El magisterio de San Juan Pablo II es inherente al derecho propio
Queridos hermanos, la celebración de la santa memoria del papa San Juan Pablo II, Padre Espiritual de nuestra Familia Religiosa, reviste, en este lugar y en estos momentos por los que transita nuestro Instituto, una especial significación; con mayor razón aún, ya que en esta ocasión, con esta Santa Misa, queda establecida oficialmente la comunidad de padres que desde hace algún tiempo vive en esta célebre abadía y que tiene por objetivo el plantar las bases para el relanzamiento del Centro de Altos Estudios.
Aún más, el hecho de que nos encontremos en el lugar mismo donde Santo Tomás consumó su vida, y de algún modo su obra, hacen de ésta una celebración única e histórica.
El mismo Juan Pablo II llamó a Santo Tomás de Aquino el “apóstol de la verdad”1, palabras que de algún modo sintetizan la misión que ha de tener nuestro Centro de Altos Estudios y la que quiere inculcar a los que enseñen y estudien, en el futuro, en esta casa. Recordarán que hace poco más de un año nos reuníamos también aquí para hacer un voto a Santo Tomás pidiéndole que nos concediese la gracia que hoy con alegría constatamos (el testimonio de este ofrecimiento puede encontrarse en la placa conmemorativa y la lámpara votiva que se encuentran en la Capilla del tránsito del Santo Doctor a la Casa del Padre).
1. Juan Pablo II, el IVE y su inserción en la Iglesia
Quisiera, en primer lugar, recordar algo que es sabido por todos, y que es importante; porque en cierta manera nos define y explica por qué celebramos de manera tan particular el día de hoy: el Magisterio de San Juan Pablo II es absolutamente inherente al derecho propio del Instituto y “anima los aspectos fundamentales del carisma”2 (son palabras textuales del fundador).
Y es así, tenemos esta impronta que nos marca desde nuestros orígenes, la fidelidad al Magisterio de San Juan Pablo II. Y podemos decir, que si es cierto para cada uno de nosotros –como lo enseñaba también San Juan Pablo II– que “el pertenecer a esta querida Familia Religiosa quiere decir también hacer propio su carisma y su espiritualidad y aceptarla como el marco en el que se desarrolla nuestra vida ofrecida a Dios”3 “para la edificación de la Iglesia”4–, también es cierto que cada uno de nosotros y nuestro Instituto como un todo no se considera jamás una isla entre las demás comunidades eclesiales sino que se “entrega de un modo peculiar a la obra de la Iglesia en el mundo”5.
Puesto que “Cristo mismo está Encarnado en su Cuerpo, la Iglesia”6 somos conscientes de que “traicionaríamos gravísimamente nuestro carisma, si no trabajásemos por tener una auténtica espiritualidad eclesial, que nos incorpore plenamente a la Iglesia del Verbo Encarnado. Por eso, nuestro derecho propio declara expresamente que no queremos saber nada fuera de Ella”7.
De modo tal que se cumple en nosotros aquella sentencia de quien recordamos hoy, nuestro querido San Juan Pablo II, que decía: “el amor a la Iglesia ha sido el origen de las reglas y constituciones de las familias religiosas, que a veces declaraban expresamente el compromiso de sumisión a la autoridad eclesial”8. Así es–como lo constatamos y está reflejado a lo largo y ancho de todo el derecho propio en innumerables ocasiones–, que reconocemos siempre en el Sumo Pontífice nuestra primera y suprema autoridad a quien le profesamos no sólo obediencia, sino también fidelidad, sumisión filial, adhesión y disponibilidad para el servicio de la Iglesia universal9.
Pero además de los documentos fundamentales del derecho propio del Instituto, que en cada una de sus páginas repiten como un estribillo que lo nuestro es y ha sido siempre “amar y servir, y hacer amar y hacer servir a Jesucristo en su Cuerpo místico que es la Iglesia”10, se hallan también los elementos fundamentales adjuntos al carisma, a través de los cuales nuestro Instituto demuestra una y otra vez bajo la guía explícita del Concilio Vaticano II y del magisterio de San Juan Pablo II que entendemos que “el camino seguido por la Iglesia, a través de los siglos, es el camino cierto y que, por tanto, no puede ser abandonado”11.
