Sobre la urgencia de la pastoral de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada

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Queridos Padres, Hermanos y Seminaristas:

A pocos días de celebrar el misterio sacrosanto de la Encarnación del Verbo en el seno purísimo de la Santísima Virgen María, quiero saludarlos nuevamente a todos con grandísimo afecto.                                                                                                               

Siempre resulta muy fructífero y apacible a nuestras almas contemplar con profundidad el maravilloso acontecimiento donde se halla anclada nuestra espiritualidad, es decir, el magnífico hecho de que el Verbo se hizo carne (Jn 1, 14).

Pues, “si somos religiosos es para imitar al Verbo Encarnado casto, pobre, obediente e hijo de María”[1]. Es en Él en quien queremos fundarnos[2] y a quien “queremos amar y servir, y hacer amar y hacer servir”[3] y es por Él que nos embarcamos en la maravillosa aventura de la evangelización de la cultura[4].

De aquí también que nuestra espiritualidad que “quiere ser del Verbo Encarnado”[5] halle en la Virgen Santísima el molde más perfecto donde arrojarnos sin reservas para “ser formados y moldeados en Jesucristo, y Jesucristo en nosotros”[6]. Ella es modelo del amor esponsalicio y de la maternidad espiritual que debe caracterizar a “todos aquellos que [estén] asociados a la misión apostólica de la Iglesia”[7].

Contemplando a la Madre de Dios, vemos cómo su “virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe”[8] ya que fructificó no solo espiritualmente, sino en una generación física: el Verbo hecho carne. Análogamente, nosotros –sacerdotes y religiosos– podemos afirmar que la virginidad y el celibato no son opuestos al amor, ni tampoco opuestos a la generación. Antes bien, “la virginidad, siguiendo el ejemplo de la Virgen de Nazaret, es fuente de una especial fecundidad espiritual: es fuente de la maternidad [o en este caso, de la paternidad] en el Espíritu Santo”[9].

Es por eso que con ocasión de la celebración de la Solemnidad del Verbo Encarnado en la que conmemoramos la exquisita fecundidad de la virginidad de María Santísima, les envío esta circular sobre nuestra fecundidad espiritual, enfatizando de manera particular que es un “elemento integrante de nuestra espiritualidad, el saber llamar, enseñar, dirigir, acompañar y seleccionar las vocaciones”[10] y que éstas son el fruto mejor de nuestra consagración a Dios y el gozo más grande de nuestra vida. Más aún, es “intrínseco al fin de la evangelización de la cultura y al carisma del Instituto la pastoral de las vocaciones, ya que los consejos evangélicos son parte integrante del mensaje de la salvación”[11]. Por eso, resulta de capital importancia el tomar conciencia de nuestra “responsabilidad de colaborar, mediante la oración perseverante y la acción unánime, en la promoción de las vocaciones”[12].

1. La generación espiritual: una responsabilidad

Nuestro San Juan Pablo II decía: “Una comunidad sin vocaciones es como una familia sin hijos”[13].

Todos y cada uno de los sacerdotes y religiosos están llamados a la fecundidad espiritual.

El Venerable Siervo de Dios Monseñor Fulton Sheen[14] (1895 – 1979) lo expresaba muy hermosamente diciendo: “Un sacerdote no puede vivir sin amor… Si debe engendrar almas y si él debe ser un ‘padre’ engendrando a otros en Cristo, debe haber amor. Ese amor es igual que el de María; el fuego y la pasión del Espíritu Santo lo cubren con su sombra. Y así como en Ella se unieron la virginidad y la maternidad, así en el sacerdote debe haber unidad de virginidad y paternidad. Esto no es esterilidad, sino fecundidad; no es ausencia de amor, sino su éxtasis”[15].

Por eso, ese creced y multiplicaos del Génesis[16], no está reservado sólo a la generación biológica, sino que también se aplica a la vida sacerdotal. “La vida engendra vida”[17]. Entonces, si el sacerdote es verdadero Padre debe engendrar vida ya que tiene vida. Debe engendrar hijos. Si no engendra hijos es como la higuera estéril del evangelio o como los sarmientos separados de la vid, que no dan fruto y sólo sirven para el fuego” (cf. Mt 7, 19; 21, 19; Jn 15, 6).

