Homilía predicada con ocasión del
1ercentenario del Nacimiento de San Juan Pablo II
Tenemos la gracia de celebrar el primer centenario del nacimiento de nuestro querido san Juan Pablo II en este santuario dedicado a la Madre de Dios donde él mismo hace ya 42 años dijo: “He deseado venir aquí, a estas montañas, a cantar el Magnificat siguiendo las huellas de María”[1]. Por eso hoy en acción de gracias por su nacimiento también nosotros hemos venido aquí, a estas montañas, a cantar el Magnificat siguiendo sus huellas.
San Juan Pablo II fue sin duda alguna un hombre de alma grande, de espíritu magnánimo y por eso al ser elegido sucesor de Pedro en 1978 a la pregunta del Card. Jean Villot: “¿Acepta la elección?”, él respondió: “En la obediencia de la fe ante Cristo mi Señor, abandonándome a la Madre de Cristo y a la iglesia, y consciente de las grandes dificultades, acepto”[2]. Y siete días después vino aquí; a este santuario mariano que en sus propias palabras le “atraía de modo especial”[3]. Ese gesto fue la “primera respuesta, humilde”[4] al llamado de Dios: vino a rezarle a la Virgen. Porque como él mismo dijo en este lugar, cuando el hombre esta “sumamente agobiado y acosado por las condiciones contingentes de la vida diaria, por todo lo que es temporal, la debilidad, el pecado, el abatimiento… La oración da sentido a toda la vida, en cada momento y en cualquier circunstancia”[5]. Así comenzó su pontificado, invocando la ayuda maternal de María y con su nombre en sus labios así lo concluyó.
Como decía el P. Buela: San Juan Pablo II “fue un grande porque mostró a la Iglesia la necesidad de abandonarse en las manos de la Santísima Virgen María, con su palabra y especialmente con su devoción filial a la Madre de Dios”[6]. En efecto, sostienen varios autores que la devoción mariana fue en muchos aspectos un carisma particular de su pontificado y que ningún Pontífice ha promovido la devoción a la Virgen tan fuerte e insistentemente como Juan Pablo II[7].
Este carisma mariano se manifestó muy claramente en su vida. Ya desde niño estaba como cautivado por la Virgen y tras perder a su madre, Emilia[8], visitaba a María Santísima en su parroquia en Wadowice donde también recibió el escapulario. Su infancia está salpicada de peregrinaciones al santuario de Kalwaria y de Jasna Gora donde iba con su padre. Y no se puede hablar de Karol Wojtyla sin decir que siendo un joven trabajador leyó el Tratado de la verdadera devoción y destacar la inmensa influencia que su lectura tuvo en la vida espiritual de quien luego será llamado el “Papa mariano”.
Esta devoción a la Madre de Dios tan filial y tan autentica de Karol Wojtyla se hizo patente a los ojos del mundo en su misión petrina, a través de sus obras y de sus gestos, en su Magisterio y en sus sentidas palabras. Y acerca de esto quería dedicar esta homilía en su honor.
Acerca de sus gestos
Prueba del amor de Juan Pablo II a la Madre de Dios es que de los 102 viajes pastorales que hizo fuera de Italia la mayoría tuvieron como momento cumbre su visita a algún santuario de la Virgen. De hecho, advocaciones de la Virgen de todo el mundo le han visto de rodillas, han escuchado sus manifestaciones de cariño, han recibido sus peticiones por la Iglesia y el mundo. Ningún Papa, antes o después de Juan Pablo II, ha hecho tantas peregrinaciones a Santuarios Marianos alrededor del mundo, consagrando cada país, cada continente, cada familia y toda la Iglesia a la Madre de Dios. Noten Ustedes que en sólo los 5 primeros años de su pontificado consagró a la Virgen Santísima a México, Polonia, Irlanda, Estados Unidos, Zaire, Ghana, Brasil, Alemania, Filipinas y toda Asia, Nigeria, Guinea Ecuatorial, Gabón, Argentina, España, Honduras y toda América Central, Haití, Francia y Austria[9].
De las 8 rosas de oro que regaló como Vicario de Cristo, 7 de ellas fueron a la Madre del Cielo: en el Santuario de Jasna Góra, Polonia (1979); en el Santuario de Knock, Irlanda (1979); a Nuestra Señora de Luján, Argentina (1982); en el Santuario de Matka Boża Kalwaryjska, Polonia (1987); a Nuestra Señora de la Evangelización en Lima, Perú (1988); a Nuestra Señora de la Concepción del Sameiro, Portugal (2003) y a Nuestra Señora de Lourdes, Francia (2004). Y la octava rosa se la ofrendó al esposo de la Virgen, en el Oratorio de San José, en Quebec, Canadá (2004). Por otro lado, no podemos dejar de mencionar el obsequio a la Virgen de Fátima de la bala que le atravesó en aquel ataque del 13 de mayo de 1981.
