Enseñan los teólogos[1] que existen tres tipos de voluntad o actitudes volitivas. A saber:
- La voluntad veleidosa que se expresa en “indicativo potencial”: yo querría, a mí me gustaría, tendría.. Esta forma de voluntad no llega al querer verdadero; se mantiene en un plano previo. Es una voluntad con ojeras: llorona, triste, amargada. En los casos más graves, no hay ni siquiera un querría sino indiferencia. Es la actitud del “primer binario” en el lenguaje de San Ignacio: “querría quitar el afecto”[2].
- La voluntad engañada es más peligrosa que la anterior, y el peligro radica en la falsedad que la envuelve. Es una voluntad que se miente a sí misma sobre los “medios” que elige para alcanzar un determinado fin. San Ignacio describe a estas personas diciendo que quieren dejar lo que Dios les exige que dejen, pero de tal manera que, a la postre, terminan quedándose con lo que pretendían dejar. Tienen la actitud del “segundo binario”. Es la persona que miente sobre los medios, es decir, quiere convencerse −y muchas veces también quiere convencer a otros− de que los medios que él ha elegido se ordenan al fin que se ha propuesto, cuando no es así.
- La verdadera voluntad es la que quiere un fin y los medios que conducen efectivamente a ese fin, aunque sean medios duros y difíciles. Y los quiere sinceramente y los pone en práctica con prontitud.
Este tipo de voluntad tiene ciertas características fundamentales entre las cuales podemos decir que: es perseverante, tenaz, firme, supera los fracasos volviendo a comenzar, si es necesario, las obras que no salieron como se esperaba, acepta los retos, se sobrepone a las caídas y es capaz de terminar las obras emprendidas. Este es el tipo de voluntad al que San Ignacio se refiere en sus Ejercicios como la del “tercer binario”:
“El 3º quiere quitar el affecto, mas ansí le quiere quitar, que también no le tiene affección a tener la cosa acquisita o no la tener, sino quiere solamente quererla o no quererla, según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad, y a la tal persona le parescerá mejor para servicio y alabanza de su divina majestad; y, entretanto quiere hacer cuenta que todo lo dexa en affecto, poniendo fuerza de no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere sólo el servicio de Dios nuestro Señor, de manera que el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor le mueva a tomar la cosa o dexarla”[3].
Esta última es precisamente el tipo de voluntad que exigía el Verbo Encarnado mientras sus adorables plantas pisaban esta tierra: Si quieres entrar en la vida, observa los mandamientos[4]; Si quieres ser perfecto vete a vender lo que posees…[5]; Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último[6]; Si alguno me quiere servir, sígame[7].
Y esa es también “la actitud sacerdotal propia del ‘tercer binario’”[8] que exige de nosotros la vocación religiosa en el Instituto del Verbo Encarnado.
En un mundo plagado de actitudes vacilantes frente a cuestiones o situaciones que son decisivas, de almas desorientadas y perplejas frente al desafío de los tiempos actuales, en un mundo de identidades difusas, donde el compromiso, la responsabilidad y el heroísmo de la fidelidad parecen realidades remotas, nosotros, los miembros del Verbo Encarnado, debemos afianzarnos, es decir, consolidarnos en la identidad propia, “poniendo fuerza” −como decía San Ignacio− en aquello que sabemos nos hace servir mejor a Dios, esto es, no sólo “cumplir con la mayor perfección posible los consejos evangélicos y la entrega a Jesús por María, sino también ‘ordenar la vida según el derecho propio del Instituto y esforzarse así por alcanzar la perfección de nuestro estado’[9]”[10].
Ya lo decía el Padre Espiritual de nuestra Familia Religiosa: “No es éste el momento para indecisiones, ausencias o faltas de compromiso. Es la hora de los audaces, de los que tienen esperanza, de los que aspiran a vivir en plenitud el Evangelio y de los que quieren realizarlo en el mundo actual y en la historia que se avecina”[11]. ¡Es nuestra hora!
