“Esencialmente Misioneros”
Constituciones, 31
Queridos Padres, Hermanos y Seminaristas,
Dentro de unas pocas semanas hemos de celebrar con gozo el Misterio Pascual, que es para nosotros “fuente inexhausta de espiritualidad”[1], y “manifestación por excelencia del amor de Dios a los hombres”[2], ya que nos amó hasta el extremo[3]. ¡Cuánta confianza y paz infunde a nuestras almas la contemplación del misterio del Verbo Encarnado en su misión redentora!
De allí también nace la inmensa alegría –tan esencial en nuestra espiritualidad[4]– que debe sobresalir en nuestras almas, en nuestras comunidades, y en todas nuestras misiones con particular elocuencia durante el tiempo pascual.
Con ocasión de los misterios que nos aproximamos a contemplar, quisiera hacer notar que el mismo día de Pascua hemos de leer el pasaje de la Escritura que dice: Nosotros somos testigos… Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día[5]. Y continúa diciendo: Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos[6].
Es así que la Resurrección de Cristo nos trae aparejada la dignísima y gozosa misión del anuncio del Evangelio a todas las gentes y por todo el mundo, especialmente a través del testimonio.
Por eso, quisiera en esta carta circular proponerles reflexionar, por un lado, sobre nuestro espíritu misionero y por otro, acerca del testimonio que como misioneros del Verbo Encarnado debemos dar ante todos los pueblos.
Es mi fervoroso deseo que Dios quiera servirse de estas líneas para reafirmar en nuestras almas –con plena y sincera adhesión– lo que nuestro Directorio de Espiritualidad expresa con profunda y preciosa concisión: “Cristo resucitado, […] nos da el mandato de la misión: Como el Padre me envió, así os envío yo[7]; en la que hay que dar testimonio: Vosotros daréis testimonio de esto[8]; por el poder del Señor, dirigiéndose a todas las gentes, de todo el mundo: Id y enseñad a todas las gentes[9], por todo el mundo[10], a predicar el Evangelio enseñando a observar lo que Él nos mandó, bautizando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, de modo que el que crea se salvará, acompañándonos Cristo hasta la consumación del mundo[11]”[12].
1. Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio (Mc 16, 15)
“Dios quiso que el mundo se salvara por medio de los misioneros”[14], como dice nuestro Directorio de Misiones Populares, pues como dice la Escritura plugo a Dios salvar a los creyentes por medio de la locura de la predicación[15]. Y así, toda la historia de la Iglesia da testimonio de como Dios en su infinita misericordia, asoció a incontables hombres y mujeres para que cultivaran su viña, “ya que ‘sólo por las misiones consiguen las almas su eterna salvación’”[16]. Y, como “las obras de Dios siempre se vieron combatidas para mayor esplendor de la divina magnificencia”[17], San Alfonso solía decir: “se ven manifiestamente los esfuerzos del infierno por impedir las misiones”[18].
San Juan Bosco, en un sermón predicado con ocasión de la despedida de sus primeros misioneros a la Argentina, les decía: “Lo que nuestro Salvador daba con esas palabras[19] a los apóstoles era el mandato, y no simplemente el consejo, de que fuesen a llevar la luz del Evangelio a todas las partes del mundo. Y los apóstoles, después de la ascensión del Señor, cumplieron su mandato puntualmente. San Pedro y San Pablo recorrieron muchas ciudades, y muchas regiones. San Andrés fue a Persia, San Bartolomé fue a la India, Santiago a España; y todos, unos en unos lugares y otros en otros, se entregaron hasta tal punto a la predicación del Evangelio, que San Pablo pudo escribir a los hermanos: Vuestra fe se anuncia por todas partes”[20].
Y como al parecer hubo quienes se oponían a que San Juan Bosco enviase misioneros a tierras tan lejanas, argumentando falsas seguridades o como dice San Alfonso, “fantaseando vanos pretextos”[21], (pues algunos lo intimaban a que no crease nuevas misiones, a que “reforzase”, a que estableciese mejor las casas que ya tenían, a que afianzase más la presencia en Italia), el mismo santo les respondía de manera contundente: “Los apóstoles no obraron de ese modo; y es que el Señor les había dicho: Id por todo el mundo”[22]. Con el mismo espíritu evangélico obraba San Pedro Julián Eymard, quien ante las críticas que recibía, respondía simplemente con nuevas misiones.