Como sapiencialmente afirma el mismo Concilio: “Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos”12.
Por lo tanto, “la más estricta fidelidad al Magisterio supremo de la Iglesia de todos los tiempos, norma próxima de la fe”13 es parte integral y constitutiva de nuestro carisma, de nuestra misión y de nuestro modo de santificación y apostolado; y es también un timbre de honor. En efecto, actuar de otro modo no respondería al espíritu de nuestro Instituto que siempre tuvo y tiene como criterio seguro sentire Ecclesiam y sentire cum Ecclesia, actuando en perfecta comunión con sus pastores14; ni encuadraría en nuestra misión apostólica como religiosos puesto que ésta no puede ser otra que la construcción y extensión del reino dentro de la perspectiva de la unidad eclesial15. Esto es tan así, que cada uno de los elementos no-negociables adjuntos al carisma no sólo están expuestos y desarrollados con documentos magisteriales (particularmente del papa Juan Pablo II), sino que son una respuesta clara y explícita a los pedidos realizados por el mismo Concilio buscando en todo reflejar “la doctrina sobre la Iglesia-comunión, propuesta con tanto énfasis por el Concilio Vaticano II”16, y demostrando con ello nuestro compromiso de aplicación lo más fiel posible de sus enseñanzas.
2. Juan Pablo II, el IVE y su fidelidad a Santo Tomás
En este contexto de amor a la Santa Iglesia, columna y fundamento de la verdad17, no es de extrañar que sea “nuestra clara intención el seguir a Santo Tomás de Aquino”, a quien –según el decir de Juan Pablo II– el Concilio Vaticano II cita y hace suya su doctrina18, y cuyas enseñanzas “no sin razón, los Sumos Pontífices y el mismo Código de Derecho Canónico19 las han recogido y hecho propias. [Más aún], también el Concilio Vaticano II prescribe, como sabemos, el estudio y la enseñanza del patrimonio perenne de la filosofía, una parte insigne del cual la constituye el pensamiento del Doctor Angélico”20. Así por ejemplo, el Concilio Vaticano II señala que “la Iglesia atiende con desvelo las escuelas de grado superior, sobre todo las Universidades y las Facultades y las que de ella dependen procura organizarlas de modo que cada disciplina se cultive según sus propios principios, sus propios métodos y la propia libertad de investigación científica, a fin de que cada día sea más profunda la comprensión que de ella se alcance y, teniendo en cuenta con esmero las investigaciones más recientes del progreso contemporáneo, se perciba con profundidad mayor cómo la fe y la razón tienden a la misma verdad, siguiendo las huellas de los doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás de Aquino”21. Y en otro lado determina que los candidatos al sacerdocio: Aprendan…a ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás22. Les guste a algunos o no: ser fieles al Concilio significa, a las claras, ser tomistas.
Consecuentemente, no podríamos honrarnos de ser fieles al Magisterio de la Iglesia y a San Juan Pablo II a quien hoy recordamos y celebramos con tanto cariño, si al mismo tiempo no nos empeñásemos en seguir un elemento tan fundamental para la formación adecuada de nuestros candidatos como es la doctrina perenne del Aquinate. Porque, recordémoslo una vez más, la “Iglesia ha proclamado que la doctrina de Santo Tomás es su propia doctrina”23. Y como el mismo Concilio nos recuerda, “la misión de los sacerdotes no es enseñar su propia sabiduría, sino la Palabra de Dios e invitar a todos insistentemente a la conversión y santidad”24.