Todos los sacerdotes participamos de la paternidad divina, es decir, somos padres “por Él, con Él y en Él” y estamos llamados a dar testimonio de la paternidad de Dios a todo hombre. Entonces, “si el sacerdote es padre”– interpelaba el Ven. Fulton Sheen a sus hermanos en el sacerdocio– “Dios podría perfectamente preguntarnos: ¿dónde está tu descendencia? Por supuesto, sólo el obispo tiene el poder de consagrar un sacerdote, pero cada sacerdote tiene el poder y la obligación de fomentar vocaciones. […] Cuando nos presentemos delante del Señor para ser juzgados por el uso del crisma con el cual fueron ungidas nuestras manos, Él nos preguntará si hemos continuado nuestro sacerdocio. […] ¿Qué joven sacerdote o religioso proclamará entonces nuestra fecundidad? […] Con nuestras visitas a las familias ¿cuantas vocaciones de jóvenes nobles hemos alentado? ¿Cuántos ejercicios espirituales para jóvenes que se sentían atraídos al sacerdocio o a la vida religiosa hemos conducido?”[18]

El Papa Pío XII en su Exhortación Apostólica Menti Nostrae (sobre la santidad de la vida sacerdotal) recomendaba con fuerza a los Pastores de almas, que no tuviesen “nada por más querido y agradable que encontrar, y ayudar por todos los medios, un sucesor entre aquellos jóvenes que sepan hallarse adornados de las dotes necesarias” para el orden sagrado y los exhortaba diciendo que para ello pongan un “empeño singular”.

Dios “siembra a manos llenas por la gracia los gérmenes de vocación”[19] “a pesar de todas las circunstancias que forman parte de la crisis espiritual contemporánea”[20]. Sin embargo, sabemos que muchos jóvenes que oyen el llamado simplemente se extravían por ahí, porque “miran el mundo en lugar de mirar hacia el cielo; y antes de que se den cuenta, ya han perdido de vista al Buen Pastor”[21].

¿Cuál es la razón de esto? Son muchas las razones que se podrían enumerar: una pastoral nominalista o de escritorio, el anti-testimonio, la falta de formación adecuada por la cual Dios no bendice con vocaciones[22], y otras causas más. Pero también con frecuencia una de las causas está en que el sacerdote no habla del sacerdocio a los jóvenes. San Juan Pablo II, decía: “no es suficiente un anuncio genérico de la vocación para que surjan vocaciones consagradas. Dada su originalidad, estas vocaciones exigen una llamada explícita y personal”[23].

Por eso, si bien es cierto que el fomento de vocaciones es tarea de todos los cristianos, más aun, de todos los religiosos, este deber obliga particularmente “a los sacerdotes, sobre todo a los párrocos”[24], dado que las “vocaciones sacerdotales nacen del contacto con los sacerdotes, casi como un patrimonio precioso comunicado con la palabra, el ejemplo y la vida entera”[25]. En este sentido, es interesante la frase del Código, que asigna a todos, pero “sobre todo” (praesertim) a los párrocos esta tarea del trabajo vocacional. En este sentido, no es bueno constatar que a veces, en nuestras distintas jurisdicciones, pareciera que los sacerdotes que trabajan en las Casas de Formación son quienes más trabajan en la pastoral de suscitar nuevas vocaciones y a veces sus esfuerzos no se ven correspondidos por las distintas parroquias que forman parte de la misma jurisdicción. “Sobre todo a los párrocos”, estas palabras del Código deben interpelar a todos los que trabajan en la pastoral parroquial sobre la ineludible responsabilidad que tienen en fuerza de su mandato como párrocos de suscitar y promover vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. En otras palabras, la pastoral vocacional debe ser una prioridad en la pastoral parroquial.

Con palabras que hoy pueden sonar un poco fuerte a nuestros oídos el Ven. Fulton Sheen escribía a los sacerdotes aletargados en la búsqueda de vocaciones: “¿Acaso la administración ha tomado primacía sobre la evangelización en la vida de muchos pastores? ¿Acaso el afán de organización se ha tragado el apacentar a las ovejas? […] ¿Por qué algunos sacerdotes nunca mueven a una conversión, mientras que otros convierten a cientos? ¿No será porque unos toman el título de ‘padre’ seriamente, mientras que otros no? La administración es absolutamente esencial; ignorarla sería pasar por alto el hecho de que cada miembro tiene una función específica en el Cuerpo Místico de Cristo. Pero el Espíritu Santo no nos ha llamado a ser banqueros, inmobiliarios o expertos en proyectos de construcción. […] El Espíritu no fue dado a los Apóstoles para que se sienten en las mesas a contar dinero”[26]. Pues como dice la Escritura: No es justo que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas[27]. “Y, por otro lado, no es suficiente ser sacerdotes de sacristía”[28], ya que el mismo Verbo Encarnado nos mandó: Id, pues, a las encrucijadas de los caminos, y a todos cuantos halléis, invitadlos a las bodas[29].