Ahora bien, el mandato de Cristo a los apóstoles no es algo que pertenezca al pasado, sino que goza de perenne actualidad en su santa Iglesia. San Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Missio afirma: “Lo que se hizo al principio del cristianismo para la misión universal, también sigue siendo válido y urgente hoy. La Iglesia es misionera por su propia naturaleza ya que el mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza al corazón mismo de la Iglesia. Por esto, toda la Iglesia y cada Iglesia es enviada a las gentes”[23]. Lo mismo dice repetidas veces el Papa Francisco, cuando habla del dinamismo misionero permanente de la Iglesia que la lleva a estar siempre “en salida”[24].
En efecto, si la Iglesia no fuese misionera traicionaría su propia esencia y misión, que es prolongar el envío redentor del Verbo de Dios encarnado. Así lo enseña toda la tradición de la Iglesia, y con palabras más que elocuentes lo sentencia el Concilio Vaticano II: “La Iglesia peregrina es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre”[25]. Y en otro lugar: “Como el Hijo fue enviado por el Padre, así también Él envió a los Apóstoles (cf. Jn 20, 21) diciendo: Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mt 28, 19-20). Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con orden de realizarlo hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1, 8). Por eso hace suyas las palabras del Apóstol: ¡Ay de mí si no evangelizare! (1 Co 9, 16), y sigue incesantemente enviando evangelizadores, mientras no estén plenamente establecidas las Iglesias recién fundadas y ellas, a su vez, continúen la obra evangelizadora”[26].
Del mismo modo nuestro Instituto, nacido en el seno de la Iglesia por gracia carismática del Espíritu Santo, es decir, para edificación de la misma Iglesia, ha sido concebido como un Instituto misionero, y cada uno de nosotros es enviado por Cristo a la manera en que Él fue enviado por el Padre. Por eso decimos que “queremos dedicarnos a las obras de apostolado, imitando a Cristo que ‘anunciaba el Reino de Dios’[27]”[28]. Y tan profundamente enraizado está el llamado a la misión en nuestra vocación de religiosos del Verbo Encarnado, que decimos que queremos ser “‘como una nueva Encarnación del Verbo’, siendo esencialmente misioneros y marianos”[29].
También a nosotros “se nos ha confiado la sublime tarea de hacer efectivo y completar este inefable misterio de salvación universal; a nosotros se nos confió la misión de dar a Jesucristo a las almas que todavía no lo poseen, de lavarlas con su Sangre, de enriquecerlas con sus méritos, que de otra manera quedarían inutilizados, de extender sobre toda la tierra el Reino bendito de Dios. Nuestro Instituto no tiene otra razón de existir que ésta. Nosotros le pertenecemos porque, por divina elección, somos los ministros de la Redención”[30].
Ahora bien, este envío presenta dos características:
– “tiene una dimensión universal: todos los hombres están llamados a formar parte del Reino de Dios, ya que Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4);
– implica la certeza del auxilio divino: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mt 28, 20); ellos se fueron, predicando por todas partes, cooperando con ellos el Señor… (Mc 16, 20)”[31].
El Verbo Encarnado nos ha encomendado una misión universal: id por todo el mundo[32]. Por eso, claramente dice nuestro Directorio: “No hay lugar donde haya un alma que le esté vedado al misionero”[33].
De aquí que “nuestra pequeña Familia Religiosa no debe estar nunca replegada sobre sí misma, sino que debe estar abierta como los brazos de Cristo en la Cruz, que tenía de tanto abrirlos de amores, los brazos descoyuntados”[34]. Y eso es lo que tenemos que mantener siempre firmemente arraigado en la mente y en el corazón. Individual y colectivamente hablando, debemos sentir al vivo la responsabilidad del compromiso adquirido el día de nuestra profesión de los votos religiosos en nuestro Instituto, de “no ser esquivos a la aventura misionera”[35], “porque es de nosotros, de nuestro fervoroso celo, que muchos millones de almas esperan su salvación”[36].
Este sentido de responsabilidad apostólica, esta solicitud por las almas, esta visión planetaria de la misión, que no conoce límites geográficos[37], ni se amedrenta por las circunstancias porque sabe que no hay lugar sobre la tierra donde no obre la Providencia de Dios, y que hace que el misionero urgido por la caridad de Cristo busque con “creatividad apostólica” nuevas maneras de hacer amar y servir a Cristo, ése y no otro, es el espíritu misionero que hemos recibido de nuestro Fundador como tan patentemente queda plasmado en los textos del derecho propio. Por tanto “no podemos menos de obedecer con valentía y con gozo”[38] al llamado del “Rey eterno”, del “Sumo y verdadero Capitán” “cuya voluntad es la de conquistar todo el mundo”[39], como cada año meditamos en nuestros ejercicios espirituales.