Sus obras marianas
Otro dato que nos revela esa impronta mariana que Juan Pablo II quiso darle a la Iglesia fue el haber declarado 2 de los 3 años marianos que ha habido a lo largo de la historia de la Iglesia: el primero fue declarado por el Papa Pío XII (1953-1954); los otros 2 por el Papa Juan Pablo Magno: el primero de ellos en 1987-1988; el segundo fue del 2002-2003, más conocido como “Año del Rosario”[10]. Con ocasión de ese primer año mariano publicó su sexta encíclica: Redemptoris Mater, sobre la bienaventurada Virgen María, y dentro del marco del Año del Rosario publicó una carta apostólica Rosarium Virginis Mariae en coincidencia con el inicio del vigésimo quinto año de su pontificado. En esa carta apostólica −como Ustedes saben− introdujo los misterios luminosos del rosario después de casi un milenio que los misterios del rosario habían permanecido ‘intocables’.
Durante aquel año mariano del ’87-’88 visitó todas las iglesias marianas más importantes de Roma y frecuentemente aprovechaba el momento del Angelus o del Regina Coeli para conmemorar alguna advocación de la Virgen de alguna otra parte del mundo.
Y para que veamos que su devoción filial a María estaba hasta en los detalles el 7 de diciembre de 1981, entronizó en la Plaza de San Pedro el mosaico de María, Madre de la Iglesia y con ocasión de ello decía: “Estoy contento de inaugurar este testimonio de nuestro amor y devoción, y confío que Ella, con solicitud constante, quiera continuar ‘cuidándose de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad’[11] permitiendo también a nuestra generación experimentar la invencible potencia de su protección materna”. Asimismo, recordaran ustedes cuando entregó el Ícono de la Madre de Dios de Kazán al Patriarca Alexis II, como su don a la Santa Iglesia ortodoxa rusa y a todo el pueblo ruso, el 28 de agosto de 2004. Uno de sus últimos gestos marianos públicos de Juan Pablo II.
Además, renovó 5 veces la consagración de Rusia y el mundo al Inmaculado Corazón según el pedido de Nuestra Señora en Fátima: El primero fue desde su cama en el hospital el 7 de junio de 1981 después de sufrir un intento de asesinato, donde en realidad hace un acto de entrega de la Iglesia, de los hombres y de los pueblos a María Santísima[12]. El segundo fue una repetición del primero el 8 de diciembre del mismo año en la Plaza España[13]. El tercero fue en Fátima el 13 de mayo de 1982 mientras se hallaba de peregrinación para agradecerle a la Virgen de haberlo salvado de la muerte el año anterior. El cuarto fue durante el Sínodo de 1983, el Santo Padre repitió la consagración esencialmente en los mismos términos durante la misa un 17 de octubre. Y finalmente, como ustedes saben, el 25 de marzo de 1984, en la Plaza San Pedro y delante de una imagen de la Virgen traída desde Fátima especialmente para la ocasión, en unión con todos los obispos del mundo consagró el mundo al Inmaculado Corazón por última vez. Aunque dicen ‘los que saben’ que sólo el acto del 13 de mayo de 1982 y del 25 de marzo del ’84 pueden considerarse como actos ‘oficiales’ de consagración y los otros como preparación para esos dos[14].
Acerca de su Magisterio mariano
Además de la encíclica y carta apostólica que acabamos de mencionar, Juan Pablo II dedicó tres años de audiencias generales −70 audiencias para ser precisos[15]− a impartir la más extensa catequesis mariana que algún Papa hubiese hecho en toda la historia de la Iglesia. Siempre concluía todos sus documentos pontificios, sus alocuciones, homilías, discursos, etc. con una invocación mariana o haciendo una clara relación del tema con la vida de la Santísima Virgen. Podríamos decir que quiso sellar cada tema dirigiéndonos a Aquella que ha vivido todos estos misterios plenamente en comunión con Cristo. Es como si hubiese querido firmar cada una de sus intervenciones con la presencia de la Virgen.
Sólo para darnos una idea del aporte singular que ha brindado el magisterio mariano de Juan Pablo II el Cardenal Ratzinger hablando de la encíclica Redemptoris Mater decía: “La tesis fundamental del Papa es la siguiente: el carácter específico de la mediación de María consiste en el hecho de que se trata de una intercesión materna, ordenada a un nacimiento siempre nuevo de Cristo en el mundo […] Es cierto que el Concilio Vaticano II había recurrido ya al título de Mediatrix y había hablado también de la mediación de María. Sin embargo, hasta ahora, este tema no se había expuesto de manera tan extensa en ningún documento magisterial. Por lo que respecta al contenido, la encíclica va más allá de cuanto ya ha dicho el Concilio, a cuya terminología se atiene. Pero la encíclica profundiza en los elementos conciliares y les da un nuevo peso para la teología y la piedad”[16].
De modo tal que, en un momento histórico en la Iglesia, en que muchos veían la devoción a María como una necesidad de los incultos, de los sencillos, el Espíritu Santo elevó a un hombre de gran calidad humana, espiritual e intelectual, a la Sede de Pedro que supo enseñarnos a todos que tanto los reyes como los pastores se deben postrar ante Jesús que está en brazos de su Madre.
