“El diablo que tú no conoces”
II parte
Publicamos aquí la segunda parte de la Conferencia publicada en abril. Aquí presentamos la primera estrategia que usa ordinariamente el demonio en su modo de actuar, que es el engaño. Posteriormente iremos exponiendo las otras tres estrategias. Tomamos, para todo este trabajo, el excelente libro de Louis J. Cameli The Devil You Know Not que seguimos libremente en gran parte para el desarrollo del argumento. [La traducción del original inglés es nuestra].
Sus estrategias: el trabajo ordinario del demonio
Veamos ahora en concreto cuáles son las estrategias comunes del enemigo de nuestras almas. Podemos identificar cuatro de ellas: el engaño, la división, el desviar o distraer al alma de su propósito (de su objetivo, en definitiva: del fin para el que ha sido creado) y por último, el desánimo. Hoy hablaremos de la primera de ellas:
- Engaño – Jesús dice: Él (el diablo) fue homicida desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay nada de verdad en él. Cuando profiere la mentira, habla de lo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira1.
El diablo invierte la realidad, esto es, da vuelta las cosas, las presenta patas para arriba. Y después procede a presentar esa “inversión de las cosas” como una “verdad venida de Dios”. En otras palabras: miente. Muy a menudo esa mentira tiene que ver con promesas que, por supuesto, no cumplirá ni quiere cumplir ni ahora ni nunca.
El diablo usa promesas muy engañosas para tentarnos, para descarrilarnos. Eso no es nada nuevo. Así ha sido desde Adán y Eva: La serpiente dijo a la mujer: ‘No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal’. Ahí la mentira funcionó. Se acordarán ustedes de esa conocida tentación de Jesús embebida de promesas engañosas con la que el diablo no tuvo éxito para nada. Está en el Evangelio de San Mateo: El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: ‘Te daré todo esto, si te postras para adorarme’. Jesús le respondió: ‘Retírate, Satanás, porque está escrito: ‘Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo rendirás culto’. Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo”2.
Fíjense ustedes cómo todas estas promesas están enraizadas en el futuro. El diablo parece decir: ‘hay algo más adelante que te puedo asegurar te va a gustar y te va a caer super bien’. Promesas de futuro, resultados positivos asegurados, la promesa de que va a ser una experiencia “suffering free”, consecuencias controladas o controlables… todas estas cosas atraen bastante. Se siente uno mucho mejor al saber cómo van a salir las cosas, aun cuando ese sentimiento esté basado en algo improbable y definitivamente, falso. Se siente uno mucho mejor al avanzar teniendo de algún modo el control sobre las cosas, las circunstancias, que caminar solamente confiados y en esperanza sin control alguno de lo que vaya a pasar.
Por eso, la primera lección aquí es darse cuenta de que muy a menudo el engaño del diablo está unido a una promesa que tiene que ver con el futuro. Eso nos tiene que alertar y ponernos en guardia cuando miramos hacia el futuro, cuando hacemos planes o cuando estamos soñando despiertos acerca de lo que ‘podría ser’. Escuchen lo que dice C. S. Lewis en “Las cartas del diablo a su sobrino”: “Casi todos los vicios están enraizados en el Futuro. La gratitud mira hacia el Pasado y el amor al Presente; el miedo, la avaricia, la lujuria y la ambición miran hacia el futuro”. Todo esto significa que nos exponemos a ser engañados cuando queremos anticipar qué va a suceder. Los engaños pueden ser acerca de varias cosas, por supuesto: “¡qué feliz voy a estar cuando ya no viva con este y viva con aquel”; “¡qué genial va a ser cuando yo trabaje en tal o cual diócesis”; algunos se imaginan ‘todo lo que harán’ y ‘todo lo que van a disfrutar’ si salen del Instituto, si los promueven a algún oficio que les da ‘renombre’, se imaginan cuán seguros y satisfechos van a estar si les asignan esta misión y los sacan de donde están, si les mandan otro superior, si de repente el Instituto no tuviera ‘las contras’ que tiene…