Por eso decimos que nuestra disposición para la misión debe ser la del tercer binario[40]. Y nuestro anhelo debe ser vivir con tal disposición “permanentemente, sin disminuciones ni retractaciones, sin reservas ni condiciones, sin subterfugios ni dilaciones, sin repliegues ni lentitudes. Tanto en los empeños de lo íntimo, como en los altos empeños históricos: [ya que] no es capaz de edificar imperios quien no es capaz de dar fuego a sus naves cuando desembarca”[41].
Por eso, los misioneros de nuestro Instituto “deben prepararse con una formación espiritual y moral especial para una tarea tan elevada. Deben, pues, ser capaces de tomar iniciativas, constantes para terminar las obras, perseverantes en las dificultades, soportando con paciencia y fortaleza la soledad, el cansancio y el trabajo infructuoso”[42].
A todos nos concierne tener no sólo grandísima estima del espíritu misionero de nuestra querida Familia Religiosa sino también el deber de impregnarnos cada vez más de él, sin rebajarlo –pues es el mismo Rey del universo quien nos hace partícipes de su misión redentora[43]–; sin circunscribirlo dentro de cálculos humanos –porque los cálculos humanos destruyen la acción del Espíritu[44]–, sin ofuscar aun en lo más mínimo el santísimo ideal para el cual Dios nos ha llamado: id… y enseñad a todas las gentes, bautizándolas…, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado[45], sino más bien, honrarlo con una vida santa, cultivándolo en nuestras comunidades y sabiéndolo transmitir genuinamente a nuestros formandos en quienes se desea ver un celo misionero vivo [46].
También son para nosotros las palabras que San Juan Pablo II dirigía a los religiosos en el año 1982: “Nunca reduzcáis, por nada, esta identidad y nunca olvidéis la finalidad exacta del ministerio y del servicio apostólico al que habéis sido llamados”[47].
Obviamente, esto siempre implica “sacrificios”, pero tenemos que ser conscientes que sin derramamiento de sangre no hay redención[48], pues también tenemos que ser conscientes de la urgencia de la misión en esta hora de la historia de la Iglesia. El mismo Concilio Vaticano II, que ha sido la gran preparación de la Iglesia para el tercer milenio cristiano[49], exhorta a los sacerdotes con estas palabras: “Estén dispuestos y cuando se presente la ocasión ofrézcanse con valentía… para emprender la obra misionera en las regiones apartadas o abandonadas de la propia diócesis o en otras diócesis. Inflámense en el mismo celo los religiosos y religiosas e incluso los laicos para con sus conciudadanos, sobre todo los más pobres”[50]. Y en referencia a las Iglesias jóvenes, que muchas veces tienen necesidad de más sacerdotes, lo cual análogamente se puede aplicar a nuestra joven familia religiosa, dice el mismo Decreto conciliar: “Para que este celo misional florezca entre los nativos del lugar es muy conveniente que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes activamente en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros que anuncien el Evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de clero”[51].
En la misma línea, después de haber constatado que “La Iglesia… sabe que le queda por hacer todavía una obra misionera ingente”[52], el Concilio se dirige específicamente a los religiosos y, con una osadía inusitada, menciona incluso la posibilidad de adaptar las Constituciones del Instituto, en fidelidad a la mente del Fundador: “Los Institutos de vida activa, por su parte, persigan o no un fin estrictamente misional, pregúntense sinceramente delante de Dios si pueden extender su actividad para la expansión del Reino de Dios entre los gentiles; si pueden dejar a otros algunos ministerios, de suerte que dediquen también sus fuerzas a las misiones; si pueden comenzar su actividad en las misiones, adaptando, si es preciso, sus Constituciones, fieles siempre a la mente del Fundador; si sus miembros participan según sus posibilidades, en la acción misional; si su género de vida es un testimonio acomodado al espíritu del Evangelio y a la condición del pueblo”[53]. Si gran parte de la fecundidad de nuestra Familia Religiosa está en haber podido vivir y aplicar las enseñanzas y el auténtico espíritu del Concilio Vaticano II, de modo especial esto se debe entender de las indicaciones de este Concilio marcadamente misionero.