No es posible enumerar todos los motivos que han inducido al Magisterio a elegir como guía segura en las disciplinas teológicas y filosóficas a Santo Tomás de Aquino; pero sí podemos recordar hoy tres motivos que han sido particularmente destacados en este aspecto por nuestro querido San Juan Pablo II:
– El primero es “la adhesión sincera y total, que [el Aquinate] conservó siempre, al Magisterio de la Iglesia, a cuyo juicio sometió todas sus obras, durante la vida y en el momento de la muerte”25. Pues, en efecto, el mismo prefirió “a la voz de los Doctores, y a la propia voz, la de la Iglesia universal, como anticipándose a lo que dice el Vaticano II: ‘La totalidad de los fieles que han recibido la unción del Espíritu Santo no puede equivocarse cuando cree’26; ‘Cuando el Romano Pontífice o el Cuerpo de los obispos juntamente con él definen un punto de doctrina, lo hacen siempre de acuerdo con la misma Revelación, a la cual deben atenerse y conformarse todos27”28.
En segundo lugar, por su fidelidad a la voz de la Palabra de Dios, transmitida por la Iglesia.
Y, en tercer lugar, sin lugar a duda, y quizás sea esta la razón preponderante, por el hecho de “haber puesto los principios de valor universal, que rigen la relación entre razón y fe. La fe contiene, dice San Juan Pablo II, en modo superior, diverso y eminente, los valores de la sabiduría humana, por esto es imposible que la razón pueda discordar de la fe y, si está en desacuerdo, es necesario revisar y volver a considerar las conclusiones de la filosofía. En este sentido la misma fe se convierte en una ayuda preciosa para la filosofía”29. Esta es una de las razones por las que ha surgido la idea de llamar a nuestro Centro de Altos Estudios, en esta nueva etapa, Instituto Fides et Ratio, instituto que pueda ser en este contexto una fuente para un diálogo auténtico, desde el tomismo esencial, con la cultura contemporánea; para que, de esta manera, se pueda realizar una auténtica, genuina y perdurable nueva evangelización.
Es por eso que el mismo Santo Pontífice, en continuidad con sus predecesores y siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II, nombró a Santo Tomás de Aquino “Doctor Humanitatis”, –como él mismo lo dice–, “por su dedicación apasionada a la verdad y el valor de su antropología y de su metafísica” y lo propuso como modelo de diálogo con la cultura de nuestro tiempo30. Y añadía: “En las condiciones culturales de nuestro tiempo parece muy oportuno desarrollar cada vez más esta parte de la doctrina tomista que trata de la humanidad, dado que sus afirmaciones sobre la dignidad de la persona humana y sobre el uso de su razón, perfectamente acorde con la fe, convierten a santo Tomás en maestro para nuestro tiempo”31.
[Peroratio] Queridos todos, San Juan Pablo II fue un gran promotor del estudio y enseñanza del Aquinate como lo manifiesta el hecho de que fue el primer miembro de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino siendo todavía Cardenal. Asimismo, durante todo su pontificado, se preocupó por hacer viva la enseñanza de Santo Tomás, tan bellamente descrita y enseñada en su encíclica Fides et ratio como así también en sus múltiples discursos, audiencias, y muchos documentos. De hecho, este documento ha sido siempre considerado como la Carta Magna de nuestro Centro de Altos Estudios.
San Juan Pablo II constantemente recomendaba a los religiosos, a los seminaristas, a los sacerdotes, a las religiosas, el estudio y la profundización de la obra teológica y filosófica del Doctor Angélico. Y así por ejemplo en una ocasión pronunciaba estas palabras que tan bien se adecuan a nosotros: “Ustedes, más que los demás, han de cultivar la familiaridad con el pensamiento y escritos de este maestro sin par, y renovar y enriquecer su doctrina”32
En este santo lugar que la Providencia Divina eligió como el lugar propicio para el tránsito de Santo Tomás a su desposorio eterno con la Verdad, San Juan Pablo II vuelve a decirnos a todos nosotros: “La verdad, como Jesucristo, puede ser renegada, perseguida, combatida, herida, martirizada, crucificada; pero siempre revive y resucita y no puede jamás ser arrancada del corazón humano. Santo Tomás puso toda la fuerza de su genio al servicio exclusivo de la verdad, detrás de la cual parece querer desaparecer como por temor a estorbar su fulgor, para que ella, y no él, brille en toda su luminosidad”33.
“[Los] aliento hoy… a convertirse en discípulos verdaderos de santo Tomás, capaces de afrontar las quaestiones disputatae, y a dialogar con cuantos están alejados de la fe y de la Iglesia…”34.
