Introducción
1. “Cristo resucitado, como indican los cuatro evangelistas, nos da el mandato de la misión: Como el Padre me envió, así os envío yo (Jn 20,21)…Para no ser esquivos a la aventura misionera, y mover a otros muchos a ella, hay que tener algo de poeta, ya que a los pueblos no los han movido más que los poetas, ¡y qué poeta más grande que Jesucristo!, ¡y qué poesía más grande que gritarnos: ¡Navega mar adentro!Duc in altum! (Lc 5,4)…Es una invitación a realizar grandes obras, empresas extraordinarias donde hay mucho de aventura, de vértigo, de peligro, donde las olas sacuden la barca, el agua salada salpica el rostro, la proa va abriéndose paso por vez primera, donde no hay huellas y las referencias sólo son las estrellas, donde la quilla es sacudida por remolinos encontrados, las velas desplegadas reciben el furor del viento, los mástiles crujen… y el alma se estremece… ¡Mar adentro!, lejos de la orilla y de la tierra firme de los pensamientos meramente humanos, calculadores y fríos… donde el agua bulle, el corazón late a prisa, donde el alma conoce celestiales embriagueces y gozos fascinantes. Navegar mar adentro es tomar en serio, a fondo, las exigencias del Evangelio: ve, vende todo lo que tienes… (Mt 19,21), es el ansia de nuestro corazón inquieto, que anhela poseer el Infinito, es el ímpetu de los Santos y de los Mártires, que lo dieron todo por Dios. Es lo propio de los pescadores: hombres humildes, laboriosos, que no temen los peligros, vigilantes, pacientes en las prolongadas vigilias, constantes en repetir sus salidas al mar, prudentes para sacar los peces, curtidos por la sal y por el sol. Es disponerse a morir, como el grano de trigo, para ver a Cristo en todas las cosas. Por ello, hacemos nuestras las ardientes palabras de San Luis Orione: ‘Quien no quiera ser apóstol que salga de la Congregación: hoy, quien no es apóstol de Jesucristo y de la Iglesia, es apóstata’”[1].
1.
Naturaleza, origen y fin
de la misión ad gentes
2. La misión ad gentes es un trabajo específicamente consagrado a la evangelización de los pueblos que aun.. no conocen a Dios o a Jesucristo. La misión de la IglesiaCatólica es revelar a Jesucristo y su Evangelio a los que no los conocen: he ahí el programa fundamental de la Iglesia que, desde Pentecostés, ha asumido como recibido de su Fundador.
3. “Evangelizar significa, para la Iglesia, llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad”[2].En efecto, el Señor Jesús mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio al mundo entero y a bautizar a todas las naciones[3].
4. “La misión universal de la Iglesia nace del mandato de Jesucristo y se cumple en el curso de los siglos en la proclamación del misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y del misterio de la Encarnación del Hijo, como evento de salvación para toda la humanidad”[4].
5. Todo el Nuevo Testamento, y de manera especial los Hechos de los Apóstoles, testimonian el momento privilegiado y, en cierta manera, ejemplar de este esfuerzo misionero que se realizará después en toda la historia de la Iglesia, obedeciendo precisamente el mandato de su Fundador.
a) Misión del Hijo, misión de la Iglesia
6. El mandato misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno de la Santísima Trinidad: “La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y en la misión del Espíritu Santo, según el plan de Dios Padre”[5].
7. Confesamos que “la Iglesia es depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada. Las promesas de la Nueva Alianza en Cristo, las enseñanzas del Señor y de los Apóstoles, la Palabra de vida, las fuentes de la gracia y de la benignidad divina, el camino de salvación, todo esto le ha sido confiado. Es ni más ni menos que el contenido del Evangelio y, por consiguiente, de la evangelización que ella conserva como un depósito viviente y precioso, no para tenerlo escondido, sino para comunicarlo”[6].
8. “Existe, por tanto, un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización. Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la tarea de evangelizar. Una tarea que no se cumple sin ella, ni mucho menos contra ella”[7].No se puede pretender “escuchar a Cristo, pero no a la Iglesia, estar en Cristo, pero al margen de la Iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía se muestra con toda claridad en estas palabras del Evangelio: el que a vosotros desecha, a mí me desecha (Lc 10,16).¿Cómo va a ser posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia?, siendo así que el más hermoso testimonio dado en favor de Cristo es el de San Pablo: Amó a la Iglesia y se entregó por ella(Ef 5,25)”[8].
9. “El fin último de la misiónes hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea”[9].
10. La Iglesia, sensible a su deber de predicar la salvación a todos, sabiendo que el mensaje evangélico no está reservado a un pequeño grupo de iniciados, privilegiados o elegidos, sino que está destinado a todos, hace suya la angustia de Cristo ante las multitudes errantes y abandonadas como ovejas sin pastor y repite con frecuencia sus palabras: tengo compasión de la muchedumbre (Mt 9,36).
11. “Del amor de Dios por todos los hombres, la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero”[10].
12. No insistimos en las misiones por cuenta propia:
– Es el Espíritu Santo quien nos impulsa a anunciar las grandes obras de Dios: Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! (1 Co 9,16).
– Es la Iglesia quien, a través del Concilio Vaticano II, ha querido renovar su vida y su actividad según las necesidades del mundo contemporáneo y ha subrayado su “índole misionera”, basándola dinámicamente en la misma misión trinitaria. El impulso misionero pertenece, pues, a la naturaleza íntima de la vida cristiana e inspira también el ecumenismo: Que todos sean uno… para que el mundo crea que Tú me has enviado (Jn 17,21).
– Es la vida que llevamos en nuestro interior y que desea comunicarse: en efecto, en la historia de la Iglesia, el impulso misionero ha sido siempre signo de vitalidad, así como su disminución es signo de una crisis de fe.
13. Es siempre verdad que la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!
14. Nos urge la necesidad y la indigencia religiosa y moral de tantos hombres. En verdad, la misiónde Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A comienzos del tercer milenio después de su Venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misiónse halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio[11].
15. “La urgencia de la evangelización misionera es que ésta constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia”[12].
16. “El número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente; más aún, desde el final del Concilio, casi se ha duplicado. Para esta humanidad inmensa, tan amada por el Padre que por ella envió a su propio Hijo, es patente la urgencia de la misión”[13].
17. “Por otra parte, nuestra época ofrece en este campo nuevas ocasiones a la Iglesia: la caída de ideologías y sistemas políticos opresores; la apertura de fronteras y la configuración de un mundo más unido merced al incremento de los medios de comunicación; el afianzarse en los pueblos los valores evangélicos que Jesús encarnó en su vida (paz, justicia, fraternidad, dedicación a los más necesitados); un tipo de desarrollo económico y técnico falto de alma que, no obstante, apremia a buscar la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el sentido de la vida”[14].
d) Unicidad y universalidad salvífica
de Jesucristo y de la Iglesia
18. La Iglesia es fiel y lo será siempre, al mandato del Señor: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,19-20).
19. Esta fidelidad al mandato de Jesucristo implica, como fundamento, la fidelidad a la verdad sobre Jesucristo. “La misión universal de la Iglesia nace de la fe en Jesucristo”[15]. Si se falsea esta fe en Jesucristo, la misión quedará adulterada y ya no será “misión de la Iglesia”. Por el contrario, la recta fe en el Verbo Encarnado es la piedra miliar sobre la que se asienta todo el dinamismo de la misión ad gentes.
20. Por esto, a inicios del tercer milenio, la Iglesia ha querido reafirmar la verdad sobre Jesucristo, insertándola en el ámbito de la misión ad gentes. Esto lo hizo en la Declaración Dominus Iesus, que“debe ser para todo católico y para cada uno de los miembros del Instituto del Verbo Encarnado, como la carta magna del testimonio del Verbo hecho carne, en el siglo y milenio que comienza”, según el deseo de nuestro Fundador[16]. Esta Declaración denuncia de modo claro algunos errores concernientes al misterio de Cristo que consecuentemente perjudican el anuncio misionero:
21. “El perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías relativistas, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no solo de factosino también de iure (o de principio). En consecuencia, se consideran superadas, por ejemplo, verdades tales como el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo,la naturaleza de la fe cristiana con respecto a la creencia en las otras religiones,el carácter inspirado de los libros de la Sagrada Escritura,la unidad personal entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret,la unidad entre la economía del Verbo encarnado y del Espíritu Santo,la unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Jesucristo,la mediación salvífica universal de la Iglesia,la inseparabilidad –aun en la distinción– entre el Reino de Dios, el Reino de Cristo y la Iglesia,la subsistencia en la Iglesia Católica de la única Iglesia de Cristo”[17].
22. De frente a todos los errores de las teorías relativistas y que ponen en peligro el contenido de la misión ad gentes, queremos profesar con claridad la doctrina perenne de la Iglesia:
23. “A propósito de la mediación salvífica única y universal de Jesucristo.
– Debe ser creído firmemente que Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, crucificado y resucitado, es el Mediador único y universal de la salvación de la humanidad.
– También debe ser creído firmemente que Jesús de Nazaret, hijo de María y único Salvador del mundo, es el Hijo y Verbo del Padre. Para la unidad del plan de salvación centrado en Jesucristo, se debe retener además que el operar salvífico del Verbo se actúa en y por Jesucristo, Hijo encarnado del Padre, cual mediador de la salvación de toda la humanidad. Por lo tanto, es contrario a la fe católica, no solamente afirmar una separación entre el Verbo y Jesús, o entre la acción salvífica del Verbo y la de Jesús, sino también sostener la tesis de una acción salvífica del Verbo como tal en su divinidad, independientemente de la humanidad del Verbo Encarnado.
24. A propósito de la unicidad y plenitud de la revelación en Cristo.
-Debe ser creído firmemente que Jesucristo es mediador, cumplimiento y plenitud de la revelación. Por lo tanto, es contrario a la fe de la Iglesia sostener que la revelación de o en Jesucristo sea limitada, incompleta e imperfecta. Si bien el pleno conocimiento de la revelación divina se tendrá solamente el día de la venida gloriosa del Señor, la revelación histórica de Jesucristo ofrece ya todo lo que es necesario para la salvación del hombre, y no necesita ser completada por otras religiones.