Por eso quisiera compartir con Ustedes una reflexión sobre aquello a lo que debemos aplicar nuestra voluntad para obrar según lo que Dios quiere para nosotros y cómo Dios lo quiere. Porque no hay que engañarse: si hemos de alcanzar la perfección de nuestro estado, no ha de ser de ningún otro modo, sino ordenando la propia vida según “las Constituciones legadas por el Padre Fundador; los Directorios, que contienen normas subsidiarias y prácticas, aplicativas de las Constituciones”[12], así como también practicando las tradiciones y las sanas costumbres del Instituto. Por eso el gran Doctor de la Iglesia, San Juan de la Cruz le daba este aviso a un religioso: “En ninguna manera quiera saber cosa, sino sólo cómo servirá más a Dios y guardará mejor las cosas de su instituto”[13].
1. Dos aclaraciones
Pero antes de comenzar de lleno con el tema quisiera hacer aquí dos aclaraciones:
Según “la actitud sacerdotal propia del ‘tercer binario’”[14] que exige nuestro llamado a seguir a Cristo en este Instituto, no tienen cabida aquí las dos primeras clases de voluntades que mencionábamos al principio −veleidosa y engañada−. Lo enseña el Directorio de Espiritualidad en el número 42 cuando dice que los religiosos en este Instituto tienen que estar “firmemente resueltos”, esto es con voluntad verdadera a alcanzar la santidad. Y aclara que si “un religioso no está dispuesto a pasar por la segunda y la tercera conversión, o que no haga nada en concreto para lograrlo, aunque esté con el cuerpo con nosotros no pertenece a nuestra familia espiritual”[15].
Por tanto no tiene cabida entre nosotros el religioso indiferente que piensa que la normativa del Instituto “no se aplica a él”, es decir, que cree que lo que manda el derecho propio no es para él sino para que lo cumplan los otros y mientras tanto vive amargado, descontento, pesaroso en su estado[16] simplemente porque vive ‘fuera de la regla’ esperando cumplirla a su perfección cuando haga los votos perpetuos, cuando ya sea sacerdote o cuando celebre sus bodas de oro sacerdotales… pero en realidad espera secretamente que la regla cambie y se adapte a él o a su propio juicio; mientras tanto, pierde el tiempo. A este religioso las iniciativas del Instituto le resbalan, si es que acaso él mismo no las obstaculiza, porque es de esos que “no quema ni se quema con el fuego del Espíritu Santo”[17], todo le da lo mismo. Actitudes todas propias, como hemos dicho, de una voluntad veleidosa, antojadiza, inconstante o de primer binario. Actitud típica de los religiosos que han malentendido la libertad de los hijos de Dios y viven esclavizados bajo la letra que mata o bajo el espíritu del mundo[18] y aun de sus propios caprichos cambiantes, olvidándose que lo nuestro es “imitar más de cerca y representar perpetuamente en la Iglesia aquella forma de vida que el Hijo de Dios escogió al encarnarse”[19] y que eso incluye, por supuesto, “los anonadamientos de Nazaret y del Calvario”[20].
Tampoco tiene cabida aquí la excusa que plantean muchos religiosos de querer cambiar la regla con planteamientos ridículos (a veces hasta descabellados) o haciendo interpretaciones rebuscadas o hasta diametralmente opuestas de lo prescripto acerca de los medios que manda la regla para nuestra santificación, lo cual es propio de los “segundos binarios”. Y así estos se creen que se puede ser pobre sin ser pobre, penitente sin hacer penitencia, dócil al Espíritu Santo sin tener el alma pronta para todo lo que Dios disponga, perseverar en la vocación sólo si se dan las condiciones óptimas para vivir en comunidad … Se creen reformadores, innovadores… hasta “justos intérpretes de la ley” y celosos pastores. Entonces −siempre bajo capa de celo para hacer viable su cometido− juntan cientos de apariencias y conveniencias frente a los superiores o incluso frente a los súbditos, pero en realidad solo se buscan a sí mismos y a su propia comodidad. Piensan que van a hacer al IVE grande con sus ideas y mientras tanto diluyen lo que nos identifica, minan con sus falacias precisamente lo que nosotros consideramos no negociable: la espiritualidad seria, la formación tomista, la misión en los puestos de avanzada… y miran con desdén a los religiosos observantes y si a estos tales les es dada autoridad, hasta los persiguen.
