Triduo de preparación a la fiesta de San Juan de la Cruz
(Subsidio para la meditación y predicación de cada día)
San Juan de la Cruz, hombre teologal
Para preparar la celebración del gran Doctor de la Iglesia, San Juan de la Cruz, proponemos realizar un triduo de consideración, sea en la meditación personal, sea en alguna predicación comunitaria, de su ejemplo como hombre teologal. Para ello, se propone un texto inicial, tomado de un pequeño escrito del padre Nieto: San Juan de la Cruz, superior. Este texto sirve de consideración inicial y presenta el ejemplo de San Juan de la Cruz en cada una de las virtudes teologales. Luego proponemos un texto de meditación, tomado de la Subida del Monte Carmelo, para cada día. Y una oración final que puede agregarse, junto con las letanías.
Juan de la Cruz, ejemplo de las virtudes teologales
(Del opúsculo San Juan de la Cruz, superior, del padre Gustavo Nieto)
En los procesos que se inician al cabo de su muerte se dice: «Tuvo en grado perfecto las tres virtudes teologales».
Respecto de su caridad:
Uno de los declarantes dice que Juan de la Cruz tenía «todo el tiempo que le conoció mucha llaneza, humildad y caridad». «Tanto que, aun hasta la muerte, o a lo menos enfermando de la enfermedad que murió, y pudiéndose ir a curar a cualquiera convento adonde lo recibieran y curaran con mucha voluntad, se fue a uno adonde por entonces era prelado un grande émulo suyo y adonde padeció grandes necesidades y trabajos. En los cuales excusaba al dicho prelado de culpas y alababa su término, obedeciéndole en todo, sin querer hacer cosa alguna, por mínima que fuese, sin licencia del dicho».
Otra testigo dice: «resplandecían en él todas las virtudes; y más la caridad, que la tenía tan grande con todos y más con las almas que veía necesitadas, acudiéndoles con notable cuidado sin hacer diferencias». «Era caritativo por extremo y muy compasivo –señala otro testigo–. Sentía las necesidades y trabajos de sus prójimos mucho, y procuraba acudir a su remedio cuanto podía».
Ángel de San Pablo le recuerda más que nada como prelado y en la ejecución de su cargo advirtió «extremada caridad, humildad, rectitud e igualdad con todos, grande menosprecio propio, suma pobreza en lo tocante a su persona y cosas de que usaba, excelente discreción».
María de la Encarnación, que le trató en Segovia, dice así: «Tuvo este santo padre nuestro una profundísima humildad… Nacíale el amor de los prójimos del ardentísimo que tenía a Dios». Y destaca la caridad que tenía «con el prójimo, volviendo por quien le contradecía y pesándole de que a nadie se echase la culpa».
Respecto de su fe:
Había en Lisboa, allá por el 1585, una monja dominica, María de la Visitación, conocida como «la monja de las llagas». San Juan de la Cruz estaba en Lisboa por un Capítulo y la mayor parte de los frailes descalzos que asistían fueron a verla, pero a él no lo pudieron convencer. Decía Juan de la Cruz: «No he menester verlas [a las llagas de la monja] porque la fe que tengo de las llagas de mi Salvador no tiene necesidad para nada de que yo vea llagas en persona alguna». Cuando volvió a Granada, le preguntan si había visto a la monja. Él responde: «Yo no la vi ni quise ver, porque me quejara yo mucho de mi fe si entendiera había de crecer un punto con ver cosas semejantes».
Alonso Palomino declara: «Tenía grande fe y grande amor de Dios y del prójimo, y deseos grandes de padecer». Finalmente, Juan Evangelista, discípulo predilecto de San Juan de la Cruz, cuenta cómo se esmeraba mucho su prior en la virtud de la fe y veía que lo que «más enseñaba era el vivir en fe y desarrimo de todo lo criado, de manera que jamás querría admitir experiencias que parece le pudieran ayudar, como se vio en la monja de Portugal».
Respecto de su esperanza:
La esperanza resplandecía enormemente en la vida de Juan de la Cruz y cuenta el mismo Juan Evangelista que, de los 8 o 9 años que vivió con él, «siempre le conoció que vivía en ella, y que ésta le sustentaba». De eso tiene muchas pruebas este Juan Evangelista que fue ecónomo de su Convento.
