Hijos en una misma Familia

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[Exordio] Nuestras Constituciones en el número 20 dicen que “en nombre de Cristo queremos constituir una Familia Religiosa… amándonos de tal manera los unos a los otros por ser hijos del mismo Padre”.

Es decir, Cristo nos ha llamado individualmente, ciertamente, pero para formar una familia, una familia peculiar, la Familia Religiosa del Verbo Encarnado.  

Este es un aspecto en el que San Juan Pablo II insistía mucho cada vez que les hablaba a los religiosos. Así, por ejemplo, en el ’86 (Ustedes quizás ni nacían todavía) decía: “La preparación de los candidatos a la vida religiosa no se reduce sólo a impartir conocimientos. Es sobre todo una delicada tarea de conducirles a dar una respuesta profunda y personal a la llamada de Dios… con un generoso y sincero amor hacia su propia Familia Religiosa[1]. Esto es clave.

1. Amor a la Familia Religiosa

 

¿Qué quiere decir tener amor hacia la propia Familia Religiosa?

Lo dice muy claro el derecho propio: un verdadero religioso guarda fidelidad y muestra un gran amor no sólo cuando aprecia el don de la vida religiosa sino también cuando ama y defiende a su propio Instituto, que incluye de modo particular al fundador y las Constituciones. Eso está en el Directorio de Vida Consagrada[2].  

Este amor hacia la Familia Religiosa es clave para nuestra misión. Porque eso nos va a hacer embebernos del espíritu de nuestro querido Instituto, de modo tal, que sus intereses sean nuestros intereses, sus proyectos sean mis proyectos, si al Instituto lo atacan a mí me atacan, ¿se entiende?

Además, si hay caridad entre nosotros, si hay unidad, eso le da un poder a nuestro testimonio religioso que no se lo da nada ni nadie, por más que hagamos muchas misiones populares, por más que tengamos la doctrina más pura, por más que nos expandamos en muchos países del mundo, si no hay caridad y unidad entre nosotros, nuestros esfuerzos son vanos porque, como dice también Juan Pablo Magno, “la división entre los hermanos, entre las hermanas, es una piedra de tropiezo para la evangelización”[3]. Textual.

En cambio, si nosotros estamos sólidamente unidos en el amor a nuestra Familia Religiosa, esa es una predicación constante, inteligente, aun sin palabras, del mensaje de Cristo, que no es otro sino un mensaje de caridad. Y este amor a la Familia Religiosa –que naturalmente incluye a nuestros hermanos en esta Familia– también es clave para el futuro del Instituto. Es en el seminario donde se comienza a vivir el espíritu de la fraternidad sacerdotal[4].

Porque fíjense lo que dice nuestro Padre Espiritual: la oración y el apostolado –es cierto– nos ayudan a crecer en caridad, pero es “incluso más importante para un profundo espíritu de hermandad, ‘la unidad de alma y corazón’ que se fortalece por su empeño compartido hacia la santidad, su carisma común y su compromiso de por vida de seguir a Cristo observando el Evangelio y las Constituciones de su Instituto[5].

Todos los santos fundadores hacían gran hincapié en el amor que los religiosos deben profesar a su Instituto. Cito aquí dos ejemplos solo para ilustrar: San Juan de la Cruz, por ejemplo, le daba el siguiente aviso a un religioso: “En ninguna manera quiera saber cosa, sino sólo cómo servirá más a Dios y guardará mejor las cosas de su Instituto”[6]. San Pedro Julián Eymard, por su parte, le llama a su Congregación “madre” y les dice a sus religiosos que “el primer deber que tienen para con ella es amarla con amor filial”[7]. Y agrega lo siguiente: “La regla es para vosotros lo que el evangelio para la Iglesia” –fíjense que importante– por eso tengan cuidado porque “vienen algunos que dicen: Si se modificara esto, si se añadiera aquello…, más valdría si se obrara de este otro modo… Puede ser que esos tales tengan talento, experiencia e influencia, pero yo os digo [–dice el santo–] que, voluntariamente o no, son traidores de la primera gracia, de la gracia de la fundación, de las ideas del Fundador, y que perderán al Instituto quien los escuche”[8].

Seamos entonces, buenos hijos de nuestra querida “madre” que es la Congregación, que es el lugar donde Dios Padre nos ha llamado para consagrar nuestra existencia para mayor honor y gloria de su Nombre.