– Es conforme a la doctrina católica afirmar que las semillas de verdad y bondad que existen en las otras religiones son una cierta participación en las verdades contenidas en la revelación de o en Jesucristo. Al contrario, es opinión errónea considerar que esos elementos de verdad y bondad, o algunos de ellos, no derivan, en última instancia, de la mediación fontal de Jesucristo.
25. A propósito de la acción salvífica universal del Espíritu Santo.
–La fe de la Iglesia enseña que el Espíritu Santo, operante después de la Resurrección de Jesucristo, es siempre el Espíritu de Cristo enviado por el Padre, que actúa de modo salvífico tanto en los cristianos como en los no cristianos. Por lo tanto, es contrario a la fe católica considerar que la acción salvífica del Espíritu Santo se pueda extender más allá de la única economía salvífica universal del Verbo Encarnado.
26. A propósito de la ordenación de todos los hombres a la Iglesia.
– Debe ser creído firmemente que la Iglesia es signo e instrumento de salvación para todos los hombres. Es contrario a la fe de la Iglesia considerar las diferentes religiones del mundo como vías complementarias a la Iglesia en orden a la salvación.
– Según la doctrina de la Iglesia, también los seguidores de las otras religiones están ordenados a la Iglesia y están todos llamados a formar parte de ella.
27. A propósito del valor y de la función salvífica de las tradiciones religiosas.
– Según la doctrina católica, se debe considerar que todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones, tiene un papel de preparación evangélica (cf. Lumen Gentium,16). Por lo tanto, es legítimo sostener que el Espíritu Santo actúa la salvación en los no cristianos también, mediante aquellos elementos de verdad y bondad presentes en las distintas religiones; mas no tiene ningún fundamento en la teología católica considerar estas religiones, en cuanto tales, como vías de salvación, porque además hay en ellas lagunas, insuficiencias y errores acerca de las verdades fundamentales sobre Dios, el hombre y el mundo.
– Por otra parte, el hecho de que los elementos de verdad y bondad presentes en las distintas religiones puedan preparar a los pueblos y culturas a acoger el evento salvífico de Jesucristo no lleva a que los textos sagrados de las mismas puedan considerarse complementarios al Antiguo Testamento, que es la preparación inmediata al evento mismo de Cristo”[18].
e) La misión ad gentes y el Reino de Dios
28. La misión ad gentes se orienta a instaurar en todo el mundo el Reino de Dios, preparado ya por la Antigua Alianza y llevado a cabo por Cristo y en Cristo. En los últimos años no han faltado algunas concepciones del Reino de Dios que no corresponden con la enseñanza de la Iglesia y que debilitan su espíritu misionero. Conviene recordar aquí algunos elementos esenciales de esa enseñanza.
29. Es Jesús quien revela progresivamente las características y exigencias del Reino mediante sus palabras, sus obras y su persona.
30. El Reino está destinado a todos los hombres, dado que todos son llamados a ser sus miembros. Para subrayar este aspecto, Jesús se ha acercado sobre todo a aquellos que estaban al margen de la sociedad, dándoles su preferencia, cuando anuncia la “Buena Nueva”. La liberación y la salvación que el Reino de Dios trae consigo alcanzan a la persona humana en su dimensión tanto física como espiritual. Dos gestos caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar.
31. Pero también el Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente a medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente. De hecho Jesús se refiere a toda la ley sintetizándola en el mandamiento del amor.
32. El Reino interesa a todos: a las personas, a la sociedad, al mundo entero. Trabajar por el Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo divino, que está presente en la historia humana y la transforma. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la realización de su designio de salvación en toda su plenitud.
33. En algunos ambientes teológicos han surgido concepciones de la salvación y de la misión que podemos llamar “antropocéntricas”, en el sentido reductivo del término, al estar centradas en torno a las necesidades terrenas del hombre. Sin embargo, tales concepciones se reducen a los confines de un reino del hombre, amputado en sus dimensiones auténticas y profundas, y se traducen fácilmente en ideologías que miran a un progreso meramente terreno. El Reino de Dios, en cambio, no es de este mundo, no es de aquí[19].
34. Por otra parte, se dan determinadas concepciones que, intencionadamente, ponen el acento sobre el Reino y se presentan como “reinocéntricas”. Se describe el cometido de la Iglesia como si sólo debiera proceder en una doble dirección; por un lado, promoviendo los llamados “valores del Reino”, cuales son la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad; por otro, favoreciendo el diálogo entre los pueblos, las culturas, las religiones, para que, enriqueciéndose mutuamente, ayuden al mundo a renovarse y a caminar cada vez más hacia el Reino.
35. Junto a algunos aspectos positivos, estas concepciones manifiestan a menudo otros negativos, como sucede cuando no dicen nada sobre el misterio de la Redención. Además, el Reino, tal como lo entienden, termina frecuentemente por marginar o menospreciar a la Iglesia.
36. Ahora bien, no es éste el Reino de Dios que conocemos por la revelación, el cual no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia. Cristo no sólo ha anunciado el Reino, sino que en Él el Reino mismo se ha hecho presente y ha llegado a su cumplimiento. El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible.
37. Asimismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. La Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino. Lo está, ante todo, mediante el anuncio que llama a la conversión; éste es el primer y fundamental servicio a la venida del Reino en las personas y en la sociedad humana. La Iglesia, pues, sirve al Reino, fundando comunidades e instituyendo Iglesias particulares, administrándoles los sacramentos de salvación y llevándolas a la madurez de la fe y de la caridad. La Iglesia, además, sirve al Reino difundiendo en el mundo los valores evangélicos, que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios.
f) Fin de las misiones y su razón de ser
38. Demás está decir que se presentarán muchas objeciones al trabajo misionero. De hecho ha sucedido así. Mientras se suele hablar de una primavera de la Iglesia o del cristianismo, no se puede ocultar sin embargo una cierta tendencia negativa en muchos católicos según la cual la misión específica ad gentes estaría desdibujándose y desapareciendo, pensamiento este que ciertamente no está en sintonía con las indicaciones del Concilio y del Magisterio posterior. Dificultades internas y externas han debilitado el impulso misionero de la Iglesia hacia los no cristianos, lo cual es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en Cristo.
39. Hoy en día algunos vuelven a poner en cuestión la necesidad de la misión ad gentes y se preguntan: ¿Es válida aún la misión entre los no cristianos? ¿No ha sido sustituida quizás por el diálogo interreligioso? ¿No es un objetivo suficiente la promoción humana? El respeto de la conciencia y de la libertad ¿no excluye toda propuesta de conversión? ¿No puede uno salvarse en cualquier religión? ¿Para qué, entonces, la misión?
40. Hay que responder hoy con San Pedro: no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hch4,10.12). Esta afirmación, dirigida al Sanedrín, asume un valor universal, ya que para todos, judíos y gentiles, la salvación no puede venir más que de Jesucristo.
41. Era necesario confesar a un único Dios y a un único Señor en contraste con la multitud de “dioses” y “señores” que el pueblo admitía. Así, San Pablo reacciona contra el politeísmo del ambiente religioso de su tiempo y pone de relieve la característica de la fe cristiana: fe en un solo Dios y en un solo Señor, enviado por Dios.
42. “Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres[…quienes] no pueden entrar en comunión con Dios, si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu. Esta mediación suya única y universal, lejos de ser un obstáculo en el camino hacia Dios, es la vía establecida por Dios mismo, y de ello Cristo tiene plena conciencia. Aun cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, estas sin embargo cobran significado y valor únicamente por la mediación de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas y complementarias”[20].
43. Algunos sostienen que no es válida la misión porque no hay derecho a imponer el propio modo de pensar anulando la libertad. Respondemos que en vez de quitar la libertad, la potencia, pues vuelve al hombre más responsable de la dignidad a la cual está llamado. “Dios ofrece al hombre una vida nueva: ¿Se puede rechazar a Cristo y todo lo que Él ha traído a la historia del hombre? Ciertamente es posible. El hombre es libre. El hombre puede decir no a Dios. El hombre puede decir no a Cristo. Pero sigue en pie la pregunta fundamental. ¿Es lícito hacer esto? ¿Con qué fundamento es lícito?”[21].
44. Por lo demás, y en relación a la libertad de conciencia, dice el Concilio Vaticano II: “La persona humana tiene derecho a la libertad religiosa… todos los hombres han de estar inmunes de coacción por parte de personas particulares, como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros dentro de los límites debidos”[22].
45. El anuncio y el testimonio de Cristo, cuando se llevan a cabo respetando las conciencias, no violan la libertad. La fe exige la libre adhesión del hombre, pero debe ser propuesta, pues “las multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad… Por eso, la Iglesia mantiene vivo su empuje misionero e incluso desea intensificarlo en un momento histórico como el nuestro. La Iglesia se siente responsable ante todos los pueblos”[23].
46. Algunos cuestionan: ¿No es esto imponer una Iglesia, limitando así las posibilidades de salvación?
47. El Concilio ha reclamado ampliamente el papel de la Iglesia para la salvación de la humanidad. A la par que reconoce que Dios ama a todos los hombres y les concede la posibilidad de salvarse[24],la Iglesia profesa que Dios ha constituido a Cristo como único mediador y que Ella misma ha sido constituida como Sacramento universal de salvación.
48. Es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación.
49. “Si es destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición de todos. Pero es evidente que, tanto hoy como en el pasado, muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación del Evangelio y de entrar en la Iglesia. Viven en condiciones socioculturales que no se lo permiten y, en muchos casos, han sido educados en otras tradiciones religiosas. Para ellos la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no los introduce formalmente en ella sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental”[25].
50. Finalmente,“a la pregunta ¿Para qué la misión? respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: abrirse al amor de Dios es la verdadera liberación. En Él, sólo en Él somos liberados de toda forma de alienación y extravío, de la esclavitud del poder del pecado y de la muerte. Cristo es verdaderamente nuestra paz (Ef 2,14), y el amor de Cristo nos apremia (2 Co 5,14), dando sentido y alegría a nuestra vida. La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros”[26].