Habiendo sido superior tantos años de su vida y habiendo conocido como pocos las vicisitudes y penas que se pasan en tal oficio, escribía: «Mira que no te entristezcas de repente de los casos adversos del siglo, pues no sabes el bien que traen consigo ordenado en los juicios de Dios para el gozo sempiterno de los escogidos».
Al cabo de su vida, ya sin oficio de prelado y enfermo, decía: «¡Dios sabe lo que he pasado!»; «Por los méritos de Cristo nuestro Señor espero salvarme».
X
Día primero
11 de diciembre
Ejercicio de la fe
(Subida, l. 2, c. 4)
- Creo se va ya dando a entender algo cómo la fe es oscura noche para el alma y cómo también el alma ha de ser oscura o estar a oscuras de su luz para que de la fe se deje guiar a este alto término de unión. Pero para que eso el alma sepa hacer, convendrá ahora ir declarando esta oscuridad que ha de tener el alma algo más menudamente para entrar en este abismo de la fe. Y así, en este capítulo hablaré en general de ella, y adelante, con el favor divino, iré diciendo más en particular el modo que se ha de tener para no errar en ella ni impedir a tal guía.
- Digo, pues, que el alma, para haberse de guiar bien por la fe a este estado, no sólo se ha de quedar a oscuras según aquella parte que tiene respecto a las criaturas y a lo temporal, que es la sensitiva e inferior, de que habemos ya tratado sino que también se ha de cegar y oscurecer también según la parte que tiene respecto a Dios y a lo espiritual, que es la racional y superior, de que ahora vamos tratando. Porque, para venir un alma a llegar a la transformación sobrenatural, claro está que ha de oscurecerse y trasponerse a todo lo que contiene su natural, que es sensitivo y racional; porque sobrenatural eso quiere decir, que sube sobre el natural; luego el natural abajo queda.
Porque, como quiera que esta transformación y unión es cosa que no puede caer en sentido y habilidad humana, ha de vaciarse de todo lo que puede caer en ella perfectamente y voluntariamente, ahora sea de arriba, ahora de abajo, según el afecto, digo, y voluntad, en cuanto es de su parte; porque a Dios, ¿quién le quitará que él no haga lo que quisiere en el alma resignada, aniquilada y desnuda?
Pero de todo se ha de vaciar como sea cosa que puede caer en su capacidad, de manera que, aunque más cosas sobrenaturales vaya teniendo, siempre se ha de quedar como desnuda de ellas y a oscuras, así como el ciego, arrimándose a la fe oscura, tomándola por guía y luz, y no arrimándose a cosa de las que entiende, gusta y siente e imagina. Porque todo aquello es tiniebla, que la hará errar; y la fe es sobre todo aquel entender y gustar y sentir e imaginar. Y si en esto no se ciega, quedándose a oscuras totalmente, no viene a lo que es más, que es lo que enseña la fe.
- El ciego, si no es bien ciego, no se deja bien guiar del mozo de ciego, sino que, por un poco que ve, piensa que por cualquiera parte que ve, por allí es mejor ir, porque no ve otras mejores; y así puede hacer errar al que le guía y ve más que él, porque, en fin, puede mandar más que el mozo de ciego. Y así, el alma, si estriba en algún saber suyo o gustar o saber de Dios, como quiera que ello, aunque más sea, sea muy poco y disímil de lo que es Dios para ir por este camino, fácilmente yerra o se detiene, por no se querer quedar bien ciega en fe, que es su verdadera guía.
