, 353.

[8] Constituciones, 30.

[9] Constituciones, 31.

[10] “Este enriquecimiento es fruto del influjo del Espíritu enviado en Pentecostés, por el cual Dios ofrece a la Iglesia tantos dones que la embellecen y la preparan para toda obra buena deseada por el Señor”. Cf. Papa Francisco, Carta Apostólica a todos los consagrados con ocasión del año de la vida consagrada, (28/11/2014).

[11] Cf. Constituciones, 7.

[12] Cf. Constituciones, 1.

[13] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 37.

[14] Cf. Constituciones, 30.

[15] Cf. Constituciones, 31.

[16] Cf. San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas, 5ª Serie, Ejercicios Espirituales dados a los religiosos de la Congregación de Hermanos de San Vicente de Paul, cap. 16.

[17] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologicae, I-II, 111, 1, c.

[18] Notas del VII Capítulo General, 64.

[19] Carta a Don Juan Bonetti, Pinerolo, (16/08/1884), citado en Obras Fundamentales, Parte III. Fundador. Documentos personales de Don Bosco referente a las Hijas de María Auxiliadora.

[20] Cf. San Juan Pablo II, Homilía en la Catedral de Manila, (17/02/1981).

[21] Directorio de Vida Consagrada, 318.

[22] “Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos”; Decreto Perfectae caritatis, 2; cf. CIC, c. 578. 

[23] Cf. San Juan Pablo II, Homilía en la Catedral de Manila, (17/02/1981).

[24] San Juan Pablo II, Alocución a los religiosos en Chicago, Illinois, (04/10/1979).

[25] Directorio de Vida Consagrada, 330.

[26] Papa Francisco, Mensaje en el segundo Simposio Internacional sobre la Economía organizado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, (26/11/2016).

[27] Directorio de Espiritualidad, 36.

[28] Lumen Gentium, 12.

[29] Congregación para la Doctrina de la Fe, Iuvenescit Ecclesia, 18. Ponemos en itálica las citas de este documento en la presente carta circular.

[30] Notas del VII Capítulo General, 63.

[31] Cf. Constituciones, 7.

[32] Directorio de Espiritualidad, 42; op. cit. Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 335, 2.

[33] Directorio de Vida Consagrada, 27.

[34] Directorio de Vida Consagrada, 28.

[35] Directorio de Espiritualidad, 42.

[36] Directorio de Espiritualidad, 68.

[37] Papa Francisco, Evangelii gaudium, 130.

[38] San Juan Pablo II, Christifideles laici, 30; cf. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 58.

[39] Directorio de Espiritualidad, 1; op. cit. Ef 1, 10.

[40] Cf. Constituciones, 30-31.

[41] Cf. Constituciones, 5; Directorio de Espiritualidad, 122, etc.

[42] Directorio de Evangelización de la Cultura, 87. Cf. Pastores Dabo Vobis, 55.

[43] San Juan Pablo II, Christifideles laici, 30.

[44] Cf. Jn 14, 6.

[45] Lumen Gentium, 1.

[46] Cf. Constituciones, 40.

[47] Constituciones, 222.

[48] Constituciones, 12.

[49] Directorio de Espiritualidad, 76.

[50] Constituciones, 225.

[51] Cf. Constituciones, 227.

[52] Ibidem; op. cit. Benedicto XV, Encíclica sobre el VII centenario del nacimiento de Santo Domingo Fausto Appetente Die (29/06/1921), 4b.

[53] San Juan Pablo II, Christifideles laici, 30; op. cit. cf. Evangelii nuntiandi, 58.

[54] Ibidem.

[55] Ibidem.

[56] Constituciones, 271.

[57] Directorio de Espiritualidad, 281; op. cit. San Luis Orione, Cartas de Don Orione, (15/07/1936), Ed. Pío XII, Mar del Plata, 1952, p. 143.

[58] Directorio de Vida Consagrada, 25; op. cit. Redemptionis Donum, 14.

[59] Directorio de Espiritualidad, 59.

[60] Directorio de Espiritualidad, 244.

[61] San Juan Pablo II, Christifideles laici, 30.

[62] Papa Francisco, Evangelii gaudium, 130.

[63] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera Ad Gentes, 20.

[64] Tit 1, 7.

[65] Directorio de Espiritualidad, 284.

[66] Directorio de Espiritualidad, 285; op. cit. Presbyterorum Ordinis, 8.

[67] Directorio de Espiritualidad, 290.

[68] Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, Mutuae Relationes, 12.

[69] San Gregorio Magno, C 35; ML 66, 200.

[70] Directorio de Espiritualidad, 315.

[71] “Aman a todos y todos los persiguen… los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad”; Carta a Diogneto, cap. 5-6.

[72] Citado por Carlos Almena, en San Pablo de la Cruz, Ed. Desclée, Bilbao 1960.

[73] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 367; op. cit. cf. Vita Consecrata, 70.

[74] Cf. Directorio de Vida Consagrada, nota 517 y Directorio de Espiritualidad, 37.

[75] Evangelii nuntiandi, 58.

[76] Ibidem; cf. Papa Francisco, Evangelii gaudium, 174-175.

[77] San Juan Pablo II, Christifideles laici, 30.

[78] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 144; op. cit. Cf. Evangelii Nuntiandi, 80.

[79] Lc 6, 44.

[80] Sant 2, 17.

[81] Constituciones, 195.

[82] Directorio de Vida Consagrada, 258.

[83] Jn 15, 5.

[84] Directorio de Vida Consagrada, 226.

[85] Directorio de Espiritualidad, 118.