“Por eso, la labor con las vocaciones debe ser activa, constante, llena de empuje y vitalidad, comprometida y urgida por la caridad de Cristo[30], y necesariamente opuesta a una mentalidad de ‘administración ordinaria o lentitud burocrática’[31], que espera negligentemente que las vocaciones golpeen a su puerta”[32].

San Luis Orione, segador solícito y afanoso de vocaciones, consciente de que la plenitud y gozo del sacerdocio es la paternidad espiritual decía: “nuestra preocupación es por aquellos a quienes les vamos a dejar la estola, el Evangelio y el altar”. Sus contemporáneos a menudo le oían decir: “No tengo otras ambiciones más que ésta: ser ‘el sacerdote de las vocaciones’”[33]. Convencido de que había que colaborar con la acción de Dios y no sofocarla se convirtió en buscador de vocaciones. Y por este motivo escribió una hermosísima carta a todos los párrocos en busca de aquellas “espigas que han quedado; esas humildes espigas que se perderían, en alimento y pan de vida para las almas y ayuda para los párrocos, los obispos, para la Iglesia…”[34] y agregaba: “Las vocaciones sacerdotales son, después del amor al Papa y a la Iglesia, mi más querido ideal, el amor más sagrado de mi vida”[35].

Hagamos cada vez más nuestro el ruego del Directorio de Espiritualidad que dice: “Que Dios nos dé el don de poder descubrir y orientar tantas vocaciones, que pudiésemos llenar todos los buenos seminarios y noviciados del mundo entero”[36]. También nosotros debemos ir “con pasión y discreción”[37] en busca de almas dispuestas a sacrificarlo todo por amor a Dios.

De lo dicho hasta aquí, podemos entonces concluir que es tarea prioritaria e intransferible de los religiosos, especialmente de los sacerdotes, la de promover y acompañar con solicitud paterna los distintos tipos de vocaciones, no sólo vocaciones al sacerdocio, sino también vocaciones para la vida monástica y la vida apostólica, vocaciones de hermanos coadjutores, vocaciones tardías, vocaciones tempranas, vocaciones a la vida consagrada femenina, etc. Es más, podemos afirmar que “cuanto más abundante y variada es la manifestación de las diversas vocaciones”[38] más vivo se halla nuestro Instituto.

Por eso les recomiendo mucho, como decía San Juan Bosco, el “interesarse vivamente… y hacer lo posible, y diría lo imposible[39] por a ayudar, en todo sentido, a aquellos que manifiestan el deseo de la vocación, sin escatimar esfuerzos ni sacrificios. Una vocación significa miles de almas que se salvan. Es importante que aprendamos a estar disponibles y que seamos generosos en la consecución de todo tipo de iniciativas y esfuerzos implicados en la tarea de “engendrar hijos para Dios”. No debemos aceptar con pasividad o indiferencia la escasez de vocaciones de nuestros tiempos pues se trata de la vida misma de nuestro Instituto y, en definitiva, de la vitalidad de la Iglesia.

Que también nosotros podamos decir con Don Orione: “¡Cuánto he caminado por las vocaciones! …He subido tantas escaleras, he golpeado tantas puertas… he sufrido hambre, sed y las humillaciones más dolorosas… me he llenado de deudas, pero la Divina Providencia no me abandonó jamás”[40].

San Juan Pablo II decía: “condición indispensable para la Nueva Evangelización es poder contar con evangelizadores numerosos y cualificados. Por ello, la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas… ha de ser una prioridad[41]. Y entre todas las vocaciones de especial consagración, “la inmensa necesidad de sacerdotes es una de las urgencias más graves[42].

2. Oración perseverante y confiada

Como las vocaciones son un don de Dios ofrecido libremente al hombre, “es esencial, ante todo, la oración para el descubrimiento y conducción de las vocaciones”[43]. El mismo Verbo Encarnado nos dio ejemplo de ello cuando llamó a los Apóstoles[44] y Él mismo nos ha mandado expresamente rogar al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies[45]. Esta es la primera y más fundamental pastoral por las vocaciones: nos lo enseñó el mismo Señor. Por esta intención debemos rezar todos, y debemos rezar siempre, especialmente en la Santa Misa, donde el Corazón de Cristo con cada una de sus palpitaciones llama a los que Él quiere[46] a la intimidad de su amistad.