Lancémonos entonces a alcanzar ese ideal con plena confianza en Dios –ya que, a pesar de nuestras grandes limitaciones y pecados, es el mismo Verbo Encarnado quien nos elige y nos envía–, y nos da certeza de su auxilio: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo[54]. Y digo no sólo lanzarnos a alcanzar ese ideal como quien da manotazos en el aire, sino hacerlo responsablemente, eficazmente, de manera inteligente, no improvisada, con grandísima generosidad –aun cuando los números parezcan no acompañar, aun cuando la falta de apoyo tienda a descorazonarnos, aun cuando el maligno nos combata, aun cuando nadie más quiera ir a ese lugar[55]– ya que si bien nosotros siervos inútiles somos[56], el protagonista de la misión es el mismo Jesucristo y su Espíritu[57]. Y una vez en el lugar que la Providencia ha destinado para cada uno de nosotros, darnos todo y darnos para siempre[58] con una fe sólida e intrépida, con incontenible entusiasmo, perseverando hasta el fin en la disposición de dar la vida por las ovejas. Porque, ¿qué es ser misionero sino “disponerse a morir, como el grano de trigo, para ver a Cristo en todas las cosas”?[59].
Queridos todos: El amor de Cristo nos urge. Por ello, dice nuestro Directorio de Espiritualidad, citando a San Luis Orione: “Quien no quiera ser apóstol que salga de la Congregación: hoy, quien no es apóstol de Jesucristo y de la Iglesia, es apóstata”[60].
2. Seréis mis testigos (Hch 1, 8)
Ya en una carta circular anterior[62] decíamos que la misión está inscrita en el corazón mismo de la vida consagrada y que nuestra tarea de evangelización se realiza con más efectividad mientras mayor sea la unión y la concordia entre los miembros de la comunidad.
Similarmente, quisiera ahora referirme a un tema no menos importante y práctico que es el de la calidad de vida comunitaria y del espíritu de familia que nos debe animar. Puesto que también a nosotros como a la comunidad cristiana primitiva, Jesucristo nos confirió la misión de ser sus testigos.
Nuestras Constituciones tratan con especial énfasis y diáfana claridad la importancia del testimonio de vida en la obra misionera: “En esta obra de apostolado en la que ‘se es misionero ante todo por lo que se es… antes de serlo por lo que se dice o se hace’[63], ocupa el primer lugar el testimonio de vida, ‘primera e insustituible forma de la misión’[64], de modo que resplandezca entre los fieles la caridad de Cristo”[65].
Cada uno de nosotros es misionero de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado[66] para servir a Cristo en su Cuerpo Místico, aun cuando esté en el claustro de un monasterio o postrado en una cama. Y como tales, estamos llamados a testimoniar individualmente y comunitariamente a Cristo Resucitado de una manera peculiar, es decir de acuerdo a lo expresado en nuestro carisma fundacional.
Por eso nuestro testimonio como religiosos del Instituto del Verbo Encarnado debe ser el testimonio radical de un religioso que permanentemente “vive como resucitado, buscando las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; pensando en las cosas de arriba, no en las de la tierra y que vive en la libertad de los hijos de Dios”[67]. Nosotros debemos dar testimonio evidente de nuestra fe en el Verbo Encarnado a través de las obras, especialmente “orientando el alma a actos grandes… a realizar obras grandes en toda virtud”[68]. Nuestro debe ser el testimonio de aquel que movido por amor a Cristo se lanza a la aventura misionera, porque el mismo Cristo que dijo: no hay nadie que habiendo dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campo por amor de mí y del evangelio no reciba el céntuplo ahora en este tiempo … y la vida eterna en el siglo venidero[69]; es el mismo que dijo: No hay amor más grande que dar la vida por los amigos[70]. El testimonio que debemos dar al mundo, es el del religioso que, a imitación del Verbo Encarnado, hace de sí una donación total y valerosa, a través de una vida religiosa vivida con fidelidad, con alegría y humildad, y que con gran fuerza proclama “que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas”[71]. Es más, es testimonio del religioso que transmite con su vida el deseo ardiente de martirio que cultiva en su alma, porque está convencido de que es preciso pasar por muchas tribulaciones antes de entrar en el Reino de los cielos[72].
Ahora bien, este testimonio individual no es ni ajeno ni accesorio, ni alternativo a la vida de comunidad, sino que, siendo parte integral de la misma, es desde la comunidad misma desde donde se irradia a los demás. Y de aquí el papel fundamental de la vida fraterna no sólo en nuestro camino espiritual sino también en el cumplimiento de nuestra misión en el mundo[73].
