Buenas noches dadas por el P. Carlos Miguel Buela el día 28 de abril de 1998, con ocasión de la fiesta de San Luis María Grignion de Montfort, en el Noviciado «Marcelo Javier Morsella»
Se me ocurrió hacer una Buenas Noches de un tema especial, como generalmente hacemos el día de San Luis María Grignion de Montfort. De manera especial para mí, porque justamente en estos días estaba pensando en cómo Dios hace las cosas, como Dios lo ha ido formando a uno. No es al azar que pase lo que pase, que tengamos lo que tengamos. Y para mí lo más importante que tenemos es el Seminario Mayor. Es la «gallina de los huevos de oro» de la Congregación. Por eso, el tema que quiero tratar en estas Buenas Noches es el de la formación sacerdotal, porque personalmente pienso que lo más importante que tenemos en nuestra congregación, como ya dije, es precisamente el Seminario Mayor. Para desarrollar el tema, voy a contar en primer lugar algunas experiencias de Seminario que creo que serán útiles, y luego voy a dar algunos puntos de lo que pienso que es importante tener en cuenta para tener un buen seminario.
I. EXPERIENCIAS DE SEMINARIO
En un seminario x tenía un compañero que no creía en la virginidad. Le di la encíclica de Pío XII «Sacra Virginitas» y se rió. Le comento a un director espiritual, y éste me contesta: –«Esa era una encíclica muy floja que escribió Pío XII». Pensé: «Son de la misma familia», como dice Castellani en el cuento de la Quillotana. ¡Es una encíclica hermosísima!
Tenía por compañeros a quienes habían sido sindicalistas marxistas, que ya no eran sindicalistas, pero seguían siendo marxistas; también a un psicólogo freudiano, a un diplomático… Todos éstos salieron. Pero era una cosa tremenda. Menos mal que por gracia de Dios había estudiado cuando era miembro de la Acción Católica en un manual de apologética de Naguemela, en Hilaire, en Olgiatti, etc., que enseñaban las nociones centrales de la fe con mucha claridad. Había puntos de la fe que estos compañeros no creían sencillamente porque no los habían estudiado. Recuerdo que una vez –era la época del Concilio–, iba un seminarista corriendo y gritando por los pasillos del Seminario con la revista «Criterio» en la mano: «…¡los curas se tienen que casar, los curas se tienen que casar!» El ambiente general del Seminario era adverso al celibato. De tal modo que, durante una semana, en la oración, estuve pidiendo luces a Dios para ver lo que yo tenía que hacer. El planteo que algunos hacían es que sería obligatorio para los sacerdotes casarse. Yo era consciente que no había poder sobre la tierra que me pudiese obligar a casarme, si yo no lo quería. Pero me planteaba: si dan permiso para casarse, ¿qué hago yo en el seminario? Porque si pienso en casarme me tengo que arreglar con la novia que he dejado, tengo que empezar a buscar trabajo y vivienda, porque para casarse hay que tener para el sustento… Me dije entonces: «Dios me dio el carisma de entregarme a Él totalmente, y me voy a entregar a Él totalmente, con su gracia».
Recuerdo que tenía en la piecita una ventana que daba a una terraza. Desde allí podía verse a los que pasaban por ahí, que eran de los que nunca estudian. Uno de esos días me dice uno: – «¿Y? ¿cómo andas?» –«Muy bien, contento…». – «¡Ja,Ja! Ya se te va a pasar. Lo que pasa es que ahora estás en la luna de miel».
En otro seminario… De un día para otro salieron treinta y cinco seminaristas. ¡Treinta y cinco! En un curso de teología quedamos solamente seis. De los que se fueron, muchos eran admirables: virtuosos, enteros, piadosos, alegres…
De los profesores que tenía el que más recuerdo (se me quedó grabado) era el que negaba la resurrección corporal de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Increíble! Pero también había otra clase de profesores. Por ejemplo uno cuyo material con el que dictaba su clase cabía en un papelito del tamaño de un boleto de tranvía. Entonces decía: «Vamos a dar en la clase tres puntos: punto rimero, bla, bla, bla. Al terminar la clase preguntábamos: –«¿Y el punto segundo y tercero?»; la respuesta era: –«Ya los di». Y es así que daba mal la clase y quién sabía qué era lo que había dado. Otro, si daba Deo Uno, apenas se llegaba a saber que Dios era uno, y si daba Deo Trino, no se llegaba a la trinidad de personas. Doce de esos profesores dejaron el sacerdocio.