- Porque eso quiso decir también san Pablo (Heb. 11, 6), cuando dijo: Accedentem ad Deum oportet credere quod est; quiere decir: Al que se ha de ir uniendo a Dios, conviénele que crea su ser. Como si dijera: el que se ha de venir a juntar en una unión con Dios no ha de ir entendiendo ni arrimándose al gusto, ni al sentido, ni a la imaginación, sino creyendo su ser, que no cae en entendimiento, ni apetito, ni imaginación, ni otro algún sentido, ni en esta vida se puede saber; antes en ella lo más alto que se puede sentir y gustar, etc., de Dios, dista en infinita manera de Dios y del poseerle puramente. Isaías (54, 4) y san Pablo (1 Cor. 2, 9) dicen: Nec oculus vidit, nec auris audivit, neque in cor hominis ascendit, quae praeparavit Deus iis qui diligunt illum; que quiere decir: lo que Dios tiene aparejado para los que le aman, ni ojo jamás lo vio, ni oído lo oyó, ni cayó en corazón ni pensamiento de hombre. Pues, como quiera que el alma pretenda unirse por gracia perfectamente en esta vida con aquello que por gloria ha de estar unida en la otra (lo cual, como aquí dice san Pablo, no vio ojo, ni oyó oído, ni cayó en corazón de hombre en carne) claro está que, para venir a unirse en esta vida con ello por gracia y por amor perfectamente, ha de ser a oscuras de todo cuanto puede entrar por el ojo, y de todo lo que se puede recibir con el oído, y se puede imaginar con la fantasía, y comprehender con el corazón, que aquí significa el alma.
Y así, grandemente se estorba una alma para venir a este alto estado de unión con Dios cuando se ase a algún entender, o sentir, o imaginar, o parecer, o voluntad, o modo suyo, o cualquiera otra cosa u obra propia, no sabiéndose desasir y desnudar de todo ello. Porque, como decimos, a lo que va, es sobre todo eso, aunque sea lo más que se puede saber o gustar; y así, sobre todo se ha de pasar al no saber.
- Por tanto, en este camino el entrar en camino es dejar su camino, o, por mejor decir, es pasar al término; y dejar su modo, es entrar en lo que no tiene modo, que es Dios; porque el alma que a este estado llega, ya no tiene modos ni maneras, ni menos se ase ni puede asir a ellos4. Digo modos de entender, ni de gustar, ni de sentir, aunque en sí encierra todos los modos, al modo del que no tiene nada, que lo tiene todo; porque, teniendo ánimo para pasar de su limitado natural interior y exteriormente, entra en límite sobrenatural que no tiene modo alguno, teniendo en sustancia todos los modos. De donde el venir aquí es el salir de allí, y de aquí y de allí saliendo de sí muy lejos, de eso bajo para esto sobre todo alto.
- Por tanto, trasponiéndose a todo lo que espiritual y naturalmente puede saber y entender, ha de desear el alma con todo deseo venir a aquello que en esta vida no puede saber ni caer en su corazón, y dejando atrás todo lo que temporal y espiritualmente gusta y siente y puede gustar y sentir en esta vida, ha de desear con todo deseo venir a aquello que excede todo sentimiento y gusto. Y, para quedar libre y vacía para ello, en ninguna manera ha de hacer presa en cuanto en su alma recibiere espiritual o sensitivamente, como declararemos luego, cuando esto tratemos en particular, teniéndolo todo por mucho menos. Porque, cuanto más piensa que es aquello que entiende, gusta e imagina, y cuanto más lo estima, ahora sea espiritual, ahora no, tanto más quita del supremo bien y más se retarda de ir a él. Y cuanto menos piensa qué es lo que puede tener, por más que ello sea, en respecto del sumo bien, tanto más pone en él y le estima, y, por el consiguiente, tanto más se llega a él. Y de esta manera, a oscuras, grandemente se acerca el alma a la unión por medio de la fe, que también es oscura, y de esta manera la da admirable luz la fe. Cierto que, si el alma quisiese ver, harto más presto se oscurecería acerca de Dios que el que abre los ojos a ver el gran resplandor del sol.
- Por tanto, en este camino, cegándose en sus potencias, ha de ver luz, según lo que el Salvador dice en el Evangelio (Jn. 9, 39) de esta manera: In iudicium veni in hunc mundum: ut qui non vident, videant, et qui vident caeci fiant, esto es: Yo he venido a este mundo para juicio; de manera que los que no ven vean, y los que ven, se hagan ciegos. Lo cual, así como suena, se ha de entender acerca de este camino espiritual: que el alma, conviene saber, que estuviere a oscuras y se cegare en todas sus luces propias y naturales, verá sobrenaturalmente, y la que a alguna luz suya se quisiere arrimar, tanto más cegará y se detendrá en el camino de la unión.