Digámoslo explícitamente: ‘la voluntad de Dios se expresa… específicamente para los religiosos a través de sus propias Constituciones’[21], y por eso los superiores, al ejercer su potestad, lo deben hacer ‘a tenor del derecho propio y del universal’[22]”[23]. Por eso San Juan Bosco les aconsejaba a sus religiosos: “huyamos del prurito de reforma. Procuremos observar nuestras reglas sin pensar en su mejora o reforma”[24] y les hacía notar el consejo que les había dado Pío IX: “sin pretender mejora en sus constituciones, traten de observarlas puntualmente [y] su sociedad será cada vez más floreciente”[25].
Por este motivo conviene clavar en la mente y en el alma la consigna ignaciana de poner “fuerza de no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere sólo el servicio de Dios nuestro Señor, de manera que el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor le mueva a tomar la cosa o dexarla”[26]. Y nosotros, como dijimos, sabemos muy claramente que lo que nos hace servir mejor a Dios es lo que está claramente prescripto en el derecho propio.
Presten atención a las palabras del fundador de la Pequeña Obra de la Divina Providencia que el derecho propio hace suyas y, por lo tanto, normativas para nuestra vida. Así “escribía Don Orione: ‘…Nos haremos santos tal y como lo quiere de nosotros el Señor: esto es, amando tiernamente a nuestra Congregación y observando sus Constituciones. A la Congregación se la ama de verdad y tanto se la ama cuanto se aman sinceramente y se practican con diligencia y buen espíritu sus Reglas’[27]. ‘¡Amad a vuestra Congregación en su santa finalidad!… ¡Amadla porque es vuestra Madre! Dadle grandes consolaciones, honradla con vuestra vida de buenos y santos religiosos; de verdaderos y santos hijos suyos’[28]”[29].
Por tanto, nosotros no podremos ser santos sino sólo según lo que Dios ha inspirado a nuestro Fundador y que está plasmado en las Constituciones y en los Directorios. Ese es el camino claramente trazado que tenemos que seguir, ahí están explícitamente enunciados los medios que tenemos que emplear. No hay que ir de shopping a otras congregaciones buscando a ver qué hacen ellos para hacer nosotros también. No hay que tener una actitud ambivalente cuando ya sabemos de plano la postura que debemos tomar y el camino que debemos seguir. No hay que dejarse llevar por los gustos propios, o el juicio propio o las pasiones para hacer o dejar de hacer. Así lo decía el Místico Doctor a las Carmelitas: “¿Qué aprovecha dar tú a Dios una cosa si él te pide otra? Considera lo que Dios querrá y hazlo, que por ahí satisfarás mejor tu corazón que con aquello a que tú te inclinas”[30].
Ahora, entiéndase bien: esto no es rigidez, esto no es cerrazón, esto no es auto referencialidad (en su aspecto negativo), esto no es “inamovilidad en el juicio”, porque no van a faltar quienes nos acusen de ello. ¿Desde cuándo la fidelidad está mal?
Sepan que el derecho propio también tiene previsiones hechas para posibles adaptaciones en vistas a una renovación de la vida religiosa en el Instituto, pero establece que esas adaptaciones necesarias consisten “en un volver continuamente […] al espíritu legado por el Fundador y al cumplimiento de las Constituciones, es decir al patrimonio del Instituto en el cual se contienen las riquezas que el Espíritu Santo le ha otorgado para el bien de la Iglesia”[31]. No dice que las adaptaciones tengan que seguir el capricho de alguno tildado de más avisado, ni mucho menos que esas adaptaciones permitan apartarse del espíritu legado al Fundador. Por el contrario, implica “un retorno constante a la primigenia inspiración del Instituto”[32] y por lo tanto, invita a “reconocer y mantener ‘fielmente el espíritu y propósitos propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones’[33], en una ‘mejor observancia de la regla y Constituciones que no en la multiplicación de las leyes’[34]”[35]. Quedan advertidos.