Y aunque en realidad esta petición debe, de alguna manera, estar imbuida en todas nuestras oraciones y actividades –dado que las vocaciones consagradas son obras de Dios, no de los hombres– ¡cuán provechoso sería que cada comunidad, incluso en las parroquias y en los monasterios se dediquen tiempos especiales a ofrecer oraciones y sacrificios para pedir por vocaciones!

Aprovecho para contarles una anécdota que nos toca de cerca, para mostrar la inigualable eficacia de la oración confiada y perseverante por las vocaciones. Se trata del ejemplo de Mons. León Kruk, obispo de San Rafael, quien autorizó la fundación de nuestros Institutos y nos encomendó la fundación del seminario diocesano. Cuando en 1973 Mons. Kruk llegó a San Rafael, la diócesis tenía el gran problema de la falta de clero, pues contaba sólo con 11 sacerdotes diocesanos para un territorio extensísimo. Por eso, desde el inicio, el nuevo obispo se dedicó a trabajar y a rezar por las vocaciones, teniendo el sueño de poder contar algún día con un seminario propio. Pidiendo por esta intención hacía en su capilla del obispado, generalmente él solo, “Noches heroicas” de Adoración eucarística todos los jueves (decía que no podía hacerlas los viernes, como hubiese preferido, porque el sábado era un día de mucho trabajo pastoral). En su primera visita “Ad limina apostolorum” presentó al Papa Paolo VI esta dificultad y el Papa hizo una profecía que más tarde se cumplió, diciéndole que siguiese trabajando y sobre todo rezando, porque no sólo iba a tener sacerdotes para su diócesis, sino que también desde allí saldrían sacerdotes para otras diócesis del mundo, lo cual, como es patente, se cumplió con creces[47].

El rezar, además, es un gran testimonio para los demás. Más aun, es el primer testimonio que suscita vocaciones. El Ven. Arzobispo Fulton Sheen solía decir: “Ver a un sacerdote hacer su meditación antes de la misa hace más por la vocación de un monaguillo que miles de panfletos de propaganda vocacional”[48]. Y este es un aspecto que no debe ser ni olvidado ni infravalorado.

Y digo, no sólo rezar, sino ser maestros de la oración para poder ayudar a los que se sienten llamados a discernir la voluntad de Dios. Y aún más: enseñar a rezar y hacer rezar y rezar con ellos. Buscando de crear oportunidades para que los mismos jóvenes recen: adoraciones nocturnas, ejercicios espirituales, peregrinaciones, etc. ¡Ojalá que en todas nuestras comunidades se dedicase tiempo a la oración exclusiva por las vocaciones!

“En la medida en que enseñamos a los jóvenes a rezar, y a rezar bien, cooperamos a la llamada de Dios. Los programas, los planes y los proyectos tienen su lugar, pero el discernimiento de una vocación es ante todo el fruto del diálogo íntimo entre el Señor y sus discípulos. Los jóvenes, si saben rezar, pueden tener confianza de saber qué hacer ante la llamada de Dios”[49].

Quisiera hacer aquí un llamado particular a los miembros de nuestra Familia Religiosa que están enfermos o sufriendo en el cuerpo o en el espíritu: También a Ustedes les compete el apostolado vocacional, es más, quisiera recordarles “que su oración, unida a la cruz de Cristo, es la fuerza más poderosa del apostolado vocacional”[50]. Pues, “a peso de gemidos y ofrecimientos de vida da Dios los hijos a los que son verdaderos padres, y no una, sino muchas veces, ellos ofrecen su vida porque Dios dé vida a sus hijos como suelen hacer los padres carnales”[51].

Que nuestra oración por las vocaciones sea humilde y confiada, como la oración del Beato Jordán de Sajonia –sucesor de Santo Domingo de Guzmán– que al visitar los conventos mandaba hacer muchos hábitos religiosos, teniendo confianza en que Dios le enviaría muy numerosas vocaciones, lo cual le sucedía en todas partes. Dicen que durante su vida engendró más de mil vocaciones para su orden, a tal punto que durante su mandato se fundaron 249 Casas de la Congregación y se hicieron seis nuevas provincias de religiosos.

3. Nuestro testimonio de vida consagrada

Inseparablemente unido a la oración, como acabamos de decir, está nuestro testimonio de vida consagrada y sacerdotal. Decía el Beato Papa Paolo VI: “Por lo tanto, os es necesario, queridos Hijos e Hijas, restituir toda su eficacia a la disciplina espiritual cristiana de la castidad consagrada. Cuando es realmente vivida, con la mirada puesta en el reino de los Cielos, libera el corazón humano y se convierte así como en un signo y un estímulo de la caridad y una fuente especial de fecundidad en el mundo (LG, 42). Aun cuando éste no siempre la reconoce, ella permanece en todo caso místicamente eficaz en medio de él”[52].