51. “La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una ‘gradual secularización de la salvación’, debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndolos a los admirables horizontes de la filiación divina”[27].
g) Fin específico de las misiones ad gentes
52. La misión que la Iglesia recibió por medio de los Apóstoles es una misiónuniversal que no conoce confines y que concierne a la salvación en todos sus aspectos, de conformidad con la plenitud de vida que Cristo vino a traer.
53. Esta misión es única al tener el mismo origen y finalidad; pero en el interior de la Iglesia hay tareas y actividades diversas. Ante todo, se da la actividad misionera que llamamosmisiónad gentes; se trata de una actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca concluida. En efecto, la Iglesia “no puede sustraerse a la perenne misión de llevar el Evangelio a cuantos –y son millones de hombres y mujeres–no conocen todavía a Cristo, Redentor del hombre”[28].
54. Afirmar que toda la Iglesia es misionera no excluye que haya una específica misión ad gentes, al igual que decir que todos los católicos deben ser misioneros, no excluye que haya “misioneros ad gentes y de por vida” por vocación específica.
55. De este modo se pueden distinguir tres situaciones dentro de la Iglesia:
– En primer lugar, aquella a la cual se dirige la actividad misionera de la Iglesia: pueblos, grupos humanos, contextos socioculturales donde Cristo y su Evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y anunciarla a otros grupos. Esta es propiamente la misión ad gentes.
56. – Hay también comunidades cristianas con estructuras eclesiales adecuadas y sólidas; tienen un gran fervor de fe y de vida; irradian el testimonio del Evangelio en su ambiente y sienten el compromiso de la misión universal. En ellas se desarrolla la actividad o atención pastoral de la Iglesia.
57. – Se da, por último, una situación intermedia, especialmente en los países de antigua cristiandad, pero a veces también en las Iglesias más jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o, incluso, no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio. En este caso es necesaria una “nueva evangelización” o “reevangelización”.
58. La actividad misionera específica, o misiónad gentes,tiene como destinatarios a “los pueblos o grupos que todavía no creen en Cristo”, “a los que están lejos de Cristo”, a los que “no han recibido todavía el mensaje evangélico por razones especiales o que lo rechazaron hasta hoy”[29] y cuya cultura no ha sido influenciada aún por el Evangelio.Esta actividad se distingue de las demás actividades eclesiales, porque se dirige a grupos y ambientes no cristianos, debido a la ausencia o insuficiencia del anuncio evangélico y de la presencia eclesial. Por tanto, se caracteriza como tarea de anunciar a Cristo y a su Evangelio, de edificación de la Iglesia local, de promoción de los valores del Reino.
59. Sin la misiónad gentes, la misma dimensión misionera de la Iglesia estaría privada de su significado fundamental y de su actuación ejemplar.
2.
El Espíritu Santo,
Alma de la misión
a) El Espíritu Santo,
protagonista de la misión
60. El Espíritu Santo es, en verdad, el protagonista de toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misiónad gentes,como se ve en la Iglesia primitiva por la conversión de Cornelio[30], por las decisiones sobre los problemas que surgían[31],por la elección de los territorios y de los pueblos[32].El Espíritu actúa por medio de los Apóstoles, pero al mismo tiempo actúa también en los oyentes: “mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu Santo que da la vida”[33].
61. La venida del Espíritu Santo transforma a los discípulos de manera maravillosa, de modo que ni el miedo, ni la debilidad, ni las fronteras materiales, podrán impedir la acción del Espíritu Santo. De ahora en más serán intrépidos enviados y testigos del Cristo resucitado.
62. Como el Padre me envió a Mí, así os envío Yo a vosotros (Jn 20,21). Llegó el momento en el cual la misión de Cristo y del Espíritu Santo se realizará en la Iglesia, Cuerpo y Templo del Espíritu Santo. Y los cristianos, miembros de la Iglesia que fundó Cristo, estamos asociados a esta misión conjunta, en comunión con el Padre en el Espíritu Santo.
63. En ellos está la presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos (Mc 16,20). La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas[34].El Espíritu les da la capacidad de testimoniar a Jesús con toda libertad(Hch28,31). Pablo y Bernabé se sienten empujados por el Espíritu hacia los paganos[35].En el primer Concilio, que reúne en Jerusalén a miembros de diversas Iglesias alrededor de los Apóstoles, se toma una decisión reconocida como proveniente del Espíritu: es el Espíritu quien impulsa a ir cada vez más lejos, no sólo en sentido geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal. Por Él, el grupo de los Doce, como un único cuerpo guiado por Pedro, proclama la Buena Nueva. Esta comunidad percibe que el Espíritu Santo ha elegido a Pablo y Bernabé para ser enviados[36].La lectura de los Hechosnos hace entender que, al comienzo de la Iglesia, la misiónad gentesya contaba con misioneros “de por vida, entregados a ella por una vocación especial”[37].
c) El Espíritu Santo, guía de la misión
64. “El Espíritu se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y acción son universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo. El Concilio Vaticano II recuerda la acción del Espíritu en el corazón del hombre, mediante las ‘semillas de la Palabra’, incluso en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana encaminados a la verdad, al bien y a Dios”[38].
65. La presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones. En efecto, el Espíritu se halla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino; “con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra”[39]. Es también el Espíritu quien esparce “las semillas de la Palabra” presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo[40].
66. Es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia, quien la conduce por los caminos de la misión, quien hace misionera a toda la Iglesia, quien está presente y operante en todo tiempo y lugar.
3.
Los destinatarios de la Evangelización
67. Las últimas palabras de Jesús en el Evangelio de Marcos confieren a la evangelización, que el Señor confía a los Apóstoles, una universalidad sin fronteras: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Mc 16,15). Por lo tanto, la evangelización es el destino universal de toda la humanidad.
a) Ámbitos de la misión ad gentes
68. La misiónad gentes,en virtud del mandato universal de Cristo, no conoce confines. Sin embargo, se pueden delinear varios ámbitos en los que se realiza, de modo que se pueda tener una visión real de la situación.
69. La actividad misionera ha sido definida normalmente en relación con territorios concretos, especialmente en Asia; pero también en África, América latina y Oceanía hay vastas zonas sin evangelizar.
70. Se trata de regiones confiadas al régimen especial de la misiónad gentes, así como de grupos y áreas no evangelizadas. Es el continente asiático, en particular, hacia el que debería orientarse, principalmente en nuestro tiempo, la misiónad gentes.
Mundos y fenómenos sociales nuevos
71. “Las rápidas y profundas transformaciones que caracterizan el mundo actual, en particular el sur, influyen grandemente en el campo misionero. […]Hoy la imagen de la misiónad gentes está quizás cambiando: lugares privilegiados deberían ser las grandes ciudades, donde surgen nuevas costumbres y modelos de vida, nuevas formas de cultura, que luego influyen sobre la población”[41].
72. Además, es verdad que no se pueden evangelizar las personas o los pequeños grupos descuidando, por así decir, los centros donde nace una humanidad nueva con nuevos modelos de desarrollo. El futuro de las jóvenes naciones se está formando en las ciudades.
73. Hablando del futuro no se puede olvidar a los jóvenes que, en numerosos países, representan ya más de la mitad de la población.
74. Entre los grandes cambios del mundo contemporáneo, las migraciones han producido un fenómeno nuevo: los no cristianos llegan en gran número a los países de antigua cristiandad. Entre los emigrantes, los refugiados ocupan un lugar destacado y merecen la máxima atención.
75. Señalando las nuevas particularidades que implica la misión ad gentes en nuestros tiempos, declara el Papa Benedicto XVI: “Desde sus orígenes, el pueblo cristiano percibió con claridad la importancia de comunicar, a través de una incesante acción misionera, la riqueza de este amor [de Dios Padre] a todos los que todavía no conocían a Cristo. Más aún, durante estos últimos años se ha sentido la necesidad de reafirmar este compromiso, porque –como observó mi amado predecesor Juan Pablo II–en la época moderna la missio ad gentes parece sufrir a veces una fase de mayor lentitud debido a las dificultades del nuevo marco antropológico, cultural, social y religioso de la humanidad. Hoy la Iglesia está llamada a afrontar desafíos nuevos, y está dispuesta a dialogar con culturas y religiones diversas, tratando de construir con toda persona de buena voluntad la convivencia pacífica de los pueblos. Así, el campo de la missio ad gentes se ha ampliado notablemente, y no se puede definir sólo basándose en consideraciones geográficas o jurídicas; en efecto, los verdaderos destinatarios de la actividad misionera del pueblo de Dios no son sólo los pueblos no cristianos y las tierras lejanas, sino también los ámbitos socioculturales y, sobre todo, los corazones”[42].
Áreas culturales o areópagos modernos
76. El areópago al cual se dirigió San Pablo para predicar representaba en aquel entonces el centro de la cultura del docto pueblo ateniense, y hoy puede ser tomado como símbolo de los nuevos ambientes donde debe proclamarse el Evangelio.
77. El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación,que está unificando a la humanidad y transformándola –como suele decirse– en una “aldea global”. Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales.
78. Existen otros muchos areópagos del mundo moderno hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación, son otros tantos sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio.
79. Hay que recordar, además, el vastísimoareópago de la cultura, de las Universidades, de la investigación científica, de las relaciones internacionales que favorecen el diálogo y conducen a nuevos proyectos de vida.