“Se impone, según lo dicho, de un modo evidente”, palabras textuales del derecho propio, “que no podrá ser verdadero religioso quien no acepte, critique injustamente, o simplemente quiera vivir al margen del carisma dado por el Espíritu Santo al Fundador. Un verdadero religioso, por el contrario, ha de amar y conservar estricta fidelidad a su Instituto, que lo ha engendrado a la vida religiosa, hasta el punto, si es necesario, de dar su vida”[36].
Esto es importante tenerlo en cuenta. Porque dificultades ha habido, las hay y las habrá siempre. Simplemente porque forman parte del programa de nuestra vida “los trabajos, [las] humillaciones, afrentas, tormentos, dolores, persecuciones, incomprensiones, [las] contrariedades, oprobios, menosprecios, vituperios, calumnias, [y hasta la misma] muerte”[37]. Entonces de nuevo: nosotros hemos seguido a Cristo no con el propósito de volvernos atrás ante las dificultades de la vida religiosa, o ante la maledicencia o peor aún ante leves contrariedades. Los religiosos del Verbo Encarnado debemos “tener una voluntad dispuesta a todo: así lo pide la naturaleza de los votos hechos”[38].
Por consiguiente, el darse cuenta de que en la estricta fidelidad a las Constituciones se cifra nuestro ser fiel a la voluntad de Dios y que cualquier apartamiento de eso conlleva cierta falta para con Dios, es importante saberlo a la hora de “transmitir a las nuevas generaciones de nuestra Familia Religiosa el carisma que el Espíritu Santo concedió al Fundador”[39], de lo contrario la letra de las Constituciones será letra muerta. Y esto que acabamos de afirmar les compete no solo a los formadores, no solo a los sacerdotes ni a los superiores provinciales, entiéndase que cada religioso del IVE debe vivir como si de él solo dependiese la subsistencia de este maravilloso carisma en la Iglesia Católica. Al punto tal que él mismo sea una encarnación del carisma, de lo que un verdadero religioso del Verbo Encarnado debe ser.
2. Nuestro querer
Ahora bien, decíamos antes que debemos aplicar nuestra voluntad para obrar según lo que Dios quiere para nosotros y cómo Dios lo quiere, todo lo cual se expresa específicamente para nosotros, los religiosos del Verbo Encarnado, en nuestras Constituciones[40]. Por lo tanto, nosotros debemos identificar nuestro querer con el querer de Dios expresado en el derecho propio y esto hacerlo “poniendo fuerza”, como decía San Ignacio, sin ambivalencias, antes bien con audacia, con constancia, con “una grande y muy determinada determinación”[41].
Notemos en este punto que las Constituciones y el Directorio de Espiritualidad combinados traen 49 veces la expresión “queremos”, 24 de esas veces están en las Constituciones. Y aunque muchas otras puedan ser las clasificaciones, nos ha parecido que estas sentencias pueden ser clasificadas según que hagan a la identidad de un religioso del Verbo Encarnado, según la impronta espiritual o actitud interior con que un religioso del IVE debe vivir su entrega, según se refieran a la exigencia de formación requerida para un religioso del IVE, según las obras a las que se dedica el Instituto.
Sería de desear que cada religioso leyese estos “queremos” reemplazándolo por “es mi voluntad verdadera”, “tengo una grande y muy determinada determinación de…”, “pongo fuerza en querer…” y los encarnase en su propia vida, pues de ese modo no tardará en realizar con “perfección el servicio de Dios”[42].
– Identidad de un religioso del Verbo Encarnado:
- “Queremos ser ‘como otra humanidad suya’[43], queremos ser cálices llenos de Cristo que derraman sobre los demás su superabundancia, queremos con nuestras vidas mostrar que Cristo vive”[44].
- “Queremos dar el ‘testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas’[45]”[46].
- “Queremos fundarnos en Jesucristo”[47].