San Juan Pablo II dedica mucho espacio a este tema en la Exhortación Apostólica Vita consecrata. No podemos abundar aquí, solo citamos algún párrafo más significativo, que está incluido en parte en nuestra fórmula de profesión[53]. “Primer objetivo de la vida consagrada es el de hacer visibles las maravillas que Dios realiza en la frágil humanidad de las personas llamadas.

Más que con palabras, testimonian estas maravillas con el lenguaje elocuente de una existencia transfigurada, capaz de sorprender al mundo. Al asombro de los hombres responden con el anuncio de los prodigios de gracia que el Señor realiza en los que ama. En la medida en que la persona consagrada se deja conducir por el Espíritu hasta la cumbre de la perfección, puede exclamar: ‘Veo la belleza de tu gracia, contemplo su fulgor y reflejo su luz; me arrebata su esplendor indescriptible; soy empujado fuera de mí mientras pienso en mí mismo; veo cómo era y qué soy ahora. ¡Oh prodigio! Estoy atento, lleno de respeto hacia mí mismo, de reverencia y de temor, como si fuera ante ti; no sé qué hacer porque la timidez me domina; no sé dónde sentarme, a dónde acercarme, dónde reclinar estos miembros que son tuyos; en qué obras ocupar estas sorprendentes maravillas divinas’[54]. De este modo, la vida consagrada se convierte en una de las huellas concretas que la Trinidad deja en la historia, para que los hombres puedan descubrir el atractivo y la nostalgia de la belleza divina”[55].

Es el Espíritu Santo quien mueve interiormente y “acerca siempre nuevas personas a percibir el atractivo de una opción tan comprometida. Bajo su acción reviven, en cierto modo, la experiencia del profeta Jeremías: ‘Me has seducido, Señor, y me dejé seducir’ (20, 7)[56].

Se cuenta que Santa Teresa de Calcuta le preguntó una vez a San Juan Pablo II la razón por la que hay crisis de vocaciones, siendo tan atractivas y hermosas las vocaciones de especial consagración: Y él le respondió: “Porque se ha dejado de presentarlas de manera fascinante”. Para ello, lo primero, es nuestro propio testimonio de amor a Dios, de vida pobre, casta, obediente, devota de María, de amor fraterno y de amor preferencial por los pobres, de manera que también de nosotros las personas puedan decir, como atestigua Tertuliano que se decía de los primeros cristianos: “mirad cómo se aman y están dispuestos a morir unos por otros”. Y este testimonio haga que muchos descubran “el atractivo y la nostalgia de la belleza divina”.

4. Acción unánime

Ahora bien, a nuestra oración y a nuestro testimonio de vida consagrada debe ir unida la colaboración activa en la tarea urgente de despertar el germen de la vocación a la vida consagrada en muchos, especialmente en los jóvenes y niños. Ya que como decía el Papa Benedicto XVI: “Dios se sirve del testimonio de los sacerdotes, fieles a su misión, para suscitar nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas al servicio del Pueblo de Dios”[57].

Entonces nuestra fidelidad, no sólo individual sino como Instituto, es clave en la magnífica y apasionante tarea de ‘engendrar hijos para Dios’. La razón de esto es muy simple: “todo don del Espíritu es concedido con el objeto de que fructifique para el Señor”[58], lo cual es particularmente cierto respecto del carisma recibido por el Fundador de un Instituto Religioso. Por tanto, el aumento y perseverancia de las vocaciones a la vida consagrada en nuestro Instituto será también en razón de nuestra fidelidad al carisma que el Espíritu Santo nos ha confiado por medio de nuestro Fundador. Lo cual implica de nuestra parte una gran responsabilidad. Es decir, si nosotros como Instituto Religioso no somos fieles al carisma, perderemos nuestra razón de ser en la Iglesia. “Y Dios dejará de enviarle vocaciones”[59]. Decía San Juan Pablo II: “En el seguimiento de Cristo y en el amor hacia su persona hay algunos puntos sobre el crecimiento de la santidad en la vida consagrada que merecen ser hoy especialmente evidenciados. Ante todo, se pide la fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual de cada Instituto. Precisamente en esta fidelidad a la inspiración de los fundadores y fundadoras, don del Espíritu Santo, se descubren más fácilmente y se reviven con más fervor los elementos esenciales de la vida consagrada”[60].