Todos somos hijos de una misma Familia, cuyo honor y progreso debe ser el ideal de nuestros corazones[74]. Y como miembros de nuestra querida Familia del Verbo Encarnado, a todos se nos pide “una participación convencida y personal en la vida y en la misión”[75] de nuestro Instituto donde ciertamente no ha de faltar el desafío por mantener el equilibrio entre oración y trabajo, apostolado y formación, compromisos apostólicos y descansos[76]. Por tanto, resulta de gran importancia la ayuda mutua, el animarse espiritualmente unos a otros, el soportar tranquilamente las imperfecciones de los demás, y el saberse alegrar juntos[77], viviendo como una verdadera familia en Cristo[78].
Dicho de otro modo, para alcanzar la meta elevadísima a la que Dios nos ha llamado dentro de su Iglesia, tenemos que tener presente que la vida fraterna tiene como objetivo formar una familia peculiar, “cualitativamente” hablando, es decir, por nuestro modo de vivir. No hemos sido reunidos por motivaciones humanas, sino por una invitación especial de Dios, a fin de que nuestras comunidades sean signo visible del modo de vivir del Verbo Encarnado particularmente imitando su anonadamiento informado por su amor redentor[79]. Cada uno de nosotros debe luchar por ser como “otro Cristo” imitando la inmensa bondad del Corazón de Jesús, que a todos hace siempre el bien, sin hacer caso de las ofensas, de las injusticias recibidas, de las faltas de respeto; antes bien, sabiendo excusar y perdonar al hermano que yerra. “Démonos el lujo de ser buenos con quien menos parece merecerlo…”, decía el B. Paolo Manna a sus misioneros, “si yo soy bueno con mi hermano triste, dolorido, defectuoso, le alivio la pena y lo obligo a corregirse. Con la generosidad en el trato, con la abundancia de bondad para con el hermano perezoso o desanimado, aumento su capacidad de trabajo y del bien. A nuestros hermanos quizás no tengamos nada que dar, pero siempre podemos dispensarle con gran abundancia, nuestro optimismo, nuestro aprecio, nuestra animación afectuosa”[80]. Es esta caridad practicada dentro de la misma familia la que atrae los corazones.
Por tanto, el “formar comunidad” no es un obstáculo para la misión, antes bien, contribuye directamente a la evangelización. La fraternidad auténtica es el signo, por excelencia, que nos dejó el Señor: en esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros [81]. De aquí que “cuanto más intenso es el amor fraterno, tanto mayor es la credibilidad del mensaje anunciado”[82].
Pero también cabe mencionar, que las obras de apostolado no se oponen a la vida fraterna, como dialécticamente argumentan algunos, sino que, muy por el contrario, “la misión refuerza la vida consagrada, le infunde un renovado entusiasmo y nuevas motivaciones, y estimula su fidelidad”[83]. En términos similares nuestras Constituciones dicen: “La vida pastoral… cuando se realiza de manera ordenada fomenta, de manera eminente, la vida comunitaria”[84].
Es interesante notar que aunque nuestras Constituciones establecen que “salvo casos excepcionales”, en nuestras comunidades “deberán estar destinados, por lo menos tres religiosos”[85], mencionan sin embargo y al mismo tiempo, la posibilidad de que vayan de a dos: “no es conveniente que vayan solos, sino al menos dos”[86]. Y además también el derecho propio prevé la posibilidad de que haya comunidades pequeñas[87] e incluso miembros solos[88], dada la índole misionera de nuestro Instituto; lo cual no quita, que se pongan los medios “para proveerse más operarios”[89]. Y esto es así, no sólo por la índole y el carisma propio de nuestro Instituto, pues entra de lleno en la intención y mente de nuestro Fundador, sino también por la situación actual de la Iglesia en la que “es urgente la misión ad gentes”[90].
Que quede claro entonces, que si bien “el religioso ‘solo’ no es nunca un ideal” tampoco esta posibilidad es motivo para ser remisos al mandato de Cristo: Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio. La razón de fondo es la misma expuesta por el Beato Paolo Manna, quien, a pesar de tener su Instituto la misma norma que nosotros, escribía en una carta circular: “en algunas misiones de nuestro Instituto, no se ha podido siempre atenerse a esta regla: los misioneros fueron demasiado pocos y se ha debido ir tras las almas, allá donde la gracia nos llevaba en una vastísima extensión”[91].
Tengamos siempre presente que nuestra vida comunitaria no es mero asambleísmo[92], y por eso más allá del número de miembros de una comunidad, como bien dice nuestro Directorio de Espiritualidad y repite el Directorio de Vida Consagrada: “El fundamento más profundo de nuestra unidad como Familia Religiosa lo encontraremos siempre en la Eucaristía”[93], que es definitivamente, nuestro centro natural.