2. Religioso siervo – religioso hijo

 

San Luis Orione, fundador de los Hijos de la Divina Providencia, insistía mucho en que en su congregación se viviera en un auténtico espíritu de familia en la que el vínculo del amor al Verbo Encarnado fuese el secreto de la armonía y colaboración mutua. Pero claro, él se daba cuenta de que no todos amaban a la congregación como debían, por eso distingue “dos tipos distintos de religiosos: está el religioso siervo y el religioso hijo”[9] y en unas buenas noches fantásticas, antes de una profesión de votos se los explica. Veamos de qué se trata.

Comienza el santo por aclarar de que no se trata de dos categorías de sus religiosos, sino que se refiere a los religiosos en general, según el amor que tienen hacia su madre, la Congregación. Y por eso lo que aquí enseña, se aplica también a nosotros.

“He viajado mucho, dice Don Orione, he visitado muchas congregaciones religiosas; conozco muchos religiosos; conozco a los Trapenses, los Benedictinos negros, los Benedictinos blancos, los Olivetanos, conozco a los canónigos Lateranenses, las varias familias Franciscanas, los Jesuitas, los Escolapios; conozco los religiosos de esta parte del mundo y también de la otra parte del mundo…; los Salesianos de Italia y los Salesianos de América, los filipinos, los Somascos[10], etc.  Pues bien, entre los religiosos, están los religiosos ‘siervos’ y los religiosos ‘hijos’: dos tipos de religiosos”[11].

“¿Cómo es el religioso ‘siervo’? [Presten atención] Es aquel que busca sus intereses en todo, que se aprovecha de la Congregación para conseguir sus fines personales. Es aquel que obedece a su Congregación sólo con temor y por temor. El religioso ‘siervo’ es el religioso que sirve a la Congregación y trabaja con indiferencia y mala gana. Se podría decir que la piedad y el amor hacia su madre, la Congregación, no están en su corazón. Reside en los colegios, en los conventos, en las abadías, en los institutos de educación, en las comunidades, más como forastero que como hermano.

Su alma parece cerrada hacia sus superiores, el religioso ‘siervo’ tiene siempre el corazón cerrado.  Es como un libro abierto sólo en parte, con muchas partes todavía intactas, en las cuales el superior no puede leer como y cuando quiera.

El religioso ‘siervo’, sigue diciendo Don Orione, apenas el superior vuelve los ojos, se siente libre. Lo primero que hace por la mañana es asegurarse de si el superior estará en casa o saldrá.  Cuando el religioso ‘siervo’ tiene ocasión de salir, si está fuera de casa, no encuentra nunca el momento de volver a su casa religiosa. Disfruta viviendo su vida: actúa como los seglares. Sus conversaciones son principalmente profanas, más que conversaciones de buen religioso. Está inclinado a la crítica, entre los hermanos, siempre crítica, para él todos los hermanos tienen una debilidad, incluso en los mejores sabe encontrar el lado débil y él se preocupa siempre de hacerlo ver.

En sus juicios se inclina siempre sobre la izquierda y nunca sobre la derecha. Siempre está con los más fríos, con los bromistas de profesión.  El superior antes de hacerle una observación, incluso mínima, debe hacer tres veces la señal de la cruz, ante el temor o mala advertencia.

Cuando se trata de darle un destino, es necesario que el superior haga el examen: ¿aceptará o no aceptará? ¿Y cuando esté en aquella casa para asistir, para decir la Misa, para predicar, cómo se comportará? ¿Se comportará como buen religioso o como religioso ‘siervo’? Y sobre todo el religioso ‘siervo’ cuando se trata de trabajar, de cansarse, hace así (extiende la mano como para medir un palmo) y nada más.

El religioso ‘siervo’ tiene su esquema, sus confidentes. Incluso en la mesa hay que estar atento a las palabras, porque el religioso ‘siervo’ publica las noticias más reservadas de su familia religiosa.

El amor a la Congregación no está en su corazón.  Si habla fuera de su Congregación, es mucho que no tire piedras encima. Si sabe que la Congregación tiene enemigos fuera, contrariedades, permanece apático, permanece indiferente; al contrario, tiene un comportamiento, que incluso parece que goza interiormente”[12]. Qué triste, ¿no?

Veamos ahora como describe Don Orione al religioso que se sabe ‘hijo’ de su familia religiosa.

“Están también, gracias a Dios, los religiosos ‘hijos’ que se sienten ‘hijos’; nada más querido para ellos, después de Dios, que su Congregación. No desea otra cosa que verla prosperar, verla extender sus tiendas sobre la faz de la tierra para la mayor gloria de Dios.

