La oración más excelente que es la Santa Misa
Uno de los grandes amores de todo miembro del Instituto es la Eucaristía[1]. Conforme a esto, leemos en nuestras Constituciones: Lo principal, lo más importante que debemos hacer cada día, es participar del Santo Sacrificio de la Misa[2] y en nuestro caso, el celebrarla. “Hemos de caracterizarnos por la importancia que se le debe dar a la celebración de la Santa Misa, así como por el modo reverente de celebrarla”[3], como se lee en una de las actas del Capítulo General del 2007 que apunta esto mismo como elemento adjunto al carisma no negociable.
Por eso nunca se insistirá lo suficiente sobre el hecho de que a nosotros nos compete “ser maestros del ars celebrandi, y a nuestros seminaristas mayores, nuestros hermanos, etc. el esforzarse por su parte, en vivir del modo más perfecto el ars participandi”[4].
“Hay que tener en cuenta que la celebración de la Misa es un termómetro de la vida sacerdotal”[5]. A tal punto que se puede decir, que “un sacerdote vale cuanto vale su vida eucarística; su misa sobre todo. Misa sin amor, sacerdote estéril: misa fervorosa, sacerdote conquistador de almas. Devoción eucarística descuidada y sin amor, sacerdocio flojo, más aún, en peligro”[6].
La Eucaristía, recordaba San Leonardo Murialdo, no es un rito que se ha de realizar sino un misterio que hay que vivir[7].
Y si este es un misterio que se ha de vivir entonces no debemos olvidar que nuestro “estilo de celebraciones litúrgicas como parte de nuestro carisma, [consiste en] celebraciones en las que se encarne el Verbo y en las que aparezca –sacramentalmente– Encarnado, en las que se resalte siempre la principal presencia y acción del Sacerdote principal[8], en las que se perciba que la esencial actitud del sacerdote secundario es la actitud orante –propia del que se sabe mero instrumento, e instrumento deficiente, subordinado a la causa principal y sujeto a sus fines–, en las que todos los elementos visibles coadyuven al conocimiento esplendoroso de lo Invisible[9].
Concretamente: “nuestras celebraciones litúrgicas deben ser modélicas: ‘por los ritos, por el tono espiritual y pastoral, y por la fidelidad debida tanto a las prescripciones y a los textos de los libros litúrgicos, cuanto a las normas emanadas de la Santa Sede y de las Conferencias Episcopales’”[10].
San Juan de la Cruz con un poco de humor dirá a quienes quieren imponer reglas especiales al cura para la celebración eucarística que dejen “el modo y manera de decir la misa al sacerdote que allí la Iglesia tiene en su lugar, que él tiene orden de ella cómo lo ha de hacer. Y no quieran ellos usar nuevos medios, como si supiesen más que el Espíritu Santo y su Iglesia”[11].
Por tanto, todos los sacerdotes del Instituto tenemos que esforzarnos para que la liturgia de nuestras Misas sea catedralicia sin formalismos, bella sin afectaciones, solemne sin engolamientos, austera pero plena, fiel a las rúbricas pero creativa, con el máximo de participación y desarrollando todas las posibilidades que da la misma liturgia al máximo, de modo particular en los cantos y en la música sagrada[12].
Debemos celebrar la misa “con unción sin afectación, con solemnidad sin ampulosidad, con fidelidad sin que falte sana creatividad, con piedad sin pietismo, con conciencia de que el que hace el principal trabajo es Jesucristo –Sacerdote principal–, siendo transparente de Él y no membrana opaca que hace que la gente no pueda trascender a Él”[13]. ¡Cuántos hay que creen que ellos son los actores principales de la misa! “¿Qué visión sobrenatural tiene el sacerdote que convierte el Santo Sacrificio de la Misa en una suerte de show donde el protagonista es él?”[14]
Yo hallo la siguiente afirmación del derecho propio super cierta: las celebraciones litúrgicas serán, generalmente, lo que quiera y lo que sea el celebrante. Por eso a él le corresponde cuidar todos los detalles para que la celebración sea como corresponde[15].
Por eso quisiera recordar lo que el derecho propio trae por ejemplo acerca de algunos detalles respecto de las palabras y de los gestos en la Misa. Dice así:
“Los elementos visibles tienen gran importancia en la liturgia. La palabra debe tener su ritmo, ni rápida ni lenta, ni voz hiriente ni mortecina; debe ser dicha con expresión, sin teatralidad, con sinceridad, claridad, precisión, originalidad, unción”[16]. Lo mismo vale para la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios que debe ser venerada e interiorizada primero por nosotros para que luego llegue a los fieles como una verdadera luz y una fuerza para el momento presente[17].