De nuestro carisma se derivan lineamientos precisos acerca de cómo llevar a cabo este apostolado por las vocaciones. Y así, nuestro Directorio de Vida Consagrada señala diáfana y sucintamente lo siguiente: “Apostolado indispensable es la pastoral vocacional, en la que hay que invertir las mejores energías, con una adecuada dedicación a la pastoral juvenil[61], y realizando bien los apostolados propios”[62].

Entre los apostolados propios cabe mencionar: los Ejercicios Espirituales, la pastoral parroquial bien atendida, la catequesis, la liturgia, la predicación prudente y explícita, convencida, sobre la vida consagrada que exalte la belleza y sublimidad de la misma y desarme los argumentos contrarios a ella, la dirección espiritual bien hecha y bien llevada, las obras de misericordia, las jornadas de jóvenes, los campamentos, el apostolado con los universitarios y profesionales, el trabajo con niños –especialmente los monaguillos–, los oratorios fieles al espíritu de Don Bosco, la pastoral recta y esmerada con las familias –que es por sí misma vocacional– (destaco especialmente la visita de casas y el acompañamiento a las familias que pasan por alguna tribulación), las misiones populares, la promoción de la verdadera devoción a la Virgen, la buena prensa y el apostolado con la Tercera Orden. Sin dejar de lado, por supuesto, los apostolados inéditos siempre y cuando sean conformes a nuestro carisma.

Todo eso unido, como ya hemos dicho, al buen testimonio de consagración según el peculiar modo de vida de nuestro Instituto. El buen testimonio de vida consagrada, por sí sólo, seduce, interpela, inspira. Vivir auténticamente nuestra vida religiosa es quizás –después de la oración– el medio más conducente para la promoción de las vocaciones. Por eso decía el Ven. Fulton Sheen: “El sacerdote mortificado, el sacerdote desapegado del mundo, ése inspira, edifica y cristifica almas. […] No se puede despertar la estima por el sacerdocio sino a través de la admiración por la inmolación del sacerdote. Ningún sacerdote puede concebir una vocación sino a la sombra de la Cruz”[63]. Es pues, de gran importancia que cada uno se examine en conciencia delante de Dios, para ver si desde la función o el servicio particular en el que la Iglesia a través del Instituto lo puso (párroco, formador, misionero ad gentes, etc.), se empeña sincera y ardientemente en la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Lo mismo afirma nuestro derecho propio cuando dice que hay que “promover las vocaciones dando un testimonio fiel y alegre de vida consagrada, realizando con generosidad, discernimiento y seriedad los apostolados propios, y trabajando en comunión fraterna: llevando a cabo los apostolados no de modo personal sino en fraterna colaboración, que es el único modo realmente eficaz”[64]

Una mención especial merece la justa formación que requieren las vocaciones que Dios nos envía. Por eso afirmamos que “lo que hay que hacer es buscar [las vocaciones] y luego, cosa muy importante, es preciso encontrar para estas vocaciones una formación adecuada”[65] porque “sin buena formación Dios no bendice con abundancia de vocaciones. [De esto se sigue que] hay ‘que hacer intensos esfuerzos por fomentar las vocaciones y procurar la mejor formación sacerdotal posible en los seminarios’[66][67].

Una vez más los aliento a estar santamente decididos a no tolerar nada que pueda impedir el florecimiento de vocaciones y a estar dispuestos incluso a ser martirizados si fuere necesario por esta causa, sabiendo mantener una firmeza inquebrantable para ser fieles a Dios que es el Autor de toda vocación y el principal interesado en su florecimiento. Dicho de otra manera, no hay que poner impedimentos a la obra de Dios[68].

“Y así como Dios es generosísimo en suscitar vocaciones cuando se dan las condiciones adecuadas, así hay que ser generosos en enviar las vocaciones ya florecidas, en sacerdotes y religiosas, donde sea necesario, teniendo la certeza de que ‘Dios no se deja ganar en generosidad por nadie’, y que siempre será verdad que el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia (2 Cor 9, 6)”[69].

Decía San Juan Pablo II: “La invitación de Jesús: ‘Venid y veréis’ (Jn 1, 39) sigue siendo aún hoy la regla de oro de la pastoral vocacional. Con ella se pretende presentar, a ejemplo de los fundadores y fundadoras, el atractivo de la persona del Señor Jesús y la belleza de la entrega total de sí mismo a la causa del Evangelio. Por tanto, la primera tarea de todos los consagrados y consagradas consiste en proponer valerosamente, con la palabra y con el ejemplo, el ideal del seguimiento de Cristo, alimentando y manteniendo posteriormente en los llamados la respuesta a los impulsos que el Espíritu inspira en su corazón”[70].

