La fidelidad a las Constituciones

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Decía el papa Juan XXII: “dadme un religioso que haya sido fiel toda su vida a su regla y constituciones y le canonizo sin más examen”. De aquí que tengamos que constantemente examinarnos sobre esto ya que es esencial a nuestra vida religiosa. No hay signo más claro de que uno progresa en la vida espiritual que la afectiva y efectiva observancia regular, tanto de la letra como del espíritu de aquello que está escrito. Podemos tener los éxitos más grandes (éxitos apostólicos, grandes constelaciones, gozar de una cierta paz, etc.) que si no hay un fiel cumplimiento de la regla de nada sirve. Por eso siempre debemos tener una gran confianza en nuestra vida religiosa y también una gran fidelidad a su cumplimiento.

Confianza en la regla

Ciertamente que es Dios el que da las gracias a los religiosos, pero es de Dios a través de la regla que ha de esperarlo todo el religioso: la santidad y la perseverancia hasta la muerte. Esta es la forma preciosa que tenemos nosotros para alcanz.ar la santidad.

Certeza de que estamos en el buen camino: Y esto es una grande gracia, para santificarnos, nos basta guardar cuidadosa y amorosamente nuestra regla. Es un camino tan derecho y seguro que el extravío es imposible. Porque la santidad no consiste en otra cosa que en la plena conformidad de nuestra voluntad con la voluntad divina; y el religioso fiel a su regla no hace otra cosa sino cumplir en todo momento la voluntad de Dios expresada y contenida en la misma. Su vida entera se transforma en un ejercicio continuo de obediencia y amor a la voluntad de Dios.

Certeza de la perseverancia: es la mejor garantía de que vamos a perseverar y mantenemos en la vida religiosa. Si somos fiel a las enseñanzas del fundador podemos estar seguros de que alcanzaremos la triple perseverancia:

  • la perseverancia en la gracia: porque la fidelidad insobornable a su regla y constituciones supone en el religioso fiel una exquisita delicadeza de conciencia, y un profundo espíritu de oración. Se podría decir, que es imposible pecar si uno no se aparta del cumplimiento de su regla.
  • la perseverancia en la vocación: porque es esta la mejor manera de enraizarse en la vocación. El que trata de ser fiel hasta en las cosas más mínimas de las reglas difícilmente se sentirá tentado a traicionar los votos profesados. No existe garantía más firme de perseverancia en la vocación que la práctica exacta y minuciosa de la propia regla y constituciones.
  • la perseverancia final, ya que la regla es para el religioso “la llave del paraíso”, y visto que se muere como se vive, el ejercicio del cumplimiento fidelísimo de la regla es garantía segura de que el religioso morirá fiel a los votos realizados. “Todo el que muere besando el hábito de su orden muere con la señal más clara e inequívoca de los predestinados”.

Los riesgos de la inobservancia

Si bien es cierto que debemos esperar todo del fiel cumplimiento de la regla, al mismo tiempo hay que temer todo de su inobservancia, que si es habitual y prolongada, puede convertirse en piedra de escándalo para los demás y ocasión de ruina para nosotros. Estos son los principales riesgos que se suelen señalar:

Vulgaridad de vida: por lo general Dios trata como le tratan. “Dios se da todo solo al que se le da todo”, decía Santa Teresa. Y objetivamente, salirse de la regla, obrar por espíritu propio (aun en pequeñas cosas), tener juicio privado sobre la aplicación de la misma, es objetivamente colocarse fuera del orden providencial y sustraerse a la influencia del Espíritu Santo. Dios nos llamó a la santidad en una familia religiosa y bajo su regla. Si uno se deja estar, las consecuencias van a ser inevitables: la languidez del alma, el debilitamiento de las virtudes y una vida espiritual extenuada. menos gracia, menos savia, y por tanto menos flores y menos frutos.

“Sin agua y sin sol, el alma se convierte en tierra seca y agostada, con poca y desmedrada vegetación. Esta es la explicación de muchas vidas religiosas, ni buenas ni malas, sino sencillamente insubstanciales. Es el triunfo de la sosera moral. Nada de estallidos de entusiasmo, ni un solo impulso para levantarse hacia el ideal. Una marcha continua e inacabable por el carril de la mediocridad, una perenne modorra y somnolencia espiritual, como si en el alma hubiera prendido la enfermedad del sueño. Lo que la polilla para los vestidos y las babosas para las flores, eso son para el fervor las repetidas faltas de observancia”.