80. La actividad misionera representa aun hoy día el mayor desafío para la Iglesia. Es cada vez más evidente que las gentes que todavía no han recibido el primer anuncio de Cristo son la mayoría de la humanidad. Sin embargo, se da el caso de que los confines de la tierra, a los que debe llegar el Evangelio, se alejan cada vez más, y la sentencia de Tertuliano, según la cual “el Evangelio ha sido anunciado en toda la tierra y a todos los pueblos”[43], está muy lejos de su realización concreta: la misiónad gentes está todavía en los comienzos. Nuevos pueblos comparecen en la escena mundial y también ellos tienen el derecho a recibir el anuncio de la salvación. El crecimiento demográfico del sur y de oriente, en países no cristianos, hace aumentar continuamente el número de personas que ignoran la Redención de Cristo. Esta solicitud debe convertirse, por así decirlo, en hambre y sed de dar a conocer al Señor, cuando se mira abiertamente hacia los inmensos horizontes del mundo no cristiano.
b) Los desafíos y los inconvenientes
de la misión
81. Las dificultadesparecen insuperables y podrían desanimar, si se tratara de una obra meramente humana.
82. En algunos países está prohibida la entrada de misioneros; en otros, está prohibida no sólo la evangelización, sino también la conversión e incluso el culto cristiano. En otros lugares los obstáculos son de tipo cultural: la transmisión del mensaje evangélico resulta insignificante o incomprensible y la conversión está considerada como un abandono del propio pueblo y cultura.
83. No faltan tampoco dificultades internasal Pueblo de Dios, las cuales son ciertamente las más dolorosas. San Pablo VI señalaba, en primer lugar, “la falta de fervor, tanto más grave cuanto que viene de dentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés y, sobre todo, en la falta de alegría y de esperanza”[44].
84. Pero una de las razones más graves del escaso interés por el compromiso misionero es la mentalidad “indiferentista”, ampliamente difundida, por desgracia, incluso entre los cristianos, enraizada a menudo en concepciones teológicas no correctas y marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que “una religión vale la otra”.
c) Evangelización de las culturas[45]
85. La ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa Evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada.
86. El Evangelio y, por consiguiente, la evangelización, no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el Reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del Reino no puede menos que tomar los elementos de las culturas humanas en las que se injerta. Independientes con respecto a las culturas, Evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna[46].
87. La evangelización de la cultura se debe llevar a cabo en un lenguaje que los hombres comprendan. Esto requerirá frecuentemente una cierta adaptación, la cual en ningún caso y de ninguna manera deberá comprometer el mensaje evangélico en toda su extensión.Toda adaptación requiere mucho discernimiento, seriedad, respeto y la competencia necesaria exigida según el tema o la materia, ya sea en el campo de las expresiones litúrgicas, de la catequesis, de la formulación teológica, de las estructuras eclesiales secundarias, de los ministerios. El lenguaje debe entenderse aquí no tanto a nivel semántico o literario cuanto al que podría llamarse antropológico y cultural.
88. La obra de la evangelización de la cultura es, sin dudas, uno de los objetivos del misionero; es una obra importantísima, seria y delicada, por lo cual, el misionero siempre debe estar dispuesto a seguir las directivas del Instituto y las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia.
89. La evangelización pierde mucho de su fuerza y de su eficacia si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su lenguaje, sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea, si no llega a su vida concreta. Pero, por otra parte, la evangelización corre el riesgo de perder su alma y desvanecerse si se vacía o desvirtúa su contenido, bajo pretexto de traducirlo; si, queriendo adaptar una realidad universal a un espacio local, se sacrifica esta realidad y se destruye la unidad sin la cual no hay universalidad. Ahora bien, solamente una Iglesia que mantenga la conciencia de su universalidad y demuestre que es, de hecho, universal puede tener un mensaje capaz de ser entendido por encima de los límites regionales, en el mundo entero.
90. Al desarrollar su actividad misionera entre las gentes, la Iglesia encuentra diversas culturas y se ve comprometida en el proceso de inculturación. La inculturación es un camino lento que acompaña toda la vida misionera y requiere la aportación de los diversos colaboradores. Los misioneros, provenientes de otras Iglesias y países, deben insertarse en el mundo sociocultural de aquellos a quienes son enviados, superando los condicionamientos del propio ambiente de origen.
91. A este respecto, son fundamentales algunas indicaciones. La inculturación, en su recto proceso debe estar dirigida por dos principios: “la compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir y la comunión con la Iglesia universal”[47]. Es necesario custodiar “el depósito de la fe”cuidando de la fidelidad y, sobre todo, del discernimiento[48], para lo cual es necesario un profundo equilibrio; en efecto, “existe el riesgo de pasar acríticamente de una especie de alienación de la cultura a una supervaloración de la misma, que es un producto del hombre, en consecuencia, marcada por el pecado. También ella debe ser ‘purificada, elevada y perfeccionada’”[49].
4.
Objetivos primordiales
92. El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio mediante la fe. La conversión significa aceptar, con decisión personal, la soberanía de Cristo y hacerse discípulos suyos.
93. La Iglesia llama a todos a esta conversión, siguiendo el ejemplo de Juan Bautista, que preparaba los caminos hacia Cristo proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados (Mc 1,4), y siguiendo los pasos de Cristo mismo, el cual, después que Juan fue entregado, marchó…a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva”(Mc 1,14‑15).
94. La conversión pide el Bautismo. Los Apóstoles, movidos por el Espíritu Santo, invitaban a todos a cambiar de vida, a convertirse y a recibir el Bautismo:al oír [las palabras de Pedro] dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás Apóstoles: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?” Pedro les contestó: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”(Hch2,37‑38). La conversión a Cristo está relacionada con el Bautismo, no sólo por la praxis de la Iglesia, sino por voluntad del mismo Cristo, que envió a hacer discípulos a todas las gentes y a bautizarlas[50];está relacionada también por la exigencia intrínseca de recibir la plenitud de la nueva vida en él: en verdad, en verdad te digo: –dice Jesús a Nicodemo– el que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).
95. Todo esto hay que recordarlo porque no pocos, precisamente donde se desarrolla la misiónad gentes,tienden a separar la conversión a Cristo del Bautismo, considerándolo como no necesario. Sin embargo, estamos convencidos de que, si una persona siente el atractivo de Cristo, Él mismo lo llevará a la Iglesia como al “lugar” donde puedan encontrarlo realmente.
96. La misiónad gentes tiene también como objetivo fundar comunidades cristianas y hacer crecer las Iglesias hasta su completa madurez, como lo hemos tratado y desarrollado más arriba[51].Ésta es la meta central y específica de la actividad misionera, hasta el punto de que ésta no puede considerarse desarrollada mientras no consiga edificar una nueva Iglesia particular, que funcione normalmente en el ambiente local.
97. Es necesario, ante todo, tratar de establecer, en cada lugar, comunidades cristianas que sean un “signo de la presencia de Dios en el mundo”[52] y que crezcan hasta llegar a ser Iglesias.
98. El Decreto sobre ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: “solamente por medio de la Iglesia Católica de Cristo, que es auxilio general de salvación, puede alcanzarse la plenitud total de los medios de salvación. Creemos que el Señor confió todos los bienes de la Nueva Alianza a un único Colegio apostólico presidido por Pedro, para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual deben incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de Dios”[53].
99. Esta solicitud constituirá un motivo y un estímulo para una renovada acción ecuménica. Los vínculos existentes entre actividad ecuménica y actividad misionera hacen necesario considerar a ambas como dos factores concomitantes.
100. La actividad ecuménica y el testimonio concorde de Jesucristo, por parte de los cristianos pertenecientes a diferentes Iglesias y comunidades eclesiales, ha dado ya abundantes frutos. Es cada vez más urgente que ellos colaboren y den testimonios unidos, en este tiempo en el que sectas cristianas y para-cristianas siembran confusión con su acción. La expansión de estas sectas constituye una amenaza para la Iglesia Católica y para todas las comunidades eclesiales con las que ella mantiene un diálogo.
101. Sin dudas, el dialogo interreligioso forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia; es más, tiene vínculos especiales con ella y es una de sus expresiones. En efecto, esta misión tiene como destinatarios a los hombres que no conocen a Cristo ni su Evangelio, y que, en su gran mayoría, pertenecen a otras religiones. Dios llama a Sí a todas las gentes en Cristo, queriendo comunicarles la plenitud de su revelación y de su amor y no deja de hacerse presente de muchas maneras, no sólo en cada individuo, sino también en los pueblos mediante sus riquezas espirituales, cuya expresión principal y esencial son las religiones, aunque contengan “lagunas, insuficiencias y errores”[54].Todo ello ha sido subrayado ampliamente por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio posterior, defendiendo siempre que la salvación viene de Cristo y que el diálogo no dispensa de la evangelización.
102. “Un vasto campo se abre al diálogo, pudiendo asumir múltiples formas y expresiones, desde los intercambios entre expertos de las tradiciones religiosas o representantes oficiales de las mismas, hasta la colaboración para el desarrollo integral y la salvaguardia de los valores religiosos; desde la comunicación de las respectivas experiencias espirituales hasta el llamado ‘diálogo de vida’, por el cual los creyentes de las diversas religiones atestiguan unos a otros en la existencia cotidiana los propios valores humanos y espirituales, y se ayudan a vivirlos para edificar una sociedad más justa y fraterna. […] El diálogo es un camino para el Reino y seguramente dará sus frutos, aunque los tiempos y momentos los tiene fijados el Padre (cf. Hch1,7)”[55].
103. Otra de las preocupaciones será promover el desarrollo de las personas, pero no de cualquier modo sino a través de la educación de las conciencias.
104. La misiónad gentes se despliega aún hoy día, mayormente, en aquellas regiones del sur del mundo donde es más urgente la acción para el desarrollo integral y la liberación de toda opresión. La Iglesia siempre ha sabido suscitar, en las poblaciones que ha evangelizado, un impulso hacia el progreso, y ahora mismo los misioneros, más que en el pasado, son conocidos también como promotores de desarrollo por gobiernos y expertos internacionales, los cuales se maravillan del hecho de que se consigan notables resultados con escasos medios.
105. El Papa SanJuan Pablo II ha afirmado que “la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo en cuanto tal” sino que “da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta”[56].“El mejor servicio al hermano es la evangelización, que lo prepara a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente”[57]. De este modo la Iglesia enseñará a los pueblos que no es lo principal “tener más” sino “ser más”, despertando las conciencias con el Evangelio. El desarrollo humano auténtico debe echar sus raíces en una evangelización cada vez más profunda ya que el desarrollo del hombre viene de Dios, del modelo de Jesús, Dios y hombre, y debe llevar a Dios. He ahí por qué entre anuncio evangélico y promoción del hombre hay una estrecha conexión.