– Los gestos litúrgicos tienen que ser plenos, no innecesariamente reiterativos, ordenados, humanos, no de autómatas. No deben omitirse. La calidad de nuestras celebraciones debe cuidarse hasta en los detalles: las celebraciones descuidadas, flojas, no preparadas, ligeras, verborrágicas, anodinas[18], insulsas… debilitan la fe de los participantes[19]”[20].
– Así mismo se puntualizan algunos elementos particulares tales como:
a) el dar lugar al silencio contemplativo: “… el silencio ocupa un lugar indispensable en la liturgia, cuando está bien preparado; permite a cada uno desarrollar en su corazón el diálogo espiritual con el Señor[21];
b) que los signos hablen por sí solos. El silencio resulta favorecido cuando el fuego es fuego y no una lámpara de luz; cuando el cirio puede derretirse y gotear en vez de ser una mecha alimentada por un líquido inflamable; las flores deben dar perfume, abrirse y marchitarse, y eso es mejor a que sean artificialmente eternas; que el espacio litúrgico permita el dinamismo de la acción litúrgica; que el ambón sea el lugar digno donde colocar la Palabra de Dios; que la sede deje ver a quien obra en persona de Cristo Sacerdote; que el altar hable por sí mismo y que todo esté dirigido hacia él, porque el sacrificio ha sido el precio de nuestras almas; que los ornamentos sean dignos; que se permita distinguir al sacerdote del pueblo e incluso al celebrante principal de los concelebrantes[22].
c) Finalmente, es absolutamente necesaria la preparación próxima y remota para la celebración litúrgica en general y especialmente para nuestra Misa diaria. De hecho, el día debería dividirse en dos: una parte de preparación; la otra, de acción de gracias. No hay nada más importante en nuestra vida cristiana. Cuando uno celebra o participa en la Misa, ya tiene el día ganado[23].
– Además, siempre en nuestras misas es característico el comulgar con hostias consagradas en la misma Misa y el ofrecer la comunión bajo las dos especies siempre que se pueda y este permitido[24].
– Cuidar el canto porque es una parte “necesaria o integral de la liturgia solemne”[25] también.
Digo, todas estas cositas son detalles y mucho de todo esto quizás ya se hace, pero son detalles que siempre nos ayudan a mejorar y a profundizar más el misterio que celebramos, a ponerle más atención, a hacerlo con más unción, para no caer en la monotonía tampoco, para no perder el sentido del misterio que celebramos. Y creo yo también que iluminan a la hora de hacer propósitos concretos para una celebración cada vez mejor y más fructífera de la Santa Misa.
[1] Cf. Directorio de Espiritualidad, 300.
[2] Constituciones, 137.
[3] Notas del V Capitulo General, 13.
[4] Cf. P. Carlos Buela, IVE, Ars Participandi, Cap. 1.
[5] Directorio de Vida Consagrada, 200.
[6] San Juan Pablo II, Al clero, religiosos y laicos en Téramo, Italia, (30/06/1985).
[7] Citado por San Juan Pablo II, Carta al Superior General de la Congregación de San José, con ocasión del centenario de la muerte de San Leonardo Murialdo, (28/03/2000).
[8] San Juan Pablo II, VQA, 10: “nada de lo que hacemos en la Liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero realmente, Cristo hace por obra del Espíritu”. Directorio de Vida Litúrgica, pie de página 2.
[9] Directorio de Vida Litúrgica, 2.
[10] Directorio de Vida Litúrgica, 3; op. cit. Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios, 16.
[11] Subida al Monte, Libro 3, cap. 44, 3.
[12] Cf. P. Carlos Buela, IVE, Homilía, (05/05/1998).
[13] Directorio de Vida Litúrgica, 51.
[14] P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, Parte I, cap. 3, 2.
[15] Directorio de Vida Litúrgica, 50.
[16] Directorio de Vida Litúrgica, 54.
[17] Cf. Directorio de Vida Litúrgica, 56.
[18] Insignificante, ineficaz, insustancial.
[19] San Juan Pablo II: “eso no significa un intento constante en la liturgia por hacer explícito lo implícito, dado que esto lleva a menudo a una verbosidad y a una informalidad extrañas al Rito romano, que acaban por restar importancia al acto de culto”. Discurso a los Obispos de Estados Unidos en visita “Ad limina Apostolorum”, (9/10/1998).
[20] Directorio de Vida Litúrgica, 57.
[21] Directorio de Vida Litúrgica, 61.
[22] Directorio de Vida Litúrgica, 63.
[23] Directorio de Vida Litúrgica, 65.
[24] Cf. Directorio de Vida Litúrgica, 71-72.
[25] Directorio de Vida Litúrgica, 75.