- “Queremos ser hombres dóciles a la gran disciplina de la Iglesia, expresada en el Código de Derecho Canónico, en todas las demás normas y leyes eclesiales, y dóciles a la disciplina particular de nuestro Instituto…”[48].
– Según la impronta espiritual o actitud interior con que un religioso del IVE debe vivir su entrega:
- “Queremos manifestar nuestro amor y agradecimiento a la Santísima Virgen a la par que obtener su ayuda imprescindible para prolongar la Encarnación en todas las cosas, haciendo un cuarto voto de esclavitud mariana según San Luis María Grignion de Montfort”[49].
- “Queremos tener recta intención: hacedlo todo para gloria de Dios (1 Co 10,31)”[50].
- “Queremos constituir una Familia Religiosa en la que sus miembros estén dispuestos a vivir con toda radicalidad las exigencias de la Encarnación y de la Cruz, del Sermón de la Montaña y de la Última Cena”[51].
- “Queremos seguir más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo”[52].
- “Queremos alimentar nuestro deseo de abandonarnos enteramente a la voluntad de beneplácito de Dios, y nuestro amor a la Trinidad y a los hombres creados por Dios a su imagen y semejanza”[53].
- “Queremos ofrecer a Dios el holocausto de nuestro cuerpo y de todos nuestros afectos naturales, viviendo ‘la obligación de la continencia perfecta en el celibato’[54]”[55].
- “Queremos que la justicia, que da a cada uno lo suyo: a Dios latría, al Superior veneración y obediencia, al igual respeto, al inferior servicio, a todos –según medida– caridad; esa virtud tan hermosa que ni el lucero de la mañana ni el vespertino pueden serle comparados en belleza; resplandezca en nuestras comunidades”[56].
– Exigencia en la formación de un religioso del IVE:
- “Queremos formar a los miembros del Instituto en una gran madurez humana y cristiana para que alcancen la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef 4,13)”[57].
- “Queremos formar hombres auténticamente libres, dueños de sí mismos, que por poseerse puedan darse totalmente”[58].
- “Queremos formar hombres virtuosos (de vir y de vis: que tengan la fuerza del varón) según la doctrina de los grandes maestros de la vida espiritual…”[59].
- “Queremos formar ‘escuela’ y no ‘solitarios’”[62].
– Según las obras de apostolado a la que habrá de dedicarse un religioso del IVE:
- “Queremos amar y servir, y hacer amar y hacer servir a Jesucristo: a su Cuerpo y a su Espíritu”[63].
- “Queremos trabajar por su bien integral [el del hombre] descubriéndole su naturaleza, su dignidad, su vocación, sus derechos inalienables, su libertad, su destino eterno logrando la meta de la fe, la salvación de las almas”[64].
- “Queremos prolongar al Verbo”[65] (por el Verbo oral y escrito).
- “Queremos dedicarnos a las obras de apostolado, imitando a Cristo que ‘anunciaba el Reino de Dios’[66]”[67].
- “Queremos, como fin específico y singular, dedicarnos a la evangelización de la cultura”[68].
- “Queremos, en Cristo, buscar la gloria de Dios y el bien integral del hombre”[69].
Asimismo, las 25 veces restantes que aparece la expresión “queremos” en el Directorio de Espiritualidad pueden ser agrupadas bajo el título de la firme actitud interior o temple espiritual de un religioso del Verbo Encarnado a la hora de enfrentar la vida y realizar su misión en la Iglesia, incluso diciendo explícitamente lo que no queremos.
– Actitud interior o temple espiritual de un religioso del IVE
- “Queremos estar anclados en el misterio sacrosanto de la Encarnación…”[70].
- “Queremos ser otra Encarnación del Verbo para encarnarlo en todo lo humano”[71].
- “Queremos sacar luz y fuerzas siempre nuevas”[72] (del hecho de la Encarnación redentora).
- “Queremos basar nuestra espiritualidad en el absoluto de Dios, ante quien todo es como nada[73]”[74].
- “Queremos vernos en Él [Cristo] a nosotros mismos y a todo hombre”[75].