También hay otras seguridades sobre el futuro, igualmente engañosas, que prometen falsamente ocultar lo que preferimos mantener en secreto. El deseo de mantener la privacidad en la vida de uno tiene un tono absolutamente positivo. Pensamos en la privacidad como una forma de reserva legítima que guarda para uno mismo lo que de otra manera sería algo descortés o grosero delante de otros. Aunque una época anterior se podría haber equiparado la privacidad con el refinamiento, hoy la privacidad tiene un aspecto menos atractivo. Para muchos, la privacidad significa bloquear partes de su vida que simplemente quieren mantener en reserva, generalmente porque no están muy orgullosos que digamos de sus acciones o porque temen que estas acciones puedan repercutir de manera negativa e interrumpir su modo de vida. Hay muchas cosas que la gente en general prefiere bloquear: uso de pornografía, la propensión a tomar cosas que no les pertenecen del trabajo, etc. Pero a nosotros también nos pasa: queremos ocultar que tenemos el hábito regular de ignorar las solicitudes de ayuda, que tenemos malos pensamientos, que aceptamos ‘crédito’ por cosas que no hacemos, que en el fondo de nuestro corazón −y aunque no lo queramos admitir− abrigamos cierta ‘esperanza de gloria’, de ser reivindicados… ¿Y dónde entra el diablo en estos asuntos privados? El diablo está activo de varias formas. El bloquear o poner entre corchetes áreas de nuestra vida para mantenerlas ocultas y no buscar ayuda o solución es un engaño que pertenece de manera notable al maligno.
San Ignacio describe muy bien este fenómeno en la regla de discernimiento número 13, que se halla en el [326] del libro de los Ejercicios y que Uds. conocen muy bien:
[Nuestro enemigo] se hace como vano enamorado en querer mantenerse en secreto y no ser descubierto; porque así como el hombre vano, que hablando con mala intención requiere a una hija de buen padre o a una mujer de buen marido, quiere que sus palabras e insinuaciones estén secretas; y lo contrario le disgusta mucho, cuando la hija al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras e intención pervertida, porque fácilmente deduce que no podrá salir con la empresa comenzada; de la misma manera, cuando el enemigo de la naturaleza humana presenta sus astucias e insinuaciones al alma justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; pero le pesa mucho cuando el alma las descubre a su buen confesor o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias: porque deduce que, al descubrirse sus engaños manifiestos, no podrá salir con el malvado plan que había comenzado.
Esa es la estrategia del ocultamiento engañoso a la cual el demonio adiciona la promesa (de nuevo engañosa) de mitigar el mal que ofrece como tentación. La promesa es simplemente que el mal no será conocido por otros y la mitigación es que ‘en realidad no importa mucho en este caso’. La promesa es falsa y la mitigación es falsa. Si fuese ventajoso para el diablo que nuestra falta sea conocida, ¡por supuesto que la va a hacer conocida! Encima puede falsear, confundir a otros, escandalizar y hacer que la persona que queda expuesta se vea envuelta en intensas penas de depresión. Este es exactamente el caso de las historias de abuso sexual de menores por parte de los sacerdotes. Lo que parecía estar por siempre sellado, fuera de la vista del público y como un caso cerrado, por vergüenza personal y connivencia (confabulación) institucional en cierto punto ‘ese secreto’ salió a la superficie y rápidamente y en algunos casos forzadamente causó confusión entre las personas acerca de la Iglesia, provocando escándalo tras escándalo. Esa vergonzosa verdad ahora pública desató olas de depresión destructiva entre los perpetradores, las víctimas, e innumerables almas buenas en la Iglesia.
La mitigación prometida por el demonio: “realmente no tiene mucha importancia” en este caso de abuso sexual clerical, pero también en otras instancias en que el demonio oculta el mal, claramente se revela como falso. Ya sea que el mal es público o aparentemente privado y oculto, tiene un impacto y exige un precio. Lo cierto es que nosotros estamos tan interrelacionados con los demás y somos interdependientes que nunca nos podemos ‘aislar’ completamente del resto de la humanidad, ni tampoco del impacto de otros en nuestra vida y de nuestro impacto en la vida de los demás.
Para decirlo en pocas palabras: El diablo no cumple sus promesas porque él es Mentiroso. El identificar esta realidad, sin embargo, no nos libera automáticamente de la influencia de quien suele invertir la verdad y busca entramparnos con sus distorsiones. Somos vulnerables a esto y por lo tanto, tenemos que estar alertas.