X
Día segundo
12 de diciembre
Ejercicio de la esperanza
(Subida, l. 3, c. 15)
… Ha de advertir que, pues lo que pretendemos es que el alma se una con Dios según la memoria en esperanza, y que lo que se espera es de lo que no se posee, y que cuanto menos se posee de otras cosas, más capacidad hay y más habilidad para esperar lo que se espera y consiguientemente más esperanza, y que cuantas más cosas se poseen, menos capacidad y habilidad hay para esperar, y consiguientemente menos esperanza, y que, según esto, cuanto más el alma desaposesionare la memoria de formas y cosas memorables que no son Dios, tanto más pondrá la memoria en Dios y más vacía la tendrá para esperar de él el lleno de su memoria. Lo que ha de hacer, pues, para vivir en entera y pura esperanza de Dios, es que todas las veces que le ocurrieren noticias, formas e imágenes distintas, sin hacer asiento en ellas, vuelva luego el alma a Dios en vacío de todo aquello memorable con afecto amoroso, no pensando ni mirando en aquellas cosas más de lo que le bastan las memorias de ellas para entender [y hacer] lo que es obligado, si ellas fueren de cosa tal. Y esto, sin poner [en ellas] afecto ni gusto, porque no dejen efecto de sí en el alma. Y así, no ha de dejar el hombre de pensar y acordarse de lo que debe hacer y saber, que, como no hay aficiones de propiedad, no le harán daño. Aprovechan para esto los versillos del Monte que están en el capítulo [13] del primer libro.
- Pero hase de advertir aquí que no por eso convenimos, ni queremos convenir en esta nuestra doctrina con la de aquellos pestíferos hombres que, persuadidos de la soberbia y envidia de Satanás, quisieron quitar de delante de los ojos de los fieles el santo y necesario uso e ínclita adoración de las imágenes de Dios y de los Santos, antes esta nuestra doctrina es muy diferente de aquélla; porque aquí no tratamos que no haya imágenes y que no sean adoradas, como ellos, sino damos a entender la diferencia que hay de ellas a Dios, y que de tal manera pasen por lo pintado, que no impidan de ir a lo vivo, haciendo en ello más presa de la que basta para ir a lo espiritual3. Porque, así como es bueno y necesario el medio para el fin, como lo son las imágenes para acordarnos de Dios y de los Santos, así cuando se toma y se repara en el medio más que por solo medio, estorba e impide tanto en su tanto como otra cualquier cosa diferente; cuánto más que en lo que yo más pongo la mano es en las imágenes y visiones sobrenaturales, [acerca] de las cuales acaecen muchos engaños y peligros.
Porque acerca de la memoria y adoración y estimación de las imágenes, que naturalmente la Iglesia Católica nos propone, ningún engaño ni peligro puede haber, pues en ellas no se estima otra cosa sino lo que representan. Ni la memoria de ellas dejará de hacer provecho al alma, pues aquélla no se tiene sino con amor de al que representan; que, como no repare en ellas más que para esto, siempre le ayudarán a la unión de Dios, como deje volar al alma, cuando Dios la hiciere merced, de lo pintado a Dios vivo, en olvido de toda criatura y cosa de criatura.
X
Día tercero
13 de diciembre
Ejercicio de la caridad
(Subida, l. 3, c. 16)
- No hubiéramos hecho nada en purgar al entendimiento para fundarle en la virtud de la fe, y a la memoria en la de la esperanza, si no purgásemos también la voluntad acerca de la tercera virtud, que es la caridad, por la cual las obras hechas en fe son vivas y tienen gran valor, y sin ella no valen nada, pues, como dice Santiago (2, 20), sin obras de caridad, la fe es muerta.
Y para haber ahora de tratar de la noche y desnudez activa de esta potencia, para enterarla y formarla en esta virtud de la caridad de Dios, no hallé autoridad más conveniente que la que se escribe en el Deuteronomio, capítulo 6 (v. 5), donde dice Moisés: Amarás a tu Señor Dios de todo tu corazón, y de toda tu ánima, y de toda tu fortaleza. En la cual se contiene todo lo que el hombre espiritual debe hacer y lo que yo aquí le tengo de enseñar para que de veras llegue a Dios por unión de voluntad por medio de la caridad.