- “Queremos tener: a) Atención a las inspiraciones del Espíritu Santo, como la Virgen… b) Discernimiento de espíritus para aceptar y secundar las mociones del Espíritu Santo y rechazar las del mal espíritu… c) Docilidad y prontitud en la ejecución de lo que pide el Espíritu Santo, como la Virgen…”[76].
- “Queremos dejar de lado toda postura de puro humanismo (humanismo sin trascendencia) que termina aniquilando al hombre, y todo falso kenotismo (anonadamiento) que, con excusa de ir a lo inferior, se vacía de lo superior”[77].
- “Queremos imitar más de cerca y representar perpetuamente en la Iglesia aquella forma de vida que el Hijo de Dios escogió al encarnarse[78]”[79].
- “Queremos imitar lo más perfectamente posible a Jesucristo”[80].
- “Queremos imitarlo hasta que podamos, de verdad, decir a los demás: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo (1 Co 11,1), ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20)”[81].
- “Queremos vivir la exhortación de San Ignacio de Antioquía: “Tapaos los oídos cuando oigáis hablar de cualquier cosa que no tenga como fundamento a Cristo Jesús…[82]”[83].
- “Queremos trabajar con todas nuestras fuerzas para edificar nuestra vida en unión con los legítimos Pastores, y especialísimamente con una adhesión cordial al Obispo de Roma”[84].
- “Queremos buscar siempre la gloria de Dios”[85].
- “Queremos propender a la santificación y salvación de los hombres, nuestros hermanos”[86].
- “Queremos aprender a ser firmes y fieles al llamado, a la vocación, por sobre cualquier otro reclamo de esta tierra”[89].
- “Queremos contribuir a vuestra alegría por vuestra firmeza en la fe (2 Co 1,24)”[90].
- “Nos queremos contar [entre los institutos religiosos] que aunque no pertenecen a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenecen ‘de manera indiscutible a su vida y a su santidad’[91]”[92].
- “[Queremos[93]] dejar de lado todo lo que pueda impedir o deformar esta unanimidad en el sentir. En primer lugar, la soberbia, por la cual buscamos desordenadamente la propia excelencia y no queremos someternos a los demás ni reconocer la excelencia ajena, y por ello donde hay soberbia sólo habita la discordia”[94].
- “Queremos predicar [el contenido de la Palabra de Dios] seguros de que ‘sólo el que vive con plenitud la vocación cristiana puede estar inmunizado del contagio de los errores con los que se pone en contacto’[95]”[96].
- “Queremos siempre, según tengamos oportunidad, obrar el bien para con todos, mayormente para con los hermanos en el sacerdocio”[97].
- “Queremos que sea nuestra espiritualidad en forma resumida: No, Jesús o María; no, María o Jesús. Ni Jesús sin María; ni María sin Jesús…”[98].
– No queremos
- “No queremos ‘dejar de intentar nada para que el amor de Cristo tenga primado supremo en la Iglesia y en la sociedad’[99]”[100].
- “No queremos sino complacerle [a Cristo]”[101] (y demostrarle que lo amamos).
- “No queremos saber nada fuera de Ella [la Iglesia]”[102].
Tan intrínsecas a nuestra santificación son cada uno de estos quereres que la práctica acabada de uno de ellos –según el espíritu en que fueron concebidos y mediando, por supuesto, la gracia de Dios– lleva necesariamente al cumplimiento de otros, a la santificación del religioso, y contribuye magníficamente al fin del Instituto y la edificación del Reino de Cristo.
Por eso, nos parece no equivocarnos si decimos que si un religioso toma por lema algunas de estas sentencias y la hace vida a través de la práctica constante y la plena identificación con lo que allí se enuncia, no tardará en santificarse.