Tibieza: la violación frecuente, injustificada, sin propósito de enmienda, de la regla o constituciones, trae consigo el pecado venial habitual, o sea, la tibieza. El que practica la observancia regular únicamente cuando rima con su gusto, el que con plena deliberación y con frecuencia desprecia el silencio, se dispensa de algunos ejercicios o actos de comunidad, juzga y critica a los superiores, siembra la discordia con chismes maliciosos o imprudentes, descuida las delicadezas prescritas en lo tocante a la pobreza y a la modestia, sin duda alguna es un religioso que ha caído en la tibieza. Pecado terrible, abominable a los ojos de Dios “Conozco tus obras y que no eres ni frio ni caliente. Ojalá fueras frio o caliente, más porque eres tibio y no eres caliente ni frio, estoy para vomitarte de mi boca” (Ap 3,15-16). De aquí a caer en pecado mortal no hay nada más que un paso y algunos lo dan.

Pecado mortal: si es una desgracia enorme para un cristiano, el pecado mortal es una verdadera catástrofe para el religioso. Lo normal es que los religiosos no caigan en esto, sin embargo, así como un buen religioso que tiene tal desgracia se levanta rápido, no sucede lo mismo a aquellos que poco a poco se dejan caer irremediablemente en la tibieza. “En el orden moral, lo mismo que en el físico, las muertes repentinas constituyen una excepción. Lo normal es acabar la vida por enfermedad o consumida por la vejez. El alma muere casi siempre víctima de la tibieza”.

  • Anemia. La violación habitual de la regla engendra la tibieza, que es para el alma lo que la tuberculosis para el cuerpo: debilita el organismo agota las fuerzas y convierte la vida en una lenta agonía espiritual.
  • Desprecio de la ley lo enseña Santo Tomás, “la frecuencia del pecado dispone al desprecio de la ley” y el desprecio formal de la ley constituye pecado grave.
  • Ilusión de la conciencia. La tibieza oscurece el juicio y falsea la conciencia. Desde las infracciones leves se va pasando poco a poco a faltas más importantes, y hasta graves, para terminar sin darse cuenta en infidelidades enormes. “Indecisa y borrosa la línea de separación entre el pecado mortal y el venial, sobre esta cuerda floja se cabalga alegre y peligrosamente”. Se hace en la inteligencia una regla dudosa que trabaja a capricho del transgresor. Las delicadezas de conciencia aparecen como “escrúpulos” y “estrechez de espíritu”. Y así poco a poco, casi sin darse cuenta se comienza a bajar estrepitosamente.
  • Escandalo de los demás. Pocas cosas se propagan con tanta facilidad en una comunidad religiosa como el mal ejemplo de alguno de sus miembros. Y así el hecho de ser uno falsamente laxo induce a los demás y a toda la comunidad a quebrantar puntos básicos de la observancia.
  • Castigo divino. Bastara solamente descuidar una sola de esas precauciones para encontrarse en una situación comprometida o para que surja una tentación gravísima que, por justo castigo de Dios, no se logre resistir l Cuantas caídas profundas y escandalosas se hubiesen podido evitar con un poco más de cuidado y de respeto a las prescripciones santísimas de la regla! Deus non deserit nisi prius deseratur dice el concilio de Trento: “Dios no abandona a nadie si antes no le abandonamos nosotros a Él”.

Pérdida de la vocación: Gracia excepcional –la mayor de todas después de la redención y del bautismo,

según San Alfonso–, la vocación religiosa puede perderse culpablemente. Es cierto que no todos los religiosos que abandonan la vida religiosa son reos de infidelidad a su vocación. Pueden existir causas del todo inculpables que autoricen y aconsejen la vuelta a la vida seglar. Pero lo habitual es al revés, generalmente la vuelta al mundo supone una verdadera deslealtad para con Dios. Siempre será verdad la frase de San Pablo en la carta a los Romanos: “los dones y la vocación de Dios son irrevocables”.

Condenación eterna: los religiosos caídos en el infierno se ban condenado, sin excepción alguna, por

culpa de su inobservancia. Ya que si la fidelidad a la regla hasta en sus detalles más mínimos es una de las señales más claras de predestinación y prenda infalible de salvación, el espíritu de irregularidad constituye, por el contrario, una de las señales más temibles de maldición eterna. hay que repetirlo muchas veces: las almas consagradas no se lanzan de un salto y de cabeza al abismo, se deslizan y caen en el dulce e insensiblemente …

Conclusión

Procuremos siempre tener una gran fidelidad a nuestras constituciones, a su letra y a su espíritu que nosotros por gracia particular hemos tenido la gracia de mamarlo del mismo fundador, que lo hemos conocido, hemos vivido con él. Más facilidad creo que es imposible. Y aun hasta en las cosas más mínimas, que no es detalle. Don Orione les hablaba a sus religiosos del máximo cuidado que tenían que poner en conservar el espíritu, aun hasta en los detalles más pequeños. San Agustín decía: “Lo que es pequeño es pequeño, pero ser fiel a lo pequeño es una cosa muy grande”. Como Santa Teresita que se decía que tenía “una terca y terrible obstinación en cumplir el deber en las cosas más pequeñas por amor al Amado”. A esta fidelidad exquisita a lo pequeño se debe el que sea, en frase de San Pío X, “la santa más grande de los tiempos modernos”.

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