Porque en ella se manda al hombre que todas las potencias, y apetitos, y operaciones y aficiones de su alma emplee en Dios, de manera que toda la habilidad y fuerza del alma no sirva más que para esto, conforme a lo que dice David (Sal. 58, 10), diciendo: Fortitudinem meam ad te custodiam.
- La fortaleza del alma consiste en sus potencias, pasiones y apetitos, todo lo cual es gobernado por la voluntad; pues cuando estas potencias, pasiones y apetitos endereza en Dios la voluntad y las desvía de todo lo que no es Dios, entonces guarda la fortaleza del alma para Dios, y así viene a amar a Dios de toda su fortaleza.
Y para que esto el alma pueda hacer, trataremos aquí de purgar la voluntad de todas sus afecciones desordenadas, de donde nacen los apetitos, afectos y operaciones desordenadas, de donde le nace también no guardar toda su fuerza a Dios.
Estas afecciones o pasiones son cuatro, es a saber: gozo, esperanza, dolor y temor. Las cuales pasiones, poniéndolas en obra de razón en orden a Dios, de manera que el alma no se goce sino de lo que es puramente honra y gloria de Dios, ni tenga esperanza de otra cosa, ni se duela sino de lo que a esto tocare, ni tema sino sólo a Dios, está claro que enderezan y guardan la fortaleza del alma y su habilidad para Dios. Porque cuanto más se gozare el alma en otra cosa que en Dios, tanto menos fuertemente se empleará su gozo en Dios; y cuanto más esperare otra cosa, tanto menos espera en Dios; y así de las demás.
- Y para que demos más por entero doctrina de esto, iremos, como es nuestra costumbre, tratando en particular de cada una de estas cuatro pasiones y de los apetitos de la voluntad; porque todo el negocio para venir a unión de Dios está en purgar la voluntad de sus afecciones y apetitos, porque así de voluntad humana y baja venga a ser voluntad divina, hecha una misma cosa con la voluntad de Dios.
- Estas cuatro pasiones tanto más reinan en el alma y la combaten, cuanto la voluntad está menos fuerte en Dios y más pendiente de criaturas; porque entonces con mucha facilidad se goza de cosas que no merecen gozo, y espera lo que no aprovecha, y se duele de lo que, por ventura, se había de gozar, y teme donde no hay que temer.
- De estas afecciones nacen al alma todos los vicios e imperfecciones que tiene cuando están desenfrenadas, y también todas sus virtudes cuando están ordenadas y compuestas.
Y es de saber que, al modo que una de ellas se fuere ordenando y poniendo en razón, de ese mismo modo se pondrán todas las demás, porque están tan aunadas y tan hermanadas entre sí estas cuatro pasiones del alma, que donde actualmente va la una, las otras también van virtualmente; y si la una se recoge actualmente, las otras tres virtualmente a la misma medida también se recogen.
Porque, si la voluntad se goza de alguna cosa, consiguientemente, a esa misma medida, la ha de esperar, y virtualmente [va] allí incluido el dolor y temor acerca de ella; y a la medida que de ella va quitando el gusto, va también perdiendo el temor y dolor de ella y quitando la esperanza.
Porque la voluntad, con estas cuatro pasiones, es significada por aquella figura que vio Ezequiel (1, 8-9) de cuatro animales juntos en un cuerpo, que tenía cuatro haces4 y las alas del uno estaban asidas a las del otro, y cada uno iba delante su haz, y cuando iban adelante no volvían atrás. Y así, de tal manera estaban asidas las plumas de cada una de estas afecciones a las de cada una de esotras, que doquiera que actualmente llevaba la una su faz, esto es, su operación, necesariamente las otras han de caminar virtualmente con ella; y cuando se abajare la una, como allí dice, se han de abajar todas, y cuando se elevare, se elevarán. Donde fuere tu esperanza, irá tu gozo, y temor y dolor; y si se volviere, ellas se volverán, y así de las demás.