Otro aspecto de la estrategia de engaño por parte del Mentiroso con mayúsculas: es que el diablo nos engaña al enredarnos con todo tipo de complejidades. Ojo que esto no tiene que ver con algo que de por sí es difícil de entender. Como yo no soy matemático puede ser que halle muy difícil entender teorías de números y gráficas y cosas por el estilo. Con esto quiero decir que sí existe una dificultad que es inherente a la materia de estudio y que precisamente es estudiada porque tiene una inteligibilidad, una capacidad para ser conocida y entendida con las herramientas apropiadas. En este caso que ahora nos ocupa, lo que el diablo intenta es en lo complicado de su presentación, de su lógica, de su argumentación, ocultar una verdad muy simple. Busca confundirnos y ocultar de nosotros la verdad fundamental. Todos esos enredos complicados están relacionados con el engaño y tienen que ver con la libre elección de complicarlas para que puedan permanecer oscuras y en definitiva, parte del engaño. En eso se ve la mano del demonio: la inteligencia unida a una voluntad maliciosa.
El diablo es más que capaz de traer confusas complejidades a nuestras vidas y tratar de ocultar la verdad acerca de quiénes somos y de la llamada que Dios nos ha hecho. Varias capas se superponen, por ejemplo, cuestionando nuestras motivaciones, levantando preocupaciones acerca de la percepción que otros tienen acerca de nosotros o qué opinan de nuestros proyectos, poniendo delante de nosotros tooodas las dificultades posibles que podríamos llegar a encontrar… todo esto sólo sirve para bloquearnos o al menos, para hacernos tropezar en nuestro camino inyectando el engaño por medio de complicaciones. Y esta estrategia la usa especialmente cuando se trata de proyectos que van a hacer mucho bien, un ejemplo concreto es cuando se trata de obras de misericordia o se van a beneficiar a muchas almas.
Hay que abrir los ojos y darse cuenta de que el diablo es un enemigo jurado de la verdad lisa y llana. Precisamente porque es lisa y llana, la verdad será conocida y será la senda que nos lleve a Dios que es la Verdad, y eso el diablo no lo quiere. El enemigo −escuchen bien− siempre va a estar interesado en esconder la verdad enredándola en complejidades que no nos permitan verla, ni usarla o ni siquiera hablar de ella.
Que el diablo es un mentiroso y su tarea el engañar también se muestra en la expresividad. De hecho, un estilo de expresividad en el lenguaje (locuacidad) y en el gesto, pueden estar enmascarando realidades más profundas. Dicho de otro modo: que una persona sea locuaz, expresiva sobremanera, no es garantía de que está revelando una verdad interior. El diablo puede usar eso con propósitos engañosos. Y una de las ‘circunstancias’ más interesantes es que la usa para esconder una verdad religiosa o que tiene que ver con la religión. El demonio puede y de hecho orquestra observancias religiosas, no para un fin positivo, por supuesto. Cuántas veces hemos visto que el diablo usa de intensas expresiones de religiosidad que tienen poco y nada que ver con una fe interiorizada y genuina. Cuánto fanatismo pueden demostrar algunos sacerdotes respecto a algunas prácticas religiosas pero después faltan a la caridad y sin ningún tacto pastoral ridiculizan, critican, se enojan cuando alguien no hace como a ellos les gusta, lo cual contradice sobremanera la fe interior que nos debe animar.
La táctica engañosa del demonio incluye, entonces, un estímulo pernicioso de las prácticas religiosas como observancias puramente externas sin un compromiso interior acorde.
Otra área en que el demonio usa la táctica del engaño es la ambigüedad de las relaciones sexuales. No estamos aquí hablando de la lujuria, que claramente habla el lenguaje del egoísmo. La atracción más sutil y la dirección en la que suele encaminar el demonio a las almas es hacerles pensar que tienen una relación aparentemente íntima, o al menos así se manifiesta exteriormente. Es el caso de los que cohabitan. No son promiscuos, y por lo tanto, no se ven a sí mismos como lujuriosos. Creen experimentar una gran intimidad, pero tal apreciación sólo está basada en lo externo, en lo físico. En realidad, esa cercanía física no representa ni expresa una intimidad más profunda, porque carece del compromiso pleno de ser fieles y de llevar una vida en comunión; esa relación queda sólo circunscripta a lo provisional y limitado. Y así vemos en este ejemplo cómo una expresión externa reemplaza la verdad de la sustancia.