Por gracia de Dios, tenemos muchas vocaciones y esto es, sin dudas, un signo de la vitalidad de nuestra congregación, como así también de la acción del Espíritu Santo en nuestra obra. Así lo confirman las palabras de nuestro querido San Juan Pablo II: “Las vocaciones son la comprobación de la vitalidad de la Iglesia. La vida engendra la vida…; son también la condición de la vitalidad de la Iglesia… Estoy convencido de que el Espíritu Santo no deja de actuar en las almas. Más aún, actúa todavía con mayor intensidad”[71]; pues “la llamada del Señor nunca puede ser entendida en términos meramente humanos; es un misterio de la obra del Espíritu Santo”[72]. Las vocaciones “son una obra del Espíritu Santo”[73], ya que es el Espíritu Santo quien “está interesado ‘en primera persona’ en el éxito de esta obra”[74].

 

* * * * *

Queridos todos: Dios nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia[75]. Por tanto, celebremos este próximo 25 de marzo con el alma inundada de gozo y agradecimiento, el 33o aniversario de nuestro querido Instituto. Unámonos pues en acción de gracias a Dios y a la Virgen de Luján no sólo por el don de la vocación en esta hermosa Familia Religiosa sino también por las innumerables bendiciones concedidas al Instituto en este tiempo, particularmente las gracias enormes que son las nuevas fundaciones, las conversiones, las nuevas vocaciones y las pruebas.

“La vocación es amor que sólo puede ser devuelto con amor”[76]. Por eso los invito a renovarnos en el carisma de nuestra Familia Religiosa para ser siempre fieles a Dios. Y que a imitación de la Madre del Verbo Encarnado que permaneció fiel durante toda su vida al fiat pronunciado en la Anunciación, incluso cuando veía morir a su Hijo amadísimo en la cruz, también nosotros permanezcamos fieles al servicio del misterio de la Encarnación y engendremos para Dios tantas vocaciones de especial consagración como Él quiera concedernos.

Que María Santísima, que por la unción del Espíritu Santo dio un cuerpo de carne al Mesías Sacerdote, custodie en su seno a todos los religiosos de nuestra querida Congregación y así, perteneciendo cada vez más a Ella, nos asemejemos más al Sacerdote-Víctima y se nos conceda la gracia de pasar a muchos otros la antorcha de la vida que Él mismo encendió en nuestras almas.

¡Feliz día de la Encarnación del Verbo!

P. Gustavo Nieto, IVE
Superior General

1 de marzo de 2017
Carta Circular 8/2017

 

[1] Directorio de Vida Consagrada, 325; cf. Notas del V Capítulo General, n. 24; Actas del V Capítulo General, acta n. 6 (12/07/2007).

[2] Cf. Constituciones, 7.

[3] Ibidem.

[4] Cf. Directorio de Espiritualidad, 216.

[5] Directorio de Vida Consagrada, 413.

[6] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 219.

[7] Cf. Lumen Gentium, 65.

[8] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 723.

[9] Cf. Redemptoris Mater, 43.

[10] Cf. Directorio de Espiritualidad, 118.

[11] Cf. Directorio de Vocaciones, 1.

[12] San Juan Pablo II, Mensaje para la XXIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 6 de enero de 1986.

[13] Ibidem.

[14] Nacido en Illinois, Estados Unidos. Fue Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Nueva York y Obispo de la diócesis de Rochester (New York). Conocido por sus prédicas y su labor en radio y televisión.

[15] Cf. Ven. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, Cap. 17. (Traducido de la edición en inglés)

[16] Gen 1, 28.

[17] San Juan Pablo II, Homilía Congreso Internacional para las vocaciones, 10 de mayo de 1981.

[18] Cf. Ven. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, Cap. 3. (Traducido de la edición en inglés)

[19] Cf. San Juan Pablo II, Mensaje a la XXIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 10 de mayo de 1992.

[20] Cf. San Juan Pablo II, Homilía en el Congreso Internacional para las vocaciones, 10 de mayo de 1981.

[21] Cf. Ven. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, Cap. 3. (Traducido de la edición en inglés)

[22] San Juan Pablo II, Diálogo con los periodistas en el vuelo Roma–Montevideo, 1988: “…es preciso encontrar para estas vocaciones una formación adecuada. Diría que la condición de una verdadera vocación es también una formación justa. Si no la encontramos, las vocaciones no llegan y la Providencia no nos las da”.