- Donde has de advertir que dondequiera que fuere una pasión de éstas, irá también toda el alma y la voluntad y las demás potencias, y vivirán todas cautivas en la tal pasión, y las demás tres pasiones en aquélla estarán vivas para afligir al alma con sus prisiones y no la dejar volar a la libertad y descanso de la dulce contemplación y unión. Que, por eso, te dijo Boecio que, si querías con luz clara entender la verdad, echases de ti los gozos, y la esperanza, y temor, y dolor; porque, en cuanto estas pasiones reinan, no dejan estar al alma con la tranquilidad y paz que se requiere para la sabiduría que natural y sobrenaturalmente puede recibir.
X
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Señor, Dios nuestro, que hiciste de San Juan de la Cruz, el Doctor de la perfecta abnegación y el Maestro en la fe, un modelo acabado no solamente del perfecto amor de Jesús crucificado, sino también un ejemplar sublime de las virtudes monásticas y de la renuncia a todo por la búsqueda de lo único necesario, concédenos que, imitando su vida y poniendo en obra la palabra viva de su magisterio, lleguemos hasta la contemplación eterna de tu gloria, que se preludia en esta vida en las dulzuras de la unión de amores.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Al terminar esta oración se rezan las Letanías en honor a San Juan de la Cruz
LETANÍAS EN HONOR A SAN JUAN DE LA CRUZ
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
Dios Padre Celestial Ten piedad de nosotros
Dios Hijo, Redentor del mundo Ten piedad de nosotros
Dios Espíritu Santo Ten piedad de nosotros
Trinidad Santa, un solo Dios Ten piedad de nosotros
Santa María Ruega por nosotros
Santa Madre de Dios Ruega por nosotros
Nuestra Señora del Carmen Ruega por nosotros
San Juan de la Cruz Ruega por nosotros
Maestro en la fe Ruega por nosotros
Maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios Ruega por nosotros
Maestro del Todo y de las nadas Ruega por nosotros
Maestro del amor crucificado Ruega por nosotros
Maestro de la esperanza esmerada Ruega por nosotros
Maestro de la fe oscura Ruega por nosotros
Hombre celestial y divino Ruega por nosotros
Hombre de harta oración y buen entendimiento Ruega por nosotros
Testigo y peregrino del absoluto Ruega por nosotros
Artífice del alma española Ruega por nosotros
Salvado por la Virgen Ruega por nosotros
Apóstol activo de la caridad Ruega por nosotros
Tomista esencial Ruega por nosotros
Fundador y reformador de la orden del Carmen Ruega por nosotros
Triunfador en la Misa Ruega por nosotros
Encarcelado de Toledo Ruega por nosotros
Defensor de tu congregación aun a costa de grandes sufrimientos Ruega por nosotros
Lima sorda Ruega por nosotros
Guía de las almas Ruega por nosotros
Padre y educador de religiosos Ruega por nosotros
Padre solícito en el sagrado oficio de gobernar Ruega por nosotros
Esforzado del confesionario Ruega por nosotros
Confiado sin límites a la Divina Providencia Ruega por nosotros
Amigo del recogimiento y del poco hablar Ruega por nosotros
Deseoso de padecer y ser despreciado por Cristo Ruega por nosotros
Invicto en las persecuciones Ruega por nosotros
Amante de las Sagradas Escrituras Ruega por nosotros
Hombre de espera en Dios y no de trazas Ruega por nosotros
Poeta de las realidades que no pasan Ruega por nosotros
Profeta del Verbo Humanado Ruega por nosotros
Teólogo de la vida interior Ruega por nosotros
Poseedor de grandes riquezas de sabiduría de cielo Ruega por nosotros
Doctor místico Ruega por nosotros
Cetrero de caza de amor, que es de altanería Ruega por nosotros
Luz de la Iglesia en todos los tiempos Ruega por nosotros
Santo y maestro de santidad Ruega por nosotros
Enamorado de Cristo Ruega por nosotros
Enamorado de la Virgen María Ruega por nosotros
Grande a los ojos de Dios y de los hombres Ruega por nosotros
V. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo R. Perdónanos, Señor
V. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo R. Escúchanos, Señor
V. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo R. Ten piedad de nosotros