Otra manifestación de la estrategia del engaño viene siendo: “información en vez de verdad”. Vivimos en un mundo impulsado por la información (information-driven society). Es obvio: piensen sólo en las computadoras que almacenan y procesan tantísima cantidad de información dividida en millones de pedacitos. La información bien manejada es una maravilla: los negocios se hacen más eficientemente, los horarios están mejores sincronizados, la gente tiene posibilidades de estar más en comunicación con otros. Ahora bien, la verdad de nuestras vidas no está atada a pedacitos de información que pueden ser mezclados (como se mezclan las cartas) y se reparten en distintas direcciones. La verdad de nuestra vida se manifiesta en nuestra identidad, que es estable, y comenzó cuando nacimos y nos acompaña a lo largo de toda la vida hasta nuestro último aliento. Y esa verdad de nuestras vidas se manifiesta en nuestra libertad. Libertad que nos permite no sólo optar, sino darnos a los demás por amor (o no hacerlo) y afirmar nuestra existencia como un don recibido (o no hacerlo). La verdad que nos hace libres nos lleva a la verdad misma, a una verdad más allá de nuestra imaginación, una verdad trascendente y que está cimentada en la Verdad con mayúscula. Y ese es Dios.
La información que suplanta la verdad o ignora la guía de la verdad es engañosa y peligrosa. Cuando todos esos pedacitos de información enmascaran la verdad, desfigurándola, las cosas toman un color peligroso y ese es el terreno del demonio. Lo vemos en tantos que se muestran en Facebook o en los “Talk shows” presentándose de una manera que no corresponde a la vida real. Ofrecen información acerca de sí mismos, pero no la verdad acerca de sí mismos. Te dicen del país en el que viven, qué hacen, cuántos años tienen, sus intereses particulares…pero la verdad acerca de la persona nunca emerge de esos pedacitos de información. Y ustedes se estarán diciendo: ‘Bueno padre, pero ni tenemos una página personal de Facebook ni andamos chequeando los Facebooks de otros’. Perfecto. Sin embargo, fíjense como esto también nos afecta a nosotros en otro ámbito. El diablo puede fácilmente y para su propia conveniencia usar la confusión entre la información acerca de las personas y la verdad respecto de esas mismas personas para sembrar semillas de discordia e incluso de gran antagonismo. Cuántas veces hemos oído cosas que se dicen acerca de otros religiosos, y después lo mandan a la comunidad donde está uno y ya de entrada nomás uno tiene cierto recelo acerca de esa persona, o lo subestima, o incluso lo evita… y peor si son superiores porque uno ni siquiera se toma el tiempo de conocer a la persona, hiriendo gravemente en algunos casos a ese sacerdote e incluso causando gran división y revuelta en la comunidad.
San Juan de la Cruz tiene una magnífica enseñanza en su primera cautela contra el mundo acerca de esto: “No pienses nada de ellos [de los otros religiosos/curas], no trates nada de ellos, ni bienes ni males… y si esto no guardas, no sabrás ser religioso, ni podrás llegar al santo recogimiento ni librarte de las imperfecciones”. Y más adelante dice: “La tercera cautela es muy necesaria para que te sepas guardar en el convento de todo daño acerca de los religiosos; la cual, por no la tener muchos, no solamente perdieron la paz y bien de su alma, pero vinieron y vienen ordinariamente a dar en grandes males y pecados. Esta es que guardes con toda guarda de poner el pensamiento y menos la palabra en lo que pasa en la comunidad; qué sea o haya sido ni de algún religioso en particular, no de su condición, no de su trato, no de sus cosas, aunque más graves sean, ni con color de celo ni de remedio, sino a quien de derecho conviene, decirlo a su tiempo; y jamás te escandalices ni maravilles de cosas que veas ni entiendas, procurando tú guardar tu alma en el olvido de todo aquello.