Un día 8 de diciembre estábamos en un barrio al que habíamos ido a participar de una misa de primeras comuniones. En un momento dado, estaba un profesor de Seminario junto a un cura que era gallego. El cura les dijo a los niños de primera comunión: –«Pues, eso de amar a Dios, eso era antes. Ahora hay que amar al prójimo, porque Dios está muy lejos. ¿Cómo vas a decir que amás a Dios?» Primero, ¿no dice acaso el primer mandamiento de la ley de Dios que hay que «amar a Dios sobre todas las cosas?» En segundo lugar, Dios no está lejos, es más interior a nosotros que nosotros mismos, está en el cielo, en la tierra, en todos lados. Y el profesor, en vez de corregirlo al cura, por el contrario, se reía.
De ese modo había que estudiar las materias dos veces: una vez para dar el examen y otra para ver cuál era la doctrina de la Iglesia.
El p. Ángel Mancuso, siendo seminarista tenía que rendir examen pero no quiso estudiar de los apuntes dados por el profesor de Deo Creante: «Esto es herejía, no lo voy a estudiar de aquí». Entonces dio en el examen lo que él entendía que era la fe católica. Y el profesor lo aplazó porque no había estudiado según lo que había dado en clase. En el segundo examen se dijo: «Voy a dar lo que el profesor dijo, pero Dios sabe que yo en esto no creo nada, así que lo que voy a decir es simplemente para dar el examen». Rindió el examen según lo que el profesor había dictado en clases, y el profesor lo aplazó por hereje. En su sencillez, había sacado las conclusiones a las que se llegaba con tales principios. ¡Cosa que no hacía el profesor!
Otro seminario… El cuarto de uno de los seminaristas: había un cuadro de un dedo que escribía sobre la arena: «I love you». Al lado del cuadro una oración de Theilard de Chardin sobre el mundo. En el centro de la habitación, un equipo musical con toda la música del momento.
… En ese entonces el director espiritual daba de dirección espiritual los «Documentos de Medellín». ¿Cómo se puede hacer para dar Espiritualidad de los «Documentos de Medellín»? Es un misterio.
Un seminarista le ponía cartelitos a sus macetas, las cuidaba, las regaba, se levantaba media hora antes para arreglar sus macetitas… Los seminaristas con llave propia salen, van, vienen, entran, y todo a la hora que sea. Los de filosofía con novia. Les dan a estudiar a Freud, Hegel, Rahner, como si fuesen algo bueno.
En otro seminario, los rectores llegaron a permanecer quince días en el cargo, o un mes, a lo sumo tres meses. Con el agravante de que alguno, además de ser rector del Seminario, es párroco de la Catedral que se encuentra a kilómetros de distancia.
A veces, aún de los Seminarios que suponemos buenos, se puede notar que se cae en el formalismo más craso, más grosero. En el fondo se cae en el jansenismo pastoral, donde lo que prima es la supuesta letra de la supuesta ley, más que el espíritu que debe reinar en el corazón de un sacerdote dispuesto a dar la vida por los demás.
Las principales falencias se dan, a mi modo de ver, en distintos puntos: disciplinar, doctrinal, intelectual, pastoral. Hasta la caridad desaparece.
La disciplina se relaja: se cuestiona el levantarse a la mañana a una hora determinada; es una coacción el hecho de que todos tengan que levantarse a la misma hora, porque si alguno se había quedado por la noche rezando (generalmente era divagando), entonces a la mañana podía levantarse más tarde, etc. Por tanto la Misa y la meditación, que era de media hora nada más, eran optativas. Había una cierta piedad pero propiamente era un pietismo sin contenido, sin fuerza. Sin formar hombres que busquen con ansias el principio y fundamento, que busquen alcanzar a Dios, que pongan los medios a pesar de los pecados, de las miserias. Pero no, esa relación con el Padre celestial no la veían.
En seminarios así cabe preguntarse, el que se da cuenta, si no es él el único que tiene fe. Cuando se le planteó al rector del seminario el caso del que negaba la resurrección corporal de Cristo, respondió: «¡Qué cosa! Algunos dicen que Cristo no resucitó corporalmente, pero bueno, no te hagás problema. Hay muchos que sostienen que a lo sumo, habrá tres milagros en las Sagradas Escrituras». ¡El rector del seminario! ¡Los que tendrían que ser especialistas en formación sacerdotal!
No se predicaba mucho, más bien era poco, y todo muy superficial. Era un insistir «en el amor, en el amor, el cariño, la unidad…». Predicaban la unidad y el amor, pero entre ellos estaban todos desunidos. «Pastoral, pastoral, pastoral». Pastoral era nada más que los métodos, sin aplicación práctica eficaz: la pastoral se reducía toda a sólo método y era un fracaso. La pastoral consistía en buscar la última novedad y en abulinarse en casas de familia. Iban a eso y fracasaban.
