Espíritu de alegría
Los miembros del Instituto del Verbo Encarnado queremos caracterizarnos y destacarnos por vivir en “contagiosa alegría”[1]. Esa alegría que es “fruto del Espíritu Santo y efecto de la caridad”[2] y que nace de considerar que “Dios es alegría infinita”[3]. Esa es la buena nueva, la gran alegría[4] −consecuencia de la Encarnación− que con nuestra vida queremos anunciar al mundo entero. Esta es nuestra proclama: que con la venida al mundo del Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros “la verdad prima sobre la mentira, el bien sobre el mal, la belleza sobre la fealdad, el amor sobre el odio, la paz sobre la guerra, la misericordia sobre la venganza, la vida sobre la muerte, la gracia sobre el pecado, y en fin, el ser sobre la nada, la Virgen sobre Satanás, Cristo sobre el Anticristo y Dios sobre todo”[5].
Por este motivo los miembros del Instituto del Verbo Encarnado queremos “tratar de vivir lo que es la esencia del Reino que Jesucristo vino a inaugurar en la tierra: El Reino de Dios… es justicia, alegría y paz en el Espíritu Santo (Rm 14,17)”[6]. Es decir, tratamos por todos los medios, que ‘nadie sea disturbado o entristecido en la casa de Dios’ y nos esforzamos en soportar con paciencia las debilidades, tanto corporales como espirituales de nuestros hermanos; procurando el bien de los demás, antes que el propio; en fin, poniendo en práctica un sincero amor fraterno. Porque estamos convencidos de que sin caridad, no puede haber alegría auténtica. Y “una fraternidad sin alegría es una fraternidad que se apaga”[7].
“La alegría es el secreto gigantesco del cristiano”[8] y ese es también nuestro secreto a voces. De manera especial, el Misterio Pascual de nuestro Señor, es fuente inexhausta de espiritualidad. Su Pasión, su Muerte, su descenso a los infiernos, su Resurrección, iluminan nuestras vidas[9]. Por eso, la alegría es un elemento esencial de la espiritualidad cristiana, y lo es también en nuestra espiritualidad[10]. Y esto hace que sea nuestra petición constante el que Dios nos de la gracia de “ser especialistas en la sabiduría de la cruz, en el amor a la cruz y en la alegría de la cruz”[11]. Siendo conscientes de que el sufrimiento de la cruz es la necesaria e ineludible condición de la gloria de la Resurrección. Jesús no nos engañó, Él nos lo dijo claramente: Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría[12] y nos aseguró: Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría[13]. Porque la verdadera alegría, la alegría serena y profunda que se mantiene a pesar de las dificultades y aun “en los padecimientos”[14], es precisamente la que nace de la cruz[15]: “la cruz de la humildad de la razón frente al misterio; la cruz de la voluntad en el cumplimiento fiel de toda la ley moral, natural y revelada; la cruz del propio deber, a veces arduo y poco gratificante; la cruz de la paciencia en la enfermedad y en las dificultades de todos los días; la cruz del empeño infatigable para responder a la propia vocación; y la cruz de la lucha contra las pasiones y las acechanzas del mal”[16].
Ahora bien, si “sólo se alegra verdaderamente el que se alegra en el amor: ‘Donde se alegra la caridad, allí hay festividad’[17]. Entonces, para un miembro del Instituto, no hay motivo mayor de alegría que la Resurrección del Señor, porque su triunfo es nuestro triunfo, su victoria es nuestra victoria”[18]. De aquí que es algo muy característico nuestro el celebrar “como corresponde las grandes solemnidades, en especial la Octava de Pascua, los domingos, los días de los Apóstoles y de Nuestra Señora”[19]. Además, en nuestras comunidades tenemos semanalmente “otra fiesta en pequeño, que es la recreación”[20] y debemos decir, que en nuestra humilde experiencia, nuestro testimonio de la alegría comunitaria ha suscitado y suscita un enorme atractivo hacia la vida religiosa, de hecho, es una fuente de nuevas vocaciones y es un apoyo para nuestra perseverancia[21].
Por eso, aunque tengamos que sembrar entre lágrimas, siendo nuestra alegría “espiritual y sobrenatural”[22] sabemos que debemos “alegrarnos siempre y en todo”[23] y conservar y cultivar la alegría de evangelizar[24]. Porque en definitiva, somos “seguidores del Resucitado”[25]. Y, porque en verdad, “en la vida ‘existe una sola tristeza, la de no ser santos’[26]”[27].
[1] Constituciones, 231.
[2] Ibidem, 95.
[3] Directorio de Espiritualidad, 210; op. cit. Santa Teresa de los Andes, Cartas, 101.
[4] Lc 2,10
[5] Directorio de Espiritualidad, 210.
[6] Constituciones, 93.
[7] Directorio de Vida Fraterna, 40.
[8] Directorio de Espiritualidad, 204, la frase es de G. K. Chesterton.
[9] Cf. Constituciones, 42.
[10] Cf. Ibidem, 203.
[11] Ibidem.
[12] Jn 16, 20.
[13] Jn 16, 22.
[14] Directorio de Espiritualidad, 207.
[15] Cf. Directorio de Espiritualidad, 145.
[16] Ibidem, 142.
[17] Cit. de San Juan Crisóstomo, en Josef Pieper, Una teoría de la fiesta, Madrid 1974, 33.
[18] Ibidem, 212.
[19] Ibidem.
[20] Ibidem, 213.
[21] Cf. Directorio de Vida Fraterna, 41.
[22] Ibidem, 204.
[23] Ibidem, 205.
[24] Directorio de Misiones Ad Gentes, 144; op. cit. cf. Evangelii Nuntiandi, 80.
[25] Directorio de Espiritualidad, 208.
[26] León Bloy, La mujer pobre, II, 27.
[27] Gaudete et Exultate, 34.