En vano arguyen algunos diciendo que el número de miembros en una comunidad –por ser pocos– afecta a la perseverancia de los religiosos. La perseverancia es una gracia, y, por tanto, es de orden interior, y no se puede atribuir a algo exterior. El número de miembros de la comunidad no tiene ninguna relación causal con la gracia interior de la perseverancia, gracia que Dios da siempre a quien pone los medios para perseverar. Ciertamente, que la vida comunitaria ayuda, y ayuda mucho. Pero no es la causa ni la condición para perseverar.
Y por eso, nuestros misioneros, aunque muchas veces en misiones muy distantes, o pasando largos períodos ‘sin un compañero de misión’, se saben enviados y acompañados, efectivamente por toda una Familia Religiosa, que les quiere bien y se preocupa por ellos. Pues también el derecho propio dispone que aun cuando el religioso esté en una misión distante, o solo, la Congregación como buena madre se empeña en mantener frecuentes contactos con estos hermanos nuestros, y busca todos los medios para favorecer y reforzar los vínculos fraternos[94]. Y así, con gran virilidad y gran espíritu de fe, muchos de los nuestros han ido abriendo camino solos al principio, hasta que luego se les han sumado otros.
Podría citar aquí ejemplos de varios santos misioneros religiosos que fueron solos y lograron lo que parecía imposible: pienso por ejemplo en San Francisco Javier y tantos otros a quienes San Ignacio mandó solos (aun cuando el mismo San Ignacio escribió en sus Constituciones que los jesuitas deberían ir al menos de a dos), o San Francisco Solano que recorrió kilómetros solo, aun cuando para los franciscanos la vida conventual es esencial.
Pienso en San Junípero Serra que me era tan cercano en mis tiempos de mi misión en el Santuario de Nuestra Señora de la Paz, canonizado en el 2015 por el Santo Padre, quien siendo asmático y sufriendo de una llaga crónica en su pierna, a los 56 años de edad y con la sola experiencia de haberse desempeñado 12 años enseñando filosofía y teología, se ofreció como misionero para ir hacia Nueva España (México). Desde donde incursionó hacia el norte (actualmente California, Estados Unidos) fundando 9 misiones (actuales ciudades), bautizando a más de 6000 personas y confirmando a otras 5000. Fue él quien introdujo, además, la agricultura y el sistema de irrigación en esas tierras. El lema de este santo misionero fue: “Siempre hacia adelante, nunca hacia atrás”.
Pienso en la generosidad invencible de San Vicente de Paul que seguía mandando misioneros a Madagascar aun cuando se los mataban o morían por la plaga que en ese entonces asolaba aquel país.
Sin ir más lejos, recordemos el ejemplo del misionero planetario que fue San Juan Pablo II, que con sus 104 viajes fuera de Italia nos dio ejemplo de que “el mandato de Cristo y la advertencia del apóstol: ¡Ay de mi si no evangelizara! son válidos todavía”[95]. Él mismo decía: “Aviven la gracia de su carisma específico y emprendan de nuevo con valentía su camino, prefiriendo […] los lugares más humildes y difíciles”[96].
Este es el espíritu de inmolación que debemos cultivar como misioneros que se han consagrado para dar testimonio del Resucitado entre las gentes, sin dejarse atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, o persecuciones.
Pero como los ejemplos más cercanos son todavía más convincentes –y lo menciono aquí para edificación de todos– con cuanta satisfacción comprobamos –ya durante el Capítulo General y yo personalmente en mis visitas a varias de nuestras misiones– la entereza, la valentía, la madurez y la generosidad de tantos de los nuestros que llevan adelante la misión, aunque por momentos estén solos o en comunidades pequeñas. Simplemente porque ellos, leales a la palabra dada de “no ser esquivos a la aventura misionera”, están dispuestos a corresponder al amor de Cristo que los amó primero no sólo aceptando ir a lugares difíciles y lejanos, sino también a estar en condiciones del todo extraordinarias, como puede ser el estar solos o en comunidades de a dos, aferrados a la sola promesa de Cristo que dijo: Estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo[97]. Y esta confianza nace del convencimiento de saber que el ser enviado como misionero es sinónimo de ser amado con predilección por el Padre, a quien se quiere corresponder con una entrega sin reservas.