Porque si quieres mirar en algo, aunque vivas entre ángeles, te parecerán muchas cosas no bien, por no entender tú la sustancia de ellas (es el quedarnos con ese pedacito de información que no me dice la toda la verdad de esa persona). […] Para que entiendas que, aunque vivas entre demonios, quiere Dios que de tal manera vivas entre ellos que ni vuelvas la cabeza del pensamiento a sus cosas, sino que las dejes totalmente, procurando tú traer tu alma pura y entera en Dios, sin que un pensamiento de eso ni de esotro te lo estorbe.
Y para esto ten por averiguado que en los conventos y comunidades nunca ha de faltar algo en qué tropezar, pues nunca faltan demonios que procuren derribar los santos, y Dios lo permite para ejercitarlos y probarlos.
Y, si tú no te guardas, como está dicho, como si no estuvieses en casa, no sabrás ser religioso, aunque más hagas, ni llegar a la santa desnudez y recogimiento, ni librarte de los daños que hay en esto; porque no lo haciendo así, aunque más buen fin y celo lleves, en uno en otro te cogerá el demonio y harto cogido estás cuando ya das lugar a distraer el alma en algo de ello”3.
Otra manifestación de esta estrategia de engaño que usa el tentador es usar las mentiras y los engaños como remedios para el dolor. El demonio lleva a las almas a mentir para o evitar el sufrimiento o para encontrar alivio en su sufrimiento. Ejemplos hay miles y pueden ir desde lo más pequeño a lo más grande: como las mujeres que mienten la edad como un modo de sobrellevar el hecho de que están envejeciendo y todo lo que eso conlleva; o pueden ser terriblemente más grandes, como la mentira de todo un gobierno. Pero los religiosos también caemos en esta trampa: como el que miente acerca de sus logros para aliviarse de las penas por las desilusiones y la falta de autoestima. Como el que exagera sus ‘penas espirituales’ para consolarse pensando que avanza por las noches del alma, pero en realidad esas penas se deben a su tibieza. Y, a veces sucede, que gastamos más energía tratando de torcer la verdad, de acomodarla a nuestro gusto que en tratar de aceptar o de solucionar una realidad difícil. El diablo se empeña en inculcarnos sugestivamente la idea de una manera “más fácil” en vez de la verdad, para hacernos creer que el mentir es una opción más atractiva. Cuántas veces −aún a los religiosos− les ha hecho pensar que es mejor mentir aunque haya consecuencias dolorosas porque la verdad así cruda nomás es aún más dolorosa. Y peor aún, el diablo nos hace creer que la mentira funciona, es decir, que podemos crear otra versión de la realidad o suavizar las circunstancias reales de nuestra vida. ¡Eso es en sí mismo falso! A largo plazo ¡las mentiras no funcionan! Las mentiras son construcciones ficticias de la realidad. Cuántos religiosos ‘pretenden’ ser una cosa delante de sus superiores sólo para conseguir un oficio de mayor relevancia, para que lo manden a un lado o a otro, o delante de sus directores espirituales para conseguir tal o cual permiso, para conseguir aprobación… y después ellos mismos ¡no pueden con lo que consiguieron de los superiores! Porque construyeron en el aire, en pompas de jabón, porque no tienen la solidez que viene de la verdad. En algún momento, mis queridos todos, todo lo que se ha construido en falacias, caerá por el piso.
Y no faltan los religiosos que mienten para ‘protegerse’ ellos. Escuchen bien: ¡la mentira no protege a nadie! Ni a uno mismo ni a los otros. El engaño del diablo está en que siempre ofrece la mentira como un remedio para el sufrimiento. Nos hace seguir una lógica de conveniencia increíble, hasta convencernos de que así va a ser más fácil. Y esa es la verdadera tentación, la verdadera oferta.
Sin duda, la posibilidad de evitarnos una pena capta nuestra atención y nos hace re-vulnerables a las sugestiones del demonio. Y otra cosa respecto de esto es que los ataques más efectivos del demonio no son directos, sino oblicuos y evasivos; esos son los que más resultan.