106. El aporte de la Iglesia y de su obra evangelizadora al desarrollo de los pueblos abarca no sólo los países considerados como económicamente menos desarrollados, sino también aquellos que, poseyendo un buen caudal de riquezas materiales, están expuestos a la miseria moral y espiritual causada frecuentemente por el “superdesarrollo”.
5.
Los misioneros
a) Formación espiritual y moral
107. Los misioneros de nuestro Instituto “deben prepararse con una formación espiritual y moral especial para una tarea tan elevada. Deben, pues, ser capaces de tomar iniciativas, constantes para terminar las obras, perseverantes en las dificultades, soportando con paciencia y fortaleza la soledad, el cansancio y el trabajo infructuoso”[58].
108. A fin de conseguir el temple espiritual y moral que le permitirá al misionero desempeñarse con fruto todo el tiempo que se prolongue su vida apostólica, los que se preparan en nuestras casas de formación deberán ser puestos a prueba y corregidos por los formadores. La vocación religiosa misionera conlleva muchas renuncias: un candidato que, concedido el tiempo y las circunstancias debidas, no haya alcanzado un buen nivel de madurez espiritual y moral demostrado en obras y testimoniado por quienes con él conviven, no debería acceder a las órdenes sagradas, al menos en nuestro Instituto. El Directorio de Espiritualidadde nuestro Instituto pide que los formadores tengan una “clara intención de hacer rigurosísima selección; esto es capital para mantener el buen espíritu. Sabiendo que en el seleccionar más vale equivocarse por exceso que por defecto”[59]; esta verdad adquiere más fuerza aún, si cabe, si se trata de candidatos que serán enviados a la misión. La experiencia obtenida asegura que quien no quiere vivir auténticamente la vida religiosa no sólo no ayuda a llevar adelante nuestras misiones sino que se transforma en un verdadero obstáculo. “Depende mucho de la prudencia y la responsabilidad de los superiores no poner al Instituto en esta grave dificultad y no mandar a la misión sujetos que, en vez de significar ayuda e incremento, resultan finalmente un peso y un daño”[60].Por el contrario, son precisamente las personas que trabajan eficazmente y con fruto en superar sus limitaciones espirituales y morales durante el período de formación las que luego serán capaces de llevar adelante las comunidades religiosas con fruto siempre mayor a pesar de todas las dificultades propias de la misión.
109. Los que en nuestras casas de formación se preparan pararealizar grandes obras para la gloria de Dios en las misiones donde serán enviados, a fin de noengañarse con vanas fantasías, cultiven un gran amor a las virtudes que forman la base del crecimiento espiritual, como son la humildad, la caridad y la docilidad a los Superiores. “No es suficiente que en nuestros candidatos no se encuentre nada de negativo, no basta que sean lo suficientemente diligentes en el estudio y la disciplina exterior. Hay que estudiar su carácter, medir el fervor de su espíritu, la sumisión absoluta de la voluntad, la generosidad en el sacrificio, el espíritu de iniciativa, la fidelidad al deber”[61].Difícilmente serán aptos para la misión aquellos tipos de personalidad que “lo saben todo”, “se llevan mal con todos”, a todo le encuentran defectos, todo lo discuten o no escuchan ni obedecen a nadie salvo cuando los demás coinciden con lo que ellos piensan. El motivo por el cual talescaracteres no podrán dar fruto es que Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes (1P 5,5). Y si Dios resiste a un misionero, ¿qué podrá este hacer?
b) Formación cultural, doctrinal
y apostólica
110. Es fundamental que, los que hayan de ser enviados como misioneros a las distintas partes del mundo, sean verdaderos y fieles ministros de Cristo, y que“se alimentencon las palabras de la fe y de la buena doctrina (1Tm 4,6), que tomarán, ante todo, de la Sagrada Escritura, estudiando a fondo el misterio de Cristo, cuyos heraldos y testigos habrán de ser”[62].
111. “Todos los misioneros –sacerdotes, hermanos, hermanas, laicos–han de prepararse y formarse, cada uno según sus condiciones, para que no se vean incapaces ante las exigencias de su labor futura. Ya desde el principio es necesario procurar su formación doctrinal, de modo que abarque la universalidad de la Iglesia y la diversidad de los pueblos”[63].
112. “El que haya de ir a un pueblo extranjero aprecie debidamente su patrimonio, su lengua y sus costumbres. Es necesario, sobre todo, al futuro misionero, dedicarse a los estudios misionológicos, es decir, conocer la doctrina y las disposiciones de la Iglesia sobre la actividad misional, saber qué caminos han recorrido los mensajeros del Evangelio en el decurso de los siglos, la situación actual de las misiones y, también, los métodos considerados hoy como más eficaces”[64].
113. Sobre la actitud del misionero en relación al lugar donde tendrá que ejercer su apostolado son muy provechosas las palabras de la declaración conciliar Ad gentes: “Es necesario que los que se dedican por un tiempo determinado a la actividad misionera adquieran una formación apropiada a su condición. Pero esta diversa formación ha de completarse en la región a la que serán enviados, de suerte que los misioneros conozcan ampliamente la historia, las estructuras sociales y las costumbres de los pueblos, estén bien enterados del orden moral, de los preceptos religiosos y de su mentalidad acerca de Dios, del mundo y del hombre, conforme a sus sagradas tradiciones. Aprendan las lenguas hasta el punto de poder usarlas con soltura y elegancia, y encontrar en ello una más fácil penetración en las mentes y en los corazones de los hombres. Han de ser iniciados, como es debido, en las necesidades pastorales características de cada pueblo. Algunos habrán de prepararse también, de un modo más profundo, en los Institutos de misionología u otras Facultades o Universidades para desempeñar más eficazmente cargos especiales y poder ayudar con sus conocimientos a los demás misioneros en la realización de su labor, que presenta tantas dificultades y oportunidades, sobre todo en nuestro tiempo”[65].
114. Siguiendo el sentir de los documentos de la Iglesia, queremos dar especial atenciónal estudio de la lengua del lugar donde se misiona. Es un hecho histórico que allí donde la Iglesia usó las lenguas vernáculas en su obra evangelizadora el resultado ha sido mucho mayor y más duradero. Oír la Buena Noticia en el idioma materno favorecerá una auténtica inculturación del Evangelio. A este fin, destínese a cada misión personas que puedan llegar a dominar la lengua o las lenguas del lugar y provéase de los medios necesarios para su aprendizaje. A este fin será necesario contar con misioneros que puedan permanecer en esos lugares por un tiempo suficientemente prolongado. Aprender el idioma y poder producir frutos duraderos en la obra de la inculturación lleva, ordinariamente,varios años.
115. La experiencia habida en los años de existencia del Instituto del Verbo Encarnado prueba la utilidad del conocimiento, por parte de todos los misioneros, de la lengua inglesa. En un mundo cada vez más globalizado, el inglés se ha vuelto ya la lengua franca. Un buen conocimiento de esta lengua será un arma muy valiosa para el misionero. Conocer una lengua abre las puertas no sólo al trato con más personas, sino también a una base de información mucho mayor, tanto en la prensa escrita como en internet. Preocúpense los formadores y los Superiores locales para que todos, en la medida de sus posibilidades, puedan aprender a manejarse con fluidez en esta lengua.
116. También es un dato de experiencia que merecerá recordarse siempre en nuestras casas de formación, a saber, que toda arte aprendida por el futuro misionero le será, de ordinario, de gran provecho pastoral. Quien sepa y pueda transmitir nociones de bellas artes (música, teatro, pintura, escultura y tantas otras), idiomas, computación, habilidades manuales o deportivas y todos aquellos conocimientos que son generalmente considerados por toda cultura como positivos, contará con elementos de gran valor para relacionarse con los pueblos a los que deba evangelizar. Esta relación a un nivel meramente cultural, en un misionero es una auténtica pre-evangelización.
117. Los misioneros deben aceptar con humildad que, al menos el primer tiempo de permanencia en una nueva región, es en buena parte una continuación del periodo de formación, no sólo en lo que respecta a las lenguas, sino a las costumbres, al modo de conducirse, etc. Presten atención a las indicaciones de los que los han precedido, en particular de los miembros del Instituto del Verbo Encarnado ya presentes en la región.
c) Importancia primordial del testimonio
118. No se da testimonio sin testigos ni existe misión sin misioneros. Para que colaboren en su misióny continúen su obra salvífica, Jesús escoge y envía a algunas personas como testigos suyos y Apóstoles: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (Hch1,8).La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio; todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores: Tened en medio de los gentiles una conducta ejemplar a fin de que, en lo mismo que os calumnian como malhechores, a la vista de vuestras buenas obras den gloria a Dios en el día de la Visita (1P 2,12).
119. La experiencia multisecular de los institutos religiosos muestra que el primer testimonio que se da en tierras de misión es la vida fraterna de los misioneros. Esto sólo ya es misionar. En algunos lugares y tiempos esto es lo único que se puede hacer. En semejantes circunstancias no crea el misionero que está perdiendo el tiempo, ya que un mejor testimonio que el de la caridad cristiana no existe. De hecho, una vida fraterna vivida como se debe atrae necesariamente a las personas bien dispuestas, y es muy probable que Dios bendiga ese testimonio con frutos incluso inesperados.
120. Por este motivo es de primordial importancia que los que se preparan a la misión cultiven un sano amor por la comunidad donde se vive sin excluir de hecho a nadie, en particular a los caracteres más difíciles. Esto debe entenderse literalmente: si el futuro misionero encuentra dificultad con personas en el entorno formativo donde se encuentra, se empeñe con ahínco en no excluirlas de su “círculo de amigos” sino que trabaje con tesón para ganar a esas personas en cuanto lesea posibley extremela caridad con ellos como con todos los demás y trate de descubrir en ellos la voluntad de Dios y el camino más corto a la santidad. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? (Mt 5,46). Si es posible, y en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos (Rm 12,18).