Ve en la Congregación la madre y, después de las cosas santas, nada hay más querido que ella. Reza, sufre, trabaja, se cansa por su Congregación ¿Quiénes son los religiosos como éste? Son los ‘hijos’ … Cualquiera que sea el oficio en que se ocupan, el religioso ‘hijo’ está siembre contento. Le mandes hacer de enfermero, lo pongas en el colegio, en una colonia agrícola, siempre está contento; está contento de servir, con amor, en cualquier oficio de su Congregación. [Además,] procura perfeccionarse en el desempeño de sus ocupaciones, y no malgasta su salud con imprudencias en el trabajo, sino que trabaja con moderación y constancia sin estar siempre pensando en su salud. Procura alimentarse para vivir y hacer el bien, no come mucho para no sentirse mal: si tiene necesidad de alguna cosa va con corazón abierto al superior, no se abandona al sentido del pesimismo y de melancolía que hace tanto mal a la Congregación…

¿Quiénes son los religiosos como estos? …Son los religiosos ‘hijos’.  Si alguna vez el superior del religioso ‘hijo’ dice o hace alguna cosa que no es de su gusto, llevándole así, a renunciar a sí mismo, pues bien, el religioso ‘hijo’ bendice a Dios en santa alegría; porque sabe que el religioso ‘hijo’ debe sobre todo negarse a sí mismo …y entonces toma su cruz y sigue a Jesús hasta el Calvario…

Al contrario del religioso ‘siervo’, el religioso que se sabe hijo de su congregación es como un libro abierto a los superiores, en el que se puede leer cuando se quiera”.

Entonces concluye Don Orione con la siguiente exhortación: “Queridos hijos, las filas de los de la Congregación van creciendo en número, y ha llegado la hora de entendernos bien porque sé que estáis en vísperas de hacer o renovar los votos.

Si os sentís ser religiosos ‘hijos’, ¡adelante!, pero antes que ser religiosos ‘siervos’, mejor detenerse. Porque Cristo nos dijo: ya no os llamaré más siervos, sino amigos e hijos”.  Y aquí quiero parafrasear lo que dice Don Orione: “El que no tenga claro ser hijo [del Verbo Encarnado] sepa que no es a Pablo o Apolo a quien sirve, sino al Verbo Encarnado; sirve a la Congregación, y la Congregación no es de nadie más que del Verbo Encarnado”[13].

[Peroratio] Por eso esta noche, con el canto a la Virgen, a la vez que le damos gracias por todas las vocaciones brasileras que se ha complacido en llamar para que crezcan y se nutran en el regazo de esta madre, que es nuestra querida Congregación, le pedimos muy especialmente dos gracias:

  1. Que en todas nuestras casas, especialmente en las casas de formación[14], se viva siempre en un ambiente de familia, con espíritu de familia. A fin de que, así como una “familia es una comunidad de personas en el amor, una comunión en el amor, nuestras casas sean comunidades de caridad, hasta tal punto que se pueda decir que en ellas vive el mismo Cristo”[15].
  1. Que en este querido seminario mayor, se formen religiosos que se sepan ‘hijos’ de nuestra querida madre que es la Congregación. Religiosos que la veneren, que estén disponibles para el servicio a Dios en la Congregación, religiosos santamente orgullosos de ella, que la defiendan, y deseen propagar este maravilloso espíritu con el que Dios nos ha bendecido en incontables almas.

Que así sea. Y que Dios los bendiga siempre.

[1] San Juan Pablo II, A los religiosos y religiosas en Bombay, (10/2/1986).

[2] Cf. 318.

[3] A la Asamblea de la Unión de las Conferencias Europeas de Superiores Mayores en Roma, (17/11/1983).

[4] Cf. San Juan Pablo II, A los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en Maseru, Lesoto, (15/9/1988).

[5] Ibidem.

[6] Avisos a un religioso, 9.

[7] San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas, p. 951.

[8] Ibidem.

[9] Seguimos libremente el texto de Don Orione, El espíritu de Don Orione, vol. 1, [14].

[10] Fundados por San Jerónimo Emiliani.

[11] El espíritu de Don Orione, vol. 1, [14].

[12] Ibidem.

[13] El texto de Don Orione dice así: “El que no tenga claro ser hijo de la Divina Providencia sepa que no es a Pablo o Apolo a quien sirve, sino a la Divina Providencia; sirve a la Congregación, y la Congregación no es de Don Orione, ni de Don Sterpi, sino que es de la Divina Providencia”.

[14] Directorio de Oratorios, 114: “De manera especial debe vivirse ese espíritu oratoriano en nuestros noviciados, seminarios –menores y mayores–y casas de formación de post-grado”.

[15] Cf. Directorio de Oratorios, 116.

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