Otro criterio para identificar la presencia del maligno y sus engaños es que la presencia de Cristo siempre está marcada por el amor y la verdad. La ausencia de amor y de su correlativo que es la verdad, son signo claro del enemigo. Donde falta el amor, falta la verdad. Por otro lado, la verdad −cualquiera sea esa verdad− desligada de amor cesa de ser verdad y se vuelve una verdad aparente o engaño puro. Esto lo expresa muy bien Santa Edith Stein que nos da este gran consejo: “no aceptes nada como verdad si le falta amor y no aceptes como amor nada a lo que le falte verdad; uno sin el otro se vuelve una mentira destructora”. Algo para tener en cuenta, ¿no?
A veces nosotros mismos, le decimos a uno “te voy a dar mi honesta opinión” y lo hacemos sin ningún reparo, sin caridad, sin ninguna preocupación de cómo le va a afectar a esa persona lo que le decimos. Quizás estoy dando información fehaciente pero información que también es opinable, que se basa en lo que yo veo exteriormente y puede ser engañosa y no realmente verdad. Esta clase de “feedback honesto” insinúa que lo que yo digo define a la persona. Insinúa que tu identidad, lo que valés, tu lugar en el mundo se ve reducido a lo que yo te presento en mi estrechísimo entender. Si a uno le dicen: “mirá tu prédica fue un desastre, la gente se estaba durmiendo” quizás ese no quiera predicar nunca más. Si alguna vez les pasa eso, dénse cuenta de que esa información que me tiran así y que me cae como un balde de agua fría no me define como persona. Parte del engaño del diablo es hacer ver la parte como si fuese el todo. Perder un partido ¡no es perder el campeonato!
A un nivel más personal todavía yo no le puedo decir a uno en mi afán de ser veraz: “vos estás mal” porque lo vi llorar y seguir, así como si nada, por la vida. Eso puede ser lapidario para el alma. Muy probablemente esa persona ya sabe que está mal. La cosa es qué hago yo para ayudar a esa persona. El judío que estaba tirado en el camino y que fue ayudado por el samaritano ya sabía que estaba mal y que si no lo ayudaban se iba a morir ahí. No hacía falta que se lo dijesen. Hacía falta que lo ayudaran a estar mejor, a recuperarse. Y ahí entra la caridad. ¿Se dan cuenta? La verdad va siempre unida a la caridad, si no, se vuelve crueldad. Y si a alguno lo agarra mal parado puede ser mortal.
Piensen en el caso en el que un doctor le dice a un paciente que los resultados de la biopsia no fueron buenos, que tiene stage-four cáncer y que las posibilidades de cura son mínimas o inexistentes. El doctor es un especialista en la materia, y rutinariamente reporta este tipo de noticias a sus pacientes. Para sobrellevar la carga emocional que implican este tipo de noticias, el médico se abstrae del contexto humano y simplemente reporta los hechos, lo que han encontrado en el examen. No le importa si tiene hijos, si no tiene hijos, si es sacerdote recién ordenado, ni si es joven o viejo. Obviamente no hay una preocupación o solicitud amorosa acerca de la totalidad de la persona por parte del médico y por eso el paciente recibe esa noticia como determinante, como si ahora lo que la define es el cáncer que padece. ¡Y eso no es verdad! Eso es desconectar la enfermedad del resto de la imagen y quedarse sólo con ese pedacito. ¿Se entiende?
Creo que nos damos cuenta de que el trabajo del padre de la mentira en nuestras vidas no sólo es ordinario (en el sentido de rutinario) sino extraordinario por lo intrincado y fino que puede llegar a ser y también por la dimensión de su obra. Lo que hemos considerado aquí de ningún modo representa la totalidad de las manifestaciones de su estrategia de engaño pero nos sirve para estar alertas del trabajo del enemigo en nuestras vidas.
Ahora bien, todos aquí saben que no se puede hablar del demonio sin hablar de la victoria de Jesucristo sobre el demonio en todas sus formas. En Cristo que es el Camino, la Verdad y la Vida encontramos la esperanza y la confianza para seguir adelante. En Él encontramos los medios específicos y la gracia que necesitamos para librarnos de las estratagemas del engaño que podamos encontrar.
1 Jn 8,44.
2 Mt 4,8-11.
3 Las Cautelas, tercera cautela contra el mundo.