Acerca de sus palabras
Sus palabras revelaban una espiritualidad mariana interiormente convencida, tierna, constante y muy santa. San Juan Pablo II estaba convencido de que cada persona debía aprender a verse en las palabras del Maestro en la Cruz: He aquí a tu hijo; hijo he aquí a tu Madre y que estas palabras que eran el testamento de Cristo debían ser acogidas −abrazadas, interiorizadas− por cada alma, porque ese era el expreso deseo del Verbo Encarnado. Eso fue determinante en su espiritualidad, quiero decir, el hecho de que él asumiese ese amor filial, dejando a la Virgen ejercer toda su misión materna. Y eso mismo es lo que buscó transmitir a todas las almas: una profunda confianza y amor filial a María Santísima.
Su piedad mariana, tan íntima, tan tierna, y tan teológicamente enriquecida, llevó a Juan Pablo II, hacia una espiritualidad mariana de profunda confianza. Es en este sentido que en Czestochowa durante su primera peregrinación a Polonia dijo: “Soy un hombre de una gran confianza, aquí aprendí a serlo. Aprendí a ser un hombre de profunda confianza aquí, en oración y meditación frente al gran ícono de María, la primera discípula: Hágase en mí según tu Palabra”.
Con qué expresiones de arraigado amor filial hablaba de la Madre de Dios para llevar a las almas a esa misma confianza: “Ícono de la ternura de Dios −le llamaba−, se muestra atenta a las necesidades de los demás, solícita para responderles, y rica en compasión”[17]. Le llama “signo de contradicción” por asociación con su Hijo y a la vez “signo de esperanza”, por eso dice: “La mujer que es venerada como Reina de los Apóstoles sin quedar encuadrada en la construcción jerárquica de la Iglesia, y que sin embargo hizo posible toda jerarquía porque dio al mundo al Pastor y Obispo de nuestras almas. […] ¡Esta es la Mujer de la historia y de los destinos!, la mujer que hoy nos anima”[18].
Finalmente, y ya para terminar quisiera repetir aquellas palabras tan sentidas que dirigió a los jóvenes en una de las últimas jornadas de jóvenes y que tan bien nos vienen en estos momentos. Decía Juan Pablo Magno: “En la Cruz, el Hijo puede derramar su sufrimiento en el corazón de la Madre. Todo hijo que sufre siente esta necesidad. […] ¡Entregaos a Ella con plena confianza! […] Sabed, queridos amigos, que esta misión no es fácil. Y que puede convertirse incluso en imposible, si sólo contáis con vosotros mismos. Pero lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios[19]. Los verdaderos discípulos de Cristo tienen conciencia de su propia debilidad. Por esto ponen toda su confianza en la gracia de Dios que acogen con corazón indiviso, convencidos de que sin Él no pueden hacer nada[20]. Lo que les caracteriza y distingue del resto de los hombres no son los talentos o las disposiciones naturales. Es su firme determinación de caminar tras las huellas de Jesús”[21], de la mano de María.
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Todo por Jesucristo a través de María. Así vivió, así cumplió su misión y así murió, con el Totus Tuus en sus labios y en su corazón, este dignísimo hijo de María. En su testamento espiritual Juan Pablo II como otro Cristo en la cruz, también quiso, al salir de este mundo, dejarnos en manos de María: “En estas mismas manos maternales dejo todo y a todos aquellos con los que me ha unido mi vida y mi vocación. En estas manos dejo sobre todo a la Iglesia, así como a mi nación y a toda la humanidad”. Que por su intercesión también nosotros seamos dignos hijos de María y lleguemos un día a descansar junto a su corazón. ¡Deo gratias por el gran don de Juan Pablo Magno!
[1] Discurso del Santo Padre en el Santuario de la Mentorella, (29/10/1978).
[2] George Weigel, Witness to Hope, p. 254.
[3] Discurso del Santo Padre en el Santuario de la Mentorella, (29/10/1978).
[4] Ibidem.
[5] Cf. Ibidem.
[6] Juan Pablo Magno, cap. 34.
[7] Cf. Edward D. O’Connor: The Roots of Pope John Paul II’s Devotion to Mary.
[8] JPII tenía 9 años al fallecer su madre.
[9] Ibidem.
[10] https://es.wikipedia.org/wiki/A%C3%B1o_mariano_(Iglesia_cat%C3%B3lica)
[11] Cf. Lumen Gentium, 62.
[12] http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1981/june/documents/hf_jp_ii_spe_19810607_costantinopoli-efeso.html
[13] http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1981/december/documents/hf_jp-ii_spe_19811208_preghiera-vergine.html
[14] Cf. Edward D. O’Connor: The Roots of Pope John Paul II’s Devotion to Mary.
[15] https://udayton.edu/imri/mary/m/magisterial-documents-on-mary-from-1854-2003.php
[16] J. Ratzinger, La enciclica Redemptoris Mater, L’Osservatore Romano, (16/8/1987), 2.
[17] A las religiosas, comprometidas en el mundo de la salud, en Roma (1/10/1998).
[18] A las religiosas en Washington, DC (7/10/1979).
[19] Lc 18,27; 1,37.
[20] Cf. Jn 15,5.
[21] Mensaje para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud, (8/3/2003).