[23] San Juan Pablo II, Mensaje para la XXIII Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 6 de enero de 1986.

[24] Código de Derecho Canónico, 233, § 1 y 2.

[25] Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 25 de abril de 2010.

[26] Cf. Ven. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, Cap. 3. (Traducido de la edición en inglés)

[27] Cf. Hech 6, 2.

[28] Cf. Ven. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, Cap. 3. (Traducido de la edición en inglés)

[29] Mt 22, 9.

[30] Cf. 2 Cor 5, 14.

[31] San Juan Pablo II, Alocución a los sacerdotes, religiosos y religiosas en la Catedral de Siena, 14 de abril de 1980.   

[32] Directorio de Espiritualidad, 290.

[33] Giorgio Papasogli, Vida de Don Orione, Cap. 41.

[34] San Luis Orione, Carta a los Párrocos, Tortona, 15 de agosto de 1927.

[35] Ibidem.

[36] Cf. Directorio de Espiritualidad, 290.

[37] Cf. Directorio de Espiritualidad, 118.

[38] Obra Pontificia para las vocaciones eclesiásticas, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 5-10 mayo de 1997.

[39] Directorio de Seminarios Menores, 2; cf. Juan Bautista Lemoyne, Memorias Biográficas, XIV, 133

[40] Cf. San Luis Orione, Carta a los Párrocos, Tortona, 15 de agosto de 1927.

[41] San Juan Pablo II, Discurso inaugural en la Asamblea del CELAM en Santo Domingo, 10 de diciembre de 1992.

[42] Cf. San Juan Pablo II, Mensaje para la XXIII Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 6 de enero de 1986.

[43] Cf. Directorio de Espiritualidad, 292.

[44] Cf. Lc 6, 12

[45] Mt 9, 38; Lc 10, 2.

[46] Mc 3, 13.

[47] El testimonio de esta profecía ya realizada fue presentado en el Proceso de Beatificación de Paolo VI por uno de los padres del IVE.

[48] Cf. Ven. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, Cap. 3. (Traducido de la edición en inglés)

[49] Benedicto XVI, Respuesta de su Santidad a las preguntas de los Obispos americanos, 16 de abril de 2008.

[50] San Juan Pablo II, Mensaje para la XXIII Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 6 de enero de 1986.

[51] San Juan de Ávila, Obras Completas, Tomo I, p. 260-261.

[52] Beato Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelica testificatio, nn. 13-14.

[53] Cf. Constituciones del IVE, nn. 254 y 257.

[54] Simeón el Nuevo Teólogo, Himnos, II, vv. 19-27: SCh 156, 178-179.

[55] San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 20.

[56] Ibidem, 19.

[57] Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 25 de abril de 2010.

[58] San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita Consecrata, 4; cf. San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, Parte I, cap. 3.

[59] Conclusiones IV Reunión Extraordinaria del Consejo General del Instituto con la participación de los Superiores de las Provincias, Vice Provincias y Delegaciones, 2005.

[60] San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita Consecrata, n. 36.

[61] Cf. San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita Consecrata, 64.

[62] Directorio de Vida Consagrada, 308.

[63] Cf. Ven. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, Cap. 3. (Traducido de la edición en inglés)

[64] Directorio de Vida Consagrada, 308.

[65] Directorio de Vocaciones, 87; op. cit. San Juan Pablo II, Diálogo con los periodistas en el vuelo Roma-Montevideo, 7 de mayo de 1988.

[66] San Juan Pablo II, Homilía en el Seminario Mayor Regional de Seúl, 3 de mayo de 1984.

[67] Directorio de Vocaciones, 87.

[68] Cf. Directorio de Vocaciones, 90.

[69] Directorio de Vocaciones, 91.

[70] San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 64.

[71] San Juan Pablo II, «Homilía en la Misa de inauguración del Congreso Internacional por las vocaciones», L’Osservatore Romano 20 (1981) 303.

[72] San Juan Pablo II, A los Superiores Mayores en Uppsala, Suecia, 9 de junio de 1989.

[73] San Juan Pablo II, A Sacerdotes, Religiosos, Religiosas y Laicos en Ivrea, Italia, 18 de marzo de 1990.

[74] Ibidem.

[75] 2 Tim 1, 9

[76] P. Carlos Buela, IVE, Juan Pablo Magno, Cap. 31.

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