121. Si en tierras de misión las comunidades religiosas son verdaderamente tales y en ellas se busca vivir intensamente la caridad fraterna con todos y cada uno de sus miembros[66], entonces se podrá esperar mucho fruto. Si, por el contrario, un misionero no sabe vivir con sus pares, desconoce los principios fundamentales del diálogo, no practica la caridad fraterna de facto y todo lo hace girar entorno a sí, en esa comunidad habrá que gastar una buena cuota de energía solamente en sobrellevar al hermano débil.
122. La consideración de este aspecto de la vida religiosa no debe parecer a ningún miembro de nuestro Instituto como algo de carácter secundario o accidental. Si no tenemos buenas comunidades no podremos llevar a cabo nada de importancia; al contrario, donde las comunidades vivan la justicia, paz y gozo en Espíritu Santo (Rm 14,17), allí no habrá empresa, por grande que sea, que no se pueda realizar. Que todos trabajen con rigor en esta dirección desde los primeros años de formación.La mejor manera que tiene un religioso para saber si él es constructor o bien un mero consumidor o, peor aún, destructor de comunidad, es esta: pregúntele a sus pares de vida virtuosa y a su Superior, y acepte de buena gana la respuesta.
123. Finalmente, recuerde el misionero que el mejor testimonio que podrá dar será el don de la propia vida hasta aceptar la muerte para testimoniar la fe en Jesucristo y el amor al prójimo. “Los ‘mártires’, es decir, los testigos, son numerosos e indispensables para el camino del Evangelio. También en nuestra época hay muchos: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, así como laicos; a veces héroes desconocidos que dan la vida como testimonio de la fe. Ellos son los anunciadores y los testigos por excelencia”[67]. “Yo no cambiaría la cárcel por el don de hacer milagros, ni el martirio por el apostolado, que era la ilusión de mi vida”[68].
d) Necesidad de un anuncio explícito
124. Si bien el testimonio de vida es el primer anuncio, sin embargo es necesario que nuestro testimonio sea presentado también de un modo explícito, es decir, sea justificado y predicado; es aquello a lo que el apóstol San Pedro llamaba dar razón de vuestra esperanza (1P 3,15), “explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser, pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el Reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios”[69].
125. La experiencia obtenida ya por nuestro Instituto en tierras de misión enseña que hay un peligro importante sobre el cual todos y, en particular, los Superiores de las comunidades misioneras, deberán estar siempre atentos. Nos referimos a la tentación de diluir el mensaje del Evangelio para presentarlo sin su especificidad salvífica. El peligro es particularmente real y nocivo cuando nuestros misioneros entran en contacto con otros religiosos que no tienen una visión católica de la misión ad gentes y que han elaborado “su propia teología”, por decirlo así, según la cual la Iglesia no debe tanto “anunciar” el Evangelio de Jesucristo cuanto “caminar junto” a las culturas locales, “aprender de ellas”, etc.
126. La tentación se hace más sutil aun cuando un miembro de nuestro Instituto, al discernir la labor realizada por otros misioneros de dudosa identidad católica, confunde en ellosdos realidades que deben distinguirse cuidadosamente. En efecto, puede existir en aquellos misioneros una santa y encomiable entrega a la labor en tierras de particular dificultad y esto incluso por muchos años; si bien esta entrega es imitable y digna de todo mérito, sin embargo, puede existir otro aspecto que no lo sea tanto, tal como la dudosa identidad católica del misionero. Un misionero puede tener las mejores buenas disposiciones y ganarse a todos por su bondad y entrega, pero además debe tener una mente y un corazón católicos, y nuestro Instituto quiere conservar y acrecentar siempre y en todo lugar su carisma propio en fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Todo misionero que dude de las enseñanzas de la Iglesia y vaya en pos de doctrinas teológicas “pluralistas” o “relativistas” deberá ser oportunamente corregido por su Superior y, en la eventualidad de no querer aceptar esa corrección, deberá ser removido del lugar de misión.
127. Para evitar llegar a estos extremos, estén muy atentos los Superiores de comunidades misioneras a lo que sus súbditos leen y con quienes se relacionan, y favorezcan el conocimiento y estudio de la doctrina católica acerca de todo lo tocante al espíritu del Instituto, a su carisma y su misión.
128. La clara identidad católica del mensaje no impide que muchas veces la virtud de la prudencia pastoral dictamine un testimonio menos explícitode la Buena Nueva, como podría darse en ciertas situaciones de seria intolerancia o persecución religiosa. En tales casos la falta temporal y circunstancial de un anuncio más explícito será visto como preparación del terreno para una más clara predicación de la Buena Nueva cuando Dios lo tenga así dispuesto, al modo como testimonió y vivió el Evangelio San Charles de Foucauld.
129. Las decisiones concretas a tomar en circunstancias de intolerancia o persecución religiosason responsabilidad de los Superiores competentes; éstos, antes de tomar esas decisiones, deberán consultar el patrimonio del Instituto, la experiencia habida en otros lugares y el parecer de misioneros de probada virtud y catolicidad. Una vez obtenida unaopinión sobre el modo de actuar, deberán presentar sus propuestas al Gobierno general para poder tomar medidas que ni pongan en peligro la presencia del Instituto y la Iglesia en esos lugares, por un lado, ni dañen la identidad y frutos del anuncio misionero en esos territorios, por otro.
e) Venid… y descansad un poco (Mc 6,31)
130. Como en los tiempos de Jesús, las tareas apostólicas del misionero suelen implicar un trabajo físico, espiritual, intelectual y psicológico que absorbe todas sus energías. Si el misionero se empeña con tesón en su labor deberá también estar atento a saber descansar. Cuando los Apóstoles se veían sumergidos en mil santas ocupaciones el Señor les dijo: venid también vosotros a un lugar apartado, y descansad un poco(Mc 6,31).
131. El misionero, como cualquier otro obrero en la viña del Señor, deberá vigilar para no caer en un cierto activismo. Son muy elocuentes las palabras de Benedicto XVI, que se ha referido al tema en diversas ocasiones. Dice el Papa que el descanso es necesario “para fortalecer la mente y el cuerpo, sometidos cada día a un continuo cansancio y desgaste, debido al ritmo frenético de la vida moderna”[70].Comentando los consejos de San Bernardo al Papa Eugenio III, recuerda “la importancia del recogimiento interior, elemento esencial de la piedad. El santo afirma que es necesario evitar los peligros de una actividad excesiva, independientemente de la condición y el oficio que se desempeña, pues –así dice al Papa de ese tiempo, a todos los Papas, y a todos nosotros– las muchas ocupaciones llevan con frecuencia a la ‘dureza del corazón’, ‘no son más que sufrimiento para el espíritu, pérdida de la inteligencia, dispersión de la gracia’”. Y prosigue: “Esta advertencia vale para todo tipo de ocupaciones, incluidas las inherentes al gobierno de la Iglesia. El mensaje que, en este sentido, San Bernardo dirige al Pontífice, que había sido su discípulo en Claraval, es provocador: ‘Mira’–escribe–‘a dónde te pueden arrastrar estas malditas ocupaciones, si sigues perdiéndote en ellas…, sin dejar nada de ti para ti mismo’. ¡Cuán útil es también para nosotros esta advertencia sobre la primacía de la oración y de la contemplación!”[71].
132. En este mismo tenor conviene recordar aquello de nuestras Constituciones: “Los miembros del Instituto sabrán también interrumpir sus trabajos apostólicos con períodos de retiro y refección espiritual sabiendo que nadie puede procurar la santificación de los demás si no posee previamente la perfección que desea transmitir”[72].
133. Es importante que los Superiores de las comunidades apostólicas consideren el desgaste propio de la misión y brinden a sus súbditos las diversas maneras de poder descansar, particularmente llevando una vida comunitaria fuerte. No reparen en usar de todos los medios a sus disposición para que, salvaguardando siempre el espíritu y la disciplina de la vida religiosa, los misioneros puedan “recuperar fuerzas” mediante un merecido descanso. Las particularidades del descanso variarán según los lugares, pero hay elementos que pueden ser comunes a todas las comunidades misioneras, como son el deporte, las salidas semanales o mensuales en comunidad, las eutrapelias, las convivencias, etc. También habrá que saber dar la necesaria importancia al tiempo de vacaciones anuales estipuladas en cada caso.
134. Hay que evitar la tentación de pensar que el tiempo brindado a un buen descanso sea tiempo perdido; ténganse bajo sospecha las sugerencias que lleven a suprimir los sanos momentos de descanso y diversión en comunidad con el pretexto de una mayor ascesis o de mayor necesidad de trabajo apostólico.
135. Dadas las características del trabajo en tierras de misión, los Superiores considerarán también tiempos especiales y prolongados de descanso, particularmente cuando ven que un misionero ha amainado en su espíritu o da muestras de un cierto cansancio. Algunos meses en otra comunidad o realizando otras actividades, bajo la guía y supervisión de un Superior cualificado, pueden devolver al misionero el espíritu y la fuerza que tal vez se han gastado por las batallas apostólicas. No es un tiempo donde “no se hace nada”, sino donde el misionero puede recuperar sus energías físicas, retomar su trabajo intelectual tal vez un tanto abandonado, recurrir con más facilidad a la compañía de buenos amigos, dar testimonio de su vida misionera, etc.
f) La vida consagrada,medio privilegiado para la misión
136. Sepan lo religiosos de nuestro Instituto que la vida consagrada es“un medio privilegiado para una evangelización eficaz”[73].La vida religiosa es, en efecto, un llamado a la santidad, y es de esta santidad de la que debemos dar testimonio ante un mundo sediento de Dios.
137. El testimonio silencioso de pobreza y de desprendimiento, de pureza y de transparencia, de abandono en la obediencia, puede ser a la vez una interpelación al mundo y a la Iglesia misma, una predicación elocuente, capaz de tocar incluso a los no cristianos de buena voluntad, sensibles a ciertos valores.