[86] Cf. Directorio de Vocaciones, 92; op. cit. Pastores Dabo Vobis, 38.

[87] Papa Francisco, Evangelii gaudium, 177.

[88] San Juan Pablo II, Christifideles laici, 30.

[89] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 16,18.

[90] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 17-18, 69, 118.

[91] Directorio de las Misiones Ad Gentes, 105; op. cit. Sollicitudo Rei Socialis, 41.

[92] Directorio de Obras de Misericordia, 77-78.

[93] Notas del VII Capítulo General, 63.

[94] Notas del V Capítulo General, 5. Por ejemplo: “La confesión de la fe católica”- “La docilidad al Magisterio vivo de la Iglesia”; “El compromiso con la difusión misionera del Evangelio”, “La dimensión social de la evangelización”, “La presencia de frutos espirituales” – “La eficaz inserción en el medio donde estamos trabajando apostólicamente; la elección de los ‘puestos de avanzada’ en la misión; la adecuada pastoral vocacional; las obras de misericordia”; etc.

[95] Notas del V Capítulo General, 1.3.

[96] Constituciones, 30.

[97] Directorio de Espiritualidad, 142; op. cit. San León Magno, Sermón 8 sobre la Pasión del Señor, 6,8: PL 54,340-342.

[98] P. Carlos Buela, IVE, Servidoras II, V Parte, 8.

[99] San Juan Pablo II, Discurso al consejo de la unión de superiores generales, (26/11/1979).

[100] Ibidem.

[101] Jer 23, 26.

[102] Cf. Directorio de Espiritualidad, 67.

[103] Constituciones, 217; op. cit. 2 Tim 2, 21.

[104] Rm 11, 29.

[105] Papa Francisco, Mensaje en el segundo Simposio Internacional sobre la Economía organizado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, (26/11/2016).

[106] Cf. Constituciones, 35; op. cit. Cf. CIC, c. 578.

[107] Cf. Constituciones, 17.

[108] Mutuae Relationes, 11. Citado en Notas del VII Capítulo General, 67.

[109] A la unión internacional de superioras generales en Roma, (14/05/1987); op. cit. Perfectae Caritatis, 2b.

[110] Multiplicasti gentem et non magnificasti laetitiam– según la Vulgata, Is 9, 3.

[111] San Luis Orione, Buenas noches, (02/01/1938).

[112] Constituciones, 208.

[113] San Juan Pablo II, Mensaje a la XIV Asamblea General de la Conferencia de Religiosos de Brasil, (11/07/1986).

[114] Directorio de Vida Consagrada, 353.

[115] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 310; op. cit. CIC, c. 652, §1 e §2.

[116] Cf. Directorio de Espiritualidad, 119.

[117] Notas del VII Capítulo General, 21.

[118] Cf. Notas del VII Capítulo General, 24.

[119] Constituciones, 264: “Consideramos fundamental que la formación sea permanente”.

[120] Potissimum institutioni, 67.

[121] Cf. Notas del VII Capítulo General, 33.

[122] Constituciones, 265.

[123] En la actualidad son 28 los sacerdotes dedicados a obtener sus doctorados y licenciaturas, y en total suman 130 quienes han alcanzado algún título académico desde su ingreso al Instituto.

[124] Notas del VII Capítulo General, 50.

[125] Cf. Directorio de Seminarios Mayores, 348.

[126] Cf. Notas del VII Capítulo General, 65.

[127] Cf. Notas del V Capítulo General, 6.

[128] Cf. San Juan Pablo II, Discurso a las religiosas en Florianópolis, Brasil, (18/10/1991).

[129] Constituciones, 1; op. cit. Ef 1, 10.

[130] Directorio de Vida Consagrada, 359; op. cit. Cf. Vita Consecrata, 68.

[131] Constituciones, 254.257.

[132] Directorio de Seminarios Mayores, 459.

[133] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, [230].

[134] Constituciones, 231.

[135] Cf. San Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡vamos!, Sexta Parte, p. 100; op. cit. Mt 25, 14-30; citado en las Notas del VII Capítulo General, Conclusión.

[136] Cf. Constituciones, 254.257.

[137] San Juan Pablo II, A las religiosas de Hull, Quebec, Canadá, (19/09/1984).

[138] Directorio de Espiritualidad, 292; op. cit. San Juan Pablo II, Discurso al Consejo Nacional y a los secretarios regionales de la Obra de Vocaciones dependiente de los superiores mayores religiosos de Italia (16/02/1980).

[139] Cf. Directorio de Espiritualidad, 115.

[140] Cf. Directorio de Espiritualidad, 68.

[141] Cf. Constituciones, 174.

[142] Cf. Directorio de Espiritualidad, 68.

[143] Directorio de Espiritualidad, 216; op. cit., San Luis Orione, Cartas de Don Orione, (02/08/1935), Ed. Pío XII, Mar del Plata, 1952, p. 89.

[144] Cf. Directorio de Espiritualidad, 216.

[145] Beato Paolo Manna, Virtudes Apostólicas, Carta Circular n. 19, Milán, (15/12/1932).

[146] Constituciones, 5.

[147] Directorio de Espiritualidad, 27.

[148] Constituciones, 30.

[149] San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas, 5a Serie, Ejercicios Espirituales dado a los Religiosos de la Congregación del Santísimo Sacramento.

[150] Directorio de Vida Consagrada, 331; op. cit. San Luis Orione, Cartas Selectas del Siervo de Dios Don Orione, El Capítulo Primero de las Constituciones, (25/07/1936), 143.

[151] Constituciones, 113.

[152] Directorio de Espiritualidad, 321.

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