*****
Tengamos entonces la audacia de vivir la heroica fidelidad cotidiana a lo que es nuestro. Vivamos no en teoría sino en la práctica con voluntad verdadera el “modo de existir y de actuar de Jesús, el Verbo hecho carne (cf. Jn 1,14)”[103]. Seamos firmes en nuestras convicciones, sintámonos plenamente identificados con el carisma y el espíritu que nos ha sido legado. Seamos promotores de todo aquello que entra en sintonía con nuestro carisma, vivamos en el seno de nuestras comunidades −pequeñas o grandes, alejadas o cercanas a otras comunidades− las sanas tradiciones que nos recuerdan la cuna donde nacimos a la vida religiosa y son como destellos de luz en el peregrinar oscuro. Seamos hombres ‘con motor propio’ a la hora de difundir el espíritu del Instituto. Cultivemos en nosotros la disponibilidad y la creatividad para realizar los apostolados propios “con generosidad, discernimiento y seriedad”[104]. Interesémonos por las misiones del Instituto, huyamos con voluntad verdadera de la tentación de vivir enfrascados[105] en nuestra pequeña parroquia, en el mundito de nuestra provincia… Abracemos como propia −que en verdad lo es− la causa del Instituto y sintamos como hechas a nosotros mismos las injurias que éste pueda sufrir.
Y, a la par de eso, rechacemos con firmeza aquello que contradice, diluye, recorta, pone en peligro lo que nos identifica. El Instituto, aunque nos trasciende, de algún modo vive en nosotros. La gente juzgará al Instituto de acuerdo a cómo seamos cada uno de nosotros.
Por eso seamos esos sacerdotes que hoy necesita la Iglesia Católica: “capaces de llevar el peso de responsabilidades, sacerdotes que amen la verdad y la lealtad, que respeten a las personas, que tengan sentido de justicia, que sean fieles a la palabra dada, que tengan verdadera compasión, que sean coherentes, y, en particular, de juicio y de comportamiento equilibrados”[106]. Todos y cada uno de los religiosos del Verbo Encarnado puede y debe contribuir a preservar el riquísimo patrimonio con que Dios ha bendecido al Instituto y aun lo puede acrecentar con un testimonio de vida que en verdad sea “una huella concreta que la Trinidad deja en la historia”[107].
Un día el Verbo Encarnado les preguntó a los hijos del trueno, Santiago y Juan, si estaban dispuestos a beber el cáliz. Y rápidamente respondieron con voluntad resuelta, no adormilada: Possumus! Así nosotros, cuando nos parezca que estamos abandonados de los amigos, de los superiores, de Dios… digamos: Possumus! Cuando los enemigos parezcan tan fuertes que nuestra derrota se presente inminente… Possumus! Cuando la lucha nos parezca tan desigual de modo que sea imposible la victoria… Possumus! A pesar de nuestra debilidad y pequeñez: Possumus! Démonos cuenta de que nuestra debilidad es la fuerza de Dios. Siempre será frágil nuestra situación, individualmente hablando y como Instituto. Mas asidos de la mano de la Virgen digamos con fuerza hoy y siempre: Possumus! ¡Queremos lo que quiere Dios!
[1] Citamos a Miguel A. Fuentes, IVE, Educar la voluntad.
[2] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, [153].
[3] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, [155].
[4] Mt 19,17.
[5] Mt 19,21.
[6] Mc 9,35.
[7] Jn 12,26.
[8] Directorio de Espiritualidad, 73.
[9] CIC, can. 598 § 2.
[10] Constituciones, 378.
[11] San Juan Pablo II, A los jóvenes en el hipódromo de Monterrico, Perú (2/2/1985).
[12] Constituciones, 379.
[13] San Juan de la Cruz, Avisos a un religioso, 9.
[14] Directorio de Espiritualidad, 73.
[15] Cf. Directorio de Espiritualidad, 42.
[16] Cf. Constituciones, 77.
[17] Directorio de Espiritualidad, 108.
[18] Cf. Directorio de Espiritualidad, 39.
[19] Directorio de Espiritualidad, 40.
[20] Constituciones, 20.
[21] Potissimum Institutioni, 15.
[22] CIC, can. 617.
[23] Directorio de Vida Consagrada, 184.
[24] Obras fundamentales, Parte III, Reglas o Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales, [15].
[25] Ibidem.
[26] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, [155].