Que seamos servidores de la verdad[74]
138. El Evangelio que anuncia el misionero es también palabra de verdad. Una verdad que nos hace libres (cf.Jn 8, 32) y que es la única que procura la paz del corazón; esto es lo que la gente va buscando cuando le anunciamos la Buena Nueva. La verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo. Verdad difícil que buscamos en la Palabra de Dios y de la cual nosotros no somos, ni los dueños, ni los árbitros, sino los depositarios, los herederos, los servidores.
139. La Iglesia y la gente espera de los misioneros que poseanun ferviente culto a la verdad, puesto que la verdad que ellos profundizan y comunican no es otra que la Verdad revelada y, por tanto, más que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla.
Animados por el amor[75]
140. El misionero no desempeña la tarea de un funcionario: el anuncio del Evangelio supone y exige en el misionero un amor fraternal siempre creciente hacia aquellos a los que evangeliza, como San Pablo, el misionero de la gentilidad: así, llevados de nuestro amor por vosotros, queremos no sólo daros el Evangelio de Dios, sino aun nuestras propias vidas: tan amados vinisteis a sernos (1Ts 2,8; cf. Flp 1,8).
141. ¿De qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el amor de un padre; más aún, el de una madre (cf. 1 Ts 2,7.11; 1 Co 4,15; Ga 4,19). Tal es el amor que el Señor espera de cada predicador del Evangelio, de cada constructor de la Iglesia.
142. Un signo de amor será el deseo de ofrecer la verdad y conducir a la unidad. Un signo de amor será igualmente dedicarse sin reservas y sin mirar atrás al anuncio de Jesucristo. Otros signos de este amor serán:
a) El respeto a la situación religiosa y espiritual de la persona que se evangeliza. Respeto a su ritmo, que no se puede forzar demasiado, respeto a su conciencia y a sus convicciones, que no hay que atropellar.
b) El cuidado de no herir a los demás, sobre todo si son débiles en su fe (cf. 1 Co 8,9-13; Rm 14,15), con afirmaciones que pueden ser claras para los fieles, pero que pueden ser causa de perturbación o escándalo en los recién iniciados, provocando una herida en sus almas.
c) El esfuerzo desplegado para transmitir a los cristianos certezas sólidas basadas en la Palabra de Dios, y no dudas o incertidumbres nacidas de una erudición mal asimilada. Los fieles tienen necesidad de esas certezas en su vida cristiana; tienen derecho a ellas en cuanto son hijos de Dios que, al ponerse en sus brazos, se abandonan totalmente a las exigencias del amor.
Con el fervor de los Santos[76]
143. Debemos anunciar el Evangelio con el fervor y el entusiasmo de los santos, aún en los momentos de dificultad y persecución en un mundo descristianizado y ateo. Los santos son señal elocuentísima de la vitalidad de la Iglesia, ellos siempre hantransformadoal mundo. Han sido los verdaderos reformadores del mundo y de la Iglesia. Son los mejores miembros del Cuerpo místico de Cristo. Son el fruto mayor y más completo de la Encarnación y de la Redención. Los santos han sido los eximios testigos y protectores de la Tradición divina de la Iglesia, o sea, recuerdan y transmiten con sus vidas el aliento mismo de la Iglesia.Ellos han sabido superar todos los obstáculos que se oponían a la evangelización, y, por lo tanto, son modelos a seguir y a los cuales debemos acudir en esta obra.
144. Debemos conservar, cultivar y pedir a Diosel fervor espiritual, la alegría de evangelizar,incluso cuando tengamos que sembrar entre lágrimas. “Hagámoslo –como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia– con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual–que busca, a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”[77].
g) Misionero ad vitamy cooperación misionera
Una vocación especial
145. La existencia de misioneros en la Iglesia ha sido remarcada por el Concilio Vaticano II: “Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe la tarea de propagar la fe según su condición, Cristo Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que quiere, para que lo acompañen y para enviarlos a predicar a las gentes”[78].
146. Se trata, pues, de una“vocación especial” que tiene como modelo la de los Apóstoles: se manifiesta en el compromiso total al servicio de la evangelización; se trata de una entrega que abarca a toda la persona y toda la vida del misionero, exigiendo de él una donación sin límites de fuerzas y de tiempo.
147. “La vocación especial de los misioneros ad vitamconserva toda su validez: representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia, que siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y valientes. Que los misioneros y misioneras, que han consagrado toda la vida para dar testimonio del Resucitado entre las gentes, no se dejen atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones. Aviven la gracia de su carisma específico y emprendan de nuevo con valentía su camino, prefiriendo –con espíritu de fe, obediencia y comunión con los propios Pastores– los lugares más humildes y difíciles”[79].
148. Dada la índole misionera de nuestro Instituto, debemos emplear todos los recursos necesarios, nuestra experiencia y creatividad, con fidelidad al carisma originario, para prepararnos adecuadamente y para que no falten misioneros, asegurando así el relevo de las energías espirituales, morales y físicas de nuestros miembros.
Cada uno según su condición y capacidad
149. Nuestros sacerdotes se ven impelidos por el sacramento del Orden: “El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación‘hasta los confines de la tierra’, pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles”[80].
150. Nuestros miembros de vida contemplativaresponderán a la invitación del Concilio Vaticano II, repetida porSan Juan Pablo II,a establecer comunidades en las jóvenes Iglesias, para dar “preclaro testimonio entre los no cristianos de la majestad y de la caridad de Dios, así como de unión en Cristo”[81].
151. Para nuestros miembros de vida activase abren inmensos espacios para la caridad, el anuncio evangélico, la educación cristiana, la cultura y la solidaridad con los pobres, los discriminados, los marginados y oprimidos.
152. Nuestros religiosos hermanos misioneros traducirán su consagración de pobreza, castidad y obediencia por el Reino en múltiples frutos de paternidad según el Espíritu. Precisamente la misión ad gentes les ofrece un campo vastísimo para entregarse con un amor total e indiviso.
153. Los miembros de la Tercera Orden, en su medida, no están excluidos de la urgencia misionera. La misión es de todo el Pueblo de Dios. La participación de los laicos en la expansión de la fe aparece claramente, desde los primeros tiempos del cristianismo, por obra de los fieles y familias, y también de toda la comunidad. Ellos, por consiguiente, tienen la obligación general y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres, en todo el mundo. Además, dada su propia índole secular, tienen la vocación específica de “buscar el Reino de Dios tratando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”[82]. Según lo permitan la circunstancias, considérese la posibilidad de invitar a miembros de la Tercera Orden a participar, por un tiempo determinado, en las misiones ad gentes que han sido encomendadas al Instituto.
154. De este modo todos los miembros de nuestros Institutos, en virtud del Bautismo, son corresponsables de la actividad misionera. “El Concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su participación en la obra misionera entre los gentiles”[83].
Cooperación y animación misionera
155. Entre las formas de participación, el primer lugar corresponde a la cooperación espiritual: oración, sacrificio y testimonio de vida cristiana. El sacrificio del misionero debe ser compartido y sostenido por el de todos los fieles. Por esto, recomendamos a quienes ejercen su ministerio pastoral entre los enfermos, que los instruyan sobre el valor del sufrimiento, animándolos a ofrecerlo a Dios por los misioneros.
156. La cooperación se manifiesta además en el promover las vocaciones misioneras entre sus familias y ambientes. Llama la atención que varias naciones, mientras aumentan sus donativos en dinero, muestran un índice cada vez menor en el número de vocaciones misioneras, las cuales reflejan la verdadera dimensión de la entrega a los hermanos. Las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son un signo seguro de la vitalidad de una Iglesia.
157. Son muchas las necesidades materiales y económicas de las misiones; no sólo para fundar la Iglesia con estructuras mínimas (capillas, escuelas para catequistas y seminaristas, viviendas), sino también para sostener las obras de caridad, de educación y promoción humana, campo inmenso de acción especialmente en los países pobres. La Iglesia misionera da lo que recibe; distribuye a los pobres lo que sus hijos más pudientes en recursos materiales ponen generosamente a su disposición.
158. En nuestras parroquias, por consiguiente, se ha de incluir la animación misionera comoelemento primordial de pastoral ordinaria, tanto en asociaciones como en grupos, especialmente los juveniles. Para conseguir este fin, es valiosa, ante todo, la información mediante la prensa misionera y los diversos medios audiovisuales. Las actividades de animación deben orientarse siempre hacia sus fines específicos: informar y formar al Pueblo de Dios para la misión universal de la Iglesia; promover vocaciones ad gentes;suscitar cooperación para la evangelización. En efecto, no se puede dar una imagen reductiva de la actividad misionera como si esta fuera principalmente ayuda a los pobres, contribución a la liberación de los oprimidos, promoción del desarrollo y defensa de los derechos humanos. La Iglesia misionera está comprometida también en estos frentes, pero su cometido primario es otro: los pobres tienen hambre de Dios, y no sólo de pan y libertad; la actividad misionera ante todo ha de testimoniar y anunciar la salvación en Cristo, fundando las Iglesias locales que son luego instrumento de liberación en todos los sentidos.
159. Todas nuestras empresas misioneras las realizaremos en comunión con la Iglesia, siendo conscientes que corresponde al Dicasterio misional dirigir y coordinar en todo el mundo la obra de evangelización de los pueblos y la cooperación misionera.
160. La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros.
161. “Esta espiritualidad se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por Él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo. La docilidad al Espíritu compromete además a acoger los dones de fortaleza y discernimiento, que son rasgos esenciales de la espiritualidad misionera”[84].
162. “Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misiónsi no es con referencia a Cristo, enviado por el Padre a evangelizar (cf. Lc 4,18.21). Pablo describe sus actitudes: Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de Sí mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como un hombre; y se humilló a Sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2,5‑8)”[85].
163. “Al misionero se le pide ‘renunciar a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y hacerse todo para todos’: en la pobreza que lo deja libre para el Evangelio; en el desapego de personas y bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador. A esto se orienta la espiritualidad del misionero: me he hecho débil con los débiles… me he hecho todo para todos, para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio (1Co 9,22‑23)”[86].