Que el Padre Espiritual de nuestra Familia Religiosa, San Juan Pablo II, el gran misionero planetario, nos conceda la gracia de abrazar con creciente fervor la labor misionera y de responder con alegre valentía al llamado de Cristo: Id por todo el mundo anunciando el evangelio[98].
Encomiendo a la Virgen Santísima, primer testigo de la Resurrección de Cristo, a toda nuestra Familia Religiosa. Que su intercesión amorosa nos conceda esta Pascua la gracia de testimoniar hasta en los confines del mundo la alegría de vivir según las bienaventuranzas evangélicas.
¡Felices Pascuas para todos!
P. Gustavo Nieto, IVE
Superior General
1 de abril de 2018
Carta Circular 9/2017
[1] Constituciones, 42.
[2] Directorio de Espiritualidad, 212.
[3] Jn 13, 1.
[4] Cf. Directorio de Espiritualidad, 203.
[5] Hch 10, 39-40.
[6] Hch 10, 42.
[7] Jn 20, 21.
[8] Lc 24, 48.
[9] Mt 28, 19.
[10] Mc 16, 15.
[11] Mt 28, 20.
[12] Directorio de Espiritualidad, 215.
[13] Mc 16, 15.
[14] Directorio de Misiones Populares, 45.
[15] 1 Cor 1, 21.
[16] Directorio de Misiones Populares, 45; op. cit. Cf. San Alfonso María de Ligorio, Obras Ascéticas. Reflexiones útiles a los obispos, Madrid 1954, 38; cf. San Alfonso María de Ligorio, Obras Ascéticas. Carta a un obispo nuevo, Madrid 1954, 380.
[17] Directorio de Espiritualidad, 37; op. cit. Citado por Carlos Almena, en San Pablo de la Cruz, Ed. Desclée, Bilbao 1960.
[18] Directorio de Misiones Populares, 45; op. cit. Cf. San Alfonso María de Ligorio, Obras Ascéticas. Carta a un obispo nuevo, Madrid 1954, 380.
[19] Id por todo el mundo…enseñad a todas las gentes…predicad el Evangelio a todas las creaturas (Mc 16, 15).
[20] Cf. San Juan Bosco, Sermón de Despedida a los Primeros Misioneros, Memorie Biografiche, 11, 383-387.
[21] Directorio de Misiones Populares, 50; op. cit. San Alfonso María de Ligorio, Obras Ascéticas. Carta a un obispo nuevo, Madrid 1954, 382.
[22] Cf. San Juan Bosco, Sermón de Despedida a los Primeros Misioneros, Memorie Biografiche, 11, 383-387.
[23] San Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 62.
[24] Por ej., en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, nn. 20-23.
[25] Concilio Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 2.
[26] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 17.
[27] CIC, c. 577.
[28] Constituciones, 22.
[29] Constituciones, 31; op. cit. Beata Isabel de la Trinidad, Elevación 33.
[30] Cf. Beato Paolo Manna, Virtudes Apostólicas, Carta circular n. 19, Milán, 15 de diciembre de 1932.
[31] Constituciones, 162.
[32] Mc 16, 15.
[33] Directorio de Misiones Populares, 19.
[34] Directorio de Espiritualidad, 263.
[35] Cf. Constituciones, 254.257.
[36] Beato Paolo Manna, Virtudes Apostólicas, Carta circular n. 11, Milán, 1 de enero de 1930.
[37] Directorio de la Misión Ad Gentes, 75: “El campo de la missio ad gentes se ha ampliado notablemente, y no se puede definir sólo basándose en consideraciones geográficas o jurídicas; en efecto, los verdaderos destinatarios de la actividad misionera del pueblo de Dios no son sólo los pueblos no cristianos y las tierras lejanas, sino también los ámbitos socioculturales y, sobre todo, los corazones”; op. cit. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en un congreso con ocasión del cuadragésimo aniversario del decreto del Concilio Vaticano II “Ad gentes”, 11 marzo 2006.
[38] Directorio de Misiones Populares, 50.
[39] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, [95].
[40] Cf. Directorio de Espiritualidad, 73.
[41] Directorio de Espiritualidad, 73.
[42] Directorio de la Misión Ad Gentes, 107.
[43] Cf. Constituciones, 161.
[44] Cf. Is 55, 8; San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas, I Parte, II Serie, La Sagrada Comunión, La vida de unión con el Espíritu Santo; Antonio Royo Marín, Teología de la Perfección Cristiana, II Parte, Cap. 1, art. 2, II; Juan Pablo II, Homilía durante las celebraciones en recuerdo de Abraham ‘Padre de todos los creyentes’, 23 de febrero del 2000; Papa Francisco, Meditaciones diarias, 14 de diciembre de 2015.