[27] San Luis Orione, “La observancia religiosa” (7/8/1935), en Cartas selectas del Siervo de Dios Don Orione, Mar del Plata 1952, 101.
[28] San Luis Orione, “El Capítulo primero de las Constituciones” (25/7/1936), en Cartas selectas del Siervo de Dios Don Orione, Mar del Plata 1952, 143.
[29] Directorio de Vida Consagrada, 330.
[30] Dichos de luz y amor, 73.
[31] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 327.
[32] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 328.
[33] Perfectae Caritatis, 2.
[34] Perfectae Caritatis, 4.
[35] Directorio de Vida Consagrada, 328.
[36] Directorio de Vida Consagrada, 330.
[37] Directorio de Espiritualidad, 135.
[38] Directorio de Vida Consagrada, 45.
[39] Directorio de Vida Consagrada, 354.
[40] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 184.
[41] Directorio de Espiritualidad, 42; op. cit. Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 35, 2.
[42] Constituciones, 6.
[43] Santa Isabel de la Trinidad, Elevaciones, Elevación 34.
[44] Constituciones, 7.
[45] Lumen Gentium, 31.
[46] Constituciones, 1.
[47] Constituciones, 7.
[48] Constituciones, 217.
[49] Constituciones, 17.
[50] Constituciones, 14.
[51] Constituciones, 20.
[52] Constituciones, 23.
[53] Constituciones, 38.
[54] Cf. CIC, can. 599.
[55] Constituciones, 55.
[56] Constituciones, 94.
[57] Constituciones, 195.
[58] Constituciones, 200.
[59] Constituciones, 212.
[60] Cf. Nm 18,24; Gn 47,26; San Juan de Ávila, “Sermones de santos”, en Obras completas, t. III, 230; cita a San Vicente Ferrer, Opusculum de fine mundi.
[61] Constituciones, 214.
[62] Constituciones, 268.
[63] Constituciones, 7.
[64] Constituciones, 15.
[65] Constituciones, 16.
[66] CIC, can. 577.
[67] Constituciones, 22.
[68] Constituciones, 26.
[69] Constituciones, 14.
[70] Directorio de Espiritualidad, 1.
[71] Directorio de Espiritualidad, 1.
[72] Directorio de Espiritualidad, 3.
[73] Cf. Is 40,17.
[74] Directorio de Espiritualidad, 8.
[75] Directorio de Espiritualidad, 10.
[76] Directorio de Espiritualidad, 13-16.
[77] Directorio de Espiritualidad, 23.
[78] Cf. Lumen Gentium, 44.
[79] Directorio de Espiritualidad, 43.
[80] Directorio de Espiritualidad, 44.
[81] Directorio de Espiritualidad, 44.
[82] San Ignacio de Antioquía, A los Tralianos, IX, 1.
[83] Directorio de Espiritualidad, 57.
[84] Directorio de Espiritualidad, 59.
[85] Directorio de Espiritualidad, 66.
[86] Directorio de Espiritualidad, 68.
[87] Cf. Jn 3,4.
[88] Directorio de Espiritualidad, 83.
[89] Directorio de Espiritualidad, 88.
[90] Directorio de Espiritualidad, 208.
[91] Lumen Gentium, 44.
[92] Directorio de Espiritualidad, 247.
[93] Enunciado implícitamente.
[94] Directorio de Espiritualidad, 251.
[95] Cf. Ecclesiam Suam, 21.
[96] Directorio de Espiritualidad, 271.
[97] Directorio de Espiritualidad, 287.
[98] Directorio de Espiritualidad, 325.
[99] San Juan Pablo II, Alocución a los obispos de la Conferencia Episcopal Toscana (14/9/1980), 5; OR (21/9/1980), 17.
[100] Directorio de Espiritualidad, 58.
[101] Directorio de Espiritualidad, 88.
[102] Directorio de Espiritualidad, 244.
[103] Constituciones, 245; 257.
[104] Directorio de Vida Consagrada, 307.
[105] Directorio de Espiritualidad, 108.
[106] Cf. Constituciones, 133.
[107] Directorio de Espiritualidad, 108.