164. “La espiritualidad misionera se caracteriza, además, por la caridad apostólica; la de Cristo que vino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11,52)”[87].
165. “El misionero se mueve a impulsos del ‘celo por las almas’, que se inspira en la caridad misma de Cristo y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente. El amor de Jesús es muy profundo: Él, que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la Redención, y sufría cuando ésta era rechazada”[88].
166. “El misionero es el hombre de la caridad: para poder anunciar a todo hombre que es amado por Dios y que él mismo puede amar, debe dar testimonio de caridad para con todos, gastando la vida por el prójimo. […] Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia: Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella (Ef 5,25). […] Para todo misionero y toda comunidad la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a su Iglesia”[89].
167. La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión. La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad.
168. “El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo ‘anhelo de santidad’ entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana, particularmente entre aquellos que son los colaboradores más íntimos de los misioneros”[90]. “El misionero ha de ser un ‘contemplativo en acción’ quehallarespuesta a los problemas a la luz de la Palabra de Dios mediante la oración personal y comunitaria”[91].
169. “El misionero es el hombre de las bienaventuranzas. Jesús instruye a los Doce, antes de mandarlos a evangelizar, indicándoles los caminos de la misión: pobreza, mansedumbre, aceptación de los sufrimientos y persecuciones, deseo de justicia y de paz, caridad; es decir, les indica precisamente las bienaventuranzas, practicadas en la vida apostólica (cf. Mt 5,1‑12). Viviendo las bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido. La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la ‘Buena Nueva’ ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza”[92].
6.
María, modelo del misionero
170. La Santísima Virgen María ocupa un lugar privilegiado en la obra de la Redención del hombre, realizada por su Hijo: “Con Él y en dependencia de Él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la Redención”[93]. De este modo Ella es, para la Iglesia, Madre y modelo en la misión que ella recibió del Salvador.
171. En efecto, María, según el beneplácito divino, aún después de su glorificación en los cielos, ha seguido mostrando en sus diversas manifestaciones a los hombres y mujeres de toda época y lugar, cuál debe ser la actitud de los discípulos del Señor en la obra de la Redención. Ella se ha hecho cercana a los más humildes y con sencillez se ha adaptado a la lengua, a la capacidad de recepción de sus hijos e hijas, incluso hasta en la apariencia exterior de su rostro. Todo esto con un solo fin: formar en la escuela de la oración y la penitencia, y del seguimiento de Jesús en los distintos estados de vida, verdaderos discípulos que activamente participen en la tarea redentora con su misma actitud: “aquel amor de Madre que debe animar a todos los que colaboran en la acción apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva”[94].
172. La Iglesia, misionera por esencia, encuentra en María un eminente modelo para seguir en su tarea de inculturación del Evangelio, de modo especial cuando es enviada por Cristo ad gentes. A lo largo de los siglos sus mejores hijos e hijas han sabido responder a las llamadas del Señor confiando totalmente sus vidas y sus diversas tareas apostólicas a la protección de la Madre de Dios.
173. Son innumerables los ejemplos concretos de santos misioneros que confiaron a María sus esfuerzos, sus dificultades y sus alegrías cotidianas, en la tarea de llegar a todo hombre y a todas las culturas para proponer el Evangelio de la Redención. En muchas ocasiones pusieron bajo el patrocinio de la Santísima Virgen, invocada según alguna de sus múltiples advocaciones, la misión en territorios y entre culturas donde el anuncio se realizaba por primera vez.
174. El ejemplo de María es particularmente iluminante cuando proclama al mismo tiempo “las grandezas del Señor” y la “humildad de su esclava”, mostrando –con siglos de anticipación a las falsas polémicas– que el anuncio de Jesucristo no es arrogancia, sino obra de justicia y de caridad.
175. Que la primera misionera después de su Hijo Jesucristo nos dé a nosotros esa alma y ese corazón grande como el mundo, que es el corazón que debe tener el misionero.
Conclusión
A comienzos del tercer milenio de la Redención “Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo. En efecto, tanto en el mundo no cristiano como en el de antigua tradición cristiana, existe un progresivo acercamiento de los pueblos a los ideales y a los valores evangélicos, que la Iglesia se esfuerza en favorecer. Hoy se manifiesta una nueva convergencia de los pueblos hacia estos valores: el rechazo de la violencia y de la guerra; el respeto de la persona humana y de sus derechos; el deseo de libertad, de justicia y de fraternidad; la tendencia a superar los racismos y nacionalismos; el afianzamiento de la dignidad y la valoración de la mujer. La esperanza cristiana nos sostiene en nuestro compromiso a fondo para la nueva evangelización y para la misión universal, y nos lleva a pedir como Jesús nos ha enseñado: Venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6,10).[…] No podemos permanecer tranquilos si pensamos en los millones de hermanos y hermanas nuestros, redimidos también por la sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios. Para el creyente, en singular, lo mismo que para toda la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera, porque concierne al destino eterno de los hombres y responde al designio misterioso y misericordioso de Dios”[95].
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[1] Cf. Directorio de Espiritualidad, 215-216. Como se decía de Santo Toribio de Mogrovejo: “Prelado de fácil cabalgar, no esquivo a la aventura misional…” (cf. V. Rodríguez Valencia, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y apóstol de Sur-américa, ed. CSIC, Madrid 1957, 128).
[2] Evangelii Nuntiandi, 18.
[3] Cf. Mc 16,15-16; Mt 28,18-20; también Lc 24,46-48; Jn 17,18; 20,21; Hch 1,8.
[4] Dominus Iesus, 1b.
[5] CEC, 850.
[6] Evangelii Nuntiandi, 15.
[7] Ibidem, 16.
[8] Ibidem.
[9] Redemptoris Missio, 23.
[10] CEC, 851.
[11] Cf. Redemptoris Missio, 1.
[12] Ibidem, 2.
[13] Ibidem, 3.
[14] Ibidem.
[15] Ibidem, 4.
[16] Carlos Buela, IVE, Un pequeño “gran” documento: la Declaración “Dominus Iesus”, ed. del Verbo Encarnado, San Rafael 2001, 10.
[17] Dominus Iesus, 4.
[18] Notificacióna propósito del libro del Rvdo. p. Jacques Dupuis, S.J.,“Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso”,ed. Sal Terrae, Maliaño (Cantabria) 2000, 1-8.
[19] Cf. Jn 18,36.
[20] Redemptoris Missio, 5. Cf. Dominus Iesus,13-15.
[21] San Juan Pablo II, Homilía en la celebración eucarística en Cracovia (10/6/1979).
[22] Dignitatis Humanae, 2.
[23] Evangelii Nuntiandi, 53.
[24] Cf. 1 Tm 2,4.
[25] Redemptoris Missio, 10.
[26] Ibidem, 11.
[27] Ibidem.
[28] Christifideles Laici, 35.
[29] Ad Gentes, 6; 23; 27.
[30] Cf. Hch 10.
[31] Cf. Hch 15.
[32]Cf. Hch 16,6-12.
[33] Dominum et Vivificantem, 64.
[34] Cf. Hch 1,8; 12,17-18.
[35] Cf. Hch 13,46-48.
[36] Cf. Hch 13,1-4.
[37] Cf. Redemptoris Missio, 27.
[38] Ibidem, 28.
[39] Ibidem.
[40] Cf. Lumen Gentium, 17; Ad Gentes, 3, 15.
[41] Redemptoris Missio, 37.
[42] Benedicto XVI, Discurso a los participantes en un Congreso con ocasión del cuadragésimo aniversario del decreto del Concilio Vaticano II Ad gentes (11/3/2006).
[43] Tertuliano, De praescriptione haereticorum, XX; CCL 1, 201.
[44] Evangelii Nuntiandi, 80.
[45] Cf. Ibidem, 20.
[46] Cf. Ibidem,20.
[47] Familiaris Consortio, 10.
[48] Cf. Evangelii Nuntiandi, 63-65.
[49] Redemptoris Missio, 54.
[50] Cf. Mt 28,19.
[51] Cf. núms. 38-51 de este Directorio.
[52] Ad Gentes, 15.
[53] Unitatis Redintegratio, 3.
[54] SanPablo VI, Discurso en la apertura de la II sesión del Concilio Vaticano II (29/9/1963).
[55] Redemptoris Missio, 57.
[56] Sollicitudo Rei Socialis, 41.
[57] Documento de Puebla, 1145.
[58] Ad Gentes, 25.
[59] 90.
[60] Beato Paolo Manna, Virtù apostoliche, Bolonia 1997, 333.
[61] Ibidem, 332.
[62] Ad Gentes, 26.
[63] Ibidem.
[64] Ibidem.
[65] Ibidem.
[66] Cf. 1 P 1,22.
[67] Redemptoris Missio, 45.
[68] Palabras de Ramón Illa, mártir de Barbastro, en AquilinoBocos Merino, Carta circular Testamento misionero de nuestros mártires, Roma 1992.
[69] Cf. Evangelii Nuntiandi, 22.
[70] Benedicto XVI, Ángelus (13/8/2006).
[71] Benedicto XVI, Ángelus (20/8/2006).
[72] 192.
[73] Evangelii Nuntiandi, 69.
[74] Cf. Ibidem, 78.
[75] Cf. Ibidem, 79.
[76] Cf. Ibidem, 80.
[77] Ibidem, 80.
[78] Ad Gentes, 23.
[79] Redemptoris Missio, 66.
[80] Presbyterorum Ordinis, 10.
[81] Ad Gentes, 40.
[82] Lumen Gentium, 31.
[83] Ad Gentes, 35.
[84] Redemptoris Missio, 87.
[85] Ibidem, 88.
[86] Ibidem.
[87] Ibidem, 89.
[88] Ibidem.
[89] Ibidem.
[90] Ibidem, 90.
[91] Ibidem, 91.
[92] Ibidem.
[93] Lumen Gentium, 56.
[94] Ibidem, 65.
[95] Redemptoris Missio, 86.