Yo pude trabajar con métodos modernos –como los de «grupos de discusión», y los de Phillip ’66 con mucho éxito. La cuestión es aplicar los métodos buenos pero dándoles el sentido religioso; y no ponerles contenidos de otra índole, ajenos al Evangelio.
Desde el punto de vista intelectual, un gran vacío total. No se podía discutir un solo tema en profundidad. No se conocía la «disputatio» y ni conocían la inmensa mayoría a Santo Tomás.
Desde el punto de vista doctrinal no se sabían las cosas elementales que nosotros habíamos aprendido cuando éramos aspirantes de la Acción Católica, como son los mandamientos de la ley de Dios, los preceptos de la Iglesia, las obras de misericordia. No se sabía, y no se estudiaba.
Por último, lo más grave de todo era que no se vivía la caridad en concreto. Y muchísimas cosas más.
En conclusión: todo esta mala formación sacerdotal –unido a la falta de creatividad y de respeto a las individualidades– lleva inevitablemente al cansancio, a la falta de alegría, al cuestionamiento permanente de lo que es el sacerdote. Lleva a una crisis de identidad profunda, a sostener de una manera superficial todo tema en discusión, e incluso las verdades y artículos de la fe.
II. LO QUE HAY QUE TENER PARA QUE HAYA UN BUEN SEMINARIO
La enseñanza de esta, mi particular e intransferible experiencia, es que se debe reflexionar para encontrar una solución. Por gracia de Dios, es lo que hemos tratado de hacer, estamos haciendo e intentamos hacer.
Para tener un buen Seminario se requieren dos cosas fundamentales:
1. Un equipo homogéneo de formadores
¿Qué quiere decir homogéneo? Que tengan los mismos criterios esenciales sobre la formación sacerdotal, que trabajen unidos, que sepan que el trabajo de formar un seminario es un trabajo que requiere mucho sacrificio, que muchas veces no se ven los frutos, que muchas veces hay varios fracasos pastorales.
2. Los seminaristas
Esto es debido a que el Seminario no lo hacen los formadores solamente. Tampoco lo hacen los seminaristas solamente. Pero si uno tiene un equipo de formadores muy bueno pero no tiene seminaristas que tengan «pasta», que quieran seriamente buscar la santidad, que quieran formarse (en las medida de las posibilidades de cada uno), no se tiene Seminario.
Este año estoy particularmente contento porque creo que tenemos un buen equipo de formadores en el Seminario. Tal vez como nunca lo hemos tenido. Creo que los refuerzos que hemos realizado y el hecho de que haya más sacerdotes que se puedan dedicar a full al Seminario, es importantísimo. No hay acción sobre lo distante, ni en las almas se escribe sólo con una pluma, como decía Platón.
Tampoco en el alma del seminarista se escribe sólo con una pluma. El seminarista tiene que ver al sacerdote –aun con los errores que tenemos para no cometerlos– . Tiene que haber cercanía. Y darse cuenta de eso que son las dos cosas esenciales para tener un buen Seminario.
III. ELEMENTOS NECESARIOS PARA UNA BUENA FORMACIÓN EN EL SEMINARIO
La formación no debe ser una formación que sea sólo ortodoxa en la doctrina –lo cual ya es mucho. No basta eso. La formación en el seminario para el futuro sacerdote debe ser integral. No hay que dejar espacios vacíos. Es decir, hay que evangelizar toda el alma del seminarista, porque si dejamos algo sin evangelizar entonces después ese algo sin evangelizar se le va a poner en contra, y eso puede ser causa de desgracia, de problemas, de claudicación, incluso desde el punto de vista humano. De ahí la importancia insustituible que tienen los campamentos en Bariloche, por dar un ejemplo.
Se deben formar seminaristas que practiquen deportes, como normalmente se tiene que hacer; que trabajen –como el trabajo de los cocineros que es una cosa admirable.
Se debe practicar y fomentar la eutrapelia, es decir, que sean hombres normales que tengan claro el verdadero sentido de la fiesta, que sean alegres. Una de las cosas que más me ha impresionado en los seminarios es que están todos tensionados por el estudio: «Y… es porque estudian mucho». Que yo sepa, ninguno de ellos se ha destacado en nada, ninguno de ellos ha publicado ningún libro.