[45] Cf. Mt 28, 19-20.
[46] El tema es tratado extensamente en el Directorio de Seminarios Mayores, 395-432. Hago hincapié, sin embargo, a lo que se menciona en los párrafos 430-431: “llénense (los alumnos) de un espíritu tan católico que se acostumbren a traspasar los límites de la propia diócesis o nación o rito y ayudar a las necesidades de toda la Iglesia, preparados para predicar el Evangelio en todas partes” … “Deben prepararse, atendiendo a las grandes necesidades de la Iglesia universal y del mundo para encarar con solicitud y discernimiento las grandes obras de la Iglesia, como son el promover las vocaciones sacerdotales y religiosas, y las tareas misionales, ecuménicas y sociales más urgentes”.
[47] A los sacerdotes, religiosos y religiosas en Fátima, 13 de mayo de 1982.
[48] Heb 9, 22.
[49] Cfr. San Juan Pablo II, Carta apostólica Tertio millenio adveniente, 18-20, passim.
[50] Concilio Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 20.
[51] Ibidem.
[52] Concilio Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 10.
[53] Concilio Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 40.
[54] Mt 28, 20.
[55] Directorio de Espiritualidad, 86.
[56] Cf. Lc 17, 10.
[57] Cf. San Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 36.
[58] Como recomendaba el Beato Paolo Manna a sus misioneros.
[59] Cf. Directorio de Espiritualidad, 216.
[60] Cf. Directorio de Espiritualidad, 216; op. cit. Cartas de Don Orione, Carta del 02/08/1935, Edit. Pío XII, Mar del Plata 1952, 89.
[61] Hch 1, 8.
[62] Carta Circular 7/2017.
[63] San Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 23.
[64] San Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 42.
[65] Constituciones, 166.
[66] Cf. Constituciones, 25.
[67] Directorio de Espiritualidad, 39; op. cit. Cf. Col 3, 1.
[68] Cf. Directorio de Espiritualidad, 41.
[69] Mc 10, 28-30.
[70] Jn 15, 13.
[71] Constituciones, 1.
[72] Hch 14, 22.
[73] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 385.
[74] Beato Paolo Manna, Virtudes Apostólicas, Carta circular, Milán, 1 de mayo de 1925.
[75] Directorio de Vida Fraterna, 34.
[76] Directorio de Vida Fraterna, 32; op. cit. CICSVA. La vida fraterna en comunidad. Congregavit nos in unum Christi amor, 50.
[77] Les invito a leer con atención el Directorio de Vida Fraterna, 42.
[78] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 386; Directorio de Oratorios, 61-63.
[79] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 228.
[80] Cf. Beato Paolo Manna, Virtudes Apostólicas, Carta circular n. 8, Milán, 15 de septiembre de 1927.
[81] Cf. Directorio de Vida Fraterna, 21; op. cit. Jn 13, 35.
[82] Directorio de Vida Fraterna, 22.
[83] Directorio de Vida Consagrada, 268; op. cit. Cf. Vita Consecrata, 78.
[84] Cf. Constituciones, 155.
[85] Cf. Constituciones, 353.
[86] Constituciones, 188.
[87] Directorio de Vida Fraterna, 92.
[88] Directorio de Vida Fraterna, 93.
[89] Constituciones, 188. Quisiera aclarar que se han hecho y se hacen esfuerzos concretos para reforzar muchas de nuestras misiones, sin embargo, también es cierto que, en algunos casos, aunque quisiéramos mandar más misioneros no se puede, ya porque el gobierno solo otorga un número limitado de visas, ya porque el sistema de inserción pastoral no lo permite, etc.
[90] Papa Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2014.
[91] Beato Paolo Manna, Virtudes Apostólicas, Carta circular n. 13, Milán, septiembre de 1930.
[92] Cf. Directorio de Vida Fraterna, 34.
[93] Directorio de Espiritualidad, 300 y Directorio de Vida Consagrada, 202.
[94] Cf. Directorio de Vida Fraterna, 93; op. cit. CICSVA, La vida fraterna en comunidad. Congregavit nos in unum Christi amor, 65.
[95] San Juan Pablo II, Discurso en el Congreso nacional italiano sobre el tema ‘Misiones al pueblo para los años 80’, 6 de febrero de 1981.
[96] San Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 66.
[97] Mt 28, 20.
[98] Mc 16, 15.