Termino con esta frase de San Juan Pablo Magno que quisiera permanezca impresa en sus mentes y en sus corazones. Dice así: “Los fundadores supieron encarnar en su tiempo con valentía y santidad el mensaje evangélico. Es preciso que, fieles al soplo del Espíritu, sus hijos espirituales prosigan en el tiempo ese testimonio, imitando su creatividad con una fidelidad madura al carisma de los orígenes, siempre atentos a las exigencias del momento presente”35.
Que estos dos insignes elementos no negociables de nuestro carisma, a saber, la fidelidad al Magisterio y el seguimiento de Santo Tomás en su doctrina, reluzcan con particular esplendor en este Centro de Altos Estudios que relanzamos.
Esta gracia se la pedimos hoy al Verbo Encarnado y a su Madre Santísima por intercesión de San Juan Pablo II.
1 San Juan Pablo II, Fides et Ratio, 43.
2 P. Carlos Buela, IVE, Juan Pablo Magno, Cap. 30.
3 Cf. San Juan Pablo II, A los sacerdotes, religiosos y religiosas en Buyumbura (Burundi), (06/09/1990).
4 Constituciones, 23.
5 Directorio de Vida Consagrada, 1.
6 Directorio de Espiritualidad, 244; op. cit. San Juan Pablo II, Discurso durante el encuentro de oración en Toronto (15/09/1984), 5; OR (30/09/1984), 15.
7 Cf. Directorio de Espiritualidad, 244.
8 San Juan Pablo II, Audiencia General, (07/12/1994).
9 Cf. Constituciones, 271.
10 Cf. Constituciones, 7.
11 San Juan Pablo II, A los “llamados” y a sus formadores en Porto Alegre, (05/07/1980).
12 Perfectae Caritatis, 2.
13 Constituciones, 222.
14 Cf. Constituciones, 249; Directorio de Espiritualidad, 59 por citar solo algunos ejemplos.
15 Cf. San Juan Pablo II, Carta apostólica a los religiosos y religiosas de América Latina con ocasión del V Centenario de la evangelización del Nuevo Mundo, (29/06/1990). Ver además: Directorio de Misión Ad Gentes, 86.
16 Vita Consecrata, 46.
17 1 Tm 3, 15.
18 Cf. San Juan Pablo II, Audiencia General, (26/10/1994).
19 Cf. Can. 1366 pár. 2.
20 San Juan Pablo II, Discurso al Pontificio Ateneo Internacional “Angelicum” con motivo del Primer Centenario de la Aeterni Patris, (17/11/1979).
21 Decreto Gravissimum educationis, 10. Citado en el Decreto 51/2003 acerca de la erección del Centro de Altos Estudios “San Bruno, Obispo de Segni”.
22 Decreto Optatam totius, 16. Citado en el Decreto 51/2003.
23 Benedicto XV, Encíclica Fausto appetente die, (29/6/1921).
24 Presbyterorum Ordinis, 4.
25 Cf. San Juan Pablo II, Discurso al Pontificio Ateneo Internacional “Angelicum” con motivo del Primer Centenario de la Aeterni Patris, (17/11/1979).
26 Lumen gentium, 12.
27 Lumen gentium, 25.
28 San Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el VIII Congreso Tomista Internacional, (13/09/1980).
29 Ibidem.
30 San Juan Pablo II, Discurso a los profesores y a los alumnos de la Pontificia Universidad San Tommasso. OR (16/12/94), p. 8. Citado en Directorio de Vida Consagrada, 363.
31 San Juan Pablo II, Inter Munera Academiarum, 4.
32 San Juan Pablo II, Al Capítulo General de los Dominicos, (05/09/1983).
33 San Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el VIII Congreso Tomista Internacional, (13/09/1980).
34 Directorio de Formación Intelectual, 51; op. cit. San Juan Pablo II, Carta con ocasión del primer Centenario de la “Revue Thomiste”, OR (02/04/1993), p. 5.
35 San Juan Pablo II, Mensaje al Congreso Internacional organizado por la Unión de Superiores Generales, (26/11/1993).