Otro aspecto muy importante es el de la música. Eso hay que cuidarlo siempre, porque cuando algún seminarista le empieza a gustar la mala música, mala señal. Es señal de que espiritualmente está decayendo, porque evidentemente «el estilo es el hombre». Si hay un hombre al que le gusta la música estúpida, no con ocasión de divertirse, o para divertirse, sino que se engancha con esa música, significa que espiritualmente anda en tonteras. «El estilo es el hombre». En un monasterio había un Cristo fabricado con piolín todo retorcido –pobre Cristo–. Al preguntarle a un hermano: «–¿Y esto qué es? ¿cómo puede ser esto?» contestó: – «Bueno, pero si es un detalle». Es un detalle, sí, pero la vida es una suma de detalles.
La formación debe ser integral, se deben formar hombres con motor propio. Ese fue un gran anhelo y en parte me siento muy gratificado porque después de años se ha logrado tener jóvenes que piensan, que estudian la filosofía en profundidad buscando tener una cabeza metafísica. Esta preparación es importantísima para ser después capaces de conocer, buscar y encontrar soluciones a los problemas complejísimos que se presentan en la actualidad. No salen las soluciones así porque sí, como un clavel del aire. Las soluciones son años de pensar, de ver, de decidir, de hacer pro y contra, de estudiar.
La formación intelectual profunda en la metafísica debe dar un conocimiento lo más completo posible de Santo Tomás (esta debe ser seguramente una de las gracias más grandes que hemos tenido en el seminario y que seguimos teniendo). No basta lo hecho. Tienen que seguir las nuevas camadas llevando, como decía Pío XI, un «ite ad Tomas» (id a Santo Tomás). Hay que ir y conocer no solamente la Suma Teológica, sino todo el resto de su genial producción, y cuanto más y más, mejor.
Se debe formar el sentido de la belleza, es decir, hay que formar jóvenes a quienes de manera visceral se le retuerzan las tripas cuando estén frente a algo que sea una cosa fea, de mal gusto. Que se encarne en ellos lo que repite Alexander Solszyhenitsin (aunque en realidad es una frase de Fiodor Dostoyevsky): «La belleza salvará al mundo».
La fidelidad al Magisterio de la Iglesia ¿a quién se le puede ocurrir enseñar algo al margen del Magisterio de la Iglesia? Cristo solamente prometió a Pedro, y en la persona de Pedro a sus sucesores, «sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18).
La espiritualidad debe ser recia, no pura sensiblería.
La vida de disciplina. Otra de las gracias que creo que tenemos es que hay un clima de gran alegría, un clima que me parece de gran libertad interior, pero sin embargo hay seriedad, disciplina.
La vida pastoral. Se trata de la pastoral en concreto; no se debe hacer como aquellos que hablan y hablan de pastoral y se quedan en puras teorías. La pastoral debe ser una realización en concreto. Por eso creo que también es una gracia que se enseña a los nuestros qué son las misiones populares, cómo hacerlas en concreto. En una pastoral realista y verdadera están incluidos los ejercicios espirituales, la pastoral vocacional, la dirección espiritual, la oratoria sagrada, la pastoral juvenil, la catequesis, el trabajo en concreto con los pobres. Con respecto a esto último quiero recomendarles que nunca dejen a los pobres. Si tienen con ustedes a los pobres entonces lo van a tener a Dios con ustedes. Nunca dejen a los pobres ni a los enfermos, que son pobres de salud.
IV. CONCLUSIÓN
Quiero recordar estas cosas que pienso que son fundamentales, porque la prueba, la gran prueba de la formación sacerdotal no la tienen ahora en el seminario. La prueba de la formación sacerdotal está afuera. Cuando les toque misionar en la selva amazónica, ahí se dará la verdadera prueba. Es algo gratificante ver la madurez y la adquisición de criterios sobrenaturales en sacerdotes recién ordenados que se encuentran en tierra de misión. Es una cosa muy interesante ver esa maduración que se alcanza luego en el sacerdocio porque cuando uno es seminarista no sabe lo que es ser sacerdote. Tiene la teoría acerca de lo que es el sacerdote, pero no sabe porque no experimenta lo que es ser sacerdote. Se sabe lo que es ser sacerdote cuando uno es sacerdote, cuando uno celebra la misa, cuando uno confiesa, cuando uno predica, cuando uno hace dirección espiritual. Ahí recién uno sabe lo que es el sacerdote. Porque antes ves al sacerdote «desde afuera».
Por eso, con renovado entusiasmo a continuar con nuestra tarea pidiéndole de manera especial a la Santísima Virgen, y en este día también a San Luis María, la gracia de formar grandes sacerdotes: sacerdotes según el corazón de Jesús, esclavos de la Santísima Virgen, caudalosos de espíritu, dispuestos a encender este mundo que se muere de frío por ateo, por marxista, por laicista, a incendiarlo con la fe